No tenía ningún sentido.
Brady siempre la había confundido. Siempre había sido capaz de hacer que ella se olvidara del sentido común. Afortunadamente, su frustración se aplacó un poco por la gratitud que sintió al saber que él la comprendía mejor que ella misma.
Durante todos los años que había pasado lejos de allí, en todas las ciudades en las que había estado, ni uno de los hombres que la habían acompañado la había tentado para que abriera los cerrojos de las defensas que tan fieramente protegían sus sentimientos. Sólo Brady. ¿Qué iba a hacer al respecto?
Estaba casi segura de que si conseguía que las cosas permanecieran como estaban hasta entonces podría marcharse tal y como había llegado cuando fuera el momento. Si era capaz de pensar en él tan sólo como amigo, podría marcharse sin mirar atrás. Sin embargo, si se convertía en su amante, en su primer y único amante, los recuerdos la perseguirían a lo largo de toda la vida.
Con un suspiro, admitió que había más. No quería hacerle daño. Por muy furiosa que le pusiera, por mucho daño que le hiciera, no quería causarle verdadero dolor. Si él había sido lo suficientemente amable como para dejar que se escondiera en su casa durante unas horas, ella le devolvería el favor asegurándose de mantener una distancia razonable entre ambos.
No. No se convertiría en su amante ni en la de ningún otro hombre. Tenía el ejemplo de su madre. Cuando Loretta se echó un amante, arruinó tres vidas. Vanessa sabía que su padre nunca había sido feliz. Sólo había vivido empujado por la amargura y por la obsesión que sentía por la carrera de su hija. Nunca había perdonado a su esposa por aquella traición. ¿Por qué si no había impedido que ella recibiera las cartas que su madre le había escrito? ¿Por qué si no nunca había vuelto a mencionar su nombre?
Cuando el dolor que le corroía el estómago se fue haciendo más agudo, se acurrucó sobre sí misma. De algún modo, trataría de aceptar lo que su madre había hecho y lo que no había hecho. Cerró los ojos y escuchó cómo un búho ululaba en los bosques y el retumbar distante de los truenos en las montañas.
Se despertó al rayar el alba por el sonido de la lluvia sobre el tejado. Aunque se sentía muy cansada, se incorporó y observó la oscuridad.
El perro se había marchado, aunque aún notaba el calor que el cuerpo del animal había dejado sobre las sábanas. Era hora de que ella también se marchara.
La enorme bañera resultaba muy tentadora, pero se recordó que debía ser práctica, por lo que se tomó una ducha. Diez minutos después, bajaba por las escaleras.
Brady estaba tumbado boca abajo, metido aún en el saco de dormir. Con el perro sentado pacientemente al lado, componía una imagen que partía el corazón.
Cuando llegó al pie de las escaleras, Kong comenzó a mover la cola. Ella se llevó un dedo a los labios para advertirle que guardara silencio, pero, evidentemente, el perro no entendía el lenguaje por señas. Lanzó un par de alegres ladridos y empezó a lamerle la cara a Brady. El lanzó una maldición y apartó la cabeza del perro de la suya.
– Vete tú solo a dar un paseo, maldita sea. ¿Es que no sabes reconocer un hombre muerto cuando ves a uno?
Sin darse por aludido, Kong se sentó encima de él.
– Ven aquí, Kong -susurró ella. Se dirigió a la puerta y la abrió.
Encantado de que alguien entendiera sus necesidades, Kong salió correteando al exterior a pesar de la copiosa lluvia. Cuando Vanessa se dio la vuelta, vio que Brady se había incorporado. Con ojos agotados, la observó entre guiños.
– ¿Cómo puede ser que tengas tan buen aspecto?
Vanessa pensó que se podría haber dicho lo mismo sobre él. Tal y como había afirmado, había engordado un poco. Su torso desnudo parecía firme como una roca y mostraba unos hombros esbeltos pero muy musculados. Como los nervios se le estaban exaltando un poco, decidió concentrarse exclusivamente en el rostro. ¿Por qué parecía mucho más atractivo sin afeitar y con el cabello revuelto?
– He utilizado tu ducha. Espero que no te importe -dijo, con una sonrisa-. Te agradezco mucho que me "ayas dejado dormir aquí esta noche, Brady. De verdad. ¿Podría compensarte preparándote una taza de café?
– ¿Cómo de rápido me la puedes preparar?
– Más que el servicio de habitaciones -respondió ella. Se fue directamente a la cocina, donde encontró un recipiente de cristal y un filtro de plástico-. No obstante, creo que esto está un poco por encima de mí.
– Calienta un poco de agua en el hervidor. Yo te indicaré lo que tienes que hacer.
Rápidamente, Vanessa abrió el grifo.
– Siento mucho todo esto -dijo-. Sé que anoche impuse mi presencia y que tú te comportaste…
Se detuvo al ver que Brady se había levantado y que se estaba abrochando los vaqueros a la cintura. La boca se le quedó seca.
– Como un estúpido -dijo Brady, terminando así la frase por ella, mientras se subía la cremallera-. Como un loco.
– No, fuiste muy comprensivo -consiguió decir ella.
– No lo menciones más -comentó Brady. Se dirigía hacia la cocina, hacia ella-. He tenido una noche entera para lamentarlo.
Vanessa levantó una mano para llevarla a la mejilla de Brady, pero la retiró rápidamente cuando vio cómo se le oscurecían los ojos.
– Deberías haberme dicho que me fuera a casa. Fue una tontería por mi parte no hacerlo. Estoy segura de que mi madre está muy preocupada.
– La llamé cuando te fuiste al dormitorio.
– Eres mucho más amable que yo -susurró Vanessa, mirando al suelo.
Brady no quería su gratitud ni su arrepentimiento. Sin poder evitar sentirse enojado, le dio un filtro de papel.
– Coloca esto en el cono de plástico y ponlo todo sobre la cafetera de cristal. Seis cucharadas de café en el filtro. A continuación, vierte por encima el agua hirviendo. ¿Entendido?
– Sí.
– Estupendo. Volveré dentro de un momento.
Mientras Brady subía las escaleras, ella siguió con los preparativos del café. Le encantaba su rico aroma y deseó no haber tenido que dejar de beberlo. La cafeína ya no parecía sentarle bien.
Estaba aún terminando de preparar el café cuando Brady volvió a bajar. Tenía el cabello mojado y a su alrededor flotaba el suave aroma del jabón. Le sonrió.
– Creo que ésa ha sido la ducha más rápida de la historia.
– Aprendí a darme prisa cuando trabajaba en el hospital -respondió. Desgraciadamente para él, también podía oler el aroma del champú en el cabello de Vanessa-. Voy a dar de comer a Kong -añadió bruscamente. Entonces, se marchó.
Cuando regresó, vio que Vanessa estaba mirando el café, que casi había terminado de pasar por el filtro.
– Recuerdo que teníais una de estas cafeteras en casa de tus padres.
– Mi madre siempre hacía café. El mejor.
– Brady, aún no te he dicho lo mucho que lo siento, ¿e lo unido que estabas a tu madre.
– Ella nunca dejó de apoyarme. Probablemente debería haberlo hecho en más de una ocasión, pero nunca lo hizo -afirmó mirando fijamente los ojos de Vanessa-. Supongo que las madres no lo hacen nunca.
Aquellas palabras hicieron que Vanessa se sintiera incómoda. Se dio la vuelta.
– Creo que ya está listo -dijo. Cuando vio que Brady sacaba dos tazas, negó con la cabeza-. No, yo no quiero. Gracias. Lo he dejado.
– Como médico, te diría que has hecho muy bien -comentó él mientras se servía una taza-. Como ser humano, tengo que preguntarte cómo logras funcionar durante el día.
– Sólo empiezo algo más lento -respondió ella, con una sonrisa-. Tengo que marcharme.
Brady se limitó a poner una mano sobre la encimera para bloquearle el paso. La miraba muy fijamente.
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