– ¿Estáis hablando del poema sacrificial?
Y sin girarme, digo:
– ¿Usarías el poema para controlar la población?
Mona se coloca la almohada en el regazo y dice:
– Estamos hablando del grimorio.
Y marcando otro número en su teléfono móvil, Ostra dice:
– Si lo encontramos, tendremos que compartirlo entre todos.
Y yo le digo que lo vamos a destruir.
– Después de leerlo -dice Helen.
Y Ostra le dice a su teléfono:
– Sí, me espero.
Y luego nos dice:
– Esto es típico. Tenemos toda la estructura de poder de la sociedad occidental en este coche.
De acuerdo con Ostra, los «papis» tienen todo el poder, así que no quieren que nada cambie.
Se refiere a mí.
Y yo cuento uno, cuento dos, cuento tres…
Ostra dice que todas las «mamis» tienen un poco de poder, pero que ansían más.
Se refiere a Helen.
Y yo cuento cuatro, cuento cinco, cuento seis…
Y la gente joven, dice, tiene escaso poder o ninguno, así que están desesperados por tener algo.
Ostra y Mona.
Cuento siete, cuento ocho… y la voz de Ostra sigue sin parar.
Ese silenciofóbico. Ese charladicto.
Sonriendo con la mitad de su boca, Ostra dice:
– Todas las generaciones quieren ser la última. -Y le dice al teléfono-: Sí, me gustaría poner un anuncio. -Y dice-: Sí, me espero.
Mona vuelve a taparse la cara con la almohada. Las serpientes rojas y las enredaderas le recorren todos los dedos a lo largo.
La cebadilla, dice Ostra. La mostaza. El kudzu.
La carpa. Los estorninos. La siembra de carne.
Ostra mira por la ventanilla del coche y dice:
– ¿Nunca os habéis preguntado si tal vez Adán y Eva eran los cachorrillos que Dios abandonó porque no aprendían a hacer sus necesidades como era debido?
Baja la ventanilla y el olor entra a raudales, la brisa templada con olor a pescado muerto, y gritando contra el viento, dice:
– Tal vez los humanos son los cocodrilos mascota que Dios tiró por el retrete.
En la siguiente biblioteca, pido quedarme en el coche mientras Helen y Mona entran a buscar el libro. Cuando se han marchado, hojeo la agenda de Helen. Casi todos los días tienen un nombre, algunos de ellos son nombres que conozco. El dictador de alguna república bananera o una figura del crimen organizado. Todos los nombres están tachados con una sola línea roja. Me apunto la última docena de nombres en un trozo de papel. Entre los nombres hay reuniones anotadas por Helen, en sus letras llenas de volutas y perfectas como joyas.
Mirándome desde el asiento de atrás, Ostra está reclinado con los brazos cruzados detrás de la cabeza. Tiene los pies descalzos cruzados y apoyados encima del respaldo del asiento delantero de forma que cuelgan junto a mi cara. Con un aro plateado alrededor de uno de sus dedos gordos. Con callos en las plantas, unos callos grises, agrietados y sucios. Y Ostra dice:
– A mami no le va a gustar eso, que mires todos sus rollos personales secretos.
Leyendo la agenda hacia atrás empezando desde hoy, leo tres años de nombres, de asesinatos, antes de que Helen y Mona vuelvan caminando por el aparcamiento.
El teléfono de Ostra suena y él contesta:
– Despacho de abogados Donner, Diller y Dunes…
No tengo tiempo de mirar la mayor parte del libro. Años y años de páginas. Hacia el final del libro, hay años y años de páginas en blanco por rellenar para Helen.
Helen está hablando por teléfono cuando llega al coche. Está diciendo:
– No, quiero la aguamarina escalonada que pertenecía al emperador Zog.
Mona se sienta en el asiento trasero y dice:
– ¿Nos habéis echado de menos? -Y dice-: Otra canción sacrificial por el retrete.
Y Ostra cruza los pies sobre el asiento trasero y dice al teléfono móvil:
– ¿Sangra el sarpullido?
Helen chasquea los dedos para que le dé la agenda. Le dice al teléfono:
– Sí, la aguamarina de doscientos quilates. Llame a Drescher en Ginebra. -Abre la agenda y escribe un nombre debajo de la fecha de hoy.
Mona dice:
– He estado pensando. -Y dice-: ¿Creéis que el grimorio original debe de tener un hechizo de vuelo? Me encantaría. ¿O un hechizo de invisibilidad? -Saca su Libro Espejo de su mochila y empieza a pintar colores. Dice-: También quiero hablar con los animales. Ah, y practicar la telequinesis, ya sabéis, desplazar cosas con la mente…
Helen arranca el coche y dice en voz alta mirando el retrovisor:
– Estoy cosiendo mi pescado.
Se mete el teléfono móvil y el bolígrafo en el bolso. Todavía tiene en la bolsa la piedrecita gris del aquelarre de Mona, la piedra que le dieron las brujas. Cuando Ostra estaba desnudo. Con su estalactita rosa de piel atravesada por el aro plateado.
Mona, esa misma noche, Zarzamora, y los dos músculos de su espalda, la forma en que se dividían en las dos mitades firmes y cremosas de su culo, y yo cuento uno, cuento dos, cuento tres…
En el siguiente pueblo, en la siguiente biblioteca, les pido a Helen y a Mona que esperen en el coche con Ostra mientras yo entro y busco el libro de poemas.
Es una pequeña biblioteca de pueblo en medio de nuestra jornada. Hay un bibliotecario detrás del mostrador de préstamos. Los periódicos más recientes están encuadernados en enormes tapas duras y hay que sentarse a una mesa para leerlos. En el periódico de hoy aparece Gustave Brennan. En el de ayer sale un líder religioso chiflado de Oriente Medio. Hace dos días, un recluso del corredor de la muerte que estaba llevando a cabo su última apelación.
Todo el mundo que sale en la agenda de Helen ha muerto en el día en que su nombre figura.
En medio hay artículos de prensa sobre algo peor. Hoy ha sido Denni D’Testro. Hace tres días, Samantha Evian. Hace una semana, Dot Leine. Todas jóvenes, todas modelos, todas halladas muertas sin causa aparente. Antes fue Mimi González, hallada muerta por su novio, muerta en la cama sin señales, nada de nada. Sin pistas hasta que la autopsia anuncia hoy señales de relaciones sexuales post mórtem.
Nash.
Helen entra y pregunta:
– Tengo hambre. ¿Por qué tardas tanto?
Mi lista de nombres en la mesa a mi lado. Y al lado hay un artículo de periódico con una foto de Gustave Brennan. Delante de mí hay otro artículo que habla del funeral de un pederasta que encontré en la agenda de Helen.
Helen lo ve todo de un solo vistazo y dice:
– Así que ya lo sabes.
Se sienta en el borde de la mesa, con los muslos tensando la falda sobre su regazo, y dice:
– Querías saber cómo controlar tu poder, pues bueno, eso es lo que me funciona a mí.
El secreto es volverse profesional, dice. Haz algo solamente por dinero y es menos probable que lo hagas gratis.
– ¿Crees que las prostitutas quieren tener un montón de sexo fuera del burdel? -dice.
Y dice:
– ¿Por qué crees que los empresarios de construcciones siempre viven en casas sin terminar?
Y dice:
– ¿Por qué crees que los médicos tienen tan mala salud?
Hace un gesto con la mano en dirección a la puerta de la biblioteca y al aparcamiento de fuera y dice:
– La única razón de que no haya matado a Mona cien veces es porque mato a alguien todos los días. Y cobro un montón de dinero por hacerlo.
Le pregunto qué le parece la idea de Mona. ¿Por qué no puede controlar el poder simplemente amando tanto a la gente que no quiera matarlos?
– No se trata de amor ni de odio -dice Helen. Se trata de control. La gente no se sienta y lee un poema para matar a su hijo. Solamente quieren que el niño se duerma. Solamente quieren dominar. No importa lo mucho que quieras a alguien, siempre quieres que las cosas se hagan a tu modo.
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