Array Array - La guerra del fin del mundo
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - La guerra del fin del mundo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La guerra del fin del mundo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La guerra del fin del mundo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La guerra del fin del mundo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La guerra del fin del mundo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La guerra del fin del mundo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—Yo mismo, yo mismo, Joáo, en cuerpo y alma —dice el Padre Joaquim a un hombre alto, fuerte, de piel curtida, embarrado, en medio de un corro de gente con sartas de balas en el cuello—, ningún espíritu, no me mataron, me escapé. Quiero volver a Cumbe, Joáo Abade, salir de aquí, ayúdame…
—Imposible, Padre, es peligroso, ¿no ve que hay tiros por todas partes? —dice el hombre—. Vaya a Belo Monte, hasta que la guerra pase.
«¿Joáo Abade?», piensa el periodista miope. «¿Joáo Abade también en Canudos?» Oye descargas de fusilería, súbitas, fuertes, ubicuas, y se le hiela la sangre: «¿Quién es el cabra cuatro ojos?», oye decir a Joáo Abade, señalándolo. «Ah, sí, un periodista, me ayudó a escapar, no es soldado. Y esa mujer y ese…», pero no puede concluir la frase por el tiroteo. «Regrese a Belo Monte, Padre, allá está despejado», dice Joáo Abade a la vez que corre pendiente abajo, seguido por los yagunzos que lo rodeaban. Desde el suelo, el periodista miope divisa de pronto, a lo lejos, al Coronel Tamarindo cogiéndose la cabeza en medio de una estampida de soldados. Hay un desorden y confusión totales; la Columna parece diseminada, pulverizada. Los soldados corren, desalados, despavoridos, perseguidos y, desde el suelo, la boca llena de tierra, el periodista miope ve la mancha de gente que se va esparciendo, repartiendo, mezclando, figuras que caen, que forcejean, y sus ojos vuelven una y otra vez al lugar donde ha caído el viejo Tamarindo. Unos yagunzos están inclinados, ¿rematándolo? Pero se demoran demasiado, acuclillados ahí, y los ojos del periodista miope, ardiendo de tanto forzarse, advierten al fin que lo están desnudando.
Siente un sabor acre, un comienzo de atoro y se da cuenta que, como autómata, está masticando la tierra que le entró a la boca al tirarse al suelo. Escupe, sin dejar de mirar, en el gigantesco terral que se ha levantado, la desbandada de los soldados. Corren en todas direcciones, algunos disparando, otros arrojando al suelo, al aire, armas, cajas, camillas, y aunque están ya lejos alcanza a ver que van también, en su carrera frenética, aturdida, arrojando los quepis, las polacas, los correajes, las cartucheras. ¿Por qué se desnudan ellos también, qué locura es esta que está viendo? Intuye que se despojan de todo lo que pueda identificarlos como soldados, que quieren hacerse pasar por yagunzos en el desbarajuste. El Padre Joaquim se pone de pie y, como hace un momento, vuelve a correr. Esta vez de manera extraña, moviendo la cabeza, las manos, hablando y gritando a fugitivos y perseguidores. «Está yendo a meterse en medio de las balas, donde se están acuchillando, destrozando», piensa. Sus ojos encuentran los de la mujer, que lo mira asustada, pidiéndole consejo. Y entonces él, siguiendo un impulso, también se pone de pie, gritándole: «Hay que estar con él, es el único que puede salvarnos». Ella se incorpora y echa a correr, arrastrando al Enano que, desorbitado, con la cara llena de tierra, chilla mientras corre. El periodista miope deja de verlos pronto, pues sus largas piernas o su miedo les sacan ventaja. Corre veloz, torcido, desancado, la cabeza sumida, pensando hipnóticamente que una de esas balas que queman y que silban le está destinada, que corre hacia ella, y que uno de esos cuchillos, hoces, machetes, bayonetas que entrevé lo aguarda para poner fin a su carrera. Pero sigue corriendo entre nubes de tierra, percibiendo y perdiendo y recobrando la figurita fortachona, como con aspas, del cura de Cumbe. De pronto, lo pierde del todo. Mientras lo maldice y odia, piensa: «Adonde va, por qué corre así, por qué quiere morir y que muramos». Aunque ya no tiene aliento —va con la lengua afuera, tragando polvo, casi sin ver pues los anteojos se han cubierto de tierra — sigue corriendo, derrengándose: las pocas fuerzas que le quedan le dicen que su vida depende del Padre Joaquim.
Cuando cae por tierra, porque tropieza o porque el cansancio le dobla las piernas, siente una curiosa sensación bienhechora. Apoya la cabeza en sus brazos, trata de que entre el aire a sus pulmones, escucha su corazón. Mejor morir que seguir corriendo. Poco a poco va reponiéndose sintiendo que la palpitación de las sienes se calma. Está mareado y con arcadas pero no vomita. Se saca los anteojos y los limpia. Se los pone. Está rodeado de gente. No tiene miedo ya ni le importa. El cansancio lo ha librado de temores, incertidumbres, imaginación. Por lo demás, nadie parece fijarse en él. Están recogiendo los fusiles, las municiones, las bayonetas, pero sus ojos no se engañan y desde el primer momento saben que, además, esos grupos de yagunzos, aquí, allá, más allá, están también decapitando a los cadáveres con sus machetes, con la aplicación con que se decapita a los bueyes y a los chivos, y echando las cabezas en costales o ensartándolas en picas y en las mismas bayonetas que esos muertos trajeron para ensartarlos o llevándoselas cogidas de los pelos, en tanto que otros prenden fogatas donde comienzan a chisporrotear, a chasquear, a retorcerse, a estallar, a chamuscarse, los cadáveres descabezados. Una fogata está muy cerca y ve que, sobre dos cuerpos que se asan, unos hombres con trapos azules arrojan otros restos. «Ahora me toca —piensa—, vendrán, me la cortarán, se la llevarán en un palo y echarán mi cuerpo a esa fogata.» Sigue amodorrado, vacunado contra todo por la infinita fatiga. Aunque los yagunzos hablan, no los entiende.
En eso ve al Padre Joaquim. Sí, el Padre Joaquim. No va sino viene, no corre sino anda, con los pies muy abiertos, sale de ese terral que ha comenzado ya a producir en sus narices el cosquilleo que precede los estornudos, siempre haciendo gestos, muecas, señales, a nadie y a todos, incluso a estos muertos quemados. Viene embarrado, desgarrado, los pelos revueltos. El periodista miope se incorpora cuando pasa frente a él, diciendo: «No se vaya, lléveme, no deje que me arranquen la cabeza, no deje que me quemen…». ¿Lo oye el cura de Cumbe? Habla solo o con fantasmas, repite cosas incomprensibles, nombres desconocidos, acciona. Él camina a su lado, muy junto, sintiendo que esa vecindad lo resucita. Advierte que a su derecha caminan, con ellos, la mujer descalza y el Enano. Demacrados, enterrados, rotos, le parecen sonámbulos. Nada de lo que ve y oye le sorprende o asusta o interesa. ¿Es esto el éxtasis? Piensa: «Ni siquiera el opio, en Salvador…». Ve a su paso que los yagunzos están colgando en los árboles de favela salpicados a ambos lados del sendero, quepis, guerreras, cantimploras, capotes, mantas, correajes, botas, como quien decora los árboles para la Nochebuena, pero no le importa. Y cuando, en la bajada hacia el mar de techos y escombros que es Canudos, ve a ambas orillas de la trocha, alineadas, mirándose, acribilladas por insectos, las cabezas de los soldados, tampoco su corazón se enloquece ni regresan su miedo, su fantasía. Ni siquiera cuando una figura absurda, uno de esos espantapájaros que se plantan en los sembríos, les obstruye el camino y reconoce, en la forma desnuda, adiposa, empalada en una rama seca, el cuerpo y la cara del Coronel Tamarindo, se inmuta. Pero un momento después se para en seco y, con la serenidad que ha alcanzado, se pone a escudriñar una de las cabezas aureoladas por enjambres de moscas. No hay duda alguna: es la cabeza de Moreira César.
El estornudo lo toma tan desprevenido que no tiene tiempo de llevarse las manos a la cara, de atajar sus anteojos: salen despedidos y él doblado por la ráfaga de estornudos, está seguro de oír el impacto que hacen al chocar contra los guijarros. Apenas puede, se acuclilla y manotea. Los encuentra al instante. Ahora sí, al palparlos y sentir que los cristales se han hecho añicos, retorna la pesadilla de la noche, del amanecer, de hace un momento.
—Alto, alto —grita, poniéndose los anteojos, viendo un mundo trizado, resquebrajado, puntillado—. No veo nada, les suplico.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La guerra del fin del mundo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La guerra del fin del mundo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La guerra del fin del mundo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.