Philippe Djian - Zona erógena

Здесь есть возможность читать онлайн «Philippe Djian - Zona erógena» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Zona erógena: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Zona erógena»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Zona erógena — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Zona erógena», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Yo también -dije.

– Quiero que olvidemos esto, que lo olvidemos los dos.

Su hombro era blanco y liso como la cascara de un huevo. Retiré la mano.

– De acuerdo, que duermas bien -le dije.

Al día siguiente, por la mañana, no sé qué milagro ocurrió pero me desperté temprano. Todo el mundo estaba durmiendo. Me tomé un café a toda velocidad y volví a casa. A las ocho en punto, Gladys llamó a la puerta. OOOoohhh, exclamó al verme.

– Es exactamnente lo que se llama morder el polvo -le dije.

Tenía aspecto de estar de buen humor, más fresca y más relajada que la semana anterior. Llevaba una especie de pantalón de tubo a cuadros blancos y negros realmente espantoso, y parecía menos maquillada.

– Para ser un escritor, tiene usted un aire realmente curioso.

Pero empiezo a acostumbrarme.

Preparé café en la cocina. Era una hermosa mañana.

– Si todo va bien, habremos terminado antes del fin de semana -le dije.

Encendió un largo cigarrillo mentolado, lo que me alegraba el corazón. Me acerqué a la ventana, la playa estaba completamente desierta y no había ni una gaviota en el cielo. Era relajante.

– ¿Puedo hablarle con franqueza? -me preguntó.

Quise volverme hacia ella, pero no pude arrancarme de mi contemplación.

– Evidentemente -le dije.

– Es acerca de su libro, lo he estado pensando durante el fin de semana. Es como si usted se negara a ir hasta el fondo de las cosas.

– Sí, no creo que mis lectores sean unos imbéciles. No tengo ganas de llevarlos de la mano.

Igualmente podría haber escupido al cielo, porque siguió en su ataque:

– Me parece que hay ciertas ideas que podría haber desarrollado más, que podría haber ahondado en algunos personajes, haber aislado algunos temas fundamentales…

Seguí mirando al exterior y la sensación de vacío que se des prendía del conjunto empezaba a invadirme. Siempre lo mismo…

– Oiga, mire -le dije-, no me siento investido de una misión sagrada. Y ya no estoy en la escuela. Hay tipos capaces de hacerte seguir durante cuatrocientas o quinientas páginas la lenta evolución de un alma y de ponerte una habitación patas arriba sin dejar nada al azar. Pero yo no tengo nada que ver con todo eso, no me obsesiono por los detalles. Prefiero emplear proyectores y dejarlo todo otra vez en sombras. Trato de tragarme de nuevo mis vómitos.

Permaneció un segundo silenciosa a mi espalda, creí que se había volatilizado.

– Crear es estallar -dijo ella.

– No lo sé, nunca me he planteado esa cuestión.

Siguió un rato diciendo tonterías sobre la creación, y citó a varios autores que yo había colocado más bien entre las filas de los psiquiatras y de los plastas. Pero había dejado de escucharla, nunca he podido mantener una conversación de ese tipo durante más de cinco minutos, y eso cuando estoy en forma… Debe ser por eso que no tengo demasiados amigos en el Mundo de las Letras. Jamás he acabado de entender a dónde querían ir a parar esos tipos. En mi caso, al menos estaba claro: no quería ir a parar a ningún lado. Soy el único escritor que pide a sus lectores que tengan los ojos vendados.

Esperé a que se calmara un poco y me bebí tranquilamente mi café. Suspiré ante la idea del trabajo que teníamos por delante. Creí que ya lo había soltado todo, pero tuvo que hacer una última consideración acerca de mi estilo. Y eso me horroriza.

– Oiga -le dije-, no sé nada de argot, apenas he oído hablar de eso. Y tampoco empleo todas esas expresiones de moda ni el vocabulario gilipollas que las acompaña. Seguramente soy uno de los últimos autores clásicos con vida.

– Vaya, no se conforma con poco, ¿eh?

– Pues así es -le dije-. Y nadie la obliga a creerme.

– No tiene por qué irritarse -comentó ella.

– No estoy irritado. Pero he pasado la noche casi en blanco y no he podido descansar realmente durante estos dos días.

– Ya.

– Si le parece bien, podemos empezar -le dije.

Seguí estrujándome hasta la caída de la tarde. Cuando se fue hice mi numerito de payaso bajo la ducha, con ese puto yeso que era imprescindible mantener seco y con la pastilla de jabón que salía disparada en todas direcciones. Luego me afeité. Tardé horas al tener que hacerlo con una sola mano y el resultado no fue tan terrible. Salí a comprar algunas cosas, y al volver me instalé delante de la tele y vi un documental sobre la vida en el interior de una gota de agua. Terrorífico. Fui a tomarme un bourbon con coca-cola.

Estuve ordenando y encontré una camiseta de Nina. No me cogió de nuevo, pero en cualquier caso le corté una manga con unas tijeras y me la puse. Era una camiseta rosa con lentejuelas que me quedaba bastante estrecha, pero no quería negarme ese pequeño placer. Me sentía relajado, con el espíritu fresco como una fuente manando al sol. Me sentía bien dentro de mi piel.

Había casi luna llena y se veía bastante bien dentro de la habitación, incluso con las luces apagadas. Me estiré en la cama para fumarme un cigarrillo. Era un momento de paz muy agradable y el silencio era perfecto. En esos momentos uno es realmente invulnerable.

– Eh, Djian -murmuré-, ¿sigues ahí, Orfeo de ambos?

27

Ooooohhhh -lanzó Gladys.

– ¿Qué le "pasa? -pregunté yo.

– Tengo la impresión de que no voy a poder respirar.

– Es normal. Es lo que buscaba. Tuve ganas de dar un pequeño sprint al final. ¿Le ha gustado?

Se separó de la máquina y cruzó las manos por detrás de la cabeza. Tenía las mejillas coloreadas.

– Reconozco que no carece de aliento -dijo.

– Gracias -le contesté.

Fui a la cocina y destapé dos cervezas. Le tendí una.

– Estoy encantado de haber trabajado con usted -comenté.

– Yo también. Me ha gustado -contestó.

Levantamos nuestros vasos. No estaba totalmente seguro de haberle aportado algo como escritor, pero como bebedor de cerveza había hecho un buen trabajo. Metí el original en una caja de cartón y le di tres vueltas con «cello». No quise su ayuda en esa labor. Quería encargarme personalmente, por razones sentimentales. No era un paquete bonito, pero era lo mejor que podía hacer con una sola mano. Se lo entregué de manera un tanto formal:

– Aquí lo tiene -le dije-. Y sea prudente, trate de que no se la lleve un huracán.

Sonrió. La acompañé hasta la puerta y estuve mirando cómo se alejaba con el paquete bajo el brazo. Ciao, baby , murmuré, y durante el tiempo que dura un relámpago me sentí un hombre libre.

Durante los días siguientes me encontré totalmente vacío. Pero siempre me ocurría cuando terminaba un libro, y no me inquieté. Me dejaba embarcar en cualquier tontería, en salidas estúpidas o en veladas lamentables. A veces tenía la impresión de despertarme sobresaltado y me encontraba en casa de éste o de aquél con una sonrisa imbécil en los labios y me preguntaba cómo había llegado hasta allí y qué demonios estaba haciendo. Pero no me comía excesivamente el coco, me bastaba con reconocer dos o tres caras que me fueran familiares para deslizarme otra vez hasta la más completa indiferencia. Especialmente, no lograba interesarme por mí. Me sentía tan digno de atención como una muñeca hinchable. Y, no obstante, esa consideración no me sumía en delirios mórbidos o en estados particularmente depresivos. No, la cosa iba pasando más o menos bien, y la verdad es que me importaba muy poco. Vivía, respiraba y funcionaba como cualquier otra persona, y me daba completamente igual pensar que yo no era nada. Lo contrario nunca me había hecho feliz. Estaba más vivo, de acuerdo, pero no era más feliz. Y además sabía que no podía durar, a fuerza de flotar uno acaba llegando a algún lado. Era normal no ver nada cuando el río se hundía bajo tierra, pero uno podía esperar que saliera a la luz de un momento a otro.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Zona erógena»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Zona erógena» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Zona erógena»

Обсуждение, отзывы о книге «Zona erógena» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x