Chuck Palahniuk - Asfixia

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Basada en una novela de Chuck Palahniuk (El club de la lucha), "Asfixia" narra la historia de Victor (Sam Rockwell) que para sufragar el caro tratamiento médico en un hospital privado de su madre (Anjelica Huston), se dedica a timar a la gente. Su trabajo diario es representar el papel de un miserable campesino del siglo XVIII en un parque temático de carácter histórico, mientras está tratando de recuperarse de su adicción al sexo.
Pero cuando su cada vez más débil madre insinúa poder revelar la identidad secreta de su perdido padre, Victor recobra la esperanza de encontrar finalmente las respuestas que ha estado buscando. Victor hace amistad con la joven doctora de su madre (Kelly McDonald), quien le lleva a creer que sus orígenes quizás puedan ser mucho más sorprendentemente divinos de lo que jamás pudo nunca haber imaginado.
Así, ¿es todavía Victor Mancini el perdedor sin honor que siempre ha creído que iba a ser durante el resto de su vida o es posible que sea una especie de loco salvador?

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Denny mira con el rabillo del ojo para intentar ver si el fuego ya está muy cerca y dice:

– Beth, ¿me va a quemar esto?

Beth me mira a mí y dice:

– ¿Victor?

Yo digo:

– No pasa nada.

Apoyándose un poco más en la encimera, Beth tuerce la cara para no ver y dice:

– Parece alguna clase de tortura extraña.

– Tal vez -digo-, tal vez Jesucristo ni siquiera creía en sí mismo al principio.

Me inclino encima de la cara de Denny y apago la llama de un soplido. Cogiéndole la mandíbula con una mano para evitar que se mueva le saco lo que queda del tubo de papel. Cuando se lo enseño, el papel está oscuro y pringoso de la cera que le he sacado.

Beth enciende la luz de la cocina.

Denny le enseña el tubito quemado, Beth lo huele y dice:

– Apesta.

Yo le digo:

– A lo mejor los milagros son una habilidad y tienes que empezar por las cosas pequeñas.

Denny se tapa la oreja limpia con la mano y se la destapa. Se la tapa y se la destapa una y otra vez y dice:

– Definitivamente mejor.

– No quiero decir que Jesucristo hiciera juegos de manos -digo-. Pero no hacer daño a la gente ya es un buen comienzo.

Beth se acerca y se retira el pelo con una mano para poder mirar dentro de la oreja de Denny. Guiña los ojos y mueve la cabeza para mirar desde distintos ángulos.

Hago otro rollo bien fino con otra hoja de papel y le digo:

– Me han dicho que el otro día saliste en la tele.

Le digo:

– Lo siento. -Enrollo el papel para hacer el tubo cada vez más fino y le digo-. Fue culpa mía.

Beth se me queda mirando. Se suelta el pelo otra vez. Denny se mete un dedo en la oreja limpia, hurga y se huele el dedo.

Y sosteniendo el tubo de papel, digo:

– De ahora en adelante quiero ser mejor persona.

Asfixiarse en restaurantes, engañar a la gente, ya no voy a hacer más esas mierdas. Acostarme con cualquiera, el sexo casual, esa clase de porquerías.

Le digo:

– Llamé al ayuntamiento y me quejé de ti. Llamé a la cadena de televisión y les conté un montón de cosas.

Me duele el estómago, pero no sabría decir si es la culpa o la deposición atascada.

En cualquier caso estoy de mierda hasta el cuello.

Durante un segundo me resulta más fácil mirar la ventana oscura que hay encima del fregadero de la cocina y la noche que se extiende al otro lado. Me veo reflejado en la ventana y me encuentro tan flaco y hecho polvo como mi madre. El nuevo san Yo beatífico y tal vez divino. Veo a Beth mirándome con los brazos cruzados. Y veo a Denny sentado junto a la mesa de la cocina, hurgándose en la oreja sucia con la uña. Luego se mira debajo de la uña.

– Solamente quería que necesitaras mi ayuda -digo-. Quería que me la tuvieras que pedir.

Beth y Denny me miran muy serios y yo miro el reflejo de nosotros tres en la ventana.

– Sí, claro -dice Denny-. Necesito tu ayuda. -Luego le dice a Beth-: ¿Qué es eso de que salimos en la tele?

Beth se encoge de hombros y dice:

– Me parece que fue el martes -dice-. No, espera. ¿Qué día es hoy?

Sentado en la silla, Denny señala con la cabeza el tubo de papel que tengo listo. Levanta la oreja sucia hacia mí y dice:

– Tío, hazlo otra vez. Mola. Límpiame la otra oreja.

39

Ya está oscuro y empieza a llover cuando llego a la iglesia y me encuentro a Nico esperándome en el aparcamiento. Se pone a forcejear con su abrigo y durante un momento deja que una manga cuelgue vacía, luego vuelve a meter el brazo en ella. Por fin mete los dedos en el puño de la otra manga y saca algo blanco y con encajes.

– Aguántame esto -dice, y me pasa un amasijo caliente de elásticos y encaje.

Es su sujetador.

– Solamente un par de horas -me dice-. No tengo bolsillos. -Sonríe con la comisura de la boca y con los dientes de arriba mordiendo ligeramente el labio inferior. La lluvia y las farolas le centellean en los ojos.

No le voy a coger sus cosas, le digo, no puedo. Ya no.

Nico se encoge de hombros y se vuelve a meter el sujetador en la manga del abrigo. Todos los adictos al sexo han entrado ya en la sala 234. Los pasillos están vacíos, con sus suelos relucientes de linóleo encerado y sus tablones de anuncios en las paredes. Hay noticias de la iglesia y proyectos artísticos infantiles colgados por todas partes. Retratos de Jesucristo y los apóstoles pintados con los dedos. De Jesucristo y María Magdalena.

Voy caminando un paso por delante de Nico en dirección a la sala 234 cuando ella me agarra de la parte de atrás del cinturón y me empuja contra un tablón de anuncios.

Las punzadas en las tripas, la hinchazón y los calambres cuando me estira del cinturón, el dolor me provoca un eructo ácido en el fondo de la garganta. Tengo la espalda contra la pared, ella me mete una pierna entre las mías y me rodea la cabeza con los brazos. Sus pechos se interponen blancos y cálidos entre nuestros cuerpos. La boca de Nico se encaja en la mía y los dos respiramos su aroma. Tiene más lengua dentro de mi boca que dentro de la suya. Su pierna no está frotando mi erección, sino mi intestino atascado.

Los calambres podrían significar cáncer colorrectal. Podrían significar apendicitis aguda. Hiperparatiroidismo. Insuficiencia adrenal.

Véase también: obstrucción intestinal.

Véase también: cuerpos extraños colorrectales.

Fumar cigarrillos. Morderse las uñas. Mi cura para todo solía ser el sexo, pero ahora tengo a Nico magreándome y no puedo hacer nada.

Nico dice:

– Vale, busquemos otro sitio.

Ella retrocede y el dolor en las tripas me hace doblarme por la mitad. Me alejo tambaleándome hacia la sala 234 con Nico hablándome entre dientes.

– ¡No! -dice entre dientes.

En la sala 234, el líder del grupo está diciendo:

– Esta noche vamos a trabajar en el cuarto paso.

– Aquí dentro no -dice Nico hasta que los dos estamos de pie en el umbral a la vista del grupo de gente sentada a la mesa grande y baja, manchada de pintura y pringada de arcilla seca. Las sillas son miniaturas de plástico tan bajas que todo el mundo tiene las rodillas delante del pecho. Todos se nos quedan mirando. Todos esos hombres y mujeres. Esas leyendas urbanas. Esos adictos al sexo.

El líder del grupo dice:

– ¿Hay alguien aquí que todavía esté trabajando en el cuarto paso?

Nico se pega a mí y me susurra en el oído, me susurra:

– Si entras ahí con todos esos perdedores -dice Nico-, nunca más volveré contigo.

Véase también: Leeza.

Véase también: Tanya.

Y yo me acerco a la mesa y me dejo caer en una sillita de plástico.

Con todo el mundo mirándome, digo:

– Hola, soy Victor.

Mirando a los ojos de Nico, digo:

– Me llamo Victor Mancini y soy un adicto al sexo.

Y les cuento que llevo algo así como una eternidad atascado en el cuarto paso.

No me siento tanto al final de algo como en un nuevo principio.

Y sin moverse del umbral, ya no con lágrimas en los ojos sino con lagrimones, lagrimones negros de rímel cayéndole por la cara, Nico se restriega los ojos con una mano. Luego grita:

– ¡Pues yo no! -Y el sujetador se le sale de la manga del abrigo y se le cae al suelo.

La señalo con la cabeza y digo:

– Y esta es Nico.

Y Nico dice:

– Por mí que os folien a todos. -Recoge el sujetador y se marcha.

Es entonces cuando todos dicen hola, Victor.

Y el líder del grupo dice:

– Muy bien.

Y dice:

– Como estaba diciendo, la mejor forma de exploraros a vosotros mismos es recordar dónde perdisteis la virginidad…

40

En algún lugar al norte-nordeste de Los Ángeles empiezo a sentir dolor, así que le pido a Tracy si lo puede dejar estar un momento. De esto hace otra eternidad.

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