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Anna Gavalda: Juntos, Nada Más

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Anna Gavalda Juntos, Nada Más

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Camille Fauque tiene 26 años, dibuja de maravilla, pero no tiene fuerza para hacerlo. Frágil y desorientada, malvive en una buhardilla y parece esmerarse en desaparecer: apenas come, limpia oficinas de noche, y su relación con el mundo es casi agonizante. Philibert Marquet, su vecino, vive en un apartamento enorme del que podría ser desalojado; es tartamudo, un caballero a la antigua que vende postales en un museo, y el casero de Franck Lestafier. Cocinero de un gran restaurante, Franck es mujeriego y malhablado, casi vulgar, lo cual irrita a la única persona que le ha querido, su abuela Paulette, que a sus 83 años se deja morir en un asilo añorando su hogar y las visitas de su nieto. Cuatro supervivientes, cuatro personajes magullados por la vida, cuyo encuentro va a salvarlos de un naufragio anunciado. La relación que se establece entre estos perdedores de corazón puro es de una riqueza inaudita, tendrán que aprender a conocerse para lograr el milagro de la convivencia. Juntos, nada más es una historia viva, con un ritmo suspendido en el aire, llena de esos minúsculos dramas personales que seducen por su sencillez, su sinceridad y su inconmensurable humanidad.

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– Es de noviembre del 21.

– Veintitrés años… Una muchacha valiente, ¿eh? Tenga… Se la regalo…

– Gracias -contestó Franck, con la boca torcida.

Una vez en la calle, se volvió hacia ella y le soltó, con arrogancia:

– Hay que ver cómo era mi abuela, ¿eh?

Y se echó a llorar.

Por fin.

– Mi viejecita… -sollozaba-. Mi viejecita mía… La única que tenía en el mundo…

Camille se quedó parada de pronto, y luego volvió corriendo a buscar la caja negra.

Franck durmió en el sofá y se levantó muy temprano al día siguiente.

Desde la ventana de su habitación, Camille lo vio dispersar unos polvitos muy finos por encima de las amapolas y los guisantes de olor…

No se atrevió a salir inmediatamente y cuando por fin se decidió a llevarle una taza de café hirviendo, oyó el rugido de su moto que se alejaba.

La taza se rompió y Camille se derrumbó sobre la mesa de la cocina.

18

Se levantó varias horas más tarde, se sonó la nariz, se dio una ducha fría y volvió a sus botes de pintura.

Había empezado a pintar esa dichosa casa y pensaba terminar su tarea.

Encendió la radio y se pasó los días siguientes subida a una escalera.

Le mandaba un mensaje de texto a Franck cada dos horas para contarle por dónde iba:

09:13 Indochine, parte de arriba del aparador

11:37 Aïcha, Aïcha, écoute-moi, toca pintar ventanas

13:44 Souchon, cigarro jardín

16:12 Nougaro, techo

19:00 noticias, bocadillo jamón

10:15 Beach Boys, c. de baño

11:55 Bénabar, c'est moi, c'est Nathalie , aquí sigo

15:03 Sardou, he limpiado pinceles

21:23 Daho, a la cama

Franck sólo le contestó una vez:

01:16 silencio

¿Quería decir: fin de programación, paz, tranquilidad, o más bien: cállate la boca?

En la duda, Camille apagó el móvil.

19

Camille cerró las persianas, fue a decirle adiós a… a las flores y acarició al gato cerrando los ojos.

Finales de julio.

París se asfixiaba de calor.

El piso estaba en silencio. Era como si ya los hubieran echado…

Eh, eh, eh, que yo todavía tengo que terminar una cosita…

Camille se compró un cuaderno muy bonito, pegó en la primera hoja la carta estúpida que escribieron aquella noche en La Coupole y luego reunió todos sus dibujos, sus estudios, sus bocetos, etc., para recordar todo lo que dejaban atrás y que desaparecería al mismo tiempo que ellos…

Había papeles para parar un tren…

Después, y sólo después, se ocuparía de vaciar la habitación de al lado.

Después…

Cuando las horquillas y el tubo de Polident hubieran muerto ellos también…

Al ordenar sus dibujos, puso de lado los retratos de su amiga.

Hasta entonces, no le hacía mucha ilusión la idea de la exposición, pero ahora, sí. Ahora se había convertido en una obsesión para ella: hacerla vivir un poco más. Pensar en ella, hablar de ella, mostrar su rostro, su espalda, su cuello, sus manos… Lamentaba no haberla grabado cuando contaba sus recuerdos de infancia, por ejemplo… O lo del amor de su vida.

»-Que quede entre nosotras, ¿eh?

»-Sí, sí…

»-Pues bien, se llamaba Jean-Baptiste… Es un nombre bonito, ¿no te parece? Yo, si hubiera tenido un hijo, lo habría llamado Jean-Baptiste…»

Por ahora, todavía oía el sonido de su voz, pero… ¿hasta cuándo?

Como se había acostumbrado a trabajar escuchando música, fue a la habitación de Franck para cogerle prestada su cadena.

No la encontró.

Y por un motivo.

Ya no quedaba nada en la habitación.

Sólo tres cajas de cartón apiladas contra la pared.

Apoyó la cabeza en el marco de la puerta y el parqué se convirtió en arenas movedizas…

Oh, no… Él no… Él también no…

Camille se mordía los puños.

Oh, no… Otra vez igual… Otra vez volvía a perder a todo el mundo…

Oh, no, joder…

Oh, no…

Cerró dando un portazo y corrió hasta el restaurante.

– ¿Está Franck? -preguntó sin aliento.

– ¿Franck? No, creo que no -le contestó con desgana un tío alto y fofo.

Camille se pellizcaba la nariz para no llorar.

– ¿Ya… ya no trabaja aquí?

– No…

Camille se soltó la nariz y…

– Bueno, a partir de esta noche ya no… Anda… ¡míralo, ahí esta!

Subía del vestuario con toda su ropa hecha una bola.

– Anda, mira quién está aquí -dijo al verla-, nuestra bella jardinera…

Camille lloraba.

– ¿Qué pasa?

– Creía que te habías ido…

– Mañana.

– ¿Qué?

– Me voy mañana.

– ¿Adónde?

– A Inglaterra.

– ¿Por… por qué?

– Primero a tomarme unas vacaciones, y luego a currar… Mi jefe me ha encontrado un puesto buenísimo…

– ¿Vas a cocinar para la reina? -Camille trató de sonreír.

– Qué va, mejor que eso… Chef del Westminster…

– ¿En serio?

– Lo mejor de lo mejor.

– Ah…

– ¿Y tú estás bien?

– …

– Anda, vente a tomar una copa… No nos vamos a despedir así sin más, ¿no…?

20

– ¿Dentro o en la terraza?

– Dentro…

Franck la miró contrariado:

– Ya has perdido todos los kilos que habías cogido conmigo…

– …

– ¿Por qué te vas?

– Pues ya te lo he dicho… Es un ascenso buenísimo y… nada, eso… Yo no puedo permitirme el lujo de vivir en París… Me dirás que siempre puedo vender la casa de Paulette, pero no puedo…

– Lo entiendo…

– No, no, si no es por eso… No es por los recuerdos que dejo allí y eso… No, es sólo que… Esa casa no es mía.

– ¿Pertenece a tu madre?

– No. A ti.

– …

– Las últimas voluntades de Paulette… -añadió, sacando una hoja de su cartera-. Toma… Puedes leerla…

Querido Franck,

No te fijes en lo mala que es mi letra, es que ya apenas veo.

Pero lo que sí veo es que a Camille le gusta mucho mi jardín, y ésa es la razón por la cual me gustaría legárselo, si a ti no te importa…

Cuídate mucho y cuida de ella si puedes.

Un abrazo muy fuerte,

TU ABUELA

– ¿Cuándo la recibiste?

– Unos días antes de que… de que se fuera… Me llegó el día que Philou me anunció la venta del piso… Paulette… Paulette comprendió que… que todo se iba al garete, vaya…

Huuuuuuuy… Qué daño ese nudo en la garganta…

Menos mal que llegó el camarero:

– ¿Qué tomará el señor?

– Perrier con limón, por favor…

– ¿Y la señorita?

– Un coñac… doble…

– Habla del jardín, no de la casa…

– Sí… bueno… pero no nos vamos a poner a racanear, ¿no?

– ¿Te marchas?

– Te lo acabo de decir. Ya me he sacado el billete…

– ¿Cuándo te vas?

– Mañana por la noche…

– ¿Qué?

– Creía que estabas harto de currar para otros…

– Claro que estoy harto, ¿pero qué otra cosa quieres que haga?

Camille rebuscó en su bolso y sacó su cuadernito.

– No, no, basta ya con eso… -se defendió Franck, tapándose la cara con las manos-. Que ya no estoy aquí, te digo…

Camille pasaba las hojas.

– Mira… -le dijo, volviendo el cuaderno hacia él.

– ¿De qué es esta lista?

– De todos los locales que descubrimos, Paulette y yo, mientras paseábamos…

– ¿Los locales de qué?

– Los locales vacíos donde podrías montar tu negocio… Está todo pensado, ¿sabes…? ¡Antes de apuntar las direcciones, lo hablamos un montón ella y yo! Los que están subrayados son los mejores… Éste sobre todo, sería genial… En una placita detrás del Panteón… Un antiguo café con mucha solera, estoy segura de que te gustaría…

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