DBC Pierre - El inglés macarrónico de Ludmila

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El inglés macarrónico de Ludmila: краткое содержание, описание и аннотация

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El inglés macarrónico de Ludmila es una novela sarcástica, tan mordaz e irreverente como fascinante, repleta de escenas delirantes e ingeniosas que revelan una mirada insólita sobre la realidad.
Gran Bretaña, en un futuro cercano: el sistema de sanidad público es privatizado, como todo, y la Albion House Institution, un refugio para gente con deformidades de nacimiento (en el que se rumorea que hay descendientes de la familia real, fruto de siglos de consanguinidad), sufre los rigores de la economía. Para ahorrar, las autoridades deciden separar a dos hermanos siameses, Blair Albert y Gordon-Marie (apodado Conejo) Heath, y dejarlos en libertad en el ancho mundo.
Entretanto, la guerra civil reina en una antigua república soviética, donde la joven Ludmila Ivanova asesina a su abuelo, un viejo mudo y sucio que atesora preciosos cupones de comida para veteranos de guerra de la extinta URSS, cuando abusa de ella por enésima vez.
Extrañamente, los destinos de los siameses londinenses separados y de la intrépida Ludmila se cruzarán, dando lugar a un singular encuentro entre la Europa del Este y la occidental.

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Ludmila guardaría el dinero hasta que llegara Misha y vería cuál era la mejor manera de mandarlo a casa. Se inclinó hacia el saliente de la barra, metió la mano dentro de su vestido para sacar un billete y lo dejó con cuidado junto a su taza.

El barman levantó la vista y luego se puso de pie y fue junto a ella.

– El hurón te invita -dijo, haciendo el gesto de ahuyentar el billete-. Ya no sé de dónde son mis camaradas, pero reconozco a un viajero hambriento en cuanto lo veo. Me entran ganas de darle con mi cinturón a tu marido en la espalda por mandarte lejos de esa manera, estando los tiempos como están.

Ludmila no mordió el anzuelo al principio, sino que se quedó sentada mirando la vieja barra de madera. Habría dado buena leña.

– Y yo tendría que darle una bofetada a algo muy parecido a tu cara antes de que me levantaras el cinturón.

– Jesús. -El barman soltó una risita y echó la cabeza hacia atrás-. Tus palabras pueden resultar imponentes en el Oeste, pero en este pueblo no durarías ni tres minutos. Aquí es donde terminan todos los cerdos descarriados. Yo soy de Volgogrado y conozco la civilización, y no es esto. Ahora el pueblo entero pertenece a Municiones Liberty, que suministra armas al frente, allí por tu tierra, y probablemente a los frentes de todo el mundo. No es bueno para el alma de un lugar existir solamente para esas cosas.

Ludmila se detuvo para mirarlo, sopesó su cara grande y mustia y sus manos gruesas.

– No te apures por mí. Los cerdos descarriados tendrían que rezar por no cruzarse con una chica de Stavropol. Además, espero a mi prometido. Nos vamos a ir lejos, probablemente esta misma noche. -Y le dio la espalda a la barra con un aspaviento pequeño pero eficaz.

– Definitivamente es ublil -dijo con una risita uno de los hombres del rincón-. Exquisita.

– Definitivamente es la monda -dijo el barman-. ¿Puedo traerle algo más, señorita ublil?

– Estoy bien, gracias. ¿No os importa si me quedo a esperar un rato? Él se va encontrar conmigo aquí, en vuestro famoso café.

– Bueno, podrías quedarte para siempre, si de mí dependiera… pero me temo que el bar tiene que cerrar dentro de veinte minutos.

10

Las inmediaciones del World amp; Oyster eran un hervidero de tipos tan volubles y tan esclavos de la pose más natural que parecía que fueran veletas impulsadas por unos vientos de lo más variable. A su alrededor bullía Londres: luces traseras que salpicaban calles de glicerina, figuras ajetreadas y parecidas a trolls con abrigos enormes pasando frente a estructuras de arena y hollín que eran borrones húmedos en la noche.

Conejo miró de reojo a su hermano.

– ¿Ahora viene la parte en que haces el ridículo delante de todo el mundo?

– Lamento decepcionarte, Conejo. Ahora viene la parte en que me hago un huequecito confortable en la vida de alguien y hago que manden mis pertenencias al piso de ella.

– ¿Y ella está dentro? ¿La señorita Perfecta?

– Bueno, no te amargues, sobrevivirás. -Blair se llenó los pulmones de aire helado y soltó un suspiro de aplomo-. Ahora yo hago los planes, Nejo. Y mi primera instrucción para ti es: ni te me acerques.

– Te estás enganchando a ti mismo. ¿Quién crees que va a ir a una fiesta de la Seguridad Social? Otros puñeteros lisiados como nosotros, colega.

– Estamos en una zona de pubs, Nejo, ni siquiera tenemos que ir a la fiesta. Y lo de los lisiados lo dirás por ti mismo.

Los Heath sintieron la primera bofetada de ozono y tónica desde el borde del aparcamiento. Levantaron la vista. El World amp; Oyster era un edificio Victoriano enorme en cemento liso y azul, en cuya parte superior sobresalían chimeneas y chapiteles como si alguien hubiera dejado caer una caja de ellos y lo que había pasado era algo parecido. Las luces azules pinchaban la calle de detrás del edificio, en el mismo límite de la Zona de Admisión al Centro de Londres. Los hermanos llevaban trajes negros y camisas blancas con los cuellos abotonados. Se dedicaban a entrar y salir de los reflejos de la acera, que parecían agujeros rasgados que salpicaban la calle.

– Entonces ¿te has traído el pijama? -Conejo echó un vistazo a la bolsa que Blair llevaba en la mano. La llovizna sobre sus gafas de sol convertía la escena en una telaraña de lentejuelas.

Blair agarró la bolsa con más fuerza y se la colocó sobre el codo. La frágil silueta de Donald Lamb avanzaba ondulando hacia la luz.

– ¿O lo que llevas en la bolsa es un piscolabis?

– No es nada. Basura. -Blair fue en cabeza dando zancadas-. Falta casi una semana para el día de la limpieza, he pensado que qué menos que ayudarte a empezar. -Estiró el brazo hacia una papelera que había en la acera sin aminorar la marcha y metió la bolsa dentro. Mientras Lamb permanecía absorto en el tumulto de la entrada del club, Blair aminoró el paso y le dijo entre dientes a su hermano-: Ahora escucha: déjame que hable yo, por el amor de Dios. Ese tío no nos habría mencionado lo de los viajes pagados, y no habría traído los pasaportes, si no creyera que tenemos una oportunidad.

Conejo chasqueó la lengua.

– Podríamos haberle preguntado simplemente a qué juega y habernos quedado en casa.

– Relájate, Conejo. También puedes pensar en esto como unas copas de despedida.

– Dudo que vayan a servir copas en una fiesta de la Seguridad Social, Blair, a ver si se me entiende, joder.

– Te lo he dicho, no tenemos por qué quedarnos en la fiesta, iremos probando los otros pubs. En serio, Conejo, anímate: piensa en mí para variar. Es sábado por la noche, va a haber churris por un tubo.

Conejo frunció el ceño.

– Cuidado con lo que haces. Ésta no es tu gente, chaval. Te vas a buscar una buena hostia.

A modo de signo de puntuación, una joven salió disparada del edificio vomitando una sopa amarilla. Se detuvo y se quedó suspendida con cara de dolor de la cuerda de terciopelo mientras otras tres arcadas le manchaban los zapatos de fiesta. Mientras el cordel umbilical le estaba saliendo de su boca rumbo al charco de vómitos, cuatro chicas más salieron a empujones del club con antenas de peluche de color rosa en la cabeza. Pasaron junto a la chica repartiendo codazos, vieron que los Heath estaban mirando y se sacaron los pechos entre risas histéricas antes de largarse corriendo con movimientos espasmódicos del culo.

– Fíjate en lo que te digo, coño.

– Relájate. -Blair recobró la compostura y fue con Lamb. De camino a la entrada de cristal ahumado del World adoptó un andar chulesco. Luego vio a dos porteros enormes de etiqueta que lo miraban acercarse. El andar chulesco pasó a ser un ir arrastrando los pies. Los porteros eran de esos sin pelo que encarnan la amenaza misma de la crueldad, hombres endurecidos a base del pan más blanco, que antes te meterían la cabeza en una freidora de patatas que estropearse la manicura dando un puñetazo. Los hermanos deambularon junto a una cola de gente mientras Lamb intercambiaba unas palabras con los hombres. Conejo encendió un Rothmans. Al final uno de los porteros arrugó un poco la cara en dirección a Lamb, recogió las tarjetas de identidad de los tres y las pasó por una máquina que llevaba en la mano. Cuando la máquina hizo bip tres veces, descolgó la cuerda del gancho y les hizo una señal para que pasaran a un vestíbulo largo. Una mirada glacial le dio a entender a Conejo que tenía que abandonar su Rothmans. Lo plantó en una bandeja de arenilla situada junto a la puerta, se ajustó el traje sobre los hombros y entró pesadamente detrás de Lamb y de Blair: mitad estrella del rock y mitad escolar revoltoso de compras con su abuela.

– Se me está yendo la olla -dijo mientras el atronar del sistema de sonido empezaba a recorrerle la carne-. Probablemente tendría que irme a casa.

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