Array Array - La ciudad y los perros
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - La ciudad y los perros» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La ciudad y los perros
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La ciudad y los perros: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La ciudad y los perros»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La ciudad y los perros — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La ciudad y los perros», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
— ¿Qué te pasó el sábado? — preguntó Teresa- ¿Por qué no saliste?
— Ha muerto Arana–dijo Alberto–Lo enterraron el martes.
— ¿Cómo? — dijo ella- ¿Arana, el de la esquina? ¿Ha muerto? Pero, no puede ser. ¿Quieres decir Ricardo Arana?
— Lo velaron en el colegio–dijo Alberto; su voz no expresaba emoción alguna, sólo cierto cansancio; sus Ojos parecían nuevamente ausentes-. No lo trajeron a su casa. Fue el sábado pasado. En la campaña.
Hacíamos práctica de tiro. Le cayó un balazo en la cabeza.
— Pero–dijo Teresa, cuando él calló; se la notaba confusa-. Yo lo conocía muy poco. Pero me da mucha pena. ¡Es horrible! — Le puso una mano en el hombro- ¿Estaba en tu misma sección, no? ¿Es por eso qué estás triste?
— En parte, sí–dijo él, con lentitud–Era mi amigo. Y además…
— Sí, sí–dijo Teresa- ¿Por qué estás tan cambiado? ¿Qué otra cosa ha ocurrido? — Se acercó a él y lo besó en la mejilla; Alberto no se movió y ella se enderezó, encarnada.
— ¿Te parece poco? — dijo Alberto- ¿Te parece poco que se muriera así? Y yo ni siquiera pude hablar con él.
Creía que era su amigo y yo… ¿Te parece poco?
— ¿Por qué me hablas en ese tono? — dijo Teresa–Dime la verdad, Alberto. ¿Por qué estás enojado conmigo?
¿Te han dicho algo de mí?
— ¿No te importa que se haya muerto Arana? — dijo él ¿No ves que estoy hablando del Esclavo? ¿Por qué cambias de tema? Sólo piensas en ti y… — No siguió porque al oírlo gritar los ojos de Teresa se habían llenado de lágrimas; sus labios temblaban–Lo siento… — dijo Alberto–Estoy diciendo tonterías. No quería gritarte. Sólo que han pasado muchas cosas, estoy muy nervioso. No llores, por favor, Teresita.
La atrajo hacia él, Teresa apoyó la cabeza en su hombro y permanecieron así un momento. Luego Alberto la besó en las mejillas, en los ojos y, largamente, en la boca. — Claro que me da mucha pena–dijo Teresa–Pobrecito. Pero te veía tan preocupado que me dio miedo,
creí que estabas molesto conmigo por algo. Y cuando me gritaste fue terrible, nunca te había visto furioso. Cómo tenías los ojos.
— Teresa–dijo él-. Yo quería contarte algo.
— Sí–dijo ella; tenía las mejillas incendiadas y sonreía con gran alegría–Cuéntame, quiero saber todas tus cosas.
Él cerró la boca de golpe y la zozobra de su rostro se disolvió en una desalentada sonrisa.
— ¿Qué cosa? — dijo ella–Cuéntame, Alberto.
— Que te quiero mucho–dijo él.
Al abrirse la puerta, se separaron con precipitación: el maletín de cuero se volcó, el quepí rodó al suelo y Alberto se inclinó a recogerlo. La tía le sonreía beatíficamente. Llevaba un paquete en las manos.
Mientras preparaba la comida, ayudada por Teresa, ésta enviaba a Alberto a espaldas de su tía, besos volados. Luego hablaron del tiempo, del verano próximo y de las buenas películas. Sólo mientras comían, Teresa reveló a su tía la muerte de Arana. La mujer lamentó a grandes voces la tragedia, se persignó muchas veces, compadeció a los padres, a la pobre madre sobre todo y afirmó que Dios mandaba siempre las peores desgracias a las familias más buenas, nadie sabía por qué. Pareció que también iba a llorar, pero se limitó a restregarse los ojos secos y a estornudar. Acabando el almuerzo, Alberto anunció que se marchaba. En la puerta de calle, Teresa volvió a preguntarle:
— ¿De veras no estás enojado conmigo?
— No, te juro que no. ¿Por qué podría enojarme contigo? Pero quizá no nos veamos un tiempo. Escríbeme al colegio todas las semanas. Ya te explicaré todo después.
Más tarde, cuando Alberto ya había desaparecido de su vista, Teresa se sintió perpleja. ¿Qué significaba esa advertencia, por qué había partido así? Y entonces tuvo una revelación: «se ha enamorado de otra chica y no se atrevió a decírmelo porque lo invité a almorzar».
La primera vez fuimos a la Perla. El flaco Higueras me preguntó si no me importaba caminar o si quería tomar el ómnibus. Bajamos por la avenida Progreso, hablando de todo menos de lo que íbamos a hacer. El flaco no parecía nervioso, al contrario, estaba mucho más tranquilo que de costumbre y yo pensé que quería darme ánimos, me sentía enfermo de miedo. El flaco se quitó la chompa, dijo que hacía calor. Yo tenía mucho frío, me temblaba el cuerpo y tres veces me paré a orinar. Cuando llegamos al Hospital Carrión, salió de entre los árboles un hombre. Di un brinco y grité: «flaco, los tombos». Era uno de los tipos que estaban con Higueras, la noche anterior, en la chingana de Sáenz Peña. Él sí estaba muy serio y parecía nervioso. Hablaba con el flaco en jerga, no le comprendía muy bien. Seguimos caminando y después de un rato, el flaco dijo: «cortemos por aquí». Nos salimos de la pista y seguimos por el descampado. Estaba oscuro y yo me tropezaba todo el tiempo. Antes de llegar a la avenida de las Palmeras, el flaco dijo: «aquí podemos hacer una pascana para ponernos de acuerdo». Nos sentamos y el flaco me explicó lo que tenía que hacer. Me dijo que la casa estaba vacía y que ellos me ayudarían a subir al techo. Tenía que descolgarme a un jardín y pasar al interior por una ventana muy pequeña, sin vidrios. Luego, abrirles alguna de las ventanas que daban a la calle, salir y volver al sitio donde estábamos. Allí los esperaría. El flaco me repitió varias veces las instrucciones y me indicó con mucho cuidado en qué parte del jardín se encontraba la ventanilla sin vidrios. Parecía conocer perfectamente la casa, me describió con detalles cómo eran las habitaciones. Yo no le hacía preguntas sobre lo que tenía que hacer, sino sobre lo que podía pasarme: "¿estás seguro que no hay nadie? ¿Y si hay perros? ¿Qué hago si me agarran?». Con mucha paciencia, el flaco me tranquilizaba. Después, se volvió hacia el otro y le dijo: «anda, Culepe». Culepe se fue hacia la avenida de las Palmeras y al poco rato lo perdimos de vista. Entonces el flaco me preguntó: "¿tienes miedo?» «Sí, le dije. Un poco.» «Yo también, me contestó. No te preocupes. Todos tenemos miedo.» Un momento después, silbaron. El flaco se levantó y me dijo: «vamos. Ese silbido quiere decir que no hay nadie cerca». Yo comencé a temblar y le dije: «flaco, mejor me regreso a Bellavista». «No seas tonto, me dijo. En media hora hemos acabado.» Fuimos hasta la avenida y ahí apareció otra vez Culepe. «Todo parece un cementerio, nos dijo. No hay ni gatos.» Era una casa grande como un castillo, a oscuras. Dimos la vuelta a los muros y, en la parte de atrás, el flaco y Culepe me cargaron hasta que pude cogerme del techo y trepar. Cuando estuve arriba, se me fue el miedo. Quería hacer todo muy rápido. Atravesé el techo y vi que el árbol del jardín estaba muy cerca del muro, como me había dicho el flaco. Pude bajar sin hacer ruido ni arañarme. La ventanilla sin vidrios era muy chica y me asusté al ver que tenía alambre.»Me ha engañado», pensé. Pero el alambre estaba oxidado y apenas lo empujé se hizo trizas. Me costó mucho trabajo pasar, me raspé la espalda y las piernas y un momento creí que me iba a quedar atracado. Adentro de la casa no se veía nada. Me daba de bruces contra los muebles y las paredes. Cada vez que entraba a una habitación, creía que iba a ver las ventanas que daban a la calle y sólo había tinieblas. Con los nervios, hacía mucho ruido y no podía orientarme. Pasaban los minutos y no encontraba las ventanas. En una de esas choqué contra una mesa y eché al suelo un florero o algo así que se hizo añicos. Casi lloré al ver en un rincón unas rayitas de luz, no había visto las ventanas porque las ocultaban unas cortinas muy gruesas. Espié y ahí estaba la avenida de las Palmeras, pero no vi ni al flaco ni a Culepe y me dio un susto horrible. Pensé: «vino la policía y me dejaron solo». Estuve mirando un rato a ver si aparecían. En eso me entró una gran decepción y dije, qué me importa, después de todo soy menor y sólo me llevarán al Reformatorio. Abrí la ventana y salté a la calle. Apenas había tocado el suelo, sentí pasos y oí la voz del flaco que me decía.: «bien, muchacho. Ahora anda a la hierbita y no te muevas». Eché a correr, crucé la pista y me tendí. Me puse a pensar en lo que haría si de pronto llegaban los cachacos. A ratos me olvidaba que estaba allí y me parecía que todo era un sueño y que estaba en mi cama y se me aparecía la cara de Tere y me venían unas ganas de verla y de hablarle. Estaba tan distraído pensando en eso, que no sentí al flaco y a Culepe cuando regresaron. Volvimos a Bellavista por el descampado, sin subir a la avenida Progreso. El flaco había sacado muchas cosas. En los árboles que están frente al Hospital Carrión nos detuvimos y el flaco y Culepe hicieron varios paquetes. Se despidieron antes de entrar a la ciudad. Culepe me dijo: «pasaste la prueba de fuego, compañero». El flaco me dio algunos paquetes, que escondí entre la ropa, y nos sacudimos los pantalones y nos limpiamos los zapatos que estaban enterrados. Después nos fuimos hasta la plaza, caminando tranquilamente. El flaco me contaba chistes y yo me reía a carcajadas. Me acompañó hasta la puerta de mi casa y ahí me dijo: «te has portado como un buen compañero. Mañana nos veremos y te daré tu parte». Yo le dije que necesitaba dinero con urgencia, aunque fuera un poquito. Me dio un billete de diez soles. «Esto es sólo una parte, me dijo. Mañana te daré más si es que esta misma noche vendo lo que sacamos.» Yo nunca había tenido tanta plata. Pensaba todo lo que podría hacer con diez soles y se me ocurrían muchas cosas pero no me decidía por ninguna; sólo estaba seguro que al día siguiente gastaría cinco reales en ir a Lima. Pensé: «le llevaré un regalo». Estuve horas tratando de encontrar lo que más convenía. Se me ocurrían las cosas más raras, desde cuadernos y tizas hasta caramelos y un canario. A la mañana siguiente, cuando salí del colegio, todavía no había elegido. Y entonces me acordé que ella se había prestado una vez del panadero, un chiste para leer las historietas. Fui hasta un puesto de periódicos y compré tres chistes: dos de aventuras y el otro romántico. En el tranvía me sentía muy contento y se me venían a la cabeza muchas ideas. La esperé como siempre en la tienda de Alfonso Ugarte y cuando salió me acerqué inmediatamente. Nos dimos la mano y empezamos a conversar de su colegio. Yo tenía las revistas bajo el brazo. Cuando cruzamos la Plaza Bolognesi, ella que las miraba de reojo hacía rato, me dijo: "¿tienes chistes? Qué bien. ¿Me los prestas cuando los leas?». Yo le dije: «los he comprado para regalártelos». Y ella me dijo: "¿de veras?».»Claro, le contesté. Tómalos.» Me dijo: «muchas gracias», y se puso a hojearlos mientras caminábamos. Me di cuenta que el primero que vio y en el que más se demoró fue el romántico. Pensé: «debí comprarle tres románticos, a ella–no le pueden interesar las aventuras». Y en la avenida Arica, me dijo: «cuando los lea, te los presto». Le dije que bueno. No hablamos durante un rato. De pronto ella me dijo: «eres muy bueno». Yo me reí y sólo contesté: «no creas».
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La ciudad y los perros»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La ciudad y los perros» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La ciudad y los perros» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.