– Siempre ha sido muy mandona -comentó Brady, cuando su hermana se marchó a la cocina-. ¿Te gustaría ir al salón? Podemos poner algo de música.
– En realidad, preferiría tomar un poco de aire fresco.
– Bien. No hay nada que me guste más que dar un paseo al atardecer con una hermosa mujer -dijo Brady. Le dedicó una picara sonrisa y extendió la mano.
La noche era templada y olía a lluvia. Los lilos habían florecido y su aroma flotaba como un elegante susurro en el aire. Al oeste, el sol se hundía en las montañas en medio de llamaradas rojizas. Rodearon la casa y se dirigieron hacia un campo de heno.
– Me he enterado de que tienes una alumna.
– Veo que la señora Driscoll hace correr muy rápidamente las noticias.
– En realidad me lo contó John Cory mientras le ponía la vacuna del tétanos. A él se lo había dicho Bill Crampton, que es hermano del padre de Annie. Tiene una tienda de reparaciones en su garaje. Todos los hombres se reúnen allí para contar mentiras y quejarse de sus esposas.
A pesar de las molestias que tenía, Vanessa se echó a reír.
– Al menos resulta tranquilizador saber que radio chismes sigue funcionando.
– ¿Cómo fue la clase?
– Tiene… posibilidades.
– ¿Cómo se siente uno al estar al otro lado?
– Muy rara. Le prometí que la enseñaría a tocar música rock.
– ¿Tú?
– La música es música -replicó Vanessa.
– Si tú lo dices…
Brady le colocó un dedo bajo el lóbulo de la oreja para poder observar el brillo del pendiente con la última luz del atardecer, aunque también para poder tocarla.
– Ya me imagino a Vanessa Sexton tocando el teclado de un grupo heavy metal -añadió-. ¿Crees que podrías ponerte uno de esos corsés metálicos o como se llamen?
– No, no podría, se llamen como se llamen. Si has venido a acompañarme para burlarte de mí, prefiero pasear sola.
– Está bien…
Brady le había rodeado los hombros con el brazo. Le agradaba el hecho de que aún se notara el aroma de su champú en el cabello de Vanessa. Se preguntó si alguno de los hombres con los que la había visto en periódicos y revistas se había sentido de aquel mismo modo.
– Me cae muy bien Jack -dijo ella.
– A mí también.
– Joanie parece muy feliz aquí, en la granja, con su familia. A menudo he pensado en ella.
– ¿Has pensado alguna vez en mí? Después de que te marcharas, de que te convirtieras en alguien importante, ¿pensaste alguna vez en mí?
– Supongo que sí -contestó ella, sin mirarlo.
– Yo no hacía más que esperar que me escribieras.
– El tiempo fue pasando, Brady. Al principio, me sentía demasiado furiosa y herida. Contigo y con mi madre. Me llevó muchos años perdonarte por haberme dejado plantada la noche del baile.
– Yo no te dejé plantada -replicó él-. Mira, es una tontería y ocurrió hace mucho tiempo, pero estoy cansado de cargar con la culpa.
– ¿De qué estás hablando?
– Yo no te dejé plantada, maldita sea. Había alquilado mi primer esmoquin y había comprado por primera vez un adorno de flores para una chica. Supongo que estaba tan emocionado con aquella noche como tú.
– Entonces, ¿por qué te estuve esperando dos horas y media en mi habitación, ataviada con mi vestido nuevo?
– Aquella noche me arrestaron -confesó él.
– ¿Cómo dices?
– Fue un error, pero, para cuando conseguí aclararlo todo, era demasiado tarde para ir a darte explicaciones. No tenían nada importante contra mí, pero yo tampoco había sido un santo hasta entonces.
– ¿Por qué te arrestaron?
– Por violación de una menor. Yo tenía más de dieciocho años. Tú no.
– Eso es ridículo. Nosotros nunca…
– Sí -dijo él, con cierto arrepentimiento-. Nunca.
– Brady, eso es una estupidez. Aunque hubiéramos tenido relaciones íntimas, en ningún caso habría sido violación. Tú sólo tenías dos años más que yo y nos queríamos.
– Ése era precisamente el problema.
– Lo siento mucho -declaró ella. Se llevó una mano al estómago. El dolor era casi insoportable-. ¡Qué mal debiste de sentirte! ¡Y también tus padres! Nadie debería pasar por algo tan horrible. ¿Quién querría que te arrestaran? -le preguntó. Al ver el gesto que Brady tenía en el rostro, supo inmediatamente la respuesta-. ¡Oh, no! ¡Dios!
– Estaba completamente seguro de que yo me había aprovechado de ti y de que te arruinaría la vida. Tal y como me explicó la situación, iba a ocuparse de que yo pagara por lo primero e iba a hacer lo necesario para evitar lo segundo.
– Me lo podría haber preguntado a mí -susurró ella-. Por una vez en la vida, me lo podría haber preguntado a mí… Es culpa mía…
– No digas tonterías…
– No son tonterías. Es culpa mía porque yo nunca le hice comprender lo que sentía. Ni sobre ti ni sobre nada. No hay nada que yo pueda decir para compensarte por lo que él hizo -musitó, mirándolo.
– No tienes que decir nada -le aseguró Brady tras colocarle las manos sobre los hombros-. Tú eras tan inocente como yo, Van. Nunca hablamos de esto porque, durante algunos días, yo estaba demasiado furioso como para intentarlo y tú demasiado enojada como para preguntar. Después, te marchaste.
– No sé qué decir -murmuró, con los ojos llenos de lágrimas-. Debiste de sentir mucho miedo.
– Un poco. Nunca me acusaron formalmente, sino que se limitaron a detenerme para interrogarme. Supongo que te acordarás del sheriff Grody. No sentía ninguna simpatía por mí. Más tarde, comprendí que simplemente estaba aprovechando la oportunidad para hacerme sudar un poco. Otra persona hubiera manejado el asunto de un modo muy diferente. Además, aquella noche ocurrió algo más, algo que ayudó a equilibrar la balanza un poco. Mi padre se puso de mi lado. Yo nunca me habría imaginado que me apoyaría de ese modo, sin preguntas, sin dudas. Simplemente me dio su apoyo total. Supongo que eso cambió mi vida.
– Mi padre sabía lo mucho que aquella noche significaba para mí -dijo Vanessa-. Lo mucho que tú significabas para mí. Toda mi vida había hecho lo que él quería… excepto en lo que se refería a ti. Se encargó de ocuparse también de eso.
– Todo esto ocurrió hace mucho tiempo, Van…
– Yo no creo que pueda…
Una exclamación ahogada de dolor interrumpió sus palabras. Alarmado, Brady la giró para tenerla frente a frente.
– Vanessa, ¿qué te pasa?
– No es nada… -susurró. Desgraciadamente, la segunda oleada vino demasiado fuerte, demasiado rápidamente y la hizo doblarse en dos. Con rapidez, Brady la tomó en brazos y se dirigió directamente hacia la casa- No, no hace falta. Estoy bien. Sólo ha sido un pinchazo.
– Respira lentamente.
– Maldita sea, te he dicho que no es nada. Espero que no vayas a montar una escena -susurró, a duras penas.
– Si tienes lo que creo que tienes, vas a verme montar una buena escena.
Cuando entraron en la cocina, ésta estaba vacía. Brady subió rápidamente las escaleras y tumbó a Vanessa sobre la cama de Joanie. Encendió la lámpara y comprobó que la piel de la joven estaba pálida y sudorosa.
– Quiero que trates de relajarte, Van.
– Estoy bien -respondió ella, a pesar de que el ardor no había pasado-. Sólo es estrés y tal vez un poco de indigestión.
– Eso es lo que vamos a descubrir ahora mismo. Quiero que me digas si te hago daño -dijo, mientras se sentaba a su lado. Muy suavemente, le apretó la parte inferior del abdomen-. ¿Te han operado de apendicitis?
– No.
– ¿Alguna otra cirugía abdominal?
– No.
Brady la miró fijamente a los ojos mientras proseguía con el examen. Cuando apretó justamente debajo del esternón, vio que el dolor se dibujaba en los ojos de Vanessa antes de que ella gritara. Aunque tenía un gesto serio en el rostro, le tomó la mano suavemente.
Читать дальше