Papá dice que es dura con todo el mundo pero especialmente dura consigo misma, y eso es porque aspira a la Excelencia, así que lo único que podemos hacer es intentar en la medida de lo posible ser Excelentes y no preocuparnos mucho al respecto. Al menos estoy mejorando y ahora nunca se me olvidará dibujar los estómagos de la gente.
Me hago la cama y pongo a mi osito Marvin encima de la almohada, que es su lugar. Una vez mamá lo tiró. Me lo encontré en la papelera debajo de la mesa al llegar a casa del parvulario y no podía creerlo. «¿Quién ha tirado a Marvin ? -berreé, sollozando de ira y también con la sensación de pérdida que me habría embargado si no lo hubiese encontrado a tiempo-. ¿Quién ha tirado a Marvin ? » Aquel día mamá se mostró arrepentida, me abrazó y se disculpó, diciéndome que lo había hecho porque estaba demasiado viejo y destrozado. «¡Pero eso es lo que me encanta de él!», repuse, sin parar de llorar porque, aunque desde luego me sentía mejor tras su disculpa, también estaba disfrutando de la insólita sensación de dominar la situación en un enfrentamiento con mi madre. Sostuve el osito en alto con las dos manos hasta que volvió a disculparse. Aun así, mi alegato era cierto: quería a Marvin no a pesar de que era un oso viejo y destrozado, sino precisamente por ello, porque los platillos que antes llevaba en las patas delanteras están rotos, igual que la llave a la espalda con la que se le daba cuerda para hacerlo marchar, y uno de sus ojos de tono marrón dorado está estropeado y lloroso, de manera que parece medio ciego. Pero lo que más me encanta de Marvin es la auténtica razón de que mamá lo tirara, concretamente que era el juguete de mi abuela Erra de niña.
La abuela Erra es otra manzana de la discordia entre mis padres y en general un tema delicado en casa: mientras que papá y yo estamos locos por ella, mamá tiene al respecto sentimientos encontrados, y eso es quedarse corto. Tenemos todos sus discos y la gente siempre se muestra impresionada cuando les digo que Erra, la famosa cantante, es en realidad mi abuela. Es cierto que al mirarla resulta difícil creer que sea abuela, sobre todo cuando está sobre el escenario, con el maquillaje y la iluminación y a cierta distancia. No tiene más que cuarenta y cuatro años y parece más joven porque es delgada, ágil y liviana, y lo más curioso es que de pequeña quería ser la Gorda del circo cuando creciera. Sobre el escenario tiene el aspecto de una niña desamparada o un hada ingrávida y los sonidos que emite son absolutamente estremecedores, sin igual. Tiene todo un grupo de cantantes e instrumentistas a su cargo. Ensayan, viajan y actúan todos juntos, pero los demás músicos son en esencia de acompañamiento y cuando llega la hora de la verdad Erra está sola en el centro del escenario con su ralo cabello rubio radiante como la corona de un hada bajo los focos y miles de ojos fijos en ella y miles de oídos siguiendo los furiosos meandros ululantes de su voz.
Siento un vínculo especial con la abuela Erra porque los dos tenemos idénticas marcas de nacimiento redondas y marrones. La suya está en la parte interna del codo izquierdo y la mía en la base del cuello o más bien a medio camino entre el cuello y el hombro izquierdo. Un día cuando pasaba el fin de semana en su casa, que es un loft allá en el Bowery, comparamos las marcas de nacimiento y me dijo que la suya la ayudaba a cantar, así que le conté que la mía me hace compañía, le dije que era como un diminuto murciélago peludo encaramado a mi hombro y que me susurraba consejos al oído siempre que lo necesitaba, y ella aplaudió y me dijo: «¡Qué bien, Randall, prométeme que nunca perderás el contacto con ese murciélago!» Así que se lo prometí.
Es tan cariñosa…
No sé con exactitud qué tiene mamá contra la abuela Erra, a menos que esté tal vez celosa de su fama y su éxito y de que todo el mundo la admire tanto. Creo que piensa que su madre es una soñadora y una vez le oí llamarla avestruz a la inversa, en el sentido de que no tiene la cabeza metida en la arena sino en las nubes, y se niega a enfrentarse a los problemas esenciales de la gente que tiene los pies en la tierra. Mientras que mamá, por ejemplo, se mantiene al día de todas las guerras y hambrunas en el mundo, la abuela Erra ni siquiera tiene tele. Asimismo, mamá piensa que su madre es inmoral porque se ha acostado con mucha gente. En mi opinión es emocionante ser tan inmoral. Mamá no llegó a conocer a su auténtico padre, lo que era muy poco común en aquellos tiempos, así que cuando vas al meollo de la cuestión es una bastarda aunque se supone que no debes decir bastarda sino hija ilegítima. Durante un tiempo tuvo un padrastro al que apreciaba de veras que se llamaba Peter y solía llevarla todos los domingos a Katz's, que estaba a la vuelta de la esquina de donde vivían, pero llegó un tal Janek y la abuela Erra decidió vivir con él, así que puso a Peter de patitas en la calle y mamá se quedó toda mustia. No soportaba a su nuevo padrastro, Janek, porque nunca le prestaba atención y casi no hablaba inglés, y además se mordía las uñas y hacia rechinar los dientes, y a veces se encerraba en silencio durante días seguidos, bebiendo ginebra y mirando las paredes. Al cabo, terminó por suicidarse en su misma cocina, lo que resulta absolutamente increíble. Por suerte, mamá, que por entonces tenía diez años, estaba en la escuela y no vio la sangre y los sesos esparcidos por todo el embaldosado de la cocina. Después se mudaron al Bowery a escasas manzanas y desde entonces Erra ha tenido toda clase de novios y ahora vive con una mujer, una cosa que pasa que se llama homosexualidad. A mamá le parece demasiado inestable para un niño, así que ya no me deja quedarme a dormir en casa de la abuela Erra.
Paso la mañana entera viendo la tele, cosa que sé haría enfadar a mamá, pero papá me deja; dice que la gente inteligente tiene que saberlo todo acerca de la estupidez del mundo, así que puedo ver la tele pero debe ser un secreto entre nosotros. Esta mañana la programación es bastante buena con Garfield y G.I. Joe , y sobre todo Spiderman , que es mi preferido; a veces papá viene y ve la tele conmigo y le hace reír porque todo eso es de cuando era adolescente y solía leer cómics.
Después de comer empieza a hacer un calor de aúpa en el apartamento y papá sugiere que nos demos un baño en la piscina del vecindario, de manera que nos ponemos el bañador debajo de la ropa y bajamos a la calle. Es como si entráramos directamente en un horno y hay olor a brea derretida en el aire. Me gusta ir de la mano de papá cuando cruzamos la calle juntos, dentro de uno o dos años ya seré muy mayor para eso, así que quiero asegurarme de disfrutarlo mientras dure.
La piscina es un auténtico pandemonio de unos mil críos de todos los colores y tamaños chapoteando y gritando con voces que resuenan contra las paredes; me asusta un poco pero papá me coge en brazos al entrar en el agua y entonces me siento bien. Me lleva casi hasta donde más cubre y deja que me tire desde sus hombros unas cuantas veces hasta que el socorrista hace sonar el silbato y nos dice que no hagamos eso porque va contra las normas. Si algo me gusta de papá es que no se ciñe a las normas con demasiada rigidez. Hay que jugar siempre con las normas y no según las normas, dice, porque una vida sin peligro no es vida. Al cabo, sale de la piscina no sin esfuerzo, chorreando y con el pelo pegado al cráneo un poco calvo y la piel blanca y fofa, lo que le da un aspecto más bien poco atractivo en comparación con otros padres más jóvenes, morenos y esbeltos, pero a mí me trae sin cuidado porque es el mejor padre del mundo. Se echa una toalla sobre los hombros y se sienta con las manos encima de la cordial barriguilla, como la llama él, que es su estómago, y me mira mientras juego a mi aire en la parte menos honda. Aún no sé nadar pero lo que sí me gusta es saltar arriba y abajo, hundirme hasta quedar en cuclillas bajo el agua mientras expulso el aire por la nariz y la boca y luego saltar bien alto y tomar aire para sumergirme de nuevo; me gusta mucho el sonido del agua en los oídos y el ritmo, la sensación de ingravidez y el movimiento mecánico. Podría seguir horas así pero transcurrido un rato viene papá, me coge en brazos y me dice que es hora de que vuelva al trabajo.
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