– ¿Quieres saber por qué hago esto?
Cuando John asintió con la cabeza, el hombre se quitó el abrigo y desabotonó la mitad superior de su camisa. Dejó la cosa abierta, exponiendo su pectoral izquierdo.
Los ojos se pegaron a la circular cicatriz que le era enseñada.
Cuando él se puso la mano sobre su propio pecho, el sudor estalló a través de su frente. Tenía una rara sensación de que algo trascendental se deslizaba en el lugar.
– Eres uno de nosotros, hijo. Es tiempo de que vuelvas a la casa Det. Familia.
John dejó de respirar, un extraño pensamiento se deslizó por su cabeza: Por fin, me han encontrado.
Pero entonces la realidad se le precipitó hacia delante, chupando la alegría de su pecho.
No le pasaban milagros. Su buena suerte se le había secado antes de que hubiera sido consciente de que había tenido alguna. O tal vez era más bien la fortuna la que lo había evitado. En cualquier caso, este hombre vestido de cuero negro, que venía de alguna parte, ofreciéndole una escotilla de salvamento del horrible lugar en el que vivía, era demasiado bueno para ser verdad.
– ¿Quieres más tiempo para pensártelo?
John negó con la cabeza y se distanció, escribiendo, quiero quedarme aquí.
El hombre frunció el ceño cuando leyó las palabras. -Escucha, hijo, estás en un momento peligroso de tu vida.
Vaya mierda. Había invitado al tipo a entrar, sabiendo que nadie vendría en su ayuda si gritara. Sintió su arma.
– Bien, cálmate. Ya me dirás. ¿Puedes silbar?
John asintió con la cabeza.
– Aquí está el número dónde puedes localizarme. Silba en el teléfono y sabré que eres tú. -El tipo le dio una pequeña tarjeta. -Te daré un par de días. Llama si cambias de idea. Si no lo haces, no te preocupes por ello. No recordarás nada.
John no tenía ni idea de qué hacer con ese comentario, entonces él se quedó mirando fijamente los números negros grabados, perdiéndose en todas las posibilidades e improbabilidades. Cuando miró hacia arriba, el hombre se había ido.
Dios, no había oído abrir y cerrarse la puerta.
Mary salió del sueño con un violento espasmo. Un profundo grito retronó en su sala de estar, rompiendo la tranquila mañana. Se irguió de golpe, pero fue apartada hacia un lado otra vez. Entonces el sofá entero estaba inclinado alejado de la pared.
En la gris luz del alba, vio el petate de Rhage. Su abrigo.
Y comprendió que él había saltado detrás del diván.
– ¡Las persianas! -Gritó él. -¡Baja las persianas!
El dolor en su cortante voz la turbó haciéndola correr por la habitación. Ella cubrió cada ventana hasta que la única luz que entraba desde fuera entraba por la cocina.
– Y aquella puerta, también…-Su voz se resquebrajó. -La de la otra habitación.
Ella la cerró rápidamente. Ahora estaba completamente oscuro excepto por el brillo de la TV.
– ¿El cuarto de baño tiene ventana? -preguntó él bruscamente.
– No, no tiene. ¿Rhage, que ha pasado? -Ella comenzó a inclinarse hacia el borde del sofá.
– No te acerques a mí.-Las palabras sonaron estranguladas. Y seguidamente una maldición picante.
– ¿Estás bien?
– Solo deja…que recobre el aliento. Necesito que me dejes solo ahora.
Ella dio la vuelta al sofá de todas formas. En la oscuridad, vagamente solo podía distinguir la gran silueta de él.
– ¿Qué ha pasado Rhage?
– Nada.
– Sí, obviamente. -Caray, ella odió la tenaz rutina del tipo. -¿Es por la luz solar, verdad? Eres alérgico a ella.
Él rió ásperamente. -Se podría decir eso. Mary, para. No vengas aquí.
– ¿Por qué no?
– No quiero que me veas.
Ella lo alcanzó y encendió la lámpara más cercana. El sonido de un silbido resonó en la habitación.
Cuando su vista se adaptó, vio a Rhage tumbado boca arriba, un brazo atravesando su pecho, el otro sobre sus ojos. Había una repugnante quemadura sobre la piel expuesta por las mangas enrolladas. Él hacía muecas por el dolor, sus labios retirados hacia atrás…
Se le heló la sangre.
Colmillos.
Dos largos caninos estaban alojados entre sus dientes superiores.
Él tenía colmillos.
Ella debió jadear por que él refunfuñó.-Te dije que no miraras.
– Jesucristo. -Susurró ella. -Dime que son falsos.
– No lo son.
Ella caminó hacia atrás hasta que se tropezó contra la pared. Santo…buen Dios.
– ¿Qué…eres tú? -Ella se ahogaba.
– Nada de luz solar. Colmillos con onda. -Él respiraba desigualmente. -Haz una conjetura.
– No…no es…
Él gimió y luego ella escuchó un movimiento, como si él se removiera. -¿Puedes hacerme el favor de apagar aquella lámpara? Se me han tostado las retinas y necesitan algo de tiempo para recuperarse.
Ella se inclinó hacia delante y apretó el interruptor. Abrigándose con sus brazos a su alrededor, escuchó los sonidos roncos que él hacía cuando respiraba.
El tiempo pasó. No dijo ninguna cosa. No se sentó, se rió y se sacó la falsa dentadura. No dijo que era el mejor amigo de Napoleón o Juan el Bautista o Elvis, como un tipo de loco chiflado.
Tampoco voló por el aire e intentó morderla y matarla. Tampoco se convirtió en murciélago.
Oh, vamos. Pensó ella. No podía tomárselo en serio, ¿verdad?
Pero él era diferente. Fundamentalmente diferente a cualquier hombre que hubiera conocido. Que si…
Él gimió suavemente. Por el brillo de la TV, vio como su bota sobresalía del diván.
No tenía sentido que pensara en lo que él era, pero sabía que ahora estaba sufriendo. Y no iba a abandonarlo sobre el suelo en la agonía su había algo que ella pudiera hacer por él.
– ¿Cómo puedo ayudarte? -Dijo ella.
Hubo una pausa. Como si lo hubiese sorprendido.
– ¿Puedes traerme algo de helado? No de frutos secos o de chips si tienes. Y una toalla.
Cuando regresó con un bol, ella pudo escuchar como luchaba por sentarse.
– Déjame que vaya. -Dijo ella.
– Él estaba quieto.- ¿No tienes miedo de mi ahora?
Considerando que él era una ilusión o un vampiro, ella debería estar aterrorizada.
– ¿Una vela sería demasiada luz? -Preguntó ella, no haciendo caso a su pregunta. -Porque no seré capaz de ver allí detrás.
– Probablemente no. Mary, no te haré daño. Te lo prometo.
Ella dejó el helado, encendió una de sus largas velas y la dejó sobre la mesa al lado del diván. Con el brillante parpadeo ella pudo ver su gran cuerpo. Y el brazo todavía sobre sus ojos. Inútiles. No estaba haciendo muecas, pero su boca estaba ligeramente abierta.
Entonces pudo observar las puntas de sus colmillos.
– Sé que no me harás daño. -Murmuró ella, mientras recogía el bol.-Ya has tenido demasiadas posibilidades.
Cubriéndose con la parte trasera del sofá, sacó un poco de helado y lo extendió.
– Aquí. Abre grande. Haagen-Dazs de vainilla.
– No es para comérmelo. La proteína de la leche y el frío ayudaran a las quemaduras a curarse.
No había ningún modo en el que pudiera acceder hasta donde él se había escaldado, entonces retiró el diván hacia atrás y se sentó a su lado. Trabajando el helado para que se convirtiera en una sopa espesa, ella usó los dedos paca colocar un poco sobre la inflamación, sobre las ampollas de su piel. Él se estremeció, mostrando sus colmillos, entonces ella hizo una pausa.
Él no era un vampiro. No podía serlo.
– Sí, de verdad que lo soy. -Murmuró él.
Ella dejó de respirar. -¿Puedes leer las mentes?
– No, pero sé que me estás mirando fijamente y puedo imaginar como me sentiría si estuviera en esta situación. Mira, somos una especie diferente, eso es todo. Nada extraño, solo…diferentes.
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