Charles Bukowski - Mujeres
Здесь есть возможность читать онлайн «Charles Bukowski - Mujeres» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Mujeres
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Mujeres: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Mujeres»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Mujeres — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Mujeres», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Entonces apareció mi padre con mi puta. Ella estaba borracha y me di cuenta de que él le había dado dinero para que bebiera y así traérmela deliberadamente en ese estado a mi presencia, para hacerme sentir desgraciado. El viejo y yo éramos enemigos desde tiempo inmemorial, en todo lo que yo creía él estaba en contra, y viceversa. Ella se sentó y empezó a bambolear la cama, enrojecida y borracha.
– ¿Por qué la has traído así? -pregunté-. ¿Por qué no esperaste a otro día?
– ¡Te dije que no era buena! ¡Te he dicho siempre que no era una buena mujer!
– Tú la has emborrachado y luego la has traído aquí. ¿Por qué estás siempre jodiéndome?
– ¡Te dije que no era una buena mujer, te lo dije, te lo dije !
– ¡Tú, hijo de la gran puta, una palabra más y voy a sacarme esta aguja del brazo, me voy a levantar y te voy a sacar la mierda a hostias!
El la cogió del brazo y se fueron.
Me imaginé que les habían telefoneado diciendo que iba a morirme. La hemorragia continuaba. Esa noche vino el sacerdote.
– Padre -le dije-, no se ofenda, pero, por favor, me gustaría morir sin ninguna clase de ritos, sin ninguna clase de palabras.
Me quedé sorprendido porque entonces él empezó a agitarse, a gesticular, a temblar atónito y furioso. Digo que me quedé sorprendido porque siempre creí que estos tíos tenían más frialdad. Pero al fin y al cabo, se limpian el culo como todo el mundo.
– Padre, hábleme a mí -dijo un anciano-, puede hablarme a mí.
El cura se fue con el anciano y todos felices.
Trece días después de aquella noche en la que ingresé regando sangre, yo estaba conduciendo un camión y descargando paquetes de más de 25 kilos. Una semana más tarde me tomé mi primer trago, el que decían que me mataría.
Supongo que algún día moriré en ese condenado hospital de caridad. Simplemente parece que no puedo escapar de él.
5
Mi suerte estaba de nuevo en decadencia y yo estaba demasiado nervioso debido a mis excesos con el vino; la mirada enloquecida y una gran debilidad; estaba demasiado deprimido para buscar mi habitual trabajo sencillo y ocasional como mozo de carga o chico de recados, así que me fui a una planta empaquetadora de carne en el matadero y entré en la oficina.
– ¿No te he visto a ti antes? -me preguntó el encargado.
– No -mentí.
Había estado allí dos o tres años antes, había pasado por todo el papeleo, el reconocimiento médico, y una vez admitido me habían conducido escaleras abajo, pasando hasta cuatro plantas, y cada vez iba haciendo más frío y los suelos estaban cubiertos con una capa de sangre, suelos verdes, paredes verdes. Me había explicado en qué consistía el trabajo: pulsar un botón y entonces salía de la portezuela de la pared un ruido parecido al estruendo de una manada de elefantes cayendo, y entonces aparecía algo muerto, en gran cantidad, ensangrentado, y entonces, me explicó él, lo coges y lo colocas en ese camión frigorífico. Luego aprietas el botón y saldrá otro nuevo. Acabó la explicación y se fue. Cuando lo perdí de vista me quité el mono, el casco, las botas (tres tamaños más pequeñas que mi pie), subí las escaleras y me largué de allí. Ahora estaba de vuelta.
– Pareces algo viejo para este trabajo.
– Quiero recobrar la forma. Necesito trabajo duro, un buen trabajo duro -mentí.
– ¿Podrás aguantar?
– Soy todo músculos. Solía trabajar en el Ring. He peleado con los mejores.
– ¿Ah, sí?
– Sí.
– Humm, puedo verlo por tu cara. Has debido encajar unas cuantas buenas palizas.
– No se preocupe por mi cara. Tengo manos veloces. Todavía las conservo. Tengo que utilizarlas en algo. Soy rápido y duro.
– Yo soy aficionado al boxeo. No me suena tu nombre.
– Peleaba bajo otro nombre, Kid Stardust.
– ¿Kid Stardust? No me suena ningún Kid Stardust.
– Peleé por Sudamérica, África, Europa, las islas, peleaba en las ciudades industriales. Por eso hay tantos huecos en mi historial de trabajo. No me gusta poner que boxeo porque la gente se cree que estoy mintiendo o bromeando. Simplemente dejo los huecos y al infierno con ello.
– De acuerdo, preséntate mañana a las 9:30 y te pondremos a trabajar. ¿Dices que quieres un trabajo duro?
– Bueno, si hay alguna otra cosa…
– No, en estos momentos no. Sabes, aparentas por lo menos 50 años. Me pregunto si no estaré haciendo el imbécil. No queremos que la gente como tú nos haga perder el tiempo.
– Yo no soy ninguna gente: soy Kid Stardust.
– De acuerdo, Kid -dijo, riéndose-. ¡Te pondremos a TRABAJAR!
No me gustó su modo de decirlo.
Dos días más tarde entré en la planta 2 y le enseñé a un viejo que llevaba una libreta mi mono con mi nombre escrito: Henry Chinaski, y él me mandó a la cadena de carga, tenía que presentarme a Thurman. Me fui hacia allá. Había un grupo de hombres sentados en un banco de madera que me miraron como si fuese homosexual o apestado.
Les miré con lo que supuse que era un tranquilo desdén y pregunté lentamente con mi mejor acento barriobajero:
– ¿Dónde está Thurman? Parece ser que tengo que ver a ese tío.
Alguien me lo señaló.
– ¿Thurman?
– ¿Sí?
– Estoy trabajando para ti.
– ¿Sí?
– Sí.
Me miró.
– ¿Dónde están tus botas?
– ¿Botas? No me dieron -dije.
Se agachó bajo el banco y agarró un par, un viejo, gastado y maloliente par. Me las puse. La misma vieja historia: tres números demasiado pequeñas; mis pies estaban en ellas aplastados y doblados.
Luego me dio un delantal ensangrentado y un casco de metal. Me los puse. Me quedé allí de pie mientras él encendía un cigarrillo. Despachó la cerilla con gesto tranquilo y hombruno.
– Vamos.
Eran todos negros y cuando aparecí me miraron como si fuesen sultanes de color. Yo medía cerca de un metro noventa pero ellos eran todos más altos, y si alguno no lo era, era dos o tres veces más robusto.
– ¡Hank! -gritó Thurman.
Hank, pensé, Hank, igual que yo. Es curioso.
Ya estaba sudando, con ese casco metálico encima de las orejas.
– ¡Ponle a TRABAJAR! -le dijo.
Cristo y Cristo. ¿Qué había sido de las noches dulces y ociosas? ¿Por qué no le pasaba esto a Walter Winchell, que creía en el sueño americano? ¿No había sido yo uno de los estudiantes más brillantes en antropología? ¿Qué había pasado?
Hank me llevó consigo y me plantó enfrente de un gigantesco camión de medio sótano de largo, inmóvil, vacío e inquietante.
– Espera aquí.
Entonces varios de los sultanes negros se acercaron corriendo, arrastrando carros de ruedas pintados de un blanco triste y costrilloso, como detergente mezclado con mierda de gallina. Y cada uno de los carros estaba lleno de jamones que flotaban en sangre oscura y espesa. No, no flotaban en sangre, se sentaban en ella, como plomo, como balas de cañón, como la muerte.
Uno de los chicos saltó al interior del camión y otro empezó a lanzarme los jamones y yo los cogía y se los lanzaba al otro tío que daba media vuelta y los echaba al extremo del camión. Los jamones llegaban de prisa DE PRISA y eran pesados y se volvían cada vez más pesados. Tan pronto como lanzaba un jamón y me volvía, otro venía hacia mí por el aire. Sabía que estaban tratando de destrozarme. Muy pronto estuve sudando y sudando, como si me hubiesen abierto grifos por todo el cuerpo, y me dolía la espalda, me dolían las muñecas, me dolían los brazos, me dolía todo y estaba agotando el último soplo imposible de energía. Apenas podía ver, apenas podía someter mi cuerpo al esfuerzo de agarrar un jamón más y arrojarlo, un jamón más y arrojarlo. Estaba bañado en sangre y seguía agarrando la muerta, blanda y pesada pécora con mis manos. El jamón da un poco la impresión de una grupa de mujer, y yo estoy demasiado débil para hablar y decir: «¿Hey, qué COÑO pasa con vosotros, eh, tíos?». Los jamones llegan volando y yo giro, clavado como un hombre en una cruz debajo de un casco metálico, y ellos traen continuamente carros llenos de jamones y jamones y jamones y al fin están todos vacíos y yo estoy allí de pie, temblando y respirando fuertemente la luz eléctrica amarilla. Era de noche en el infierno. Bueno, a mí siempre me gustó el trabajo nocturno.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Mujeres»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Mujeres» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Mujeres» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.