Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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Amelia le explicó que estaba de viaje camino de España acompañada de unos amigos y que les vendría bien descansar y comer algo caliente.

También fue un alivio para Albert y Rajel encontrarse a salvo en aquella casa. Yvonne no necesitaba que le explicaran nada para darse cuenta de que algo importante sucedía y de que Amelia estaba en un apuro, y por la noche, cuando Rajel se retiró a descansar y Albert se quedó dormido de puro agotamiento, Yvonne se acercó a Amelia.

– Mademoiselle -dijo-, creo que tiene problemas, y si yo pudiera ayudar… Madame Margot confiaba en mí y usted sabe cuánto quiero a su familia, a usted la conocí apenas recién nacida, lo mismo que a su hermana Antonietta. Yo llegué a esta casa porque me trajo la madre de madame Margot, madame Amelie, de la que lleva usted su nombre…

– Lo sé, lo sé, Yvonne… ¡Claro que sé que puedo confiar en ti! Verás, vamos a pasar a España pero no por la frontera sino por los pasos de la montaña. ¿Recuerdas a Aitor, el hijo del ama Amaya? El me enseñó senderos escondidos por donde sólo pasan las cabras.

– Muchos españoles han venido aquí huyendo de Franco, si usted los viera, ¡pobrecillos! No sé nada de Aitor, pero conozco a un español que se refugió aquí con su familia y que era del PNV. Un buen hombre, que trabaja mucho para dar de comer a sus hijos. Antes de la guerra parece que tenía un negocio, pero lo perdió todo al exiliarse. Suerte que estaba casado con una mujer de aquí y ahora trabaja en un hotel. Si usted quiere… no sé… quizá él sepa algo de Aitor…

– ¡Cuánto te lo agradecería! Aitor podría sernos de gran ayuda, le vi hace unos meses en México y parecía dispuesto a regresar para ayudar a los refugiados, ¡ojalá lo haya hecho!

– Mañana iré temprano a ver a ese hombre, a las siete ya está en la recepción del hotel.

Yvonne cumplió lo prometido, y dijo a Amelia que el hombre del PNV iría a visitarles aquella misma tarde cuando terminara su jornada de trabajo. Albert había decidido dejar hacer a Amelia, aunque tenía dudas; pensaba que no era prudente confiar en un extraño.

A las seis y media de la tarde Patxi Olarra se presentó en la casa. Albert calculó que tendría unos cincuenta años. Parecía un hombre vigoroso y tenía el cabello totalmente blanco.

Amelia le preguntó si conocía a Aitor Garmendia, dándole detalles de quién era, dónde estaba situado el caserío familiar y que la última vez que le había visto fue en México como secretario de un dirigente del PNV en el exilio.

Olarra escuchó en silencio y se tomó su tiempo antes de hablar.

– ¿Qué es lo que quieren? -preguntó a bocajarro.

– ¿Querer? Nosotros no queremos nada, soy amiga de Aitor desde la infancia…

– Ya, pero ¿qué quiere de él? -insistió Olarra.

– Ya le he dicho que me gustaría saber si está por aquí, y si es así, verle. Supongo que los exiliados del PNV se mantendrán en contacto, sabrán los unos de los otros…

– Veré qué puedo hacer por usted.

Patxi Olarra se levantó de la silla y haciendo una inclinación de cabeza salió de la cabeza sin decir una palabra más.

– ¡Qué hombre tan extraño! -comentó Albert.

– Los vascos son gente de pocas palabras, si tienen que hacer algo lo hacen y ya está -respondió Amelia.

– No sé si es amigo o nos va a traicionar -dijo Albert preocupado.

– No sabe nada de nosotros, no ha visto a Rajel.

– Ya, pero… no sé… me inquieta.

– Es un buen hombre, se lo aseguro -terció Yvonne.

Pasaron dos días sin que tuvieran ninguna noticia de Olarra, y Amelia decidió que no esperarían más e intentarían cruzar por sus propios medios a España.

– Pero ¿estás segura de que te acuerdas de los pasos de los que te habló Aitor? -le preguntó Albert con preocupación.

– Claro que sí -respondió Amelia con más seguridad de la que de verdad tenía.

Rajel, por su parte, se había confiado a Amelia de tal manera que a pesar de tener más edad dependía de ella como si de una niña se tratara.

Amelia había organizado la marcha para el día siguiente, de manera que les propuso acostarse pronto y descansar.

– Los pasos de la montaña no son fáciles, y es mejor que descansemos.

Aún no se habían ido a dormir cuando alguien llamó al timbre. Se pusieron tensos, en guardia. Yvonne mandó a Rajel al piso de arriba, mientras ella acudía a abrir la puerta.

Fuera, alguien preguntó por Amelia y ella al reconocer aquella voz gritó de alegría.

– ¡Has venido! ¡Aitor!

– No creas que es fácil andar de un lado a otro -respondió Aitor mientras abrazaba a su amiga.

Estuvieron hablando durante un buen rato. Aitor les explicó que su jefe había decidido enviarle de regreso para que sirviera de enlace entre los que escapaban y los que ya habían logrado organizarse en el exilio.

– Procuramos ser discretos para no comprometer demasiado a las autoridades francesas, porque aunque Francia está en guerra contra Alemania no ha roto con España, de manera que tenemos que andarnos con cuidado. No imagináis los cientos de miles de refugiados que hay en los campos y en qué condiciones… Nosotros procuramos ayudar a algunos de los nuestros y pasar a gente, pero es complicado.

– Precisamente queremos cruzar a España por uno de esos pasos de la montaña de los que tú me hablaste, tenemos que salvar a alguien…

Amelia le explicó a Aitor la historia de Rajel y cómo intentaban llegar a Lisboa.

– No será fácil, y menos en esta época del año, estamos casi en invierno y hay nieve. Además, los soldados y la policía de Franco están por todas partes.

– Pero vosotros utilizáis los pasos, ¿cómo si no sacáis a la gente de España?

Aitor se quedó en silencio. No quería defraudar a Amelia pero por otra parte temía poner a su organización en peligro intentando algo tan rocambolesco como introducir a una judía en territorio español con el fin de atravesar todo el país para llegar a Portugal. Si las detenían y las torturaban confesarían por dónde, cómo y con quién habían cruzado y quedarían al descubierto.

– No tengo autoridad para tomar esta decisión, debo consultar con mis superiores -concluyó Aitor.

– No hace falta que consultes, si no quieres ayudarme no lo hagas. Mañana nos vamos, si tú no vienes lo intentaremos nosotros.

– ¡Por favor, Amelia, no hagas locuras! Os perderíais en la montaña y más en esta época del año. No es un juego, ni una excursión campestre.

– No podemos continuar aquí, cada día que pasa Rajel corre más peligro. Su única oportunidad es llegar a Portugal.

– Puede que consiga un permiso de residencia en Francia… al fin y al cabo están en guerra con Alemania.

– ¿Te estás burlando de mí? ¿Debo recordarte dónde están los refugiados españoles? ¿Quieres que te hable de la política respecto a los judíos? Márchate, Aitor, no quiero comprometerte más, tú libras tu propia guerra y Rajel no es parte de ella, no tienes por qué ayudarnos.

– Si algo sale mal te juegas la vida -le advirtió Aitor.

– Lo sé, lo sabemos, pero no tenemos otra opción.

Aitor se marchó malhumorado. No había logrado hacer entrar en razón a Amelia, convencerla de que los pasos de pastores en las montañas eran muy peligrosos.

Tampoco Albert pudo convencer a Amelia para intentar encontrar otra solución.

– Yo me voy mañana con Rajel y te aseguro que lograré llegar al otro lado -respondió con ira a los razonamientos de Albert.

A las tres de la madrugada, cuando Amelia, Rajel y Albert se despedían de Yvonne oyeron unos golpes secos en la puerta. La vieja criada fue a abrir y se sorprendió al ver a Aitor.

– Eres terca como una muía, de manera que no tengo más remedio que ayudarte o de lo contrario conseguirás que la policía descubra los pasos para cruzar la muga -dijo el hombre.

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