Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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– Porque son la comidilla de la gente. Me enteré durante una visita en casa de doña Piedad. Ya sabes que antes de la guerra doña Piedad y su marido tenían varias pastelerías en las que nos gustaba comprar. La guerra los dejó sin nada; la pobre mujer está viuda y enferma y de vez en cuando voy a verla. Allí me enteré de lo de Santiago con Águeda. Tu marido la ha convertido en la señora de la casa; aunque no la lleva con sus amistades, sí sale con ella y con Javier. Tu hijo cree que Águeda es su madre y Santiago consiente que lo crea.

– Sí, supongo que es su manera de castigarme. Sabe que no puedo quejarme de que Águeda se meta en mi cama, pero sí del daño que me hace al quitarme el cariño de mi hijo.

– Lo siento, Amelia -murmuró don Armando mientras abrazaba a su sobrina-, quizá deberías quedarte y luchar por tu hijo. Iremos a ver a Santiago, yo hablaré con él y le haré comprender que no puede dejar a Javier sin su verdadera madre. No creo que don Manuel y doña Blanca estén de acuerdo con lo que hace su hijo. Podríamos hablar con ellos…

– No, tío, es inútil. A Santiago le conozco bien. Me ha querido tanto que ha transformado su amor en odio y nunca me perdonará. Bien me lo merezco; además, yo tampoco me perdono a mí misma. De manera que ¿cómo podría exigirle a él que lo hiciera?

Me merecía un castigo y Dios me ha castigado con creces. Sólo espero que cuando Javier sea mayor, me escuche y me perdone.»Don Pablo se quedó en silencio, parecía estar reviviendo la escena.

Yo también me quedé callado a la espera de que me contara algo más.

– Bien, Guillermo, ahora deberá regresar de nuevo a Londres y continuar allí sus pesquisas -sentenció don Pablo.

– ¡Caramba con Amelia! Me ha sorprendido que tratara a Águeda como a una cualquiera. Y eso que mi abuela había sido comunista y era una mujer más que liberada para la época.

– ¿Va a juzgar a Amelia?

– No, no es ésa mi intención, sólo que me ha sorprendido que tratara así a la pobre Águeda, que, dicho sea de paso, es la que para mi madre es su abuela y para mí mi bisabuela.

– Amelia estaba profundamente herida y ella misma se juzgaba con dureza. Pero, al fin y al cabo, todos nosotros somos producto de nuestra época, y ella había sido educada como una señorita de la burguesía ilustrada.

– Educada, sí, pero ella misma había roto todas las convenciones sociales de su época.

– Sí, pero no dejaba de ser quien era, no podía sustraerse a la educación recibida. En cuanto a que su bisabuela fue comunista, yo no diría tanto. Se enamoró de Pierre Comte, que sí lo era, pero en realidad ella era una joven idealista con la cabeza llena de pájaros, y no tenía una idea cabal de lo que significaba ser comunista.

Regresé a Londres y telefoneé a lady Victoria y al mayor Hurley. Lady Victoria se encontraba en la Costa Azul en un campeonato de golf. ¡La muy traidora! En cuanto al mayor Hurley, me recibió tres días más tarde de lo previsto.

El mayor tenía información precisa de cuanto me había contado su pariente, lady Victoria; incluso me enseñó algunas notas que ella le había dejado por si le podían ser de utilidad cuando hablara conmigo. De manera que fue al grano y me recordó, una vez más con gesto sombrío, que no tenía tiempo que perder, lo que era una manera de decirme que lo estaba malgastando conmigo.

El mayor Hurley comenzó su relato.

«A mediados de marzo de 1940, Amelia Garayoa se incorporó a la unidad del comandante Murray. El Reino Unido atravesaba una situación muy delicada agravada por la guerra. Chamberlain y Halifax habían mantenido una política de apaciguamiento con Alemania que no había dado ningún resultado; si lo hicieron fue porque eran conscientes de que, aun en el caso de ganar una nueva guerra, eso significaría la ruina irremediable para la economía y las finanzas del país. Por eso, joven, algunos historiadores han emitido juicios demasiado severos al examinar esa política de entente que Chamberlain llevó a cabo con la Alemania de Hitler. Pero a pesar de esto que le digo, Churchill tenía razón: a largo plazo habría sido imposible mantener la política de entente con Alemania sencillamente porque Hitler ansiaba la guerra.

La señorita Garayoa se incorporó a su puesto donde continuó recibiendo entrenamiento y también su relación sentimental con Albert James. Durante un tiempo, los artículos de éste publicados en los periódicos británicos fueron los más duros y mordaces que se escribieron contra Hitler antes de la guerra.

El 9 de abril, sin previa declaración de guerra, el Ejército alemán invadió Dinamarca y Noruega; aquella invasión se conoció como «Operación Weserübung», y el 5 de mayo comenzó la ofensiva contra Francia. El 10 de mayo, el mismo día que Churchill se convertía en primer ministro, creando, además, la cartera de Defensa, Alemania invadió Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos. Aquello se conoció como la Blitzkrieg o «guerra relámpago». El 12 de mayo los alemanes rompieron la Línea Maginot y el 15 de mayo los Países Bajos se rindieron, y los alemanes llegaron hasta las afueras de París y bombardearon el sur de Inglaterra. ¿Se hace una idea de lo que sucedía en aquellos días?

Lord Paul James preguntó al comandante Murray si su unidad estaba lista para actuar, y la respuesta fue afirmativa. Antes de que terminara aquel año de 1940, Amelia participaría en dos operaciones. En junio, el comandante Murray reunió a los miembros del equipo para anunciarles que entraban en acción y darles las correspondientes órdenes.

– Ha llegado la hora de actuar. No hace falta que les explique lo que ha sucedido: las tropas de la Wehrmacht se han hecho con buena parte de Francia, Holanda y Bélgica. El primer ministro francés Paul Reynaud ha dimitido y le ha sustituido el mariscal Pétain. ¿Alguno de ustedes prefiere dejarlo ahora?

Todos respondieron que no, parecían estar deseando entrar en acción.

– Bien, me reuniré con cada uno de ustedes por separado. Ninguno debe saber lo que hacen los demás; a partir de este momento no pueden comentar a nadie, ni a su familia ni a sus amigos más íntimos el cometido de su misión.

Amelia fue la última en recibir las órdenes de Murray. Deliberadamente, la había dejado para el final, porque a pesar de que la encontraba capaz de llevar adelante la misión que le iba a encomendar, no dejaba de preocuparle su juventud.

– Quiero que regrese a Alemania.

– ¿A Alemania?

– Sí, usted allí tiene amistades importantes.

– Conozco a algunas personas, pero no sé si son importantes.

– Lord James me ha informado que conoce usted a un oficial del Ejército, el comandante Max von Schumann, un aristócrata casado con una mujer fanática de Hitler, aunque él forma parte de un grupo contrario al nacionalsocialismo, ¿me equivoco?

– No, es cierto.

– Creo que usted y Albert James, sobrino de lord James, trajeron un mensaje de ese grupo al que pertenece Von Schumann. También sé que ayudaron a una joven judía a escapar de la persecución.

– Sí, así es, yo no le había dicho nada porque no lo creí necesario.

– Pero mi obligación es conocer todo sobre los agentes con los que vamos a trabajar.

– Lo entiendo.

– Bien, es conveniente que regrese a Alemania y nos envíe toda la información que Max von Schumann pueda suministrarle sobre los movimientos del Ejército. Es de vital importancia saber si preparan la invasión de las islas. Después de que el Ejército alemán se haya hecho con Francia y de lo sucedido en Dunkerque, el primer ministro necesita tomar decisiones, y para ello es imprescindible la información.

– El barón Von Schumann jamás traicionará a su país; no creo posible que me confíe ninguna información relevante.

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