Se levantó y se sentó en la esquina de una mesa de caoba. -¿Se ha puesto triste esa carita tan linda?
– Sí, algo así.
Julia apoyó la cabeza sobre el hombro de Stanley.
– ¡Sí, desde luego, te ocurre algo grave! Voy a prepararte un té que me manda un amigo mío desde Vietnam. Una maravilla para eliminar toxinas, ya lo verás, sus virtudes son insospechables, probablemente porque mi amigo no tiene ninguna.
Stanley cogió una tetera que había sobre una estantería. Encendió el hervidor eléctrico que estaba sobre el antiguo escritorio que hacía las veces de mostrador. Tras unos minutos necesarios para la infusión, la bebida mágica llenaba dos tazas de porcelana recién sacadas de un viejo armario. Julia respiró el perfume de jazmín que exhalaba la suya y bebió un sorbito de té.
– Te escucho, y no trates de resistirte, esta pócima divina desata las lenguas más reacias.
– ¿Te marcharías de viaje de novios conmigo?
– Si me hubiera casado contigo, ¿por qué no…? Pero tendrías que haberte llamado Julien, Julia, porque si no, a nuestro viaje de novios le habría faltado algo de fantasía.
– Stanley, si cerraras tu tienda una semanita de nada y me dejaras que te raptara…
– Es divinamente romántico, ¿y adonde me llevarías?
– A Montreal.
– ¡Jamás!
– Pero ¿qué tienes tú también en contra de Quebec?
– He pasado seis meses de insoportables sufrimientos para perder tres kilos, así que no pienso recuperarlos en unos pocos días. ¡Sus restaurantes son irresistibles, y sus camareros también, de hecho! Y además, aborrezco la idea de ser el segundo plato de nadie.
– ¿Por qué dices eso?
– Antes de mí, ¿quién más ha rechazado irse contigo? -¡Qué más da! De todas maneras, no lo creerías. -Quizá si empezaras por contarme lo que te preocupa… -Aunque te lo contara todo desde el principio, tampoco me creerías.
– Admitamos que soy un imbécil… ¿Cuándo fue la última vez que te permitiste medio día libre en plena semana de trabajo?
Ante el mutismo de Julia, Stanley prosiguió: -Apareces un lunes por la mañana en mi tienda y te apesta el aliento a café, tú, que odias el café. Bajo ese maquillaje, muy mal extendido, por cierto, se esconde el rostro de alguien que, más que horas de sueño, como mucho habrá tenido minutos, y me pides, de buenas a primeras y sin avisar, que sustituya a tu prometido para acompañarte de viaje. ¿Qué ocurre? ¿Has pasado la noche con un hombre que no es Adam?
– ¡Pues claro que no! -exclamó Julia. -Vuelvo a hacerte la misma pregunta: ¿de qué o de quién tienes miedo? -De nada.
– Querida, tengo trabajo, así que si ya no confías en mí lo suficiente para abrirme tu corazón, déjame que vuelva a mi inventario -replicó Stanley, haciendo un amago de dirigirse a la trastienda.
– ¡Bostezabas con un libro en la mano cuando he entrado! ¡Qué mal mientes! -dijo Julia riéndose.
– ¡Por fin se borra esa expresión triste! ¿Quieres que vayamos a andar un poco? Pronto abrirán las tiendas del barrio, seguro que necesitas un nuevo par de zapatos.
– Si vieras todos los que tengo muertos de risa en el armario y que nunca me pongo…
– ¡No hablaba de satisfacer tus pies, sino tu ánimo!
Julia cogió el pequeño reloj dorado. Le faltaba el cristal que protegía la esfera. Lo acarició con la punta de los dedos.
– Es realmente bonito -dijo retrasando el minutero.
Y, bajo el impulso de su gesto, la manecilla de las horas también se lanzó marcha atrás.
– Estaría tan bien poder volver atrás.
Stanley observó a Julia.
– ¿Retrasar el tiempo? Aun así no conseguirías devolverle su juventud a esta antigualla. Mira las cosas de otra manera, este reloj nos ofrece la belleza de su antigüedad -contestó Stanley, devolviendo el reloj a su sitio-. ¿Me vas a contar de una vez lo que te preocupa?
– Si te propusieran hacer un viaje para seguir el rastro de la vida de tu padre, ¿aceptarías?
– ¿Cuál sería el riesgo? En lo que a mí respecta, si tuviera que ir al fin del mundo para recuperar allí un mísero fragmento de la vida de mi madre, ya estaría sentado en el avión molestando a las azafatas, en lugar de perder el tiempo con una loca, aunque fuera la que he elegido como mejor amiga. Si tienes la oportunidad de hacer un viaje así, ve sin dudarlo.
– ¿Y si fuera demasiado tarde?
– Sólo es demasiado tarde cuando las cosas son definitivas. Aunque haya desaparecido, tu padre sigue viviendo a tu lado.
– ¡No sospechas hasta qué punto!
– Por mucho que quieras convencerte de lo contrario, lo echas de menos.
– Hace muchos años que me acostumbré a su ausencia. He aprendido tan bien a vivir sin él…
– Querida, hasta los niños que nunca han conocido a sus verdaderos padres sienten tarde o temprano la necesidad de recuperar sus raíces. A menudo resulta cruel para quienes los han criado y amado, pero así es la naturaleza humana. Uno avanza a duras penas en la vida cuando no sabe de dónde viene. De modo que, si tienes que emprender no sé qué periplo para saber por fin quién era tu padre, para reconciliar tu pasado y el suyo, hazlo.
– No tenemos muchos recuerdos juntos, ¿sabes?
– Quizá más de los que tú piensas. ¡Por una vez, olvida ese orgullo que tanto me gusta y emprende este viaje! Si no lo haces por ti, hazlo por una de mis grandes amigas, te la presentaré algún día, es una madre estupenda.
– ¿Quién es? -preguntó ella con una pizca de celos en la voz.
– Tú, dentro de unos años.
– Eres un amigo maravilloso, Stanley -dijo Julia besándolo en la mejilla.
– ¡El mérito no es mío, querida, es de esta infusión!
– Felicita a tu amigo de Vietnam, su té tiene de verdad virtudes asombrosas -añadió Julia antes de salir.
– Si tanto te gusta, te reservaré unas cuantas cajas, te estarán esperando hasta que vuelvas. ¡Lo compro en la tienda de la esquina!
Julia subió los escalones de cuatro en cuatro y entró en el apartamento. El salón estaba desierto. Llamó varias veces pero no obtuvo respuesta. Sala de estar, dormitorio, cuarto de baño, una visita al piso de arriba confirmó que la casa estaba vacía. Reparó en la foto de Anthony Walsh, en su marquito de plata, que destacaba ahora sobre la repisa de la chimenea.
– ¿Dónde estabas? -le preguntó su padre, sobresaltándola.
– ¡Qué susto me has dado! ¿Y tú, dónde te habías metido?
– Me conmueve profundamente que te preocupes por mí. He ido a dar un paseo. Me aburría mucho aquí solo.
– ¿Qué es eso? -quiso saber Julia, señalando el marco en la repisa de la chimenea.
– Estaba preparando mi habitación ahí arriba, puesto que es ahí donde piensas guardarme esta noche, y he encontrado esto de pura casualidad…, bajo un montón de polvo. ¡No iba a dormir con una foto mía en la habitación! La he puesto aquí, pero puedes buscarle otro sitio si lo prefieres.
– ¿Sigues queriendo que nos vayamos de viaje? -le preguntó ella.
– Justo acabo de volver de la agencia que hay al final de tu calle. Nada podrá sustituir nunca el contacto humano. Una chica encantadora, de hecho se parece un poco a ti, sólo que ella sonríe… ¿De qué estaba yo hablando?
– De una chica encantadora…
– ¡Eso es, sí! No le ha importado saltarse un poquito las normas. Después de teclear en su ordenador durante al menos media hora (de hecho había llegado a pensar que estaba copiando las obras completas de Hemingway), por fin ha conseguido imprimir un billete a mi nombre. ¡He aprovechado para que nos pusiera en primera clase!
– ¡Desde luego, cómo eres! Pero ¿qué te hace pensar que voy a aceptar…?
Читать дальше