Array Array - La guerra del fin del mundo

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - La guerra del fin del mundo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La guerra del fin del mundo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La guerra del fin del mundo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La guerra del fin del mundo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La guerra del fin del mundo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Pajeú hizo un gesto de duda.

—El problema está atrás —murmuró, señalando con la barbilla hacia el Sur—. En Queimadas y Monte Santo. Llegan más masones, más fusiles, más cañones, más rebaños, más granos. Viene otro convoy con refuerzos y comida. Y a nosotros se nos acaba todo.

En su cara pálido amarillenta, la cicatriz se frunció ligeramente.

—Voy a ir yo, esta vez, a pararlo —dijo, volviéndose a Jurema. El Enano se sintió apartado de pronto a leguas de allí—. Una lástima que, justamente ahora, tenga que partir.

Jurema resistió la mirada del ex–cangaceiro con expresión dócil y ausente, sin decir nada. —No sé cuánto estaré fuera. Vamos a caerles por Jueté. Tres o cuatro días, lo menos. Jurema entreabrió la boca pero no dijo nada. No había hablado desde que llegó. Hubo en eso una agitación en la trinchera y el Enano vio acercarse un tumulto, precedido por un rumor. Pajeú se levantó y cogió su fusil. En desorden, atropellando a los sentados y acuclillados, varios yagunzos llegaron hasta ellos. Rodearon a Pajeú y estuvieron un momento mirándolo, sin que nadie hablara. Lo hizo, al fin, un viejo, que tenía un lunar peludo en el cogote:

—Mataron a Táramela —dijo—. Le cayó una bala en la oreja, mientras comía. —Escupió y, mirando el suelo, gruñó —: Te has quedado sin tu suerte, Pajeú.

«Se pudren antes de morir», dice en voz alta el joven Teotónio Leal Cavalcanti, que cree estar pensando, no hablando. Pero no hay temor de que lo oigan los heridos. Aunque el Hospital de Sangre de la Primera Columna está bien resguardado del fuego, en una hendidura entre las cumbres de la Favela y el Monte Mario, el fragor de los disparos, sobre todo de la artillería, resuena aquí abajo repetido y aumentado por el eco de la semibóveda de los montes, y es un suplicio más para los heridos que tienen que gritar si quieren hacerse oír. No, nadie lo ha oído.

La idea de la pudrición atormenta a Teotónio Leal Cavalcanti. Estudiante del último año de Medicina de Sao Paulo cuando, por su ferviente convicción republicana, se enroló como voluntario con las tropas que partían a defender a la Patria allá en Canudos, ha visto antes de ahora, por supuesto, heridos, agonizantes, cadáveres. Pero aquellas clases de anatomía, las autopsias en el anfiteatro de la Facultad, los heridos de los hospitales donde hacía prácticas de cirugía ¿cómo se podrían comparar al infierno que es la ratonera de la Favela? Lo que lo maravilla es la velocidad con que se infectan las heridas, cómo en pocas horas se advierte en ellas un desasosiego, el hervor de los gusanos, y cómo inmediatamente empiezan a supurar pus fétida.

«Te servirá para tu carrera», le dijo su padre al despedirlo en la estación de Sao Paulo. «Tendrás una práctica intensiva de primeros auxilios.» Ha sido una práctica de carpintero, más bien. Algo ha aprendido en estas tres semanas: los heridos mueren más en razón de la gangrena que de las heridas, los que tienen más posibilidades de salvarse son aquellos que reciben el balazo o el tajo en brazos y piernas —miembros separables — siempre que se les ampute y cauterice a tiempo. Sólo los tres primeros días alcanzó el cloroformo para hacer las amputaciones con humanidad; en esos días era Teotónio quien reventaba las ampolletas, embebía una mota de algodón con el líquido emborrachante y los sujetaba contra la nariz del herido mientras el Capitán–cirujano, doctor Alfredo Gama, serruchaba, resoplando. Cuando se terminó el cloroformo, el anestésico fue una copa de aguardiente y ahora que se terminó el aguardiente las operaciones se hacen en frío, esperando que la víctima se desmaye pronto, de modo que el cirujano pueda operar sin la distracción de los alaridos. Es Teotónio Leal Cavalcanti quien ahora serrucha y corta los pies, piernas, manos y brazos de los gangrenados, mientras dos enfermeros sujetan a la víctima hasta que pierde el sentido. Y es él quien, luego de haber amputado, cauteriza los muñones quemando en ellos un poco de pólvora, o con grasa ardiente, como le enseñó el Capitán Alfredo Gama antes del estúpido accidente.

Estúpido, sí. Pues el Capitán Gama sabía que sobran artilleros y que, en cambio, escasean los médicos. Sobre todo médicos como él, experimentados en esta medicina de urgencia, que aprendió en las selvas del Paraguay, adonde fue de voluntario siendo estudiante, como ha venido a Canudos el joven Teotónio. Pero en esta guerra con el Paraguay, el Doctor Alfredo Gama contrajo para su desgracia, según lo confesaba, el «vicio de la artillería». Ese vicio acabó con él hace siete días, echando sobre los hombros de su joven ayudante la abrumadora responsabilidad de doscientos heridos, enfermos y moribundos que se apiñaban, semidesnudos, pestilentes, roídos por los gusanos, sobre la roca —sólo uno que otro tiene una manta o estera — en el Hospital de Sangre. El cuerpo de Sanidad de la Primera Columna se dividió en cinco equipos, y el Capitán Alfredo Gama y Teotónio constituían uno de ellos, el que tenía a su cargo la zona Norte del Hospital. El «vicio de la artillería» impedía al Doctor Alfredo Gama concentrarse exclusivamente en los heridos. De pronto paraba una curación para trepar ansiosamente el Alto do Mario, adonde se ha arrastrado a pulso todos los cañones de la Primera Columna. Los artilleros le permitían disparar los Krupp, incluso la Matadeira. Teotónio lo recuerda, profetizando: «¡Un cirujano derribará las torres de Canudos!». El Capitán retornaba a la hendidura con bríos renovados. Era un hombre grueso, sanguíneo, abnegado y jovial, que se encariñó con Teotónio Leal Cavalcanti desde el día que lo vio entrar al cuartel. Su personalidad desbordante, su alegría, su vida aventurera, sus pintorescas anécdotas sedujeron de tal manera al estudiante que éste pensó seriamente, en el viaje a Canudos, permanecer en el Ejército una vez diplomado, igual que su ídolo. En la breve escala del Regimiento en Salvador, el Doctor Gama llevó a Teotónio a conocer la Facultad de Medicina de Bahía, en la Plaza de la Basílica Catedral y, frente a la fachada amarilla de grandes ventanales azules en forma de ojiva, bajo los flamboyanes, cocoteros y crotos, el médico y el estudiante bebieron aguardiente dulzón entre los quioscos levantados sobre las baldosas de piedras blancas y negras, rodeados de vendedores de baratijas y de cocineras. Siguieron bebiendo hasta el amanecer, que los sorprendió en un burdel de mulatas, locos de felicidad. Al subir al tren a Queimadas, el Doctor Gama hizo tragar a su discípulo una poción vomitiva, «para prevenir la sífilis africana», según le explicó. Teotónio se seca el sudor, mientras da de beber quinina mezclada con agua a un varioloso que delira por la fiebre. A un lado, hay un soldado con los huesos del codo al aire y, al otro, un baleado en el vientre al que, como carece de esfínter, se le salen todas las heces. El olor a excrementos se mezcla con la chamusquina de los cadáveres que queman a lo lejos. Quinina y ácido fénico es lo único que queda en la ambulancia del Hospital de Sangre. El yodoformo se acabó al mismo tiempo que el cloroformo y, a falta de antisépticos, los médicos han estado usando subnitrato de bismuto y calomelanos. Ahora, ambas cosas también se han acabado. Teotónio Leal Cavalcanti lava las heridas con una solución de agua y ácido fénico. Lo hace acuclillado, sacando la solución fenicada de la bacía con las manos. A otros, les hace tragar un poco de quinina con medio vaso de agua. Se ha traído gran cantidad de quinina en previsión de fiebres palúdicas. «El síndrome de la guerra con el Paraguay», decía el Doctor Gama. Allá habían diezmado al Ejército. Pero el paludismo era inexistente en este clima sequísimo, donde sólo en torno a las escasas aguadas proliferaban mosquitos. Teotónio sabe que la quinina no les hará ningún bien, pero, al menos, les da la ilusión de estar siendo curados. Fue el día del accidente, precisamente, que el Capitán Gama empezó a repartir quinina, a falta de otra cosa.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La guerra del fin del mundo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La guerra del fin del mundo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La guerra del fin del mundo»

Обсуждение, отзывы о книге «La guerra del fin del mundo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x