Lo que sí sé es que nunca volveré a dibujar gente sin estómago. La primavera pasada traje a casa un montón de dibujos del parvulario, estaba muy orgulloso de ellos pero cuando se los enseñé a mamá me dijo: «Pero Randall, ¿dónde están los estómagos? ¡Se te ha olvidado dibujar los estómagos!», y yo miré los dibujos y vi que tenía razón, los brazos y las piernas de todo el mundo brotaban directamente de la cabeza, así que a la semana siguiente hice otra remesa de dibujos y el viernes se los llevé a casa pero justo cuando iba a sacarlos de la mochila caí en la cuenta: «¡Ay, no! ¡Se me ha vuelto a olvidar dibujar los estómagos!» No podía creer que hubiera cometido exactamente el mismo error. Estaba muy decepcionado conmigo mismo y ni siquiera se los enseñé a mamá porque temí que pensara que soy estúpido.
No es que tus padres no te quieran tal como eres, es que cuando eres pequeño tienes un montón de cosas que aprender, y tal vez (sólo tal vez) cuanto más aprendas más te quieran y quizá cuando llegues a casa con un título universitario no tengas que volver a preocuparte del asunto. No todo el mundo tiene la oportunidad de ir a la universidad como mamá y papá, que se conocieron en Bernard Baruch, donde papá era autor teatral residente y mamá estudiaba historia como siempre pero también se había apuntado al club de teatro y representaron Alicia a través del espejo , en la que mamá hacía de Lirón y papá de Tweedledum. No tengo dificultad para imaginar a papá en el papel de Tweedledum porque él es así, más bien regordete y divertido, pero me resulta casi imposible imaginarme a mamá en el papel del Lirón. La Reina de Corazones sí, dando órdenes a todo el mundo en tono incontestable y gritando arbitrariamente: «¡Que le corten la cabeza!» cada vez que le viene en gana, pero mi madre, tensa e hiperactiva, en el papel del roedor distraído y soñoliento que se adormila una y otra vez y al que el Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo tienen que llevar de platillo en platillo… resulta increíble. Sea como sea, así se conocieron y enamoraron. Es raro pensar en tus padres enamorándose, he hablado de ello con chicos en la escuela y cada vez que voy a casa de un amigo y conozco a sus padres intento imaginarme a esos individuos enamorándose; con algunos padres puedo hacerlo, pero no con los míos. Mi padre es tan despreocupado y mi madre anda tan estresada que no entiendo qué llegaron a ver el uno en el otro. ¿Cómo creyeron que sería su matrimonio? ¿Cómo creyeron que podrían llevarse bien?
No se llevan bien, eso seguro. Se pelean casi a diario de un tiempo a esta parte y uno de sus temas de discusión preferidos son los judíos. Mamá está mucho más interesada en ello que papá, cosa irónica porque es papá quien nació judío mientras que mamá nació gentil. Insistió en convertirse cuando se casó con papá, a quien le importa un carajo la religión pero la quería tanto que accedió a la ceremonia, lo que significa que yo también soy judío porque el carácter judío proviene de tu madre aunque naciera gentil. A cambio de dejarla convertirse, papá tuvo la oportunidad de bautizarme, y ahora se pelean porque me puso el nombre de Randall, en recuerdo de un amigo suyo que murió, pero mamá dice que no es nombre para un niño judío, mientras que papá (cuyo nombre es Aron) dice que teniendo en cuenta cómo se ha tratado a los judíos a lo largo de los últimos dos mil años, no tiene sentido que los niños judíos anden llamando la atención precisamente ahora, y que más les valdría tratar de pasar desapercibidos durante los próximos milenios hasta ver de dónde sopla el viento. Mamá dice que en Israel los judíos ya no se esconden, todo el mundo está orgulloso de llevar nombre judío, y papá dice que regresar a Israel le apetece tanto como volver a la era de las cavernas. «Eso sería más auténtico aún, ¿no? -dice-. ¿Por qué detenerse en el cuatro mil antes de Cristo? ¿Qué tiene de malo el cuarenta mil antes de Cristo? Podríamos remontarnos más incluso, podríamos arrugarnos hasta convertirnos en moluscos y regresar al océano de donde salimos. La gente se llevaba bien por aquel entonces, recuerdo que se celebraban unos cócteles deliciosos…», y mamá sale irritada de la habitación porque los judíos no deberían comer marisco. Esto no es más que un ejemplo de sus peleas.
Mamá tiene que dictar una conferencia esta tarde y se está preparando en su tocador, en la habitación de papá y ella. No sabe que la observo porque estoy tumbado boca abajo en el pasillo fingiendo jugar con mis cochecitos Dinky. Primero se pone pintalabios rojo y frunce los labios, luego se inclina hacia delante y se mira los dientes para asegurarse de que siguen blancos y luminosos sin mota alguna de barra de labios. Se pasa la mano por el cabello y asiente, cruza la habitación con un fajo de papeles, regresa, se sienta, coge el cepillo para utilizarlo a modo de micrófono, carraspea, sonríe a su reflejo en el espejo y comienza: «Señoras y señores», pero no queda convencida con el sonido de su voz, así que dice «Joder» y se golpea la boca, lo que hace que quede una mancha de pintalabios en el reverso del cepillo, y repite «Joder» más alto incluso. Limpia el cepillo con un pañuelo de papel y empieza de nuevo: «Señoras y señores», esta vez con distinto tono de voz. «Me alegra ver a tanta gente reunida aquí esta noche…», y luego se pone a mascullar, lee la conferencia y levanta la mirada hacia el espejo como si su reflejo fuera el público, consulta el reloj de vez en cuando para ver cuánto tiempo le queda para hablar. No oigo lo que está diciendo, pero conforme pasa las páginas se va acalorando cada vez más y eso me preocupa, así que empujo los cochecitos por el pasillo durante un rato para no oírla, pero cuando regreso sigue dale que te pego y parece más disgustada que nunca. Al cabo, se va corriendo al cuarto de baño, abre el botiquín y engulle unas pastillas, y la veo aferrada al borde del lavabo mientras se mira en ese espejo y luego literalmente se abofetea la cara, sólo una vez en cada mejilla con cada mano pero fuerte de veras, ojalá no lo hiciera, así que digo:
– Mamaaá -en un tono de voz de lo más gemebundo, y ella se yergue y se da la vuelta con una mirada acusadora, pero repito, muy quejumbroso-: Mamaaá… me duele la tripa.
Así que se acerca y me dice:
– Pobrecillo. -Cosa que me agrada oír-. ¿Por qué no vas a acostarte? Le diré a tu padre que te prepare una infusión de hierbas. Yo tengo que marcharme antes de treinta segundos.
Una vez en un sueño subí hasta donde estaba mamá sentada a su mesa trabajando y le tiré de la manga para que me hiciera caso, pero ni siquiera volvió la cabeza hacia mí, sino que se limitó a decir con voz pétrea: «No. Vete, ¿me oyes? No te quiero. No vuelvas a molestarme nunca», pero en la realidad jamás me ha hablado de esa manera.
Siempre veo más a mi padre que a mi madre, lo que no es habitual. Papá es un cocinero excelente y por desgracia trabaja en casa porque se dedica a escribir obras de teatro. A veces sus obras llegan a los escenarios, pero hasta el momento no ha tenido ningún gran éxito, seguro que llegará a tenerlo algún día y su talento será reconocido por fin, aunque lo cierto es que se está haciendo más bien mayor, va para cuarenta mientras que mamá sólo tiene veintiséis. Ella da conferencias sobre el Mal en universidades por todo el país. Lo cierto es que el Mal es una especialidad bastante extraña y no sé cómo explicarlo, así que cuando las madres de mis amigos me preguntan qué hace mi madre, me limito a decirles que enseña Historia y también está preparando el doctorado. Eso les cierra la boca, aunque no sé exactamente qué significa porque no tiene planeado ser doctora.
Sea como sea, es el sostén de la familia y eso también es poco habitual, y de resultas de ello papá y yo estamos a menudo solos. Echo de menos a mamá cuando está de viaje, pero también es divertido porque papá y yo hacemos cantidad de cosas a las que ella se opondría, con el acuerdo entre caballeros, como lo llama papá, de mantenerlas en secreto entre nosotros dos. Nos duchamos cuando nos viene en gana, no llevamos horarios fijos, a veces vemos la tele mientras cenamos, bebemos Coca-Cola y echamos chorros de ketchup en la comida, por no hablar de cosas que pueden provocarte cáncer como el monosodio glutamático que ahora está prohibido hasta en los restaurantes chinos.
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