Array Array - La guerra del fin del mundo
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - La guerra del fin del mundo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La guerra del fin del mundo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La guerra del fin del mundo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La guerra del fin del mundo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La guerra del fin del mundo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La guerra del fin del mundo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—Es por Estela —dijo el Barón—. No me lo perdonaré nunca. Ha sido mi culpa, Adalberto. Le he exigido demasiado. No debí llevarla a Calumbí, como tú y Viana me dijeron. He sido un egoísta, un insensato.
Allá, en la puerta de entrada, se oyó correr una tranca y voces de hombres. —Es una crisis pasajera, de la que se recuperará muy pronto —dijo Gamucio—. Es absurdo que te eches la culpa.
—He decidido seguir mañana a Salvador —dijo el Barón—. Hay más peligro teniéndola aquí, sin atención médica.
José Bernardo Murau reapareció en el dintel. Parecía habérsele quitado la borrachera de golpe y traía una expresión tan insólita que el Barón y Gumucio fueron a su encuentro. —¿Noticias de Moreira César? —lo cogió del brazo el Barón, tratando de hacerlo reaccionar.
—Increíble, increíble —murmuraba el viejo hacendado, entre dientes, como si viera fantasmas.
VII
Lo primero que el periodista miope advierte, en el día que despunta, mientras se sacude las costras de barro, es que el cuerpo le duele más que la víspera, como si durante la noche desvelada lo hubieran molido a palos. Lo segundo, la febril actividad, el movimiento de uniformes, que se lleva a cabo sin órdenes, en un silencio que contrasta con los cañonazos, campanas y clarines que han bombardeado sus oídos toda la noche. Se echa al hombro el bolsón de cuero, sujeta el tablero bajo el brazo y, sintiendo agujas que le hincan las piernas y la comezón de un inminente estornudo, comienza a trepar el monte hacia la tienda del Coronel Moreira César. «La humedad», piensa, sacudido por un ataque de estornudos que lo hace olvidar la guerra y todo lo que no sean esas explosiones internas que le mojan los ojos, le tapan los oídos, le aturden el cerebro y convierten en hormigueros sus narices. Lo rozan y empujan soldados que pasan sujetándose las mochilas, con los fusiles en las manos, y ahora sí oye voces de mando. En la cima, descubre a Moreira César, rodeado de oficiales, encaramado en algo, observando ladera abajo con unos prismáticos. Reina gran desbarajuste en el contorno. El caballo blanco, con la montura puesta, corcovea entre soldados y cornetas que tropiezan con oficiales que llegan o parten, saltante, rugiendo frases que los oídos del periodista, zumbando por los estornudos, apenas entienden. Oye la voz del Coronel: «¿Qué pasa con la artillería, Cunha Matos?». La respuesta se pierde entre toques de clarín. El periodista, desembarazándose del bolsón y del tablero, se adelanta a mirar hacia Canudos.
La noche anterior no lo vio y piensa que dentro de minutos u horas ya nadie podrá ver ese lugar. Limpia de prisa el cristal empañado de sus gafas con una punta de la camiseta y observa lo que tiene a sus pies. La luz entre azulada y plomiza que baña las cumbres no alcanza aún la depresión en que se encuentra Canudos. Le cuesta trabajo diferenciar dónde terminan las laderas, los sembríos y campos de guijarros de las chozas y ranchos que se amontonan y entreveran en una vasta extensión. Pero divisa de inmediato dos iglesias, una pequeña y la otra muy alta, de torres imponentes, separadas por un descampado cuadrangular. Está esforzando los ojos para distinguir, en la medialuz, la zona limitada por un río que parece cargado de agua, cuando estalla un cañoneo que lo hace brincar y taparse los oídos. Pero no cierra los ojos que, fascinados, ven una súbita llamarada y elevarse varias casuchas convertidas en chisporroteo de madera, adobes, latas, esteras, objetos indiferenciables que estallan, se desintegran y desaparecen. El cañoneo aumenta y Canudos queda sepultado en una nube de humo que escala las faldas de los cerros y que se abre, aquí y allá, en cráteres por los que salen despedidos pedazos de techos y paredes alcanzados por nuevas explosiones. Estúpidamente piensa que si la nube sigue subiendo llegará hasta su nariz y lo hará estornudar de nuevo. — ¡Qué espera el séptimo! ¡Y el noveno! ¡Y el dieciséis! —dice Moreira César tan cerca que se vuelve a mirar y, en efecto, el Coronel y el grupo que lo rodea están prácticamente a su lado.
—Ahí carga el séptimo, Excelencia —responde a su costado el Capitán Olimpio de Castro.
—Y el nueve y el dieciséis —se atropella alguien, a su espalda.
—Es testigo de un espectáculo que lo hará famoso. —El Coronel Moreira César le da una palmada al pasar junto a él. No alcanza a responderle porque el oficial y su séquito lo dejan atrás y van a instalarse, algo más abajo, en un pequeño promontorio. «El séptimo, el noveno, el dieciséis», piensa. «¿Batallones? ¿Pelotones? ¿Compañías?» Pero inmediatamente entiende. Por tres lados, en los cerros del rededor, bajan cuerpos del Regimiento —las bayonetas destellan — hacia el fondo humoso de Canudos. Los cañones han dejado de tronar y, en el silencio, el periodista miope oye de pronto campanas. Los soldados corren, resbalan, saltan por las faldas de los cerros, disparando. También las laderas comienzan a llenarse de humo. El quepis rojiazul de Moreira César se mueve, en signo de aprobación. Recoge su bolsón y su tablero y baja los metros que lo separan del jefe del Séptimo Regimiento; se acomoda en una hendidura, entre ellos y el caballo blanco, que un ordenanza tiene de la brida. Se siente extraño, hipnotizado, y le pasa por la cabeza la absurda idea de que no está viendo aquello que ve. Una brisa empieza a disipar las jorobas plomizas que ocultan la ciudad; las ve aligerarse, deshacerse, alejarse, empujadas por el viento en dirección al terreno abierto donde debe estar la ruta de Geremoabo. Ahora puede seguir el desplazamiento de los soldados. Los de su derecha han ganado la orilla del río y están cruzándolo; las figurillas rojas, verdes, azules, se vuelven grises, desaparecen y reaparecen al otro lado de las aguas, cuando, súbitamente, entre ellas y Canudos se levanta una pared de polvo. Varias figurillas caen. —Trincheras —dice alguien.
El periodista miope opta por acercarse al grupo que rodea al Coronel, quien ha dado unos pasos más cerro abajo y observa, cambiando de los prismáticos al catalejo. La bola roja del sol ilumina el teatro de operaciones desde hace un momento. Casi sin darse cuenta, el periodista del Jornal de Noticias, que no ha dejado de temblar, se encarama sobre una roca saliente para ver mejor. Adivina entonces lo que está ocurriendo. Las primeras filas de soldados en vadear el río han sido acribilladas desde una sucesión de defensas disimuladas y hay allí, ahora, un tiroteo nutrido. Otro de los cuerpos de asalto que, casi a sus pies, avanza desplegado, se ve detenido también por una ráfaga súbita, que se eleva desde el suelo. Los tiradores están atrincherados en escondrijos. Ve a los yagunzos. Son esas cabezas —¿ensombreradas, empañueladas? — que brotan de pronto de la tierra, echando humo, y aunque la polvareda difumina sus rasgos y siluetas, puede darse cuenta que hay hombres alcanzados por los tiros o que resbalan en los huecos donde sin duda se combate ya cuerpo a cuerpo.
Lo sacude una racha de estornudos tan prolongada que, un momento, cree desmayarse. Doblado en dos, los ojos cerrados, los anteojos en la mano, estornuda y abre la boca y trata desesperadamente de llevar aire a sus pulmones. Por fin puede enderezarse, respirar, y se da cuenta que le golpean la espalda. Se calza las gafas y ve al Coronel. —Creímos que lo habían herido —dice Moreira César, que parece de excelente humor. Está rodeado de oficiales y no sabe qué decir, pues la idea de que lo crean herido lo maravilla, como si no se le hubiera pasado por la cabeza que él también forma parte de esta guerra, que también se halla a merced de las balas. —Qué pasa, qué pasa —tartamudea.
—El noveno entró a Canudos y ahora entra el séptimo —dice el Coronel, con los prismáticos en la cara.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La guerra del fin del mundo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La guerra del fin del mundo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La guerra del fin del mundo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.