Annie se quedó boquiabierta.
– ¿De verdad?
– De verdad, pero sólo si tú practicas todos los días para que, cuando vengas la próxima semana, yo vea alguna mejora.
– ¡Prometido! -exclamó la niña, sonriendo por primera vez en casi una hora-. Verás cuando se lo diga a Mary Ellen. Es mi mejor amiga.
– Pues te quedan quince minutos antes de que se lo puedas decir -dijo Vanessa. Se puso de pie muy satisfecha consigo misma-. Ahora, ¿por qué no vuelves a tocar esa canción?
La niña torció el gesto por la concentración y empezó a tocar. Mientras tanto, Vanessa pensaba que, con una pequeña recompensa, se podía llegar muy lejos.
Una hora más tarde, aún estaba congratulándose. Parecía que, después de todo, darle clases a la niña podría ser divertido. Así podía disfrutar también de la música popular, que tanto le gustaba.
Más tarde, en su dormitorio, Vanessa acarició con el dedo el joyero de Limoges que su madre le había regalado. La situación estaba cambiando mucho más rápido de lo que había esperado. Su madre no era la mujer que había esperado encontrar. Era mucho más humana. Aquella casa seguía siendo su hogar y sus amigos eran aún sus amigos.
Y Brady seguía siendo Brady.
Quería estar con él, dejar que su nombre estuviera vinculado al de él como lo había estado en el pasado. Con dieciséis años se había mostrado muy segura. En aquellos momentos, a pesar de que era toda una mujer, tenía miedo de cometer un error, de sufrir, de perder.
Comprendía que la gente no podía retomar el pasado por donde lo habían dejado. Ella no podía volver a empezar cuando aún tenía que resolver el pasado.
Se tomó su tiempo para vestirse para la cena familiar. Iba a ser una ocasión festiva, por lo que estaba decidida a formar parte de ella. Se puso un vestido azul muy sencillo, que llevaba unas cuentas multicolores sobre un hombro. Se dejó el cabello suelto y se colocó unos pendientes de zafiros.
Antes de cerrar el joyero, sacó un anillo con una pequeña esmeralda. Incapaz de resistirse, se lo puso también. Aún le servía. Sonrió al vérselo en el dedo. Entonces, sacudió la cabeza y se lo quitó. Aquélla era la clase de sentimiento que tenía que aprender a evitar, en particular si tenía que pasar aquella velada en compañía de Brady.
Iban a ser amigos. Sólo amigos. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había podido abandonar al lujo de la amistad. Si se sentía aún atraída hacia él… Bueno, aquello añadiría tan sólo una pequeña excitación a sus encuentros. No podía arriesgar su corazón. Ni el de él.
Se apretó una mano contra el estómago maldiciendo la incomodidad que sentía. Sacó del cajón una caja nueva de antiácidos y se tomó uno. Por muy festiva que fuera a ser la noche, resultaría algo estresante.
Tras comprobar el reloj, salió del dormitorio y bajó la escalera. Vanessa Sexton nunca llegaba tarde a una actuación.
– Vaya, vaya -dijo Brady desde el vestíbulo-. Sigues siendo la sexy Vanessa Sexton.
«Justo lo que necesitaba», pensó ella. Los músculos del estómago se le tensaron un poco más. ¿Por qué tenía que estar tan guapo? Miró la puerta abierta y luego lo observó a él.
– Llevas puesto un traje.
– Eso parece -comentó él.
– Nunca te había visto con traje. ¿Por qué no estás ya en casa de Joanie?
– Porque voy a llevarte allí.
– Es una tontería. Yo tengo mi propio…
– Cállate -le ordenó él. Entonces, la agarró por los hombros y le dio un beso-. Cada vez que te beso sabes mejor.
– Mira, Brady -repuso ella, cuando consiguió que su corazón se tranquilizara-, creo que vamos a tener que establecer unas reglas básicas…
– Odio las reglas…
Volvió a besarla. Aquella vez se tomó un poco más de tiempo.
– Me va a encantar estar emparentado contigo -comentó, con una sonrisa-. Hermanita…
– Pues no te estás comportando como un hermano.
– Ya empezaré a darte órdenes más tarde. ¿Qué te parece lo de la boda?
– Siempre he apreciado mucho a tu padre.
– ¿Y?
– Y espero que no sea tan dura de corazón como para negarle a mi madre la felicidad de la que puede disfrutar a su lado.
– Con eso vale por el momento -afirmó él. Entonces, entornó los ojos cuando vio que ella se frotaba las sienes-. ¿Te duele la cabeza?
– Un poco.
– ¿Te has tomado algo?
– No, ya se me pasará. ¿Nos vamos?
– De acuerdo -contestó Brady. La tomó de la mano para acompañarla al exterior-. Estaba pensando… ¿por que no vamos al Molly's Hole como solíamos hacer entonces?
– Veo que sigues pensando en lo mismo -comentó ella, riendo.
– ¿Es eso un sí?
– Es un «lo pensaré».
– Tonta -bromeó él mientras le abría la puerta del coche.
Diez minutos más tarde, Joanie salía por la puerta principal de su casa para darles la bienvenida.
– ¿No te parece estupendo? -exclamó-. ¡A mí me parece increíble! Ahora sí que vamos a ser hermanas, Vanessa. ¡Me alegro tanto por ellos, por nosotras! -añadió, abrazando con fuerza a su amiga.
– ¡Eh! -protestó Brady-. ¿Y yo? ¿A mí ni siquiera me vas a decir hola?
– Oh, hola Brady -dijo Joanie. Al ver la mirada que su hermano le dedicaba, se echó a reír y se abalanzó sobre él-. ¡Vaya! ¡Pero si te has puesto un traje y todo!
– He hecho lo que me han dicho. Papá me pidió que viniera elegante.
– Y lo estás. Los dos lo estáis. ¡Dios mío, Vanessa! ¿Dónde has comprado ese vestido? Es fabuloso. Yo sería capaz de matar por poder meter mis caderas en algo como eso. Bueno, no os quedéis aquí. Vamos dentro. Tenemos un montón de comida, de champán… De todo.
– Es una anfitriona estupenda, ¿verdad? -comentó Brady mientras Joanie entraba en el interior de la casa llamando a gritos a su esposo.
Joanie no había exagerado con lo de la comida. Había un enorme jamón caramelizado, con una montaña de patatas asadas, una amplia selección de verduras y panecillos caseros. El aroma del pastel de manzana flotaba en el aire. El aire festivo que había en la casa se acentuaba con las velas y el brillo de las copas de cristal.
Vanessa oyó que su madre reía más libre y más abiertamente de lo que recordaba nunca. Además, estaba encantadora. Comprendió que aquello era la felicidad. Por mucho que se esforzaba en recordar, no conseguía vislumbrar ninguna imagen de su madre con un aspecto verdaderamente feliz.
Mientras todos cenaban, ella comió muy poco. Estaba segura de que, en medio de aquella confusión, nadie se daría cuenta de lo poco que ella comía. Sin embargo, cuando vio que Brady la estaba observando, se obligó a tomar otro bocado.
– Creo que la ocasión requiere un brindis -anunció el propio Brady poniéndose de pie. Rápidamente miró a Lara-.Tú tendrás que esperar tu turno -le dijo a la pequeña-. Por mi padre, que ha resultado ser más listo de lo que yo me había imaginado. Y por su hermosa futura esposa, que solía mirar al otro lado cuando yo me metía en su jardín para estar con su hija -concluyó, entre las risas de los demás. Todos golpearon las copas.
– ¿Le apetece postre a alguien? -preguntó Joanie. Todos respondieron con gemidos de protesta-. Muy bien, lo dejaremos por el momento. Jack, tú ayúdame a recoger la mesa. Ni hablar -añadió cuando vio que Loretta se ponía en pie para ayudar-. La invitada de honor no recoge los platos.
– No seas tonta…
– Lo digo en serio.
– Muy bien. Entonces, limpiaré a Lara.
– Está bien. Mi padre y tú podéis mimarla todo lo que queráis hasta que hayamos terminado. Tú tampoco -replicó, cuando Vanessa empezó a levantarse-. No voy a consentir que friegues los platos en la primera noche que pasas en mi casa.
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