Un poco
Mucho
Apasionadamente
Con locura
Nada
Un poco
Mucho
Apasionadamente
Con locura
Nada
Un poco
Mucho
Apasionadamente
Con locura
Nada
– ¡Mierda! -gritó… Por supuesto, había dejado uno de más.
"No puede amarme todavía -pensó el Mayor para consolarse-, porque no me conoce bien…"
Pero ni la modestia de esta reflexión lo consoló.
Subió rápidamente la avenida y llegó cerca del auto de Fromental. Era un Cardebrye pintado en rojo competente, con una larga banda de metal cromado alrededor del tanque de nafta. El último modelo, por supuesto, de doce cilindros dispuestos en hemistiquio, en V; el Mayor prefería los impares.
Fromental de Vercoquin apareció en ese momento en la escalera, bailaba con Zizanie. El corazón del Mayor hizo "Plum" en su pecho y se detuvo de golpe con la punta al aire. Al menos eso es lo que sintió el Mayor.
Siguió a la pareja con los ojos. El disco se detuvo. Era: Give me that bee in your trousers. Otro empezó: Holy pooh doodle dum dee do y Antioche apareció en la escalera para invitar a bailar a Zizanie quien aceptó, con gran alivio del Mayor, cuyo corazón volvió a latir.
Solo en la entrada, Vercoquin encendió un cigarrillo y empezó a bajar los escalones, descuidadamente.
Se unió al Mayor que seguía interesado por el Cardebrye y sintiendo mucha simpatía por él, dijo alegremente:
– ¿Lo llevo? ¿Quiere probarlo?
– Cómo no -dijo el Mayor con una sonrisa amable, velando con esa aparente gentileza un infierno de quinientos diablos girondinos.
A trescientos metros de la casa del Mayor, en el bajo de la avenida Gambetta, Fromental dobló a la derecha siguiendo las indicaciones del Mayor. Al llegar a la iglesia de Ville d'Avrille, dobló a la izquierda y tomó la ruta macadamizada que llevaba a Versalles.
En el restaurante del Père Otto, el Mayor le hizo señas a Vercoquin de que se detuviera.
– Venga a tomar un trago -dijo-. Aquí tienen una cerveza portentosa.
Se acodaron en el bar.
– ¡Un tanque para el señor y… para mí! -ordenó el Mayor.
– ¿No toma cerveza? -preguntó Vercoquin un poco asombrado.
– No -respondió el Mayor-, es malo para mis articulaciones.
Era absolutamente falso. El único efecto que la cerveza había producido al Mayor era un crecimiento rápido y momentáneo de las extremidades inferiores.
Vercoquin bebió su tanque.
– ¡Otro! -ordenó el Mayor.
– Pero… -protestó Fromental eructando con ruido.
– Pssst… Perdón -dijo el Mayor-. Se lo ruego… es una cosa mínima.
Vercoquin bebió su segundo tanque y el Mayor pagó las consumiciones, después salieron, se reinstalaron en el Cardebrye y volvieron a partir en dirección a Versalles.
Atravesaron esta vieja ciudad todavía impregnada del olor del Gran Rey, olor poderoso y característico, después siguieron hasta la selva de Marly.
– El auto anda maravillosamente -señaló cortésmente el Mayor.
– Sí -replicó Fromental-, pero tengo ganas de orinar…
El Mayor, al volante de un soberbio Cardebrye rojo competente, subió de prisa la avenida de su jardín y se detuvo delante de la escalinata con una maestría notable. El auto retrocedió, pero él ya había bajado y fue a estrellarse contra la pared que continuaba la reja del parque, sin estropear nada más que un árbol del cielo no del todo seco y que fue ligeramente rozado.
Antioche recibió al Mayor en lo alto de la escalinata.
– No había leído el capítulo V… -dijo simplemente el Mayor.
– Pero porque no cuenta -respondió Antioche.
– Es verdad -dijo el Mayor-. ¡Pobre muchacho!
– Tienes mucha piedad -aseguró Antioche.
– Es verdad -dijo el Mayor-. ¡Qué individuo abominable! ¡Qué cretino testarudo! [3](El Mayor no pronunciaba el acento circunflejo.)
– Perfectamente -aprobó Antioche.
– ¿Y Zizanie? -preguntó el Mayor.
– Fue a arreglarse la cara.
– ¿Hace mucho?
– Un cuarto de hora. Tuve el trabajo de buscarle aguja e hilo -prosiguió Antioche.
– ¿Qué hilo? -preguntó discretamente el Mayor, interrogando de costado.
– Del mismo color que su slip -respondió Antioche con la misma discreción.
– ¿Ese hilo, es sólido? -continuó el Mayor con inquietud.
– No excesivamente -dijo Antioche-. Es rayón. No resiste nada cuando está mojado.
En el gran salón del Mayor, la animación estaba en su punto culminante. El dueño de esos lugares volvió seguido por Antioche y se dirigió al bar, porque se sentía seco como un cintado de comisión agrícola.
Se sirvió una naranjada, bebió y escuchó a lo lejos una semilla de heristal que se le había ido de abajo de la lengua. Antioche se preparaba "Monkey's Gland" de atrás de los fagots. Era caliente. Era bueno.
Habiendo bebido Antioche se deslizó detrás de Zizanie que charlaba alegremente, de acuerdo con el término consagrado, con una amiga. No está mal por otra parte la amiga, pensó el Mayor que, dejando a su cómplice empezar el ensayo, buscaba un ersatz con un alma gemela.
Deslizándose detrás de Zizanie Antioche la agarró por el tórax con toda la mano, muy delicadamente y de una manera perfectamente natural, y dándole un beso en la sien izquierda, le rogó que bailara.
Ella se separó y lo siguió al medio de la pieza. Él la apretó bastante para disimular en medio de la pollera escocesa plisada de la rubia niña, la parte de su perfil comprendida entre la cintura y las rodillas. Después se impregnó con el ritmo de Cham, Jonah and Joe Louis playing Monopoly tonight cuyos acordes armoniosos se elevaban con insistencia.
Y el Mayor se inclinó delante de la amiga de Zizanie, a quien abrumó completamente interrogándola durante seis piezas seguidas sobre el pedigree de Zizanie, sus gustos, la frecuencia de sus salidas, su infancia, etc. etc.
Sin embargo el timbre de la verja sonó y el Mayor, aventurándose hacia la puerta, reconoció a lo lejos la silueta notable de Corneille Leprince, uno de sus vecinos, a quien no se había olvidado de invitar. Corneille, cuya casa se levantaba a veinte metros de la del Mayor, siempre llegaba último porque viviendo tan cerca, no tenía necesidad de apurarse para llegar a hora. De ahí su atraso.
Corneille vivía afligido por una barba periódica cuya rapidez de crecimiento sólo se igualaba con la prontitud de la decisión a consecuencia de la cual, habiéndola conservado seis meses, la sacrificaba sin prevenir pero rezongando. Corneille llevaba un ambo azul marino, zapatos amarillos espantosamente agudos, y cabellos muy largos que había tenido el cuidado de lavar la víspera. Corneille estaba dotado de múltiples talentos para las matemáticas, el piano atormentado, y un cúmulo de cosas que no se molestaba en cultivar. Pero no le gustaban ni los perros, ni la rubeola, ni los otros colores en ola, ni las otras enfermedades hacia las cuales mostraba una parcialidad bastante repulsiva.
En particular, tenía horror al mackintosh del Mayor.
Lo encontró al doblar la avenida y se separó con asco.
Ultrajado, el mackintosh hizo ¡"Psssh"! y se fue.
Además las chicas se pusieron de acuerdo en reconocer que Corneille hubiera sido un muchacho encantador si se hubiera cortado regularmente su barba, avisando ocho días antes, si hubiera disminuido el volumen de su lujuriante vellón, y si no tuviera el aspecto de haberse revolcado en estiércol toda vez que llevaba un traje más de dos días.
Ese sagrado Corneille verdaderamente se preocupaba tan poco por su vestimenta.
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