Mingliaotsé sigue alegremente al joven, y cuando llega, ve a seis o siete estudiosos como él, todos guapos y jóvenes. El primer joven le presenta a los demás con una sonrisa: -Amigos míos: esta es una fiesta de primavera entre nosotros. Acabo de ver a este caballero taoísta en el camino, y advertí que no era vulgar, y por lo tanto propongo que compartamos nuestras copas con él. ¿Qué os parece?
– ¡Bien! -responden todos.
Entonces todos vuelven a ocupar sus asientos en orden y Mingliaotsé se sienta al extremo de la mesa. Cuando se ha servido vino suficiente y todos se sienten mareados y felices, la conversación se hace más y más brillante, y los comensales cambian ingeniosas ocurrencias acerca de la nobleza y de la demás gente. Algunos declaman poemas para celebrar la primavera, otros entonan la canción de recoger flores, algunos discuten la política de la corte, y otros dicen del escondido encanto de bosques y colinas. Se entabla una excitante conversación en que cada uno trata de superar a los otros, en tanto que el taoísta se ocupa solamente en masticar su arroz. El primero de los mozos mira varias veces a Mingliaotsé en medio de esta confusa conversación y dice:
– Debemos oír algo de este maestro taoísta, también. Y Mingliaotsé responde:
– Pero, si estoy gozando las muchas cosas bellas y sabias que todos vosotros habéis estado diciendo, y no he podido comprenderlas todas. ¿Cómo puedo contribuir en nada a vuestra conversación?
Al cabo de un rato, los comensales se levantan a caminar por los arrozales; algunos recogen flores y otros arrancan ramas de sauce que se cruzan en el camino. Está el lugar lleno de bellezas, y por donde vuelva uno los ojos ve hermosas peonías y miwa ( [64]). Pero Mingliaotsé camina solo por un sendero y vuelve después de un largo rato.
– ¿Por qué ha ido solo? -pregunta el caballero.
– Fuí con dos naranjas y un galón de vino a escuchar las oropéndolas -responde Mingliaotsé.
– Es un hombre en verdad extraordinario, por la forma en que habla -dice uno de los caballeros, y Mingliaotsé responde con una frase cortés relativa a su falta de méritos.
Vuelven a sentarse los comensales, y dice uno:
– No estaría bien que volviéramos a casa de una fiesta así sin escribir algunos poemas. Y otro expresa su aprobación. Pronto termina una persona su poema, el primero, que dice:
Ebrios están los sauces con la ambiente bruma,
Y las flores de durazno brillantes de rocío.
No temas si vacías tu fragante copa;
Pues hay una taberna allende el claro río.
Otrotermina su poema, que dice:
Comparte mi cocina de la montaña el aire;
Mi torre húmeda de espuma está.
Si no bebes hoy, en primavera,
Pronto el viento invernal llegará.
Cuando otras personas han contribuido con sus versos, se invita a Mingliaotsé a que haga lo mismo. Se pone de pie, y después de algunas expresiones de modestia, ante la insistencia de los amigos, canta:
Camino por la arenosa orilla,
Donde hay nubes doradas, agua de cristal;
Ladran sorprendidos los mastines de las hadas…
Yo entro y me pierdo en medio del peral. ( [65])
Sorprendidos por este poema, los comensales se levantan de sus asientos y hacen honda reverencia a Mingliaotsé.
– ¡Ah! ¡Ah! ¡Escuchar tan celestiales palabras a un monje! ¡Ya sabíamos que era una persona extraordinaria! Y todos se acercan a preguntarle nombre y apellido, pero Mingliaotsé sonríe, sin responder. Como insisten, Mingliaotsé dice;
– ¿Para qué queréis saber mi nombre? Soy apenas una rústica persona que ambula entre nubes y aguas, y con una sonrisa nos hemos conocido. Podéis llamarme "El Hombre Rústico de las Nubes y las Aguas".
Esto intriga aun más a los comensales, que expresan su deseo de invitarle a que vaya a la ciudad con ellos.
– No soy más que un pobre monje que goza un viaje de vagabundo, y el mundo entero es mi hogar -responde Mingliaotsé con una sonrisa-. Pero, como sois tan bondadosos, os acompañaré.
Vuelven juntos a la ciudad, y Mingliaotsé vive por turno en la casa de cada uno. Durante los días sucesivos, se encuentra ora en los salones de un hombre rico, ora en un estudio pequeño y escondido, ora en un festín literario y ora contemplando danzas y oyendo canciones, y Mingliaotsé va a todos los lugares donde se le invita. La gente de la ciudad oye hablar del Hombre Rústico de las Nubes y las Aguas, y las personas de actividad social le llenan de invitaciones, y a todas visita él. Cuando le dan bebida, bebe; cuando hablan de poesía y literatura, habla de poesía y literatura; cuando salen en excursión, va con los demás; pero cuando le preguntan nombre y apellido, se limita a sonreír sin responder. En su discusión de la poesía y la literatura tiene frases muy cabales sobre los escritores antiguos y modernos, y da un análisis penetrante de sus estilos y formas. A veces debate el orden político de los reyes antiguos y hace comentarios, al pasar, sobre cuestiones corrientes, y encanta aun más a quienes le oyen, por sus agudezas.
Especialmente versado es en la enseñanza del taoísmo con respecto a "nutrir el espíritu". A veces, cuando contempla danzas y cantos que lindan con lo impúdico y los demás placen bromas obscenas para descubrir su actitud sobre estas prosas, parece que Mingliaotsé gozara de ellas, como los sabios románticos. Pero cuando se trata de extinguir los cirios y el huésped le pide que se quede con alguna moza, y cuando la fiesta se convierte en un desorden, se yergue en su asiento con austera prestancia y nadie puede sacar nada de él. Cuando duerme un poco durante la noche pide un cojín de paja al huésped y se sienta en él con las piernas cruzadas, y se limita a dormitar cuando está cansado. Por esta razón crece a su torno laadmiración y la extrañeza.
Después de más de un mes de permanencia en la ciudad, se despide repentinamente un día, contra los ruegos persistentes de los demás. Sus amigos le dan dinero y ropas de regalo, y le escriben poemas de despedida. En la fiesta final, todos los caballeros quieren despedirle; tristemente, le tienen de las manos y algunos vierten lágrimas. Mingliaotsé llega a la puerta exterior de la ciudad y, después de reservar cien monedas para sí, distribuye entre los pobres los regalos de los caballeros y se marcha. Cuando se enteran sus amigos, suspiran y se extrañan aun más, pues no saben qué creer de él.
e) filosofía DE LA FUGA.
Mingliaotsé sigue luego su sendero de montaña, y se encuentra en hondas, rugosas montañas. Miles de viejos árboles, cubiertos de enredaderas, tienden su profunda sombra de modo que quien camina por debajo no alcanza a ver el cielo. No hay traza de habitación humana, y no se avista siquiera un leñador o un pastor. Sólo escucha Mingliaotsé los gritos de las aves y los monos a su alrededor, y una ráfaga de viento infernalmente frío le hace temblar. Mingliaotsé sigue con su amigo un largo rato, hasta que de pronto ven un anciano de frente majestuosa y rostro delicado y verdes venas que resaltan en la esfera de los ojos. Le cae la cabellera hasta los hombros, y está sentado en una roca, rodeadas las rodillas con los brazos. Mingliaotsé se adelanta y hace una reverencia. El anciano se pone de pie y le mira fijamente un rato, pero no dice una palabra. Caído de rodillas, Mingliaotsé le habla:
– ¿Es, Padre, una persona extraordinaria quien ha logrado el Tao? ¿Cómo, si no, puedo encontrar el sonido de las pisadas en esta honda soledad de la montaña? Tu discípulo ha amado siempre el Tao, y en la edad madura no lo ha encontrado todavía. Me entristece la vanidad de esta vida que arde rápidamente como la chispa de un pedernal, o como aceite en una sartén. ¿Quieres apiadarte de mí y dispersar mi ignorancia?
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