Boris Vian - Vercoquin y el plancton

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Vercoquin empieza con una surprise-party y termina con otra, por eso en la parte central se recorren hasta el mareo las estupideces y repeticiones de las oficinas del C.N.U. (Consortium Nacional de la Unificación) Nada menos parecido sin embargo a la mala costumbre de la autobiografía. El lenguaje burbujea con la velocidad del chisteo la genialidad. Se demuestra además que Vian fue el Otro Lado del existencialismo: si bien conversaba en los cafés con Sartre, entre el Ser y la Nada, no elegía nada.

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Corneille entró pues y estrechó la mano del Mayor según el rito especial: pulgar contra pulgar, índice sobre el otro índice, cada uno de esos dos apéndices curvados como ganchos en un plano perpendicular al pulgar, y las dos manos levantándose al mismo tiempo con un movimiento regular.

Estrechó también la mano de Antioche y éste le dijo:

– ¡Hola, Corneille, usted aquí! ¿Y su barba?

– ¡La corté esta mañana! -dijo Corneille-. Y fue una impresión horrible.

– ¿Por Janine? -preguntó Antioche.

– Por supuesto, vamos -dijo Corneille, apretando los dientes. Era una de sus maneras de sonreír.

Después, sin otra formalidad, Corneille se dirigió hacia Janine que, justamente, acababa de apoderarse de Palookas in the milk uno de los últimos discos de Bob Grosse-Bi que Antioche recién había comprado. Ella no lo vio llegar y Corneille, aguzando su índice hacia adelante, se lo hundió en el hombro derecho, salvajemente. Se sobresaltó y se puso a bailar con él sin decir nada, con aire envenenado. Lamentaba lo del disco.

De tanto en tanto se dejaba caer hacia atrás, girando y enroscada, si puede decirse, sobre los talones, el cuerpo inclinado a setentaicinco grados sobre la horizontal. Se agarraba en el momento de caer, por una especie de milagro, cambiando bruscamente de dirección, con la punta de sus zapatos inmutablemente dirigida hacia el cielo y su caballera a raya mantenida a una distancia respetuosa. Casi nunca avanzaba pero atraía a su bailarina como la luz de una señal de auxilio a la cual aferrarse. No pasaba un segundo sin que extendiera en el suelo, knock-out, a alguna pareja imprudente y al cabo de diez minutos, el centro del salón le pertenecía sin discusión.

Cuando no bailaba, Leprince imitaba el grito del chonchón, se dedicaba a tomar alrededor de la undécima fracción de un vaso lleno de alcohol diluido, para no marearse demasiado rápido.

El Mayor seguía bailando con la amiga de Zizanie y Antioche acababa de desaparecer en el reservado contiguo a la sala de baile y en el que se amontonaban los abrigos.

Acompañado, como correspondía, por Zizanie.

Capítulo IX

Como le pareció que disminuía el entusiasmo de los asistentes un individuo pelirrojo de alta estatura, y que ceceaba aunque llevaba el nombre eminentemente americano de Willy o Billy según los momentos, decidió alegrar a la concurrencia. Detuvo el pick-up con una habilidad diabólica, retirando el brazo, recurso secreto que Antioche no había previsto y se plantó en medio de la sala.

– Veamos -dijo-, les propongo, para cambiar un poco, que cada uno cuente algunas historias… o cante una canción. Como no quiero disminuirme voy a empezar.

Ceceaba de tal manera que escuchándolo uno estaba obligado a modificar su ortografía.

– Ez la hiztoria -dijo-, de un tipo que tenía un defecto de pronunziazión.

– ¡Fanfarrón! -dijo Antioche que había entreabierto la puerta del cuartito, y que habló lo suficientemente alto como para que lo escucharan.

Se produjo un ligero frío.

– Por otra parte -dijo el pelirrojo-, sho no la recuerdo muy bien. Voy a contarlez otra. Ez un tipo que entra en un negocio donde enzima han ezcrito "Pompas Shúnebres".

– ¿Qué es shúnebres? -preguntó una voz anónima.

– Entonces -prosiguió Willy, ignorando la interrupción-, dice: Buenos díaz, zeñor shúnebre, sho quisiera una pompa. [4]¡Ah! -responde el otro (también cecea)- zolo tengo cervezas. ¡Entonces, media! -dice el primero.

Y Willy eztayó.

Como todo el mundo conocía la historia sólo hubo algunas risas molestas.

– Sha que ze mantienen -continuó Willy-, voy a contarlez otra. Pero después, le toca a otro. Veorves, por ejemplo.

Mientras Veorves protestaba, Antioche tanteando a sus espaldas, logró volver a bajar el brazo del pick-up al que se había aproximado, y los bailarines volvieron a partir mientras Willy, con aire descorazonado, alzaba los hombros murmurando:

– Dezpués de todo, ez cuestión de ellos… Sho quería animar un poco.

El Mayor volvió a tomar a su bailarina, y Antioche volvió al cuarto donde Zizanie, doliente, se empolvaba.

Capítulo X

En plena mitad de la selva de Marly, Fromental de Vercoquin, sentado al pie de una hevea, juraba a media voz desde hacía media hora. A media voz porque la primera media hora, había jurado en voz alta y su cuerda vocal izquierda se contraía.

Capítulo XI

Penetrando directamente en el cuartito Antioche percibió, en lo alto de una pila de abrigos amontonados en un rincón, cuatro piernas que al principio no había visto. Eran dos que estaban allí arriba para verificar sus diferencias específicas por el método de los calibres "entra" y "no entra" como lo recomienda la Oficina de Normalización de la Mecánica.

La chica tenía lindas rodillas, pero también pelo rojo, como lo constató Antioche levantando la cabeza. Este color crudo le chocó y apartó los ojos, púdico.

Como el abrigo de arriba era un impermeable Antioche no molestó a los dos aficionados a la fisiología. Por otra parte, no hacían nada de malo. A esa edad, es bueno informarse uno mismo sobre los problemas naturales.

Antioche ayudó a Zizanie a reajustarse el vestido; que parecía dispuesto a irse por su lado, y reaparecieron en la sala de baile como si nada hubiera pasado.

Había pasado tan poca cosa…

El Mayor estaba de pie cerca del pick-up, con aire sombrío. Antioche se aproximó.

– Puedes ir -le dijo.

– ¿No es cierto que es una chica bien educada? -dijo el Mayor.

– Sí, y más que eso -dijo Antioche-. Es una chica que tiene tacto.

– ¡Apostaría que es virgen! -afirmó el Mayor.

– Hace veinte minutos -dijo Antioche-, hubieras ganado.

– No comprendo -dijo el Mayor-, pero eso no me incumbe. En fin, ¿te parece una chica bien?

– Perfectamente bien, viejo -aseguró Antioche.

– ¿Crees que tengo chance? -agregó el Mayor, lleno de esperanza.

– Por cierto, viejo -aseguró directamente su acólito, que se detuvo en ese momento para observar una pareja en verdad muy swing.

El macho tenía el pelo enrulado y un ambo azul cielo con el saco hasta las pantorrillas. Tres tajos atrás, siete respiraderos dos martingalas superpuestas y un solo botón para cerrarlas. El pantalón, que apenas sobrepasaba al saco, era tan angosto que la pantorrilla surgía con obscenidad bajo esta especie de extraña funda. El cuello subía hasta la parte superior de las orejas. Una pequeña abertura a cada lado les permitía pasar. Tenía una corbata hecha con un solo hilo de rayón sabiamente anudado y un bolsillo naranja y malva. Sus calcetines mostaza, del mismo color que los del Mayor, pero llevados con elegancia infinitamente menor, se perdían en zapatos de gamo beige arrasados por un millar de diversos agujeros. Estaba swing.

La hembra tenía también una chaqueta de la que sobresalía un milímetro de una amplia pollera plisada de tarlatatana de la isla Mauricio. Estaba maravillosamente hecha, tenía atrás nalgas movedizas sobre pequeñas piernas cortas y gruesas. Sudaba debajo de los brazos. Su vestimenta, menos excéntrica que la del compañero, pasaba casi desapercibida: chemisier rojo vivo, medias de seda cabeza de negro, zapatos chatos de cuero de chancho amarillo claro, nueve brazaletes dorados en la muñeca izquierda y un aro en la nariz.

Él se llamaba Alejandro y le decían Coco. Ella se llama Jacqueline. Su sobrenombre era Coco.

Coco agarró a Coco por el tobillo izquierdo y haciéndola girar en el aire hábilmente la recibió a caballo sobre su rodilla izquierda; después, pasando la pierna derecha por encima de la cabeza de su pareja, la soltó bruscamente y ella se encontró de pie, la cara vuelta hacia la espalda del muchacho. Cayó de golpe hacia atrás, hizo el puente e insinuó su cabeza entre los muslos de la chica, levantándose muy rápido subiéndola del piso y haciéndola pasar nuevamente entre sus piernas, la cabeza primero, para volverse a encontrar en la misma posición, la espalda contra el pecho de su compañera. Dándose vuelta para darle la cara lanzó un "Yeah" estridente, agitando el índice, reculando tres pasos para avanzar enseguida cuatro, después once al costado, seis en redondo, dos en el lugar y el ciclo volvía a empezar. Los dos sudaban la gota gorda, concentrados, un poco emocionados por la atención matizada de respeto que se podía leer en el rostro de los espectadores admirados. Eran muy, muy swing.

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