Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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Karl Schatzhauser, acompañado de Albert, se acercó a ellos.

– Mi querida Amelia, intento convencer a Albert para que transmita al Gobierno británico que Alemania entera no se ha vuelto loca, que hay hombres y mujeres dispuestos a luchar contra Hitler, pero que necesitamos ayuda.

»Sí, necesitamos ayuda, pero los británicos deben tener en cuenta que nunca traicionaremos a nuestro país, sólo pretendemos derrocar a Hitler e impedir que la guerra se convierta en una tragedia peor de lo que fue la guerra anterior.

Albert afirmó que les ayudaría rompiendo por primera vez un principio que había mantenido inalterable: el de contar a sus lectores lo que como periodista veía y oía, pero sin implicarse políticamente.

A finales de septiembre, Polonia se rindió a Alemania. El país quedó dividido en zonas: las provincias occidentales fueron anexionadas a Alemania, mientras que las orientales quedaron en manos de la Unión Soviética. Millones de polacos sufrieron las consecuencias de estar bajo la bota del Reich. Las primeras víctimas fueron los judíos.

El estreno de Tristán e Isolda fue un gran éxito. Un público exultante y entregado aplaudió a Carla Alessandrini hasta hacerla salir a saludar más de diez veces. Aquella noche asistió a la representación Joseph Goebbels junto con otros jerarcas del Partido Nazi. Algunos de ellos no dudaron en enviar ramos de flores a la diva italiana pidiéndole una cita o directamente invitándola a cenar. Pero Carla ni siquiera miraba las flores, y ordenaba a su camarera que las dejara fuera del camerino.

– Hasta las flores nazis huelen mal -aseguraba.

Después de la función, Vittorio y Carla invitaron a cenar en el hotel a un grupo de amigos, entre los que se encontraban Amelia y Albert. Después de la cena, Carla se despidió de sus invitados alegando que estaba cansada y pidió a Amelia que la acompañara a su suite.

– No hemos tenido oportunidad de estar a solas ni un minuto y quería preguntarte si lo tuyo con Albert James va en serio.

Amelia meditó la respuesta. Ella misma se preguntaba por el calado de su relación con el periodista.

– Albert me ha salvado en varias ocasiones. Es el hombre más generoso que he conocido y nunca me ha pedido nada.

– Te he preguntado si le quieres, nada más.

– Sí, supongo que sí le quiero.

– ¡Uf, menuda respuesta! O sea que no le quieres.

– ¡Sí, sí, le quiero! Sólo que no como quise a Pierre, pero supongo que nunca volveré a amar a nadie del mismo modo. ¡Me hizo tanto daño!

– ¡Olvídate de Pierre! Está muerto, y lo vivido vivido está, no hay marcha atrás. No seas de esas personas que se complacen en lamentarse por el pasado. Debes mirar hacia el futuro y procurar disfrutar del presente cuanto puedas. Te daré mi opinión: Albert es un buen hombre, te quiere y está dispuesto a cualquier cosa por ti; y quizá por eso no le valoras como debes.

– ¡Pero si sé perfectamente que es un hombre excepcional!

– Que te quiere y confía en ti, sin condiciones. Vittorio es así, y ya ves, no sabría vivir sin él, pero por egoísmo. Es mi marido, sí, pero también es quien me cubre la retaguardia. Creo que AIbert es como Vittorio, y bueno, estos hombres se merecen algo más que lo que nosotras podemos darles. Es una pena, pero ¡la vida es así!

– No me gustaría que creyeras que no valoro a Albert.

– ¡Pues claro que lo valoras! Sólo que no estás enamorada de él y le dejarás en cualquier momento. ¿Qué pasa con tu barón alemán, Max von Schumann?

– Nada, Albert y yo hemos cenado en su casa y le hemos visto en algunas ocasiones.

– Creo recordar que me escribiste diciéndome lo mucho que te atraía.

– Es verdad… pero bueno, Max está casado, he conocido a su mujer, la baronesa Ludovica, muy bella pero terrible, es nazi. Max no es feliz con ella.

– ¡Conflicto a la vista! Caerás en brazos de Max.

– No, no quiero, ni tampoco él. Max es un hombre de honor y su matrimonio con Ludovica es para siempre. Son católicos.

– ¡Pamplinas! Yo también soy católica, y desde luego que no pienso dejar a Vittorio, pero ¿y si me topara con un gran amor? ¿Qué sería capaz de hacer? Hasta ahora los hombres a los que he conocido y amado no han merecido tanto la pena como para abandonar a Vittorio, y según pasan los años, me parece más difícil que aparezca un príncipe montado en un caballo blanco con el que yo quiera huir, pero ¿y si aparece? Lo único que no debemos hacer es engañarnos. Veo que el barón todavía te atrae, en fin, lo único que espero es que no sufras demasiado. No quiero que olvides que si las cosas te van mal siempre podrás contar conmigo, y más ahora que has perdido a tus padres. A propósito, ¿tienes noticias de tu familia?

– Mi hermana Antonietta continúa delicada.

– Esa niña lo que necesita es comer, ¿por qué no la llevas a Italia? Podéis ir a mi casa en Milán, o mejor, ya sabes que tengo una villa en Capri, allí se recuperaría respirando el aire puro del mar.

– Sabes que no puedo, tengo que trabajar, no quiero recibir dinero de Albert si no es por mi trabajo. Con ese dinero puedo ayudar a mi familia, mi tío Armando apenas gana para mantenerlos a todos. Además Pablo, el hijo de Lola, continúa en casa de mis tíos, su abuela tampoco termina de ponerse buena y sigue en el hospital. Son muchas bocas a las que dar de comer.

– ¡Y tú eres tan orgullosa que te niegas a aceptar mi ayuda!

– No soy orgullosa, Carla, te aseguro que si no fuera capaz de obtener dinero para los míos con mi trabajo, antes que dejarles pasar más necesidades te lo pediría, pero por ahora puedo enviarles suficiente dinero, yo no gasto nada en mí.

– Sí, eso ya lo he visto. Y vamos a salir de compras, no te puedes negar a que te regale unas cuantas cosas, porque qué quieres que te diga, te pareces a la Cenicienta.

Unos días más tarde, el profesor Karl Schatzhauser telefoneó a Albert pidiéndole que fuera a verle inmediatamente. Insistió en que le acompañara Amelia.

Fueron a su casa al caer la tarde y allí se encontraron también con Max y otro hombre. Karl Schatzhauser no se anduvo con rodeos.

– Mi querida Amelia, Max me ha dicho que es usted amiga de Carla Alessandrini.

– En efecto -respondió Amelia, desconcertada.

– Quizá pueda ayudarnos a salvar a una joven.

– No le entiendo…

– Permítanme que les presente al padre Müller.

El profesor Schatzhauser se dirigió al hombre que hasta aquel momento se había mantenido en silencio. El sacerdote, que no aparentaba tener más de treinta años, parecía nervioso.

– El padre Müller es sacerdote católico, y miembro de nuestro pequeño grupo de oposición a Hitler. Naturalmente, está con nosotros a título personal, no como representante de la Iglesia católica.

Amelia y Albert miraron con interés al clérigo, quien, a su vez, les observó con preocupación.

– No hace falta que les explique la situación de los judíos alemanes, sometidos a persecución. De la noche a la mañana muchos de ellos desaparecen conducidos a campos de trabajo, sin que posteriormente sea posible obtener alguna información sobre la suerte que corren en esos lugares. Pues bien, una familia judía conocida del padre Müller tiene un problema y Max y yo hemos pensado que quizá ustedes nos puedan ayudar. Pero será mejor que el padre Müller les explique la situación.

El sacerdote carraspeó antes de comenzar a hablar y, mirando directamente a Amelia, explicó lo que esperaba de ella.

– Soy huérfano. Mi padre murió cuando era un niño y mi madre me sacó adelante junto a mi hermana mayor. Mi padre tenía un taller de encuadernación que nos daba para vivir holgadamente, incluso tenía un empleado. Cuando mi padre murió, mi madre se hizo cargo del negocio, y mi hermana mayor la ayudaba cuanto podía, pero no hace falta recordarles las penurias por las que ha pasado Alemania, y a la desgracia de la muerte de mi padre se unió que en el taller comenzó a faltar trabajo. Muy cerca del taller, en los alrededores de la Chamissoplatz, mis padres tenían unos amigos, los Weiss, que tenían un negocio de compraventa de libros. El señor Weiss, además de amigo, era cliente de mi padre, solía llevarle viejas ediciones para que las encuadernara. El señor Weiss no es judío pero su esposa, Batsheva, sí lo es. Tenían una sola hija, Rajel, de mi misma edad, se puede decir que crecimos juntos y para mí es como una hermana. Cuando mi padre murió, el señor Weiss ayudó a mi madre cuanto pudo y a pesar de las dificultades que él mismo tenía que afrontar, nunca dejó de ampararnos. Hace un año, el señor Weiss murió de un ataque al corazón y dos meses más tarde la Gestapo detuvo a Batsheva acusándola de vender libros prohibidos. No era verdad, pero se la llevaron y lo único que hemos podido averiguar es que la pobre mujer está en un campo de trabajo. Afortunadamente, el día que la Gestapo se presentó en la librería no estaba Rajel, de manera que se libró de que también se la llevaran. Desde entonces vive con mi madre, con mi hermana Hanna y conmigo, la tenemos escondida pero tememos por ella. No estaré tranquilo hasta que no la sepa fuera de Alemania, pero no es fácil para los judíos conseguir permisos para viajar. Hace un año el Gobierno canceló sus pasaportes… en fin, les supongo al corriente de lo que pasa. A través de unos amigos, que me aseguran que conocen a un funcionario, puede que consigamos un documento para Rajel, pero es necesario que alguien la respalde, que tenga un valedor para conseguir ese documento, y sobre todo que se la lleve de aquí. Max asegura que Carla Alessandrini le tiene a usted un gran aprecio, y ha pensado… Bueno, se nos ha ocurrido que si la señora Alessandrini se presentara como valedora de Rajel nos sería más fácil conseguir el permiso de viaje. Si la señora Alessandrini asegurara que quiere a Rajel como doncella, ayudante o lo que le parezca más conveniente, las autoridades quizá no se lo nieguen. Esto es lo que quería pedirles: que salven a Rajel, para mí es como una hermana y yo… yo se lo agradecería eternamente.

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