No comí nada, ya no tenía apetito, ni me sentía feliz ni esperanzada. Volví a salir fuera, pero nada parecía haber cambiado de la forma en que yo lo había hecho. La atmósfera de la tarde seguía oliendo a lilas, en tanto que a unos veinte metros de distancia, la emisora de radio estudiantil continuaba transmitiendonoticias de la plaza de Tiananmen. Me quedé de pie entre la multitud, oyendo la voz de la locutora que flotaba débilmente en el aire que me rodeaba, como si fuera humo: estaba allí y al momento ya había desaparecido.
¿Qué debía hacer? Seguí adelante, intentando deshacerme de las imágenes que me perseguían. Deseaba estar sola. No quería irme a casa porque volver al apartamento de mis padres significaría inevitablemente tener que hablar de cómo me había ido el día, de la plaza de Tiananmen, de los manifestantes en huelga de hambre y de Dong Yi. Tampoco podía sentarme en mi habitación sin pensar en mi futuro sin él. Y no podía regresar a la residencia de Dong Yi, donde había dejado la bicicleta.
Rodeada por el gentío, me sentía tan sola y a la vez culpable que no pensaba en otra cosa que en mi propia infelicidad, cuando en la plaza de Tiananmen se desarrollaba una crisis mucho más grave. No podía dejar de pensar en Dong Yi y Lan y de preguntarme por qué había venido ella a Pekín. ¿Les habría sucedido algo a los padres o a la hermana de Dong Yi? ¿Quizá Lan había venido para formar parte de la vida de Dong Yi, sobre todo en aquel momento tan malo, para demostrarle que compartía sus ideas y creencias? ¿Había venido Lan a luchar por su esposo?
El hecho de ver a Lan en persona, tan diferente a como yo me la había imaginado, suscitó más preguntas de las que podía soportar. Quería saber quién era ella en realidad, qué pensaba y qué sentía. Lan me había importado muy poco en el pasado. Era informe, vacía, incolora, invisible y carecía de rostro. Era un fantasma. Entonces apareció viva, llena de colorido, respirando y sonriendo. Quería saberlo todo sobre Lan, hablar con ella y oírla hablar. Quería descubrir la verdad sobre ella, no sólo lo que Dong Yi me había contado. Quería saber el significado real de su relación.
Y mientras aquellos confusos pensamientos ocupaban mi mente, las piernas me alejaban lentamente de la multitud y de las tensiones del Triángulo y me llevaban hacia el lago Weiming. Frente a la biblioteca había pequeños grupos dispersos de estudiantes que hablaban en voz baja o leían, en tanto que una pareja parecía tener una discusión.
Por el sinuoso sendero que pasaba por detrás del edificio de biología con tejado en voladizo, se me unieron otras personas, la mayoría parejas. A menos de ochocientos metros del Triángulo, el lago Weiming era otro mundo, pacífico y delicado. Los grandes acontecimientos de los últimos días parecían haber pasado de largo el lago, sin que éste se viera afectado en cuanto refugio para enamorados y amigos. Atravesé la puerta de piedra roja y me dirigí a la orilla rocosa. Allí, desde un banco vacío bajo un sauce llorón, se veían las tranquilas aguas azules. El crepúsculo de colores suaves proyectaba sombras alargadas sobre el lago.
Me pregunté qué estarían haciendo Dong Yi y Lan. ¿Estaban cenando en el Yanchun Garden, el restaurante del campus no muy lejos de la residencia de Dong Yi al que solíamos ir los dos? ¿O estaban en uno de aquellos pequeños restaurantes familiares que bordeaban la concurrida calle Haidian, al otro lado de la puerta sur? ¿De qué estarían hablando? Después de cenar, ¿irían a escuchar la transmisión de la emisora estudiantil, tal como pensábamos hacer Dong Yi y yo? Poco a poco mi ira fue en aumento, no hacia Dong Yi y Lan, sino hacia mí misma. Me di cuenta de lo mediocre que era. Porque cuanto yo pensaba que eran las cosas especiales que compartía con Dong Yi, el ajetreo de la vida en la ciudad, nuestro amor por las palabras, las llamadas conversaciones intelectuales, nuestras ideas sobre el futuro, el Movimiento Estudiantil… de pronto lo vi todo como lo que era: la moneda corriente de cualquier relación. Allí no había nada de especial, Lan podía encajar sin dificultad. Y estar sentado junto a ella debía de alimentarle el ego a Dong Yi; sencillamente, era la mujer más sensual que había visto nunca. ¿Qué ocurriría en días venideros? ¿Cuándo volvería a ver a Dong Yi? ¿Qué noticias traería la siguiente vez que nos encontráramos?
Mientras pensaba en los lejanos días que estaban por venir, el día propiamente dicho tocó a su fin. Las farolas alumbraban alrededor del lago y el suave viento de la tarde se volvía másfuerte y frío. Ya no veía a los desconocidos que también habían acudido al lago. Quizá se hubieran marchado hacía mucho o habían desaparecido en el bosque que había en la ladera de la colina a mi espalda. De pronto se me ocurrió que Dong Yi y Lan podrían venir al lago. Me levanté de un salto, eché un vistazo a mi alrededor, inquieta, y empecé a alejarme. No quería volver a verlos juntos, al menos no tan pronto e, indudablemente, no allí. Pero, al tiempo que caminaba rápidamente por el sendero, no podía apartar ciertas imágenes de mi cabeza. No dejaba de imaginármelos juntos, de una manera íntima, de una manera en que Dong Yi y yo nunca habíamos estado. Al final conseguí librarme de aquellas imágenes.
Pero lo que no podía quitarme de la cabeza era la imagen de los grandes ojos castaños de Lan brillando de deseo. Me miraba directamente. Desde detrás de los árboles a mi derecha, el viento arreció de un modo que me heló los huesos. Me volví con brusquedad; la senda que descendía hasta la orilla del lago estaba vacía. Volví a girarme; por delante de mí, el camino que torcía en el edificio de biología también estaba vacío.
Bajé la colina casi corriendo. Cuando estaba a punto de salir a la plaza intensamente iluminada que había frente a la biblioteca, me detuve y contemplé el camino a mis espaldas, eclipsado entonces por las sombras. Allí volví a ver a Lan, con una sonrisa victoriosa en el rostro.
– Tienes razón, no puedo ganar -le dije, y luego corrí hacia la luz, el ruido y la realidad sin volver a mirar atrás.
El Triángulo todavía estaba lleno de gente, algunos escuchaban con atención el debate en la emisora, otros discutían. En comparación con unos días antes, había más hombres y mujeres de mediana edad codo con codo con los jóvenes. Algunos de ellos eran profesores y administradores de la universidad, mientras que muchos otros eran personas que vivían en el lugar, ciudadanos que se habían sumado más recientemente a la multitud del Triángulo en busca de noticias fidedignas sobre la batalla a vida o muerte que se libraba en la plaza de Tiananmen.
Me abrí camino por entre el gentío, pasando por entre las hileras de carteles.
Al doblar la esquina, alcé la mirada. En la ventana de la esquina del primer piso del Edificio para el Joven Profesorado había luz. En una noche como aquélla, la ventana tenuemente iluminada era como un faro en medio de una tormenta.
– ¡Mira quién está aquí! -exclamó Eimin al abrir la puerta. A juzgar por el tono de su voz, mi visita era una agradable sorpresa.
Sonreí y entré en su diminuto mundo. El escritorio estaba lleno de libros y papeles. «¿Cómo puede seguir escribiendo su libro mientras debajo de su ventana el mundo está patas arriba?», me maravillé. Pero decidí no preguntar, estaba demasiado trastornada. «¿Quién soy yo para juzgar a nadie?», pensé, y de nuevo mi mente regresó con Lan y Dong Yi.
Me acerqué al escritorio, dejando a Eimin de pie a mis espaldas, sonriendo. Me incliné para mirar por la ventana la silueta del gran álamo temblón contra el cielo oscuro y despejado. Pensé que debía de estar preguntándose por qué había ido a verle de pronto a aquellas horas de la noche, pero yo no dije nada. En aquel momento no me preocupaba gran cosa lo que él pensara.
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