Marc Levy - Las cosas que no nos dijimos

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Las cosas que no nos dijimos: краткое содержание, описание и аннотация

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Con más de 15 millones de ejemplares de sus novelas vendidos en todo el mundo, Marc Levy se ha convertido en un referente indiscutible de la literatura contemporánea. Con su nueva novela, Las cosas que no nos dijimos, Levy va un paso más al lá y arrastra al lector a un universo del que no querrá salir. Cuatro días antes de su boda, Julia recibe una llamada del secretario personal de Anthony Walsh, su padre. Walsh es un brillante hombre de negocios, pero siempre ha sido para Julia un padre ausente, y ahora llevan más de un año sin verse. Como Julia imaginaba, su padre no podrá asistir a la boda. Pero esta vez tiene una excusa incontestable: su padre ha muerto.

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– ¿Cómo te las apañaste entonces?

– Pedí un enésimo café, la cervecería estaba a punto de cerrar, tu madre se había ausentado para empolvarse la nariz. Llamé al camarero, decidido a confesarle que no tenía con qué pagar la cuenta, dispuesto a suplicarle que no armara un escándalo, a darle mi reloj como prenda y mis documentos de identidad, a prometerle que volvería a pagar en cuanto me fuera posible, como muy tarde al final de la semana. En lugar de la cuenta me tendió una bandejita en la que había una notita de tu madre.

– ¿Qué decía?

Anthony abrió su cartera y sacó un trocito de papel amarillento que desdobló antes de leerlo con voz serena.

– «Nunca se me han dado bien las despedidas y estoy segura de que a usted tampoco. Gracias por esta deliciosa velada, las rosas inglesas son mis preferidas. A finales de febrero estaremos en Manchester, y me encantaría volver a verlo en la sala. Si viene, esta vez dejaré que sea usted quien me invite a cenar.» ¿Ves? -concluyó Anthony, enseñándole a Julia el pedacito de papel-, firmó la notita con su nombre de pila.

– ¡Impresionante! -dijo Julia en voz baja-. ¿Y por qué te escribió esa nota?

– Porque tu madre se había percatado de la situación en la que me encontraba.

– ¿Cómo?

– Un tipo que se bebe un café tras otro a las dos de la mañana y al que ya no se le ocurre nada que decir cuando las luces de la cervecería empiezan a apagarse…

– ¿Y fuiste a Manchester?

– Primero trabajé para ganar algo de dinero. Tenía varios empleos a la vez. Por las mañanas, a las cinco, estaba en el mercado de Les Halles descargando mercancía, después, me iba corriendo a un café del barrio donde estaba contratado como camarero. A mediodía, cambiaba el delantal por un atuendo de dependiente en un ultramarinos. Perdí cinco kilos y gané lo suficiente para ir a Inglaterra y comprar una entrada para el teatro donde bailaba tu madre y, sobre todo, para ofrecerle una cena como Dios manda. Logré el sueño imposible de estar sentado en primera fila. En cuanto se levantó el telón, ella me sonrió.

«Después de la función, fuimos juntos a un viejo pub de la ciudad. Yo estaba extenuado. Me avergüenzo al recordarlo, pero me quedé dormido en la sala, y sabía que tu madre se había dado cuenta. Aquella noche casi no hablamos durante la cena. Intercambiamos silencios; y cuando ya le hacía una seña al camarero para que me trajera la cuenta, tu madre me miró fijamente y sólo dijo: «Sí.» Yo la miré a mi vez, intrigado, y ella repitió ese «sí», con una voz tan clara que aún resuena en mis oídos. «Sí, quiero casarme con usted.» Estaba previsto que la revista permaneciera dos meses en cartel en Manchester. Tu madre se despidió de la compañía, y cogimos un barco para volver a Estados Unidos. Nos casamos nada más llegar. Un cura y dos testigos que habíamos encontrado en la sala. Nadie de nuestras respectivas familias se desplazó hasta allí. Mi padre no me perdonó nunca que me casara con una bailarina.

Con sumo cuidado, Anthony guardó en su lugar el papelito amarillento.

– ¡Anda, acabo de encontrar el certificado de mi marcapasos! ¡Mira que soy tonto! En lugar de meterlo en el pasaporte, lo había guardado en la cartera, como un idiota.

Julia asintió con la cabeza, dubitativa.

– ¿Esto de ir a Berlín era la típica idea tuya para proseguir nuestro viaje?

– ¿Tan poco me conoces para que necesites hacerme esa pregunta?

– Y lo del coche alquilado, tu certificado supuestamente perdido, ¿también lo has hecho a propósito para que fuéramos juntos durante todo el trayecto?

– Aunque todo hubiera sido premeditado, tampoco habría sido tan mala idea, ¿no?

Un cartel indicaba que entraban en Alemania. Con una expresión de descontento, Julia devolvió el retrovisor a su sitio.

– ¿Qué pasa, ya no dices nada? -quiso saber Anthony.

– La víspera del día en que apareciste en nuestra habitación para descalabrar a Tomas, habíamos decidido casarnos. Eso no se hace, mi padre no soportaba que yo quisiera casarme con un hombre que no pertenecía a su mundo.

Anthony se volvió hacia la ventanilla.

15

Desde la frontera alemana, Anthony y Julia no habían intercambiado una sola palabra. De vez en cuando, Julia subía el volumen de la radio, y Anthony lo bajaba al instante. Un bosque de pinos se erguía en el paisaje. En el lindero de la pineda, una hilera de bloques de hormigón cerraba un desvío que ya no se utilizaba. Julia reconoció a lo lejos las formas siniestras de los antiguos edificios de la zona fronteriza de Marienborn, hoy en día convertidos en memorial.

– ¿Cómo os las apañasteis para pasar la frontera? -preguntó Anthony, mirando desfilar tras el cristal los miradores decrépitos.

– ¡Le echamos cara! Uno de los amigos con los que viajaba era hijo de diplomático, así que dijimos que íbamos a visitar a nuestros padres, que estaban destinados en Berlín Occidental.

Anthony se echó a reír.

– En lo que a ti respecta, la excusa no estaba exenta de ironía.

Apoyó las manos sobre las rodillas. -Siento mucho que no se me ocurriera entregarte esa carta antes -añadió.

– ¿Lo dices de verdad?

– No lo sé, en cualquier caso, me siento más ligero ahora que te lo he dicho. ¿Te importa parar cuando puedas? -¿Por qué?

– No sería ninguna tontería que tú descansaras un poco, y además a mí me gustaría estirar las piernas.

Un cartel anunciaba una área de servicio a diez kilómetros de allí. Julia prometió detenerse en ella.

– ¿Por qué os fuisteis mamá y tú a Montreal?

– No teníamos mucho dinero, bueno, sobre todo yo, tu madre tenía unos ahorros que no tardamos en gastar. La vida en Nueva York se hacía cada vez más difícil. Fuimos felices allí, ¿sabes? Creo incluso que fueron nuestros mejores años.

– Eso te enorgullece, ¿verdad? -preguntó Julia con voz agridulce.

– ¿El qué?

– Haberte marchado sin blanca y haber triunfado.

– ¿A ti no? ¿A ti no te enorgullece tu audacia? ¿No te sientes satisfecha cuando ves a un niño jugar con un peluche que es el fruto de tu imaginación? Cuando te paseas por un centro comercial y descubres en un cine el cartel de una película cuya historia has creado tú, ¿no te sientes orgullosa?

– Me contento con alegrarme, que no es poco.

El coche tomó la salida del área de servicio. Julia aparcó junto a una acera que delimitaba una gran extensión de césped. Anthony abrió la puerta y miró fijamente a su hija justo antes de salir.

– ¡Bueno, vaaale…! -dijo, y se alejó.

Ella apagó el motor y apoyó la cabeza sobre el volante.

– Pero ¿qué estoy haciendo aquí?

Anthony atravesó una zona de juegos reservada a los niños y entró en la gasolinera. Unos momentos después, regresó cargado con una bolsa de provisiones, abrió la puerta y dejó sus compras sobre el asiento.

– Ve a refrescarte un poco, he comprado lo necesario para que recuperes fuerzas. Mientras tanto yo vigilaré el coche.

Julia obedeció. Rodeó los columpios, evitó la zona de arena y entró ella también en la gasolinera. Cuando salió, encontró a Anthony tumbado a los pies de un tobogán, con los ojos fijos en el cielo.

– ¿Estás bien? -preguntó, inquieta.

– ¿Crees que estoy ahí arriba?

Desconcertada por la pregunta, Julia se sentó en la hierba, justo a su lado. A su vez, levantó la cabeza.

– No tengo ni idea. Durante mucho tiempo, busqué a Tomas entre las nubes. Estaba segura de haberlo reconocido varias veces y, sin embargo, está vivo.

– Tu madre no creía en Dios, yo sí. Entonces, ¿qué crees tú, que estoy en el Cielo sí o no?

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