Marc Levy - Las cosas que no nos dijimos

Здесь есть возможность читать онлайн «Marc Levy - Las cosas que no nos dijimos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Las cosas que no nos dijimos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las cosas que no nos dijimos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Con más de 15 millones de ejemplares de sus novelas vendidos en todo el mundo, Marc Levy se ha convertido en un referente indiscutible de la literatura contemporánea. Con su nueva novela, Las cosas que no nos dijimos, Levy va un paso más al lá y arrastra al lector a un universo del que no querrá salir. Cuatro días antes de su boda, Julia recibe una llamada del secretario personal de Anthony Walsh, su padre. Walsh es un brillante hombre de negocios, pero siempre ha sido para Julia un padre ausente, y ahora llevan más de un año sin verse. Como Julia imaginaba, su padre no podrá asistir a la boda. Pero esta vez tiene una excusa incontestable: su padre ha muerto.

Las cosas que no nos dijimos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las cosas que no nos dijimos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Cuando señalabas a alguien con el dedo en un tranvía, comprendía por tu mirada que habías reconocido a alguno de los que habían trabajado en la policía secreta.

Despojados de sus uniformes, de su autoridad y de su arrogancia, los antiguos miembros de la Sta si se disimulaban en tu ciudad, se adaptaban a la banalidad de la vida de aquellos a los que, tan sólo ayer, aún perseguían, espiaban, juzgaban y a veces torturaban, y ello durante años y años. Desde la caída del Muro, la mayoría se había inventado un pasado para que no los identificaran, otros proseguían tranquilamente su carrera, y, para muchos, los remordimientos se disipaban con el paso de los meses, y, con ellos, el recuerdo de sus crímenes.

No he olvidado aquella noche en que fuimos a visitar a Knapp. Caminábamos los tres por un parque. Knapp no dejaba de hacerte preguntas sobre tu vida, sin saber lo doloroso que era para ti contestarlas. Pretendía que el Muro de Berlín había extendido su sombra hasta el Oeste, donde él vivía, cuando tú le gritabas que era el Este, donde habías vivido tú, lo que habían encerrado en hormigón. ¿Cómo podíais acostumbraros a esa existencia?, insistía Knapp. Y tú sonreías, preguntándole si de verdad lo había olvidado todo. Knapp volvía a la carga, y entonces tú capitulabas y respondías a sus preguntas. Y, con paciencia, le hablabas de una vida en la que todo estaba organizado, en la que todo era seguro, no había ninguna responsabilidad que asumir, una vida en la que el riesgo de hacer las cosas mal era muy pequeño. «Conocíamos el pleno empleo, el Estado era omnipresente», decías, encogiéndote de hombros. «Así funcionan las dictaduras», concluía Knapp. Ello convenía a mucha gente, la libertad es un reto enorme, la mayoría de los hombres aspira a ella, pero no sabe cómo emplearla. Y todavía resuena en mis oídos tu voz mientras nos decías en ese café de Berlín Occidental que, en el Este, cada uno a su manera reinventaba su vida en cálidos apartamentos. Vuestra conversación se envenenó cuando tu amigo quiso saber cuántas personas, según tú, habían colaborado con las autoridades durante esos años oscuros; nunca os pusisteis de acuerdo sobre la cifra. Knapp hablaba de un treinta por ciento de la población como máximo. Tú justificabas tu ignorancia, ¿cómo podrías haberlo sabido?, nunca habías trabajado para la Sta si.

Perdóname, Tomas, tenías razón, habré tenido que esperar a emprender el camino hacia ti para saber lo que es tener miedo.

– ¿Por qué no me invitaste a tu boda? -preguntó Anthony dejando el periódico sobre su regazo. Julia se sobresaltó.

– Perdona, no quería asustarte. ¿Estabas pensando en otra cosa?

– No, miraba por la ventanilla, nada más.

– No se ve más que la noche -replicó Anthony asomándose a mirar.

– Sí, pero hay luna llena.

– Un poco alto para saltar al agua, ¿verdad?

– Te mandé una invitación.

– Como a otras doscientas personas. Eso no es lo que yo llamo invitar a un padre. Se suponía que yo te llevaría hasta el altar, ello quizá merecía que habláramos del tema en persona.

– ¿De qué hemos hablado tú y yo en los últimos veinte años? Esperaba una llamada tuya, esperaba que me pidieras que te presentara a mi futuro marido.

– Creo recordar que ya lo conocía.

– Te lo encontraste de pura casualidad, en una escalera mecánica de Bloomingdale's, yo a eso no lo llamaría conocer a alguien. No se puede concluir con ello que te interesaras por él o por mi vida.

– Fuimos los tres juntos a tomar el té, si mal no recuerdo.

– Porque te lo había propuesto él, porque resulta que él sí quería conocerte. Veinte minutos durante los cuales monopolizaste la conversación.

– No era muy hablador, tu futuro marido; más bien casi autista, llegué a creer que era mudo.

– ¿Acaso le hiciste una sola pregunta siquiera?

– ¿Y tú, Julia, me has hecho alguna vez preguntas, me has pedido el más mínimo consejo?

– ¿De qué habría servido? ¿Para que me dijeras lo que tú hacías a mi edad o para que me dijeras lo que se suponía que tenía que hacer yo? Podría haberme callado para siempre para que comprendieras, por fin, que nunca he querido parecerme a ti.

– Quizá deberías dormir un poco -dijo Anthony Walsh-, mañana será un día muy largo. Nada más aterrizar en París, tenemos que coger otro avión antes de llegar al final de nuestro viaje.

Subió la manta de Julia hasta taparle los hombros y volvió a enfrascarse en la lectura de su periódico.

El avión acababa de aterrizar en la pista del aeropuerto Charles de Gaulle. Anthony puso en hora su reloj de acuerdo con el huso horario de París.

– Nos quedan dos horas antes de que salga nuestro avión para Berlín, no deberíamos tener ningún problema.

En ese momento, Anthony ignoraba que el aparato que se suponía debía llegar a la terminal E sería redirigido a una puerta de la terminal F; que la puerta en cuestión estaba equipada con una pasarela incompatible con su avión, lo que explicó la azafata para justificar la llegada de un autobús que los conduciría hasta la terminal B.

Anthony levantó el dedo e indicó al sobrecargo que se acercara.

– ¡A la terminal E! -le dijo.

– ¿Perdón? -contestó éste.

– Por megafonía han dicho la terminal B, y creo que debíamos llegar a la E.

– Es posible, nosotros mismos nos hacemos un poco de lío.

– Despéjeme una duda, ¿estamos en el aeropuerto Charles de Gaulle?

– Tres puertas diferentes, nada de pasarela, y los autobuses aún no han llegado: ¡no cabe duda de que estamos en el aeropuerto Charles de Gaulle, sí!

Cuarenta y cinco minutos después de aterrizar bajaron por fin del avión. Quedaba aún pasar el control de pasaportes y encontrar la terminal desde la que salía el vuelo a Berlín.

Había dos agentes de policía encargados de controlar los centenares de pasaportes de los pasajeros que acababan de desembarcar de tres vuelos distintos. Anthony comprobó la hora en una pantalla.

– Tenemos doscientas personas por delante en la cola, me temo que no nos va a dar tiempo.

– ¡Pues cogeremos el vuelo siguiente! -contestó Julia.

Una vez pasado el control, recorrieron una interminable serie de pasillos y cintas transportadoras.

– Para eso podríamos haber venido a pie desde Nueva York -se quejó Anthony.

Y, nada más terminar la frase, se desplomó.

Julia trató de retenerlo, pero la caída fue tan repentina que no pudo hacer nada por evitarla. La cinta transportadora seguía avanzando, arrastrando consigo a Anthony, tumbado cuan largo era en el suelo.

– ¡Papá, papá, despierta! -gritó Julia, sacudiéndolo muy asustada.

Se oía el ruidito metálico de la cinta. Un viajero se precipitó para ayudar a Julia. Levantaron a Anthony del suelo y lo instalaron un poco más lejos. El hombre se quitó la chaqueta y la puso debajo de la cabeza de Anthony, que seguía inerte. Se ofreció a llamar a una ambulancia.

– ¡No, no, no lo haga! -insistió Julia-. No es nada, un simple desmayo, estoy acostumbrada.

– ¿Está usted segura? Su marido no parece estar nada bien.

– ¡Es mi padre! Es que es diabético -mintió Julia-. Papá, despierta -dijo, sacudiéndolo otra vez. -Deje que le tome el pulso. -¡No lo toque! -gritó Julia, presa del pánico. Anthony abrió un ojo.

– ¿Dónde estamos? -preguntó, tratando de incorporarse.

El hombre que había sido tan atento con él lo ayudó a levantarse. Anthony se apoyó en la pared, mientras recuperaba del todo el equilibrio.

– ¿Qué hora es?

– ¿Está segura de que no es más que un simple desmayo? No parece que le funcione muy bien la cabeza…

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las cosas que no nos dijimos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las cosas que no nos dijimos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Las cosas que no nos dijimos»

Обсуждение, отзывы о книге «Las cosas que no nos dijimos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x