Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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1

El marido de lady Victoria era totalmente opuesto al mayor Hurley. Yo no le había conocido hasta aquella noche y simpaticé con él de inmediato. Llegué a las seis menos cinco minutos y la doncella me invitó a pasar a la biblioteca donde estaba lord Richard James, nieto de aquel lord Paul James que había fichado a Amelia como agente del Almirantazgo.

Lord Richard James, un sesentón con el cabello cano y rostro rubicundo, me recibió con una sonrisa mientras me estrechaba la mano.

– Así que está usted escribiendo sobre Amelia Garayoa… Bien hecho, tengo entendido que fue una mujer notable.

– ¿La conoció usted? -pregunté curioso.

– No, no, pero tenga en cuenta que un pariente mío, un sobrino de mi abuelo, Albert James, estuvo enamorado de ella, todo un escándalo en aquella época, y ya sabe usted que todo aquello que rompe la rutina de una familia termina siendo conocido incluso por los descendientes. De manera que todos los James hemos oído historias sobre el desdichado amor de nuestro antepasado Albert James por una bella española.

Richard James me ofreció un jerez que no rechacé, pero que a decir verdad me sentó como un tiro en el estómago. Nunca he entendido la afición de los ingleses por el jerez, supongo que es porque a mí se me sube a la cabeza al primer sorbo.

A las seis en punto llegó el mayor Hurley seguido por lady Victoria. Al igual que nosotros, ellos también tomaron jerez. Cuando lord Richard ofreció otra copa pensé que difícilmente aquélla podía ser una velada de trabajo puesto que ya me sentía mareado, e imaginé el efecto que tendría en ellos tomar un segundo jerez. Pero me equivoqué. Lady Victoria caminaba igual de erguida que siempre y el mayor Hurley no cambió el gesto ceñudo durante toda la cena.

Escuché pacientemente cómo la conversación transcurría por derroteros que nada tenían que ver con el objeto de la velada. Hasta los postres lady Victoria no le pidió al mayor Hurley que nos recordara aquel viaje de Amelia a Alemania. Él comenzó entonces su relato…

«Amelia llegó a Berlín el 3 de abril de 1941. Había preparado meticulosamente el plan a seguir y decidió volver a alojarse en casa de Helmut y Greta Keller.

– Me alegro de volver a tenerla en nuestra casa, mi esposa la echaba de menos y eso que ahora tenemos a Frank con nosotros. Está de permiso. Pero las mujeres siempre quieren alguna presencia femenina cerca de ellas, supongo que hay cosas que sólo las hablan entre ustedes. Greta ya no guarda cama, lleva unos días levantada, parece que se está recuperando, a Dios gracias.

– Les agradezco tanto que me acojan en su casa…

Greta Keller se emocionó al recibir los pañuelos bordados que Amelia la había traído como regalo.

Frank, el hijo de los Keller, era un mocetón alto, de cabello castaño y ojos azules, que pareció encantado con Amelia.

– Pues sí que ha crecido usted, la recuerdo cuando era pequeña, creo que al menos las vi en un par de ocasiones a usted y a su hermana Antonietta. Siento lo de sus padres… don Juan siempre fue muy bueno con mi familia. ¿Se quedará muchos días en Berlín?

– Me gusta Berlín. Su padre le habrá contado que me estoy haciendo cargo de lo que él mismo ha podido salvar del negocio de mi padre y herr Itzhak… No imaginan cómo está España después de la guerra… allí no hay muchas posibilidades. Y usted, ¿se quedará mucho tiempo?

– Tengo unos días de permiso, luego he de volver a Varsovia.

– Y nosotros, querida, vamos a pasar una temporada en el campo con mi hermana. El médico dice que me sentará bien salir de la ciudad y respirar aire puro -anunció Greta.

– ¡Oh! Entonces buscaré otro alojamiento para estar…

– ¡No, no, de ninguna de las maneras! Puede quedarse aquí, y así cuidará de la casa. No estaremos mucho tiempo fuera, sólo unos días -aseguró Greta.

– Pero es que no quiero ser un problema…

– Y no lo es, de lo contrario no la habríamos invitado a quedarse -añadió herr Helmut.

Berlín seguía viviendo la euforia de la victoria. El ejército alemán parecía no tener que emplearse a fondo para lograr sus objetivos, y la ciudad intentaba mostrarse ajena a la guerra.

Amelia se presentó en casa de Karl Schatzhauser al día siguiente de su llegada a la ciudad. El profesor no ocultó su sorpresa al verla.

– Vaya, no esperaba que regresara. Hacía mucho tiempo que no teníamos noticias de usted ni de su amigo el periodista, tampoco de sus amigos británicos.

– Lo siento, le aseguro que les hice llegar cuanto me pidieron.

– Pero al parecer no nos toman en serio. Tampoco lo hicieron cuando les advertimos que no continuaran con la política de apaciguamiento con Hitler porque no conduciría a buen puerto, corno usted bien sabe, antes de la guerra, Max se lo explicó a lord Paul James sin ningún resultado.

– Profesor, ya conoce que mi única relación con lord James os a través de su sobrino Albert. Siento no poder serles más útil, sobre todo en este momento.

– ¿Por qué ha vuelto? -preguntó el profesor.

– He de serle sincera, mi relación personal con Albert ha terminado. Por eso estoy aquí… yo… en fin, no sabía adonde ir. Quizá no ha sido una buena idea pero… bueno, me he hecho la ilusión de que aquí a lo mejor puedo ser útil. Como le expliqué, el contable de mi padre salvó algunas máquinas del negocio y… al fin y al cabo, eso me reporta algún dinero que me es imprescindible para ayudar a mi familia. Pero si puedo ayudarles también a ustedes… no sé, en lo que sea…

– ¿Y qué podría hacer usted? No es alemana y ésta no es su guerra. Alemania y España son aliadas. ¿Por qué no regresa a su país?

– No puedo, aún no puedo vivir allí. No soporto la ausencia de mis padres.

– Max está en Varsovia, pero puede que dentro de unos días le tengamos en Berlín. Su esposa, la baronesa Ludovica, se lo ha comentado a algunos amigos, parece que está organizándole una fiesta para recibirle -comentó el profesor mirándola fijamente a los ojos.

– ¿Y el padre Müller? ¿Y los Kasten? -preguntó Amelia.

– Más activos que nunca colaborando con el pastor Schmidt. Helga y Manfred tienen mucho valor y nos prestan una gran ayuda. Manfred es un hombre muy respetado por sus colegas de la diplomacia que aún le consultan, pero sobre todo tiene abiertas las puertas de las casas importantes. Lleva una frenética vida social y no imagina usted la cantidad de información que es capaz de recoger en cócteles y cenas.

– ¿Cuándo les podré ver?

– Dentro de un par de días nos reuniremos aquí para celebrar una velada literaria, naturalmente ya sabe usted para qué. Venga, a ellos también les gustará verla.

La siguiente visita que Amelia hizo fue a Dorothy y Jan, que se habían instalado en un discreto inmueble de la Unter den Linden. Sus vecinos eran personas acomodadas y afines al III Reich, y no parecieron extrañados por la presencia de la pareja que había alquilado un apartamento.

Dorothy se mostró encantada de volver a ver a Amelia. Para ella no había resultado fácil hacerse pasar por la esposa de un hombre que hasta unos meses atrás era un total desconocido. Tanto ella como Jan eran viudos y tenían esa edad en la que se ha logrado domeñar todas las pasiones, pero aun así, al principio se sintieron incómodos teniendo que compartir la casa, aunque cada uno ocupaba un dormitorio.

Jan resultó ser un hombre de mediana estatura, cabello castaño claro lo mismo que sus ojos, era metódico y desconfiado, tanto que preguntó varias veces a Amelia si la habían seguido, y a pesar de sus negativas no pareció quedar satisfecho.

Sus nombres en clave eran «Madre» y «Padre», así se referían a ellos en Londres.

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