Chipri tiene un piso, un tercero, en uno de los bloques de mármol blanco que construyó Gilmar, es primera línea, de playa, un piso muy luminoso. Durán sólo ha pasado temporadas cortas en ese piso. Es un recuerdo de los buenos años de los Hoteles Meliá, que en un principio, cuando vivían en Málaga, Chipri tenía intención de usar sólo como sitio de fin de semana, aunque acabó trasladándose definitivamente ahí cuando empezó con lo de Floren. Ahora que Ramón tiene a su madre frente a frente, se siente más tranquilo. La emoción de volver a verse después de tantos meses de sólo hablar por teléfono les embarga a los dos: los dos están contentos de volver a verse. Y Durán, que decidió de sopetón hacer este viaje, que se ha presentado en Marbella sin avisar, disfruta ahora de las secuelas que esa agradable sorpresa ha tenido en su madre. Ahora Chipri no parece angustiada, sólo agitada, tal vez un poco demasiado. Al cabo de una hora -Durán ha llegado hacia las cuatro de la tarde en un taxi desde Málaga- ya atardece y el color del mar es entristecedor y cobrizo. Aún no han corrido las cortinas del cuarto de estar y la vegetación, las plantas de interior colocadas en la terraza exterior del cuarto de estar, produce un falso efecto de verdor, como una escenificación de una fiesta, como si fuesen, de alguna manera, partes de un decorado expresamente diseñado para producir sensación de lujo, buena vida, buen balance económico y sentimental. Durán, mientras su madre se afana en traerle una Coca-Cola (esa acción de ofrecerle, ir a buscar y traer una Coca-Cola en un vaso, de la cocina, ocupa un tiempo desmesurado), tiene la sensación de que su madre ha deliberadamente lentificado todo el proceso, quizá para reponerse de la emoción inicial, quizá para arreglarse un poco, o quizá -piensa Durán con una sonrisa- para buscar los vasos buenos -muy característico esto de su madre- que la ocasión merece. El hecho es que Durán tiene la sensación de una demora exagerada, y desde la puerta de la sala ha dicho en voz alta:
– ¡Mamá, ¿quieres que te ayude?!
Y Chipri ha contestado jovialmente (desde el cuarto de baño):
– ¡No! ¡No hace falta, ya está todo!
Durán ha vuelto a su sillón, desde el cual se ve el mar emplomado, el otoño cortocircuitado por las luces urbanas: esa imprecisa sensación marbellí de lujo y desarraigo. Durán no sabe bien decir qué quiere expresar con esta imagen de lo lujoso y lo desarraigado combinándose, se refiere quizá a la impresión de que sobre el primitivo pueblo pesquero -agrupado alrededor de la plaza de los naranjos y el ayuntamiento, con la churrería y las primitivas boutiques de antes del boom, un mundo de bienestar franquista de clase media enriquecida, que Durán no ha conocido personalmente pero del que ha oído hablar a su madre muchas veces-, sobre ese pueblo se ha superpuesto ahora el Marbella fastuoso y socarrón del Gil y de los promotores inmobiliarios. Durán no logra establecer conexiones causales entre estos datos: sólo siente una confusa inseguridad ante todo ello, sobre todo esta tarde sepia. Su madre estaba muy arreglada cuando Durán se presentó en casa. Tanto que Durán le ha preguntado si pensaba salir y Chipri ha respondido que no. Durán no cree que su madre le haya mentido, pero tiene la sensación de que hay una parte de la vida de su madre que realmente no conoce, la cual acaba de interrumpir con su precipitada y, hasta cierto punto, injustificada visita de esta tarde.
Le embarga ahora un sentimiento de ridículo: ha viajado precipitadamente de Madrid a Marbella con una sensación de angustia sentida al hablar por teléfono con su madre. No ha explicado bien ni a Salazar ni a Juanjo a qué se debe la precipitación de este viaje: no lo ha explicado porque él mismo, tanto ahora como al emprender el viaje, no puede darse ningún motivo preciso. No ha dado sin embargo explicaciones a sus dos amigos porque no ha creído que ninguno de los dos las precisaran: Durán se da cuenta de que ambos están demasiado interesados el uno en el otro ahora como para fijarse en si Durán se va o se queda. Esta constatación le ha producido hace unas horas, ya instalado en el AVE, una punzada de celos doble. Ahora no parece su madre angustiada, sino sólo inquieta, como alguien que estaba a punto de salir y es gratamente interrumpida por un visitante grato e inesperado que, sin embargo, interrumpe la salida planeada causando una molestia a la vez que un gozo: esta situación oscilatoria, piensa Durán, se refleja en el comportamiento entre agitado y solícito de la madre en este momento, pero no designa -cree Durán- angustia alguna. He hecho un viaje precipitado para nada, concluye.
– Mamá, veo que ibas a salir. No te retrases por mí. Sal. Yo te espero en casa.
– No, no pensaba salir. ¿Por qué dices eso? Es maravilloso tenerte aquí.
– Es maravilloso. Sí. Pero ibas a salir y te he interrumpido. No hay por qué negarlo. Yo te espero.
– ¿De verdad vas a esperarme? No es que fuese a salir. ¿Me entiendes? No es que tenga que salir. Es que no tenía nada que hacer hoy en casa, y como que me arreglé para salir sin ir a salir del todo. No, no iba a salir. La verdad es que no. Aunque la verdad es que sí que iba a salir, después, algo más tarde, a tomar un café con la dominicana, una amiga que conozco nueva, esta chica Araceli, que es medio mulata, tan divertida y fácil de tratar: me encanta. Pero ya comprendes que eso no es motivo. Tomar café o charlar no son motivos. Por eso digo que no iba a salir, aunque sí que iba a salir si tú no llegas a venir. Y ahora estoy en dos. Y ya no sé si es salir o no es salir lo que más quiero, teniendo en cuenta que estás tú. Pero como tú has dicho que no te importa que salga o que no salga y que me esperas, ya no sé si tú lo dices para que sí salga, porque a lo mejor lo dices tú para no inconvenienciarme, te conozco y es por eso, aunque no me inconveniencias, porque por ti prefiero no salir que salir, aunque en el fondo tampoco sé si tú prefieres que salga o que no salga, no sé qué es lo que tú prefieres de verdad en el fondo. Ni tampoco lo que quiero yo. Lo que quiero y lo que no. No lo sé. Ya nunca lo sé. Ni lo que tú ni lo que yo. Ni lo que quieres tú, ni lo que yo, ni lo que nadie…
Chipri se desploma en el sillón junto a su hijo, esconde el rostro entre las manos y llora desconsoladamente. Durán no sabe qué hacer, pero, curiosamente, el llanto de su madre le tranquiliza: no la ha visto llorar en otras ocasiones: Chipri no era de llorar, pero Durán piensa que llorar hace bien a las personas: él mismo lloró mucho con lo de Juanjo, y, sobre todo, deseó llorar aún más de lo que llegó a llorar a solas: como si esta idea del llorar, este don de lágrimas, incluso llorar al buen tuntún, fuera -para un Ramón Durán que aún no ha dejado de ser un crío en el fondo- la última salida, la mejor, la que cierra el circuito agujereado de las noches cuando se despertaba y no quería dormir: su madre venía y le acunaba y se dormía otra vez: el llanto cerraba los agujeros, enderezaba el curso del mundo, reintegraba la noche a la luz, la separaba de las manos negras y los bultos informes: llorar era regresar al dulce seno materno con todos los deseos satisfechos, los malos caminos alisados. Incluso de mayor, Durán sabía que llorar, aunque fuese en secreto, en su cama de adolescente, por un motivo nimio tal vez, cualquier malentendido de clase o de patio, tranquilizaba mucho: uno se quedaba dormido después de llorar, como los niños. Y todas esas imágenes de su niñez y de su adolescencia y del llorar, que en realidad procedían de sí mismo y de su experiencia propia del llanto, más que de la observación de su madre, que casi nunca lloraba, le tranquilizaron mucho ahora también. Pero la tranquilidad se interrumpió bruscamente, repentinamente sobresaltó a Durán darse cuenta de que su madre más bien gemía ahora que lloraba, ululaba. Entonces se echó sobre ella y la abrazó y le recogió la cara contra su pecho y la acunó, y su madre se dejó acunar y besar y fue caliándose poco a poco, y estaba despeinada y despintada después y encendió un cigarrillo, y otro cigarrillo y otro cigarrillo, cosa que también sorprendió a Durán, pues su madre, que fumaba algo, no había fumado nunca tan seguido. Entonces Durán dijo:
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