Marc Levy - Las cosas que no nos dijimos

Здесь есть возможность читать онлайн «Marc Levy - Las cosas que no nos dijimos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Las cosas que no nos dijimos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las cosas que no nos dijimos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Con más de 15 millones de ejemplares de sus novelas vendidos en todo el mundo, Marc Levy se ha convertido en un referente indiscutible de la literatura contemporánea. Con su nueva novela, Las cosas que no nos dijimos, Levy va un paso más al lá y arrastra al lector a un universo del que no querrá salir. Cuatro días antes de su boda, Julia recibe una llamada del secretario personal de Anthony Walsh, su padre. Walsh es un brillante hombre de negocios, pero siempre ha sido para Julia un padre ausente, y ahora llevan más de un año sin verse. Como Julia imaginaba, su padre no podrá asistir a la boda. Pero esta vez tiene una excusa incontestable: su padre ha muerto.

Las cosas que no nos dijimos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las cosas que no nos dijimos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Lo que yo decía, de tal palo, tal astilla -repitió Anthony Walsh cuando Julia colgaba.

Ella lo fusiló con la mirada.

– ¿Y ahora qué pasa?

– ¡Nunca has lavado un mísero plato en tu vida!

– Eso tú no lo sabes, ¡y además, lavar los platos es una tarea incluida en mi nuevo programa! -contestó alegremente Anthony Walsh.

Julia no contestó y cogió el manojo de llaves colgado del clavo.

– ¿Adonde vas?

– A preparar una habitación en el piso de arriba. No pienso dejar que pases la noche en mi salón sin estarte quieto un momento. Tengo unas cuantas horas de sueño que recuperar, no sé si me explico.

– Si es por el ruido de la televisión, puedo bajar el sonido…

– ¡Esta noche duermes arriba, o lo tomas o lo dejas!

– ¿No irás a recluirme en el desván?

– Dame una buena razón para no hacerlo.

– Hay ratas…, tú misma lo dijiste ayer -añadió su padre con la entonación de un niño castigado.

Y cuando ya Julia se disponía a salir del apartamento, su padre la retuvo con voz firme:

– ¡Aquí nunca lo conseguiremos!

Julia cerró la puerta y subió la escalera. Anthony Walsh consultó la hora en el reloj del horno, vaciló un instante y luego buscó el mando a distancia blanco que Julia había abandonado sobre la encimera.

Oyó los pasos de su hija por encima de su cabeza, los muebles que arrastraba por el suelo, el ruido de la ventana que abría y cerraba. Cuando volvió a bajar, Julia se encontró a su padre metido de nuevo en la caja, con el mando a distancia en la mano.

– ¿Qué haces? -le preguntó.

– Me voy a apagar, quizá sea lo mejor para los dos, en fin, sobre todo para ti, me doy perfecta cuenta de que te molesto.

– Creía que no podías hacerlo tú mismo -le dijo, arrancándole el mando de las manos.

– He dicho que tú eras la única que podía llamar a la empresa y dar el código, ¡pero creo que todavía soy capaz de pulsar un botón! -rezongó, saliendo de la caja.

– Anda, toma, haz lo que quieras -le contestó Julia, devolviéndole el mando-. ¡Eres agotador!

Anthony Walsh lo dejó sobre la mesa baja y se colocó delante de su hija.

– Por cierto, ¿adonde pensabais iros de viaje? -A Montreal, ¿por qué?

– Caray, pues sí que se ha estirado el prometido -silbó él entre dientes.

– ¿Tienes algo en contra de Quebec?

– ¡En absoluto! ¡Montreal es una ciudad del todo encantadora, y de hecho he pasado muy buenos momentos allí! Pero bueno, no es ésa la cuestión -carraspeó.

– ¿Y cuál es la cuestión, según tú?

– Pues es sólo que…

– ¿Que qué?

– Pues que un viaje de novios a una hora de avión nada más… ¡A eso se lo llama cambiar de aires! ¡Ya de paso que te lleve de camping para ahorrarse el hotel!

– ¿Y si el destino lo hubiera elegido yo? ¿Y si adorara esa ciudad, y si compartiéramos muy bellos recuerdos, Adam y yo? ¿Tú qué sabes, eh?

– ¡Si fueras tú la que ha decidido pasar tu noche de bodas a una hora de tu casa, no serías mi hija, y ya está! -afirmó Anthony con tono irónico-. Vale que te guste el jarabe de arce, pero hasta ese punto…

– Nunca te librarás de tus prejuicios, ¿eh?

– Reconozco que ya es un poco tarde para eso. De acuerdo, admitamos que has decidido pasar la noche más memorable de tu vida en una ciudad que ya conoces. ¡Adiós a las ansias de descubrir cosas nuevas! ¡Adiós al romanticismo! Hostelero, dénos la misma habitación que la última vez, ¡después de todo no es más que una noche como otra cualquiera! Sírvanos nuestra cena habitual, ¡mi futuro marido, qué digo, mi recién estrenado marido odia cambiar sus costumbres!

Anthony Walsh se echó a reír.

– ¿Has terminado?

– Sí -se disculpó-. ¡Señor, qué maravilla la muerte, uno se permite decir todo lo que se le pasa por los circuitos, es un gusto!

– ¡Tienes razón, nunca lo conseguiremos! -dijo Julia, poniendo punto final al buen humor de su padre.

– En todo caso aquí no. Necesitamos un territorio neutro. Julia lo miró, perpleja.

– Vamos a dejar de jugar al escondite en este apartamento, ¿quieres? Aun contando la habitación de arriba en la que querías meterme, no hay sitio suficiente, ni tampoco nos bastan estos valiosos minutos que estamos desperdiciando como dos niños caprichosos. Nunca más volverán.

– ¿Y qué propones?

– Un pequeño viaje. Así no habrá llamadas de tu trabajo, ni aparición inesperada de tu Adam, no nos pasaremos las veladas viendo la televisión sin decir nada, sino que iremos a pasear juntos y hablaremos. Por eso he vuelto desde tan lejos. ¡Un momento, unos días, los dos solos, para nosotros dos nada más!

– Me pides que te regale lo que tú nunca has querido darme, ¿es eso?

– Deja de enfrentarte conmigo, Julia. Luego tendrás toda la eternidad para retomar el combate, mis armas ya sólo existirán en tu memoria. Seis días es todo lo que nos queda, eso es lo que te pido.

– ¿Y dónde iríamos a hacer ese pequeño viaje?

– ¡A Montreal!

Julia no pudo reprimir la sonrisa sincera que acababa de iluminar su rostro. -¿A Montreal?

– ¡Hombre, ya que no te devuelven el dinero de los billetes…! Siempre podemos intentar cambiar el nombre de uno de los pasajeros…

Julia se hizo una coleta y se puso una chaqueta sobre los hombros. Como era obvio que se disponía a salir sin contestarle, Anthony Walsh se interpuso entre ella y la puerta.

– ¡No pongas esa cara, Adam dijo que hasta podías tirarlos!

– Me propuso que guardara los billetes de recuerdo y, por si acaso no te habías dado cuenta, lo decía en plan irónico. Pero no creo que me sugiriera que me marchara con otra persona.

– ¡No se trata de cualquier persona, se trata de tu padre! -¡Haz el favor de apartarte de la puerta! -¿Adonde vas? -le preguntó Anthony Walsh dejándola pasar.

– A tomar el aire. -¿Estás enfadada?

Por toda respuesta, oyó los pasos de su hija bajando la escalera.

Un taxi aminoró la marcha en el cruce con la calle Greenwich Street, y Julia se subió a toda prisa. No necesitaba levantar la mirada hacia la fachada de su casa. Sabía que su padre debía de mirar desde la ventana del salón cómo se alejaba el Ford amarillo hacia la No vena Avenida. En cuanto su hija hubo desaparecido en el cruce, Anthony Walsh se dirigió a la cocina, cogió el teléfono e hizo dos llamadas.

Julia pidió al taxista que la dejara en la entrada del Soho. En un día normal, habría recorrido a pie ese camino que conocía de memoria. Apenas quince minutos andando pero, para huir de su casa, habría sido capaz de robar una bicicleta si a alguien se le hubiera ocurrido dejar una aparcada sin candado en la esquina de su calle. Abrió la puerta de la pequeña tienda de antigüedades, y se oyó una campanita. Sentado en una butaca barroca, Stanley abandonó su lectura.

– ¡Greta Garbo en La reina Cristina de Suecia no lo habría hecho mejor!

– ¿De qué estás hablando?

– ¡De tu entrada, princesa, majestuosa y aterradora a la vez!

– No es el día más indicado para burlarte de mí.

– No hay día, por hermoso que sea, que pueda transcurrir sin una pizca de ironía. ¿No trabajas hoy?

Julia se acercó a una vieja biblioteca y miró atentamente el reloj de delicadas molduras doradas colocado en el estante más alto.

– ¿Has hecho novillos para ver qué hora era en el siglo XVIII? -quiso saber Stanley, ajustándose las gafas que resbalaban sobre su nariz.

– Es un reloj muy bello.

– Sí, y yo también. ¿Qué te pasa?

– Nada, simplemente me he acercado a verte, nada más.

– ¡Sí, claro, y yo voy a abandonar el estilo Luis XVI y me voy a dedicar al pop art! -replicó Stanley dejando caer su libro.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las cosas que no nos dijimos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las cosas que no nos dijimos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Las cosas que no nos dijimos»

Обсуждение, отзывы о книге «Las cosas que no nos dijimos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x