Diario
sin nombre
© del texto: Carmen Galvañ Bernabé
© de las ilustraciones: Sergi Ferrando Altur
© diseño de cubierta: Equipo Mirahadas
© corrección del texto: Equipo Mirahadas
© de esta edición:
Editorial Mirahadas, 2022
Avda. San Francisco Javier, 9, 6ª, 24
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Tlfns: 912.665.684
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Producción del ePub: booqlab
Primera edición: enero, 2022
ISBN: 978-84-19106-82-7
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra»
Carmen Galvañ Bernabé
La vida es como el mar, inmensa, enigmática, mágica e impredecible, por ello esta novela está dedicada a todos aquellos que me acompañan en este mar agitado llamado vida. A mi guía, mi capitana de barco, mi madre. A mi faro, quienes iluminan mis sueños, mis yayos. Al más poderoso amante del mar, mi padre. Y a mi infatigable amiga de aventuras, parte de mi familia ya, quien no duda en acompañarme en cada uno de mis sueños, Clarisse.
Yo, marinero, en la ribera mía, posada sobre un cano y dulce río que da su brazo a un mar de Andalucía, sueño en ser almirante de navío, para partir el lomo de los mares, al sol ardiente y a la luna fría.
Rafael ALBERTI. Marinero en tierra.
Nota de la autora Nota de la autora A los queridos lectores de esta novela donde se entrelazan historias y personajes reales con las vidas de mujeres y hombres que, aunque transitan únicamente por mi imaginación tal vez sí existieron en ese todavía cercano y convulso siglo XX, espero hallen en estas páginas los profundos sentimientos de unos personajes que sufrieron y padecieron en una época de cambio y represión al mismo tiempo. Deseo que logren perderse en esa línea difusa que une el mar y el cielo, refugiados por la arena de las playas de Málaga. A los lectores malagueños, espero haber reflejado vuestra ciudad con la magia y pasión que ella me transmitió la primera vez que transité por sus calles y a todos los que no conozcan Málaga les animo a perderse por ella mientras encuentran el sentido a este DIARIO SIN NOMBRE que navega entre mi imaginación y la poderosa historia marítima de la Farola del Mar.
PRIMERA PARTE PRIMERA PARTE
SEGUNDO PREMIO DEL XXXI PRIMERA PARTE
CERTAMEN DE NOVELA CORTA CALAMONTE JOVEN PRIMERA PARTE
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
SEGUNDA PARTE
DIARIO SIN NOMBRE
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
TERCERA PARTE
EPÍLOGO
I
II
III
IV
A los queridos lectores de esta novela donde se entrelazan historias y personajes reales con las vidas de mujeres y hombres que, aunque transitan únicamente por mi imaginación tal vez sí existieron en ese todavía cercano y convulso siglo XX, espero hallen en estas páginas los profundos sentimientos de unos personajes que sufrieron y padecieron en una época de cambio y represión al mismo tiempo. Deseo que logren perderse en esa línea difusa que une el mar y el cielo, refugiados por la arena de las playas de Málaga.
A los lectores malagueños, espero haber reflejado vuestra ciudad con la magia y pasión que ella me transmitió la primera vez que transité por sus calles y a todos los que no conozcan Málaga les animo a perderse por ella mientras encuentran el sentido a este DIARIO SIN NOMBRE que navega entre mi imaginación y la poderosa historia marítima de la Farola del Mar.
PRIMERA PARTE
I
Viernes, 15 de septiembre de 1911
A yer desembarqué en el puerto de Málaga. Llevo más de un año huyendo de mi país, Irlanda del Norte. He cruzado mares embravecidos en la más plena oscuridad de las noches sin luna y todo por encontrar un nuevo comienzo para mi vida.
Tengo veintiocho años, nací en Belfast, en una acomodada familia burguesa de padre irlandés y madre italiana. Pero la mala fortuna hizo que los negocios de mi padre nos llevaran a la ruina. Él acabó en prisión, mi madre trabajando en una insalubre lavandería y mi hermana y yo tuvimos que abandonar los estudios.
No sé por qué he empezado a escribir este diario. Nunca me he detenido a reflexionar en una hoja en blanco sobre lo que me ha ocurrido durante el día. He ido viviendo las horas, atesorando un presente que me era incierto a cada paso que daba. Ayer, con el barco que robé en las costas portuguesas, después de que se hundiese el que me condujo hasta allí desde Irlanda, llegué al puerto de Málaga. Me he convertido en un ladrón y quizás también en un asesino, aunque eso he preferido desconocerlo.
Al bajar del barco —un barco ya viejo y pequeño— el cual he dejado amarrado en una orilla del puerto, sin apenas querer llamar la atención, mis botas chocaron contra las gruesas tapas de un libro. Lo recogí del suelo y limpié el polvo que lo cubría, intentando encontrar el título y el autor de este olvidado tesoro. Le he dado miles de vueltas al libro, lo he observado desde diferentes perspectivas, pero en sus tapas rojas y algo humedecidas por el agua del puerto no hay rastro de inscripción alguna. Al mirar en su interior no he encontrado una novela, ni ninguna obra manuscrita, sino folios completamente en blanco, un diario sin nombre y sin historia.
Así que he decidido rellenar estas hojas huérfanas contando mi propia vida. Siento que este olvidado libro me esperaba, que hay algo de mi historia que merece ser contado, aunque tal vez todavía no haya sucedido.
Hace ocho años encontré un viejo diario sin nombre en uno de los huecos de La Farola de mi Málaga. Estaba cubierto de piedras, piedras tan bien colocadas que servían de asiento para todo aquel que decidiese descansar a contemplar las vistas del puerto o de la poderosa Alcazaba desde la lejanía. Nadie buscaba debajo de estas rocas pintadas de blanco y ahí me incluyo yo. Pero un 15 de septiembre de hace ocho años, mientras observaba cómo los estibadores cargaban y descargaban las mercancías que habían surcado los mares desde tierras lejanas, las piedras blancas que me servían de apoyo se desplomaron, haciendo que yo cayera arrodillado en el suelo. Al mismo tiempo que yo caía una de las grúas que cargaban los buques giró sin control, derribando uno de los contenedores con mercancías. Yo quedé mirando durante esos desagradables instantes dónde caía ese gigantesco contenedor, pero por suerte los estibadores supieron cómo agarrarlo con unos tirantes para que ninguno de los transeúntes del puerto saliera herido de aquella situación. El paseo marítimo estaba rodeado de gente, pero nadie se detenía a mirar más allá de los comercios que lo rodean, aunque, en verdad, muchos de los objetos que allí se venden han estado antes encerrados en esos gigantescos contenedores metálicos.
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