Array Array - Los aires dificiles

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Los aires dificiles» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los aires dificiles: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los aires dificiles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Los aires dificiles — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los aires dificiles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Las otras tampoco la hicieron feliz. A los veinte años se colocó en las oficinas de un laboratorio farmacéutico, una empresa modesta donde no le pagaban un gran sueldo pero le dejaban algunas horas libres para seguir estudiando por las tardes, y empezó a coquetear con el coñac. Compró una televisión para sus padres, se matriculó en el primer curso de inglés de la Escuela Oficial de Idiomas, cambió de trabajo, hizo algunos cursos sueltos de contabilidad especializada, elaboró su propio programa de ahorro, se sacó un título de experta en legislación fiscal. Pasaba todos los fines de semana en casa, no tenía amigas, no tenía amigos, iba al cine sola, no salía con nadie, a ninguna parte, estudiaba mucho, bebía bastante. Hizo un cursillo de reglamento de aduanas y empresas de exportación e importación, cambió la cocina del piso de Concepción Jerónima, se colocó como contable en una empresa consignataria de buques, empezó a ganar más dinero del que nunca había soñado con ganar Arcadio Gómez Gómez, reformó el cuarto de baño, cumplió veinticinco años, niveló el suelo de toda la casa, obtuvo por fin un título oficial de inglés, comprendió que no era razonable invertir ni una sola peseta más en un piso de alquiler y empezó a admitir ciertas cosas. Que el amor elaborado y necesario que la unía a sus padres no bastaba para llenar todos los huecos. Que estaba harta de que su madre le preguntara a todas horas por sus compañeros de trabajo para inventarle un novio fantasma a la menor oportunidad. Que estaba igual de harta de que su padre viviera su vida en primera persona, y la abrumara con consejos y sugerencias y recomendaciones absurdas que sólo servían para afirmar que él lo hubiera hecho todo mucho mejor. Que su padre y su madre eran dos pobres ancianos ignorantes que no entendían nada, ni lo que a ella le gustaba, ni lo que ella pretendía, ni lo que aspiraba a hacer.

Que su madrina había tenido razón al suponer en voz alta que lo de Juan Mari no era serio pero que, sin embargo, ahora, cuando había alcanzado una edad suficiente para cultivar la nostalgia, sí echaba de menos aquella fantasía adolescente de lo que iba a ser su vida con Juan Mari, y una cierta exageración

elegante en los detalles. Que aunque apenas iba ya de visita, nunca a comer, siempre sin ganas y muy de tarde en tarde, a la calle Velázquez, le gustaba ver los muebles, utilizar los objetos, respirar el aire de aquella casa. Que por mucho que se abofeteara después íntimamente a sí misma, no podía arrancarse esa debilidad. Que por eso no tenía novio, no tenía amigos, iba al cine sola, estudiaba mucho, bebía bastante. Que no podía hablar con nadie. Que nunca sería nada del todo, ni una señora ni una trabajadora, ni Sarita, ni Sari, ni doña Sara, nada y todo siempre a la vez, todo y nada y la carga de una insatisfacción perpetua, el destino del náufrago que lleva su isla a cuestas, grabada en el cerebro, en la lengua, en el corazón, en el designio implacable de los trenes que la habían perseguido para aplastarla desde que la descubrieron hojeando las páginas de un manual de física de quinto de bachiller.

A veces, la fealdad del mundo se le venía encima y aún se descubría con fuerzas para combatirla.

A veces su orgullo escondido, apaciguado, apaleado por la rutina, le subía por la garganta, le quemaba el paladar y le gritaba con su propia lengua que lo que tenía no era suficiente, que recordara, que se esforzara, que recordara, que siguiera adelante, que recordara, que palpara la ausencia del fusil entre sus manos, que recordara. Cada uno de esos modestos diplomas emitidos por centros de estudios por correspondencia que su madre se empeñaba en enmarcar y colgar en el dormitorio de su hija, resignada a que ella no le consintiera ponerlos en el comedor, era fruto de estos arrebatos desiguales, de esta impotencia activa, de esta ambición inválida y rabiosa. Ninguno como el del verano del 74. Sara tenía veintisiete años y se dijo que ya estaba bien. Lo hizo todo en menos de un mes, veintidós días desde que se lanzó a estudiar las ofertas de trabajo del periódico hasta que estrenó despacho en el departamento de Contabilidad de una gran constructora.

Antes, se había matriculado en primero de Económicas en la Universidad a Distancia y había dado la entrada de un piso todavía en construcción, en una urbanización con ciertas pretensiones, detrás de la plaza de Castilla. Después, se afilió al que había sido el sindicato de su padre, tan ilegal como admirablemente organizado en una empresa tan gigantesca como aquélla. Su cabeza fría, minuciosa, aritmética, destacó enseguida en unas reuniones donde lo que sobraba era temperatura, sangre, palabras, promesas calientes. Tal vez por eso, o porque no era exactamente guapa pero seguía teniendo los mismos ojos de tormenta que su padre, o porque destacaba en el paisaje casi tanto como él, Vicente se fijó en ella enseguida. Ella se había fijado en él en el mismo instante en que le vio aparecer por la puerta del almacén donde la habían citado aquel día. Vicente González –en realidad González de Sandoval, aunque mutilara sistemáticamente su primer apellido– era ocho años mayor que Sara, y el único hijo varón de uno de los mayores accionistas de aquella empresa. Doctor en Ciencias Económicas, marxista por convicción y con argumentos, al acabar la carrera había intentado cortar de un tajo todos sus lazos con una familia cuya trayectoria histórica, ideológica, empresarial, le avergonzaba y le repugnaba al

mismo tiempo. Pudo lograrlo con éxito gracias a la providencial vacante de una plaza de profesor no numerario en la misma facultad donde había estudiado. Entonces se dejó crecer el pelo y la barba, alquiló una buhardilla en Argüelles, se amancebó con una cordobesa aspirante a actriz que cantaba por las noches en un bar, y durante algún tiempo se divirtió y estuvo conforme con su vida. Estuvo implicado también en la organización de las revueltas universitarias del 68. Detenido y procesado, condenado a dos años de reclusión con la benevolencia debida a la verdadera longitud de su apellido, el tribunal no tuvo en cuenta sin embargo el asma alérgica que padecía desde su nacimiento y que parecía llevarle, en cada crisis, al borde de la muerte por asfixia. En la cárcel lo pasó fatal, tan mal que, después de una serie de tres crisis consecutivas, lo pusieron en libertad por motivos de salud, confinándolo en el domicilio familiar durante el resto de la condena. Le quedaban pocas ganas de hacer tonterías.

Su madre le acogió, le cubrió de besos, le afeitó, le cortó el pelo, le instaló en su dormitorio de siempre y le alimentó a base de caldos de carne y lomos de merluza hervida con patatitas. Vicente ya no se acordaba del sabor de la merluza fresca. Tampoco del de María Belén, su novia de toda la vida que, sin embargo, fue a hacerle compañía cada tarde en un derroche de abnegación y de amnesia que habría conmovido a un muerto. Como él seguía vivo pero, a pesar de todo, no parecía muy inclinado a hablar del tema, fue ella quien le dijo a las claras, un buen día, que lo sabía todo, que le había perdonado y que habría que ir pensando en la fecha de la boda. Vicente dudaba de que lo supiera todo, y en especial las prodigiosas habilidades físicas con las que le había enganchado esa cordobesa a la que se temía que no iba a poder reeditar ni siquiera aproximadamente en el cuerpo de su futura esposa, pero accedió, persuadido en parte por la merluza, y en parte por la convicción de que no le quedaba otro remedio. Se casó en 1971, de chaqué, por la Iglesia, y con trescientos cincuenta invitados al banquete del Club de Campo. Ya ocupaba un puesto directivo, relevante, en la empresa de construcción de su padre. En 1972 nació su primer hijo, el enésimo Vicente González de Sandoval. En 1973 debutó en el insomnio, mientras se preguntaba seriamente si se había vuelto loco. En 1974, cuando conoció a Sara, ya pensaba en sí mismo como en una bacteria, una ameba, un insecto y, más que nada, un tonto del culo de marca mayor.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los aires dificiles»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los aires dificiles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los aires dificiles»

Обсуждение, отзывы о книге «Los aires dificiles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x