Marta Rivera de laCruz - En tiempo de prodigios

Здесь есть возможность читать онлайн «Marta Rivera de laCruz - En tiempo de prodigios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

En tiempo de prodigios: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «En tiempo de prodigios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La novela finalista del Premio Planeta 2006 Cecilia es la única persona que visita a Silvio, el abuelo de su amiga del alma, un hombre que guarda celosamente el misterio de una vida de leyenda que nunca ha querido compartir con nadie. A través de una caja con fotografías, Silvio va dando a conocer a Cecilia su fascinante historia junto a Zachary West, un extravagante norteamericano cuya llegada a Ribanova cambió el destino de quienes le trataron. Con West descubrirá todo el horror desencadenado por el ascenso del nazismo en Alemania y aprenderá el valor de sacrificar la propia vida por unos ideales. Cecilia, sumida en una profunda crisis personal tras perder a su madre y romper con su pareja, encontrará en Silvio un amigo y un aliado para reconstruir su vida.

En tiempo de prodigios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «En tiempo de prodigios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Así que a la mañana siguiente, en la primera ocasión que tuve -mi padre había ido a la ciudad, y mis hermanos a darse un chapuzón en la piscina- me acerqué a mi madre. Llevaba puestos unos vaqueros descoloridos y una camisa que había sido de mi padre, y estaba limpiando el jardín delantero. No importa que sea verano o invierno, en Galicia siempre hay hojas secas que recoger, rastrojos que arrancar y malas hierbas que eliminar, y mis padres no podían permitirse un jardinero, así que solían acometer ellos mismos aquellas tareas de las que nosotros, sus hijos, procurábamos escaquearnos en la medida de lo posible. Por eso mi madre debió de extrañarse cuando me ofrecí a echarle una mano.

– ¿Te ayudo?

– Claro. Así acabaré antes.

Mi madre empuñaba una especie de escoba de metal con la que rastrillaba las hojas antes de depositarlas en una carretilla, donde ya había un montón de abrojos y zarzas extraídas de raíz. Busqué otro rastrillo y recogí algunas hojas, y mientras lo hacía, sin levantar la vista del suelo, se lo conté todo, sin dejarme nada en el tintero. Le hablé de Salva, y también de Jorge y de Nuria, de hasta qué punto me había sentido halagada cuando me incluyeron en su círculo -sólo unos meses después no entendía qué había de atractivo en semejante situación-y mis posteriores dificultades de adaptación a un entorno que no se parecía al mío. También le describí cuidadosamente mi relación con Salva, que sólo ahora me doy cuenta de que era una especie de noviazgo enfermizo sin sexo de por medio. Y, por fin -sintiéndome, eso sí, bastante despreciable- le hablé de mi deseo de pasar unas vacaciones como es debido, en lugar de estar condenada a recluirme en la casa familiar, lejos de todo contacto con mis contemporáneos y haciendo las mismas cosas que hacía en los veraneos de mis doce, trece o catorce años, y de cómo el dinero que Salva me adeudaba hubiese sido bastante para proporcionarme siquiera unos días en la playa, junto a mis compañeros, o un sencillo viaje solitario a alguna capital europea. Luego, para completar la historia, le enseñé la carta de Salva, y, en una buena muestra de mi estupidez, todavía sentí un ramalazo de orgullo al ver una vez más el matasellos de París: mi vida conservaba un evidente toque de sofisticación, pues incluso aquella carta cuajada de insultos llegaba nada menos que de la capital de Francia, de la ciudad de la luz, del refugio de la generación perdida, de los pintores impresionistas y los carteles de Toulouse-Lautrec.

Mi madre, lejos de fijarse en el origen de la carta -ni me escuchó cuando le dije «me la ha mandado desde París. Está pasando allí el verano, en el apartamento de Michel y Jean Marc». Pronuncié aquellos nombres como si conociese a sus portadores y marcando ligeramente el acento francés, en lo que me pareció una buena muestra de cosmopolitismo- la leyó por encima y luego me la devolvió. Ni siquiera parecía enfadada, mucho menos indignada.

– Hay que ver qué gente anda por el mundo.

Me sorprendió aquella frase; nunca había pensado que mis amigos -menos aún Salva- pudiesen ser reducidos por nadie a la tibia y vulgar categoría de gente. Luego, en una muy previsible filípica maternal, me dijo que es muy difícil conocer a las personas que uno va encontrándose en el camino, y que las decepciones con los amigos son el pan nuestro de cada día, lo cual no debe inducirnos a desconfiar de la gente, pero sí hacernos más prudentes en nuestras nuevas relaciones. Era el discurso que yo esperaba: el de cualquier madre afectuosa y comprensiva. En realidad, no me estaba descubriendo nada nuevo con sus bienintencionadas disquisiciones. Cada cosa que mi madre me dijo aquella mañana ya la había pensado yo, pero fingí que sus consejos iban a servirme de mucho, porque era lo menos que podía hacer.

Cuando ya había dado aquella charla por terminada y estaba a punto de sellar con un beso nuestra reconciliación, mi madre añadió algo más. Dijo, muy tranquila, que lamentaba no estar en condiciones de proporcionarme un verano mejor, que nada le hubiera gustado más que poder sufragar un curso de idiomas o un viaje por alguna región europea, pero que por más números que hiciesen mi padre y ella, no podían ir más allá de pagarme la matrícula en la universidad y la estancia en el colegio mayor. De todas formas, concluyó, tenía un poco de dinero ahorrado, y me lo cedía con mucho gusto en el caso de que todavía estuviese a tiempo de reunirme con mis compañeros en su visita al Algarve.

Ahora, casi veinte años después, todavía soy capaz de reproducir en mi interior la intensa vergüenza que despertó en mí la oferta de mi madre. Pensé que, de estar en un telefilm, habría llegado el momento de lanzarme a sus brazos, llorando y pidiendo perdón por mi vergonzoso proceder de los últimos días, acentuado ahora por su magnanimidad al poner a mi alcance aquel dinero ahorrado y destinado, con toda seguridad, a alguna reparación casera no del todo necesaria, o simplemente a, como dicen los americanos, «un día de lluvia». Pero eso no era lo que ella esperaba de mí. Mi madre era enemiga de numeritos sentimentales y escenas emotivas. Así que me limité a darle las gracias y a rechazar su concurso en mis vacaciones. De todas formas, le dije, tenía que estudiar para aprobar en septiembre las dos asignaturas que había suspendido.

Ella y yo pasamos el resto de la mañana retirando la maleza del jardín que había delante de nuestra casa. Encendimos una pequeña hoguera en el suelo enlosado cercano al garaje, y allí fuimos quemando los desperdicios que afeaban la hierba y los parterres de flores. Recuerdo aquella fogata, y el humo azulado que dejaban los rastrojos al quemarse, y cómo mi madre y yo regresamos a casa, acabada ya la tarea, con la cara tiznada, las manos llenas de ampollas y el pelo oliendo a humo.

No habría vuelto a recordar aquella escena de no ser por mi sueño de hoy, en el que mi madre volvió a aparecer con sus vaqueros y su camisa de cuadros, limpiando el césped y deshaciéndose de todos los elementos indeseables que por allí había. Es ahora cuando me doy cuenta de que fue precisamente aquella mañana, pasada entre rastrillos y hierbajos, cuando mi madre y yo empezamos a hacernos amigas. Amigas de verdad. No confidentes ocasionales, ni mutuas depositarias de secretos que perderían trascendencia con el paso del tiempo.

Mi madre murió sin saber todo de mí, y yo la perdí sin haber llegado a saber todo de ella. Pero no me importa lo más mínimo: eran asuntos menores, pequeños pecados veniales, diminutas porciones de intimidad a las que habíamos decidido negar nuestro mutuo acceso. Pero aquella mañana, en el jardín, ayudándola a llenar la carretilla de hojas sin vida, pasando afanosamente el rastrillo por el césped liso del jardín, mi madre y yo pusimos, sin necesidad del trasfondo de fuegos artificiales, los cimientos de una amistad que habría de consolidarse en los años venideros.

Nuestras vidas fueron completamente independientes. Conservamos las dos muchos espacios de privacidad en los cuales no había cabida para la otra. Pero supimos crear entre ambas un hilo de mutua compresión y de verdadero afecto, que nada tenía que ver con el hecho de compartir un mismo código genético. Amaba a mi madre por ser mi madre, pero también porque era buena, porque escuchaba, porque sabía reírse y respetar mis secretos y mis silencios. Porque nunca quiso saber nada que yo no deseara contarle. Porque jamás me preguntó. Porque, cuando le confiaba algo, era porque sentía la necesidad de hacerlo y no porque me sintiese obligada a ello. Porque sabía que siempre habría cosas que no tenía por qué contarle, y que ella jamás se sentiría herida por quedar al margen de una parcela de mi vida. Y, sobre todo, porque nunca me juzgó, porque me aceptó como soy y jamás interfirió en mi vida ni intentó moldearme. Y así se forjó entre ambas una verdadera, una sólida amistad capaz de superar cualquier cosa. Incluso una enfermedad grave. Incluso el sufrimiento. Incluso la muerte.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «En tiempo de prodigios»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «En tiempo de prodigios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «En tiempo de prodigios»

Обсуждение, отзывы о книге «En tiempo de prodigios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x