Diane Liang - El Lago Sin Nombre

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Cuando los tanques entran en la plaza de Tiananmen, la vida de Diane Wei Liang cambia para siempre. Estudiante de la Universidad de Pekín, ella y su amigo Dong Yi participan en una demostración pacífica que provoca la respuesta sangrienta y dura del gobierno chino. La condena política en todo el mundo no cambia el hecho de que esta terrible masacre ocurrió ante los ojos de millones de personas.
Los dramáticos acontecimientos del 4 de junio de 1989 pusieron fin a los sueños de una vida mejor, de democracia, libertad… y de amor de muchos jóvenes, chinos. Entre ellos, Diane y Dong Yi, que deben huir de Pekin y no vuelven a verse.
Siete años más tarde, Diane regresa a su país natal para tratar de encontrarlo. Entonces recuerda su infancia y juventud, sus años universitarios y aquellos trágicos sucesos.
El lago sin nombre es el relato de Diane que fue testigo de aquel traumático periodo. Nos presenta un viaje personal a su propio pasado, una historia de amor, así como un testimonio político que nos lleva desde la Revolución Cultural hasta un momento determinante en la historia reciente de China.

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El Grupo en Huelga de Hambre de la Universidad de Pekín, que había aumentado hasta contar con casi quinientas personas, era, con mucho, el más numeroso. Dong Yi encontró al grupo de alumnos de su departamento. Le ayudé a repartir las bebidas y observé cómo se dirigía en voz baja a los huelguistas que conocía, preguntándoles qué tal lo estaban soportando y si necesitaban algo, como, mantas para pasar la noche. Hasta entonces, nadie había pensado que la huelga de hambre tuviera que prolongarse mucho más tiempo. Por el contrario, los estudiantes tenían la confianza de que el gobierno no tardaría en ceder.

Cuando terminamos de distribuir las bebidas, Dong Yi se quedó con los alumnos del departamento de física. Yo fui a buscar a Cao Gu Ran. Unos metros más allá encontré al grupo de nueve huelguistas del departamento de psicología. Casi todos ellos eran estudiantes de primer y segundo años a los que sólo conocía de vista. Pero no encontré a Cao Gu Ran ni allí ni en ninguna otra parte.

– ¿Habéis visto a Cao Gu Ran? -pregunté.

– Se desmayó y lo llevaron en seguida al centro de urgencias -contestó uno de los jóvenes del departamento de psicología.

Al momento empecé a preocuparme. Me pasaron por la cabeza unos pensamientos horrorosos.

De pronto oí la voz de Dong Yi:

– ¡Aquí hay uno que se ha desmayado!

Al levantar la vista vi que pasaban corriendo dos miembros del personal de primeros auxilios ataviados con batas blancas. En seguida se oyó el aullido de la sirena de la ambulancia y subieron a ella al joven a toda prisa. La Cruz Roja y el gobierno de Pekín habían organizado ambulancias para transportar a los huelguistas a los centros de urgencias cercanos a la plaza. Pasados unos minutos, la ambulancia se alejó de la plaza a toda velocidad.

Al cabo de media hora volvieron a sonar las sirenas y sacaron de allí a otro huelguista que se había desmayado. Mientras unos manifestantes caían, otros, incluido Cao Gu Ran, regresaban. Había cambiado. Estaba pálido. Caminaba despacio, a veces con paso inseguro, y tenía que apoyarse en dos componentes del personal de primeros auxilios. La banda que llevaba en la cabeza, ahora retorcida y medio doblada, sólo mostraba las palabras «libertad» y «muerte». Se alegró de verme. Se sentó sobre una manta extendida en el suelo y me contó lo sucedido. Se había desmayado por la mañana, en el centro de urgencias le habían dado suero salino y habían dejado que se recuperara durante cuatro horas.

– Ahora ya me encuentro bien -dijo con un hilo de voz.

– Ten cuidado, lo que estás haciendo es peligroso. Podría perjudicarte gravemente la salud -le comenté.

– A mi salud no le va a pasar nada. Recuerda, estoy en forma -replicó tratando de mostrarse alegre.

En aquel momento llegaron a la zona de la huelga de hambre dos profesores del departamento de psicología. El presidente del departamento, el profesor Bai, y la profesora Wang, ambos de poco más de sesenta años, habían recorrido en bicicleta todo el camino hasta la plaza para rogarles a sus estudiantes que pensaran en su salud y que volvieran a los campus.

– Míralos -me dijo la profesora Wang, que se puso muy emotiva-. Son demasiado jóvenes para esto, y por supuesto demasiado jóvenes para morir. ¿Qué puedo decirles para que cambien de opinión? Estoy desesperada. Son sólo unos niños…

– Estoy segura de que agradecen su preocupación -contesté-, pero no creo que pueda convencer a ninguno de ellos para que abandone el ayuno.

Cuando Dong Yi y yo regresamos al campus, faltaba poco para la hora de la cena. Ambos estábamos exhaustos, tanto física como psicológicamente. Los pálidos rostros de los manifestantes en huelga de hambre suponían una pesada carga en nuestro pensamiento y nuestra conciencia. Caminamos despacio hacia el Triángulo, uno junto a otro en cómodo silencio, el silencio del entendimiento y la satisfacción mutuos.

En cuanto llegamos al Triángulo, Dong Yi fue al comedor número tres para comprar algo que pudiéramos comer fuera mientras escuchábamos la transmisión de la emisora estudiantil.

Esperé a Dong Yi y a mi cena apoyada en la larga pared. La emisora estudiantil anunció: «Hoy Gorbachov vino de visita a China. Pero tuvieron que darle la bienvenida en el aeropuerto y no en la plaza de Tiananmen, como es la costumbre». La multitud, que se contaba por centenares de personas, gritó y aplaudió con fuerza. «¡Una vez más, le hemos demostrado al gobierno que los estudiantes somos una fuerza que se debe tener en cuenta!»

A continuación, la locutora leyó cartas de apoyo escritas por padres y estudiantes de universidades de toda China e informó de donaciones llegadas del extranjero. «¡Los estudiantes chinos de California nos han dado ocho mil dólares!» Miré hacia el comedor número tres con la esperanza de ver salir a Dong Yi con nuestra cena. Estaba hambrienta y el suave aroma de las lilas en el aire de la noche hacía que lo estuviera aún más. Entonces, saliendo de entre la multitud, vi a una joven sumamente hermosa que parecía estar buscando a alguien. Tenía un rostro perfectamente equilibrado, grandes ojos castaños, labios carnosos y una piel blanca y cremosa. Tenía la nariz alta y recta. Su aspecto era juvenil a la vez que maduro. No sólo era guapa, sino también sexy, lo cual era bastante raro en China por aquella época.

Entonces, para mi sorpresa, vi que hablaba con el compañero de habitación de Dong Yi. Antes de que pudiera entender nada, Dong Yi salió del comedor con nuestra cena. Cuando estaba a punto de hacerle señas con la mano, vi que la joven se dirigía corriendo hacia él. Cuando miré el rostro de Dong Yi, me di cuenta inmediatamente de quién era ella. Así fue como vi a Lan por primera y última vez.

No era como me la había imaginado. Aunque tal vez fuera físicamente vulnerable, poseía una fuerza oculta. Los observé mientras se alejaban sonrientes, hablando tal como deben hacerlo marido y mujer. El compañero de habitación de Dong Yi vino a decirme que había surgido algo urgente y Dong Yi se había tenido que marchar. Fingí no haber visto nada y me dirigí, con toda la calma de la que fui capaz, al comedor para comprarme la cena yo misma.

Incluso hoy, cuando me acuerdo de aquellos años en Pekín, es ese momento, más que cualquier otro, el que puedo recordar con total precisión. La forma en que se encontraron sus miradas y cómo el rostro de Lan se iluminó, la forma en que corrieron el uno hacia el otro y cómo iban abrazados mientras caminaban alejándose. Mi corazón dejó de latir, no podía respirar, me sentí como si ya no estuviera viva.

Supe que no podía competir con ella. Era hermosa y sexy; cualquier hombre querría estar con ella. ¿Cómo se me ocurrió pensar que podía quitarle a Dong Yi? No era de extrañar que Dong Yi no pudiera llevar a cabo el divorcio.

Mi sueño había quedado hecho pedazos; mi futuro era sombrío. Me di cuenta de ello con la misma claridad con que vi el fuego que se ocultaba tras aquellos grandes y preciosos ojos castaños. ¿Le habría dicho algo el compañero de habitación de Dong Yi? ¿Le dijo quién era yo? Aquellas miradas y aquel fuego, ¿iban dirigidos a mí?

Dentro del comedor hice las colas pertinentes y me compré algo de comer, no tenía ni idea de qué, y me senté en una de las mesas largas. Hacía rato que se habían ido, pero yo aún veía su cara, su rostro encendido y aquellos labios sensuales que se entreabrieron levemente al ver a Dong Yi. Aquellas imágenes se repetían en mi mente, una y otra vez, como una película, unos cuantos fotogramas a cámara lenta, dependiendo de la manera en que mi pánico, mi furia o mi tristeza influían en ellos. Estoy segura de que aquella noche había mucho ruido en el comedor, igual que cualquier otro día a la hora de la cena, pero yo no oía otra cosa que no fueran mis propios pensamientos.

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