Chuck Palahniuk - Asfixia

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Basada en una novela de Chuck Palahniuk (El club de la lucha), "Asfixia" narra la historia de Victor (Sam Rockwell) que para sufragar el caro tratamiento médico en un hospital privado de su madre (Anjelica Huston), se dedica a timar a la gente. Su trabajo diario es representar el papel de un miserable campesino del siglo XVIII en un parque temático de carácter histórico, mientras está tratando de recuperarse de su adicción al sexo.
Pero cuando su cada vez más débil madre insinúa poder revelar la identidad secreta de su perdido padre, Victor recobra la esperanza de encontrar finalmente las respuestas que ha estado buscando. Victor hace amistad con la joven doctora de su madre (Kelly McDonald), quien le lleva a creer que sus orígenes quizás puedan ser mucho más sorprendentemente divinos de lo que jamás pudo nunca haber imaginado.
Así, ¿es todavía Victor Mancini el perdedor sin honor que siempre ha creído que iba a ser durante el resto de su vida o es posible que sea una especie de loco salvador?

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Y yo le digo:

– Pensaba que te caía mejor.

Digo:

– Victor no le cae muy bien a nadie.

Mi madre extiende los dedos hacia Paige y dice:

– ¿Lo ama usted?

Paige me mira.

– A Fred -dice mi madre-. ¿Lo ama usted?

Paige empieza a hacer clic a toda velocidad con el botón del bolígrafo. Sin mirarme, mirando el sujetapapeles que tiene en el regazo, dice:

– Sí, lo amo.

Mi madre sonríe. Y extendiendo los dedos hacia mí, me dice:

– ¿Y usted la ama a ella?

Tal vez de la misma forma que un puercoespín piensa en su palo apestoso, si es que eso se puede llamar amor.

Tal vez de la forma en que un delfín ama las paredes lisas de su piscina.

Y digo:

– Supongo que sí.

Mi madre hunde la barbilla en el cuello en ángulo oblicuo, mirándome de arriba a abajo, y dice:

– Fred.

Y yo digo:

– Vale, sí -le digo-. La amo.

Ella deja que sus dedos espantosos de color gris verdoso descansen sobre el montículo de su vientre y dice:

– Ustedes son dos personas afortunadas. -Cierra los ojos y dice-: A Victor no se le da muy bien querer a la gente.

Y dice:

– Lo que más miedo me da es que cuando yo me vaya no quedará nadie en el mundo que quiera a Victor.

Estos putos vejestorios. Estas ruinas humanas.

El amor es una chorrada. Las emociones son una chorrada. Soy una piedra. Un gilipollas. Soy un cabrón sin sentimientos y estoy orgulloso de serlo.

¿Qué NO haría Jesucristo?

Si se plantea la opción entre que no te quiera nadie o bien ser vulnerable, sensible y emocional, entonces quedaos vuestro amor.

No sé si lo que acabo de decir acerca de que amo a Paige es mentira o es un juramento. Pero es un truco. No son más que más vulgares chorradas. El alma humana no existe y estoy absolutamente convencido de que no voy a llorar.

Los ojos de mi madre permanecen cerrados y su pecho se infla y se desinfla en ciclos largos y profundos.

Inspire. Espire. Imagine un peso encima de su cuerpo, hundiendo cada vez más su cabeza y sus brazos.

Y está dormida.

Paige se levanta de la silla abatible y dice:

– ¿Quiere ir a la capilla?

La verdad, no estoy de humor.

– Para hablar -dice.

Le digo que vale. Camino a su lado y le digo:

– Gracias por lo que ha hecho. Por mentir.

Y Paige dice:

– ¿Quién dice que estaba mintiendo?

¿Quiere eso decir que me quiere? Es imposible.

– Vale -dice-, A lo mejor dije una mentirijilla. Pero me gusta. Un poco.

Inspire. Espire.

Una vez en la capilla, Paige cierra la puerta detrás de nosotros y dice:

– Toque. -Lleva mi mano a su vientre plano y dice-: Me he tomado la temperatura. Y tengo un retraso.

Con la carga acumulándose ya en alguna parte de mis tripas, le digo:

– ¿Sí? -digo-. Bueno, a lo mejor me adelanto a usted.

Tanya y sus bolas de goma.

Paige se gira, se aleja de mí lentamente y sin mirarme me dice:

– No sé cómo hablarle de esto.

El sol a través de las vidrieras, toda una pared desplegando un centenar de matices del dorado. La cruz de madera dorada. Símbolos. El altar y la barandilla de la comunión, todo está aquí. Paige va a sentarse en uno de los bancos y suspira. Con una mano sujeta la parte superior del sujetapapeles y con la otra mano levanta algunas hojas de papel revelando algo rojo que hay debajo.

El diario de mi madre.

Me da el diario y dice:

– Puede comprobar los hechos por usted mismo. Le recomiendo que lo haga. Aunque sea para quedarse en paz.

Cojo el libro, sigue siendo un galimatías. Bueno, un galimatías italiano.

Y Paige dice:

– Lo único bueno es que no hay garantía absoluta de que el material genético que usaron perteneciera a la figura histórica auténtica.

Todo lo demás cuadra, dice. Las fechas, las clínicas, los especialistas. Incluso la gente de la Iglesia con quienes he hablado han insistido en que el material robado, el tejido que la clínica cultivó, era el único prepucio autentificado. Dice que este asunto ha destapado la caja de los truenos política en Roma.

– La única otra cosa buena -dice-, es que no le he dicho a nadie quién es usted.

Jesucristo, digo yo.

– No, me refiero a quién es usted ahora -dice.

Me siento como si me estuvieran notificando los resultados adversos de una biopsia. Ella señala con la cabeza el diario que tengo en la mano y dice:

– A menos que quiera arruinar su vida, le recomiendo que queme eso.

Le pregunto cómo nos afecta todo esto a ella y a mí.

– No tenemos que volver a vernos -dice ella-, si se refiere a eso.

Le pregunto si se cree de verdad todas esas memeces.

Y Paige dice:

– Lo he visto a usted con las pacientes de aquí, he visto la forma en que alcanzan la paz después de hablar con usted. -Sentada ahí, se inclina hacia delante con los codos apoyados en las rodillas y la barbilla en la mano y dice-: Simplemente no puedo aceptar la posibilidad de que su madre tenga razón. No puede ser que todo el mundo con quien hablé en Italia sufra alucinaciones. O sea, ¿qué pasaría si usted fuera el hermoso y divino hijo de Dios?

La bendita y perfecta manifestación mortal de Dios.

Me sube un eructo del bloqueo intestinal y noto un sabor ácido en la boca.

«Náuseas matinales» no es la expresión correcta, pero es la primera expresión que viene a la mente.

– ¿Lo que trata de decirme es que usted solamente se acuesta con mortales? -le digo.

Paige se inclina hacia delante y me dirige esa mirada de compasión, la que la chica del mostrador de entrada sabe hacer tan bien hundiendo la barbilla en el pecho y acercando las cejas al cuero cabelludo, y dice:

– Siento haberme inmiscuido. Le prometo que no se lo diré a nadie.

¿Y qué pasa con mi madre?

Paige suspira y se encoge de hombros.

– Eso es fácil. Delira. Nadie la creería.

No, quiero decir que si se va a morir pronto.

– Probablemente -dice Paige-, A menos que haya un milagro.

37

Ursula se detiene para recobrar el aliento y me mira. Sacude los dedos de una mano, se oprime la muñeca con la otra mano y dice:

– Si fueras una mantequera, ya hace media hora que tendríamos mantequilla.

Le digo que lo siento.

Ella se escupe en la mano, la cierra en torno a mi rabo y dice:

– Esto no es propio de ti.

Ya ni siquiera pretendo saber cómo soy.

Hoy es otro día tranquilo de 1734, así que nos hemos tumbado en un montón de heno en el establo. Yo con los brazos cruzados detrás de la cabeza y Ursula acurrucada encima de mí. No nos movemos mucho para que el heno no nos pinche a través de la ropa. Los dos miramos hacia el techo, hacia las vigas de madera y la parte inferior entretejida del techo de paja. Las arañas cuelgan de los filamentos de sus telas.

Ursula empieza a machacármela y dice:

– ¿Has visto a Denny en la televisión?

¿Cuándo?

– Anoche.

¿Por qué?

Ursula niega con la cabeza.

– Por construir algo. La gente se ha quejado. La gente cree que es una especie de iglesia y él no quiere decir de qué clase.

Es patético que no podamos vivir con las cosas que no entendemos. Que necesitemos que todo esté etiquetado y explicado y deconstruido. Aunque sea del todo inexplicable. Aunque sea Dios.

«Desactivado» no es la palabra adecuada, pero es la primera palabra que viene a la mente.

Le digo que no es una iglesia. Me echo el fular hacia atrás por encima del hombro y me saco la parte delantera de la camisa de las calzas.

Y Ursula dice:

– En la tele creen que es una iglesia.

Con las yemas de los dedos de la mano me aprieto en torno al ombligo, el umbilicus, pero la palpación digital no ofrece conclusiones seguras. Doy unos golpecitos y escucho en busca de cambios en el ruido que pueden indicar una masa sólida, pero la percusión es un método poco concluyente.

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