Philippe Djian - Zona erógena
Здесь есть возможность читать онлайн «Philippe Djian - Zona erógena» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Zona erógena
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Zona erógena: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Zona erógena»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Zona erógena — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Zona erógena», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Era el límite. Aún podían verse grandes nubes oscuras que se deslizaban rápidamente por el cielo como submarinos atómicos. Me levanté de golpe. Tenía frío. Encendí todas las luces y me puse mi cazadora. Durante el invierno ese puto apartamento iba a convertirse en una nevera feroz. Comí algo mientras me tomaba dos o tres cafés ardiendo. Tenía la impresión de que iba a salir el sol y apenas acababa de anochecer. En realidad creo que habría preferido que amaneciera, pero tenía que tomar las cartas que había recibido, y eso me dio ganas de bostezar.
El tiempo de dar unas cuantas vueltas sin sentido, de tomarme una cerveza y de poner en orden unas cuantas cosas, aunque se tratara de una batalla perdida de antemano, porque hay cosas que NUNCA van a encontrar su verdadero lugar. El tiempo de que los altavoces anuncien la señal de partida y pongan en marcha mi cerebro. Ya eran las nueve de la noche. Comprobé el gas antes de salir y di un portazo. Aún se veía un pedazo grande de luna, hacía buen tiempo y el viento dominante era del Este, fuerza cinco.
28
Tomé la carretera que seguía paralela a la costa. Desde que habían estado trabajando en ella, era una hermosa línea recta, ancha como un aeródromo y que corría sin fin sobre un suelo polvoriento. Había partes en las que el mar llegaba hasta muy cerca, deslizaba una mano negra entre las dunas, y después dejaba una huella brillante en la arena. Había encendido la radio y un tipo con un acento muy cerrado gritaba para anunciar que Paul Simon y Art Garfunkel acababan de aparecer en escena. Aquellos dos cerdos a punto estuvieron de hacerme llorar hace veinte años cantando At the zoo , en la época en que me tomaba mis primeros ácidos. Ja, ja, sabíamos divertinos en aquellos tiempos, teníamos el culo menos apretado. Estuve con el concierto durante todo el viaje. Pasé un rato excelente, entre dos aguas.
Empecé a fijarme cuando pasé el último punto señalado en el mapa. A continuación tenía que tomar un camino a la derecha. Debía estar atento.
Me encontré prácticamente al borde del agua, en una estrecha carretera que corría paralela a las dunas, y vi algunas luces de casas a lo lejos; parecía una pequeña zona paradisíaca a dos o tres kilómetros de la ciudad.
La casa que Yan me había indicado era la segunda, justamente en la que parecían haberse dado cita todos los coches de los alrededores. No me esperaba nada de eso, no fui capaz de decidir si era bueno o malo presentarme en medio de una fiesta. Pero era un lugar en el que se podía respirar, y las casas estaban situadas a doscientos o trescientos metros la una de la otra. Aparqué lo más cerca posible, corté el contacto y me tomé el tiempo de fumarme un cigarrillo.
Oía gente que charlaba afuera y algunos fragmentos de música, especialmente los bajos. Estaban iluminados la planta baja y el primer piso, y la luz centelleaba a través de las ramas de los tamarindos.
Conozco un truco infalible para colarte en una fiesta a la que no te han invitado. Es un truco que siempre funciona, basta con tener el material mínimo, y es un material que cabe en la guantera. Así que me incliné, cogí las gafas oscuras y un vaso capaz de contener una dosis importante de cualquier cosa.
Evidentemente no veía gran cosa, pero en líneas generales la cosa funcionaba. Con el vaso en la mano avancé hacia los primeros grupos. Inmediatamente noté que el ambiente era muy esnob, pese a que había algunos levis mugrientos y algunas poses relajadas. Pero era fácil comprobar que los tarados estaban en franca mayoría. No me costó nada pasar desapercibido en medio de aquella gente, y tipos que no había visto en mi vida levantaban su copa dirigiéndome un saludo. Yo les contestaba alejándome.
En la sala había una chica que se encargaba de las botellas. Esperé mi turno en un rincón mirando hacia todos lados tratando de ver a Nina, pero no tuve suerte. Tendí mi vaso a la chica. Los tipos habían puesto la música prácticamente a tope.
– Me pregunto dónde se habrá metido Nina -le dije.
Estaba sirviéndome y me indicó que no oía nada.
– ¡¡NINA!! ¡¡¿¿DÓNDE ESTÁ NINA??!! -vociferé.
La chica me miró hinchando los carrillos, lo que no la favorecía en absoluto. Sacudió la cabeza.
– Bueno, no importa -dije.
Cogí mi copa y llegué hasta la salida. Empecé a registrar a fondo la zona, e incluso regresé a la barraca aquella y subí la escalera. Visité todas las habitaciones, aquellas en las que se jodia y las otras, las que aún estaban libres. No encontré el menor rastro de Nina, así que volví a bajar despacio.
Al pasar, le tendí mi vaso a la chica.
– ¿Qué, la has encontrado? -me preguntó.
– No, imposible.
– Unos cuantos se han ido a sacar fotos -añadió-. Quizás haya ido con ellos…
Me sentí cansado y estiré la mano hacia mi vaso.
– Pues dejo de buscar -dije-. Realmente, soy un tipo con suerte, igual se han ido a hacer un reportaje sobre las puestas de sol en Groenlandia.
– Tal vez, pero de momento han ido a la casa de al lado.
– ¿Sí?
– Sí, la primera, un poco más allá, la que tiene los postigos rojos.
Salí a la carreterea con mi vaso en la mano y empecé a caminar en dirección a la casa aquella. Oía simplemente el sonido de mis pasos sobre el asfalto, y sentía una sensación de espacio infinito y de ligereza despreocupada. La luz era soberbia, sólo un rayo de luna azulado que tocaba algunas cosas casi como desnudándolas. Me quité las gafas. Respiraba despacio porque tenía la impresión de que ese aire me embriagaba. Aquel paseo parecía un sueño, no me habría sorprendido que todo ese asunto explotara, y que el gigantesco decorado se convirtiera en polvo tras un ruido infernal.
Pero el asunto se mantenía firme, y me había puesto en camino para vivir aquel famoso coñazo una vez más. Era una casa de madera con ventanales y zonas de pintura descascarillada, y que de plano tenía los pies en el agua. Una especie de galería de tablas la rodeaba por completo, a unos dos metros del suelo, y el conjunto descansaba sobre cuatro pilares de hormigón. Una especie de casa de locos. Había dos coches aparcados delante de la entrada y podía ver que había luz en el interior, pese a que las cortinas estaban cerradas. Me adelanté hacia la puerta pero en el momento en que iba a llamar cambié de idea y me metí en la galería; no se oía nada excepto el chapoteo de las minúsculas olas que chocaban contra los pilares. Recorrí todo un lado de la casa, pasé delante de los postigos cerrados, y cuando giré al final, en la parte que daba al mar, me encontré cara a cara con Nina; casi choqué con ella.
Estaba apoyada en la balaustrada, ligeramente inclinada sobre el agua. Levantó lentamente la cabeza para mirarme y vi que estaba bastante bebida. Sacudió la cabeza y miró hacia otra parte. Me acodé a su lado, y dejé que corriera un poco de silencio antes de soltar algunas palabras.
– Me ha costado mucho encontrarte -le dije-. No conocía en absoluto este lugar. Las casas no están nada mal…
– Bueno, y ahora, ¿qué quieres? -me preguntó.
Era una buena pregunta, me dije, ¿pero cómo encontrar la respuesta?
– No lo sé. No creía encontrarte en este estado.
– ¿Y qué pasa? No me encuentras en plena forma, ¿verdad? ¿Y has hecho todo el viaje hasta aquí para decirme eso…?
Se irguió y hundió las manos en los bolsillos. La encontraba formidable. Todo lo demás me superaba.
– Ya estoy harta de todo este follón contigo. Sería mejor que te fueras.
– La cosa no es tan fácil.
Me miró fijamente y las aletas de su nariz se estrecharon bajo los efectos de la cólera. Su voz me pareció más grave.
– Tienes razón, no es tan fácil. Pero vas y te presentas sin más, en plena noche, sin avisar… Dios santo, ¿qué te has creído…?
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Zona erógena»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Zona erógena» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Zona erógena» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.