DBC Pierre - El inglés macarrónico de Ludmila

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El inglés macarrónico de Ludmila: краткое содержание, описание и аннотация

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El inglés macarrónico de Ludmila es una novela sarcástica, tan mordaz e irreverente como fascinante, repleta de escenas delirantes e ingeniosas que revelan una mirada insólita sobre la realidad.
Gran Bretaña, en un futuro cercano: el sistema de sanidad público es privatizado, como todo, y la Albion House Institution, un refugio para gente con deformidades de nacimiento (en el que se rumorea que hay descendientes de la familia real, fruto de siglos de consanguinidad), sufre los rigores de la economía. Para ahorrar, las autoridades deciden separar a dos hermanos siameses, Blair Albert y Gordon-Marie (apodado Conejo) Heath, y dejarlos en libertad en el ancho mundo.
Entretanto, la guerra civil reina en una antigua república soviética, donde la joven Ludmila Ivanova asesina a su abuelo, un viejo mudo y sucio que atesora preciosos cupones de comida para veteranos de guerra de la extinta URSS, cuando abusa de ella por enésima vez.
Extrañamente, los destinos de los siameses londinenses separados y de la intrépida Ludmila se cruzarán, dando lugar a un singular encuentro entre la Europa del Este y la occidental.

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– ¿Cómo?

– Una pinta de Badgers Lout, y tú pide lo que quieras.

La camarera estaba flirteando, limpiando vasos a cierta distancia y fingiendo que no veía a Blair junto a los surtidores de cerveza. Él le dio la espalda y contempló el escenario. Entre su tercer y su cuarto sorbo de cerveza, Conejo apareció con una ginebra grande en la zona de paso que había entre el pasillo y el bar. Se acercó con sigilo a la oreja de Blair.

– Me siento como un capullo al decírtelo, pero una tía ha preguntado por ti.

– ¿Eh? -A Blair le vino un escalofrío. Echó un vistazo a su alrededor.

– Yo tampoco me lo creía -dijo Conejo-. Así sin más, ha venido a hablar conmigo.

– Bueno, ¿y cómo sabes que se refería a mí?

– Nos ha visto entrar juntos. Me ha dicho: «¿Quién es el otro que tiene pinta de ser más importante, el que parece un hombre de Estado?». -Conejo soltó un gruñido irónico-. Yo es que no me lo creía, joder.

Blair se volvió hacia su hermano y se lo quedó mirando fijamente las gafas de sol.

– Bueno, ¿y tú qué le has dicho?

– Le he dicho que era mejor que se fuera a casa con una vela.

– Nejo, venga, ahora no. ¿Qué le has dicho?

– Bueno, ya sabes, es que…

– Bueno no, ¿qué palabras has usado exactamente? -La atención que estaba prestando hizo que a Blair se le quedara la boca abierta.

– A ver si se me entiende, ha sido muy rápido. -Conejo miró por encima del hombro y volvió a poner una pierna en la zona de paso. Una chica rubia de aspecto saludable con el brazo lleno de bebidas intentó esquivarla, pero rozó un poco a Blair al pasar.

– Perdón -dijo, haciendo una pausa para calmar el oleaje de las pintas.

Conejo se levantó las gafas y clavó una mirada en Blair. La expansión y contracción de sus ojos no dijo nada en particular, pero Blair oyó que gritaban: «¡Es ella!».

Se dio media vuelta. El ombligo de la chica se asomaba por encima de sus vaqueros, su perfume se metió en el sistema linfático de él y encontró su entrepierna. Con eso, y una repentina ingesta de cerveza -nada menos que el resto de su pinta-, una tempestad se le echó encima. Él esperó que la razón se impusiera. Pero no fue así. Se sentía forzado a desear a la chica. Y su instinto no era intercambiar fluidos a tortazos, por lo menos al principio. No quería más que acurrucarse con ella, mirarle a los dientes y decirle mentiras.

Ella siguió su camino. Él se volvió. Ella fue a una mesa. Alrededor de la misma estaban sentados su madre o tal vez su hermana mayor y un hombre corpulento, probablemente el marido de la señora aquella. A su lado había un chico desplomado con aire taciturno, demasiado joven para beber. Eran tipos de barrio, gente llamada Derek y Tracy, llegados hace poco de Málaga y empezando a ahorrar para Salou. Blair se maravilló. Hasta el momento aquella gente había existido en su mundo únicamente de forma nominal. Ahora tenía unos especímenes sentados delante de él en toda su gloria.

Vio que la boca de la chica se retorcía húmeda y rosada al hablar. Seguro que tenía una marca de nacimiento en la cadera, un defecto tan tenue que solamente se podría apreciar bajo el sol del Mediterráneo. Y sin embargo, aquel defecto habría bastado para herir de muerte su confianza en sí misma, sobre todo si se añadía a unos labios vaginales ligeramente protuberantes y a un pelo demasiado lacio en la adolescencia. Y así pues, se imaginó Blair, aunque ahora fuera físicamente perfecta, las cicatrices de la tragedia pubescente habrían comportado que no desarrollara el engreimiento de las chicas que florecían pronto, y por tanto habrían hecho que aprendiera a valorar lo mundano.

Lo mundano quería decir meterse en la boca el pene de él. Entre otras cosas. Ella le haría aquellas cosas cuando a él se le antojara, además de sorprenderlo a veces con ellas, en el curso mundano del día, en su casa perfectamente equipada en un barrio residencial. Sería una casa grande y, sin embargo, la adoración que ella sentiría por él, y las cosas que él le haría a ella, harían que sus paredes salivaran. Él temblaría y dormiría para siempre en los jugos de la entrada de sus entrañas. Ella se dedicaría a limpiar los resultados de aquellos temblores vestida solamente con la camiseta de rugby de él y unos calcetines manchados de semen reseco.

Blair estudió aquella familia sentada a la mesa impregnada de cerveza. Los sueños de él se introducían por los resquicios de las vidas de ellos, componían las confidencias incómodas que el hermano de la joven compartiría con él, ensayaban las sabidurías que él expondría mientras la madre miraba con adoración maternal vestida con un chándal acrílico de colores vivos que le venía demasiado ajustado y con las mejillas ruborizadas por achicarrar el té de todos. Blair pronunciaría mal a propósito y le soltaría piropos a la madre con sonrisa y gesto de bribón.

Planeó por los cielos de aquella vida que se avecinaba. Y aunque luchaba por encontrar argumentos en su contra, tenía que admitir que aquellas visiones de vida familiar despreocupada encarnaban todo lo bueno de Gran Bretaña. Todo lo grande que tenían la libertad y la democracia. Y solamente por aquello, era obvio que todo estaba permitido para hacerlas realidad.

Soltó una sonrisita para sí mismo. Para rematar las cosas, él, un recién llegado, había descubierto el camino más fácil. Había hordas de tíos compitiendo inútilmente en el bar principal mientras él nadaba en las profundidades silenciosas, cazaba furtivamente ninfas del arroyo y las atrapaba antes de su ducha, con la ropa del día anterior. Echó un vistazo al lounge . Era cierto. No había más que un objetivo. Ella estaba sentada esperando a que él pasara a la acción, tan confiada en ello que ya ni se lo planteaba.

– En fin -dijo Conejo.

– No importa, no importa. -Blair intentó atrapar la mirada de la chica desde la otra punta de la sala. Era la única persona aquella noche que no estaba fingiendo que no lo veía. Porque en el caso de ella era cierto que no lo veía. A Blair aquello le pareció algo raro y hermoso. El no fingir que no lo veía a él la hacía resplandecer. Seguro que se llamaba Debbie. Debs. Nuestra Debs. Blair y Debs Heath. Blair y Deborah solicitan su asistencia. Vamos a casa de Blair y Debs para echarnos una juerga. ¿Has visto últimamente a B amp; D? No, colega, se han ido a pasar el invierno a Florida. Menudo cabronazo, ya sabes cómo se pone ella cuando sale el sol. Menuda guarra está hecha. Dejó que las palabras se descolgaran por su mente y jugó a ser el profesor Higgins con sus sonidos: «menúa guaaarra 'ta heshaaa».

– Vaya, eres una fiesta, colega -dijo Conejo-. ¿Dónde está nuestro señor Lamb?

– No lo sé. -Hizo un gesto despectivo con la mano. Conejo se alejó arrastrando los pies por el pasillo. Blair miró con el rabillo del ojo para asegurarse de que se marchaba y luego estiró el brazo de vuelta a la barra, encontró la pinta de Conejo con las yemas de los dedos, la vació de un trago, dejó el vaso con un porrazo en la barra y se lanzó hacia la mesa de su nueva familia. El tipo con la joroba de galgo giró la cabeza desde la barra.

La familia no vio a Blair hasta que su sombra se cernió sobre las pintas de ellos. Entonces, uno a uno, levantaron la vista y sus miradas se engancharon en el billete que él llevaba en la mano. Blair hincó una rodilla en el suelo junto a la chica.

– Buenas tardes -dijo, sonriendo a los ocupantes de la mesa. Apretó las mandíbulas para evitar que le temblara la boca y trató de imprimirle una inclinación gallarda a su ceño.

– ¿Sí? -dijo la chica, echando un vistazo apurado al hombre mayor.

– ¿Estás bien, chaval? -dijo el hombre.

– Sí, gracias. -Blair estiró un brazo para darle un apretón al brazo de la chica-. ¿Saben?, supongo que se reirán, de forma retrospectiva, pero esta criatura espectacular…

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