Array Array - Los aires dificiles
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Los aires dificiles» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los aires dificiles
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los aires dificiles: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los aires dificiles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los aires dificiles — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los aires dificiles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Las familias suelen reunirse en los cumpleaños de los niños, y él debía de tener mucha relación con Tamara, con sus padres, porque de lo contrario no se habría hecho cargo de ella después, cuando se quedó sola. Que viera caer, morir a su hermano, aportaba un detalle siniestro a su relato, pero tampoco escapaba a la lógica. Si estaba con él, en lo alto de la escalera, no habría podido evitar el accidente, y si estaba abajo y vio cómo se le venía encima, no habría tenido tiempo para reaccionar. Cuando se conocieron, el verano anterior, Tamara le había contado que sus padres murieron en un accidente y, como si la pudorosa parquedad en los detalles dependiera de un factor genético, no quiso añadir nada más. Sara había supuesto desde el principio que la niña hablaba de un accidente de tráfico, y ella se lo confirmó más adelante con algunos datos sueltos que ahora parecía evidente que se referían solamente a la muerte de la madre, pero hasta para eso existía una explicación sencilla. Si su padre había llegado tarde y borracho a su cumpleaños, si había discutido por eso con su hermano y se había caído por la escalera, el recuerdo del accidente sería para ella peor que una pesadilla. Quizás se sentiría incluso culpable de haberlo provocado y, hasta si no era así, la versión de que ambos padres habían muerto juntos, en el mismo accidente, siempre parecería más sencilla, más limpia que la verdad. Nadie hace demasiadas preguntas sobre los coches que se estrellan, como si las personas que los usan a diario asumieran alegremente que el destino de cualquier coche es
estrellarse antes o después. Tal vez había sido el propio Juan quien había aconsejado a su sobrina que se limitara a contar aquella mentira a medias, y Sara no sólo lo habría comprendido, sino que habría aprobado esa estrategia con energía. Al llegar a este punto, se daba cuenta de que estaba atrapada en una historia verosímil que además tenía ingredientes de sobra para ser cierta y, sin embargo, algo la impulsaba a volver al principio, a repasar otra vez todos los datos, a preguntarse dónde estaba el error, mientras la figura de un hombre desconocido que cae rodando por una escalera se le hacía tan familiar como si pretendiera quedarse a vivir dentro de su cabeza.
La expectación que Juan había provocado con sus advertencias se deshizo como una burbuja de jabón ante la naturalidad con la que Tamara desempeñó su papel de anfitriona. Sin embargo, cuando el final del bullicio la consintió volver a pensar, mientras hablaba con su vecino cara a cara en un rincón del salón, Sara se dijo que la ausencia de reacciones de la niña encerraba un misterio aún más profundo que la inesperada confidencia de su tío. Le habría parecido más natural que Tamara estuviera triste, mustia siquiera por dentro, que forzara sus sonrisas, que se hubiera emocionado al soplar las velas, que hubiera dado alguna señal, si no de duelo, sí al menos de cierta melancolía. En su alegre impasibilidad, que no albergaba ninguna esquina, ningún hueco para el recuerdo del padre muerto, creyó encontrar Sara Gómez un argumento nuevo para seguir meditando, mientras el coñac la envolvía poco a poco en una espesa crisálida de algodón sedoso, tibio y transparente.
A la mañana siguiente no lo había olvidado del todo, pero cuando logró levantarse por fin, hacia las once, le intrigaba mucho más esa insólita, benéfica sensación cuyo origen no había podido descubrir aún. Abrió la puerta del cuarto de baño y la cólera de la corriente la congeló en el umbral durante un instante. Desventajas de acostarse borracha, pensó, al darse cuenta de que se había dejado la ventana abierta toda la noche y, aunque estaba tiritando, no quiso cerrarla, porque el aire frío le venía bien para despejarse, y el cielo, arrogante de puro azul en la frontera de diciembre, alardeaba de un sol resplandeciente y circular, como una garantía anticipada de la primavera. Se envolvió en el albornoz y al sentir el contacto del tejido contra su piel, vio casi esas chispas de colores que identifican las obras de las hadas madrinas en las ilustraciones de los libros infantiles. Cuando se cubrió las mejillas con las solapas, lo comprendió todo. El albornoz estaba seco, completa y definitivamente seco, tan esponjoso, tan crujiente como si lo acabara de descolgar de la cuerda en pleno agosto. Hacía más de un mes, tal vez dos, que no tocaba nada parecido.
Entonces supo lo que saben las gaviotas, y entendió al fin esa extraña frase con la que la gente del pueblo describía los efectos de un viento sin el cual no podrían ni sabrían vivir en invierno.
El levante se lo lleva todo, decían, y era verdad. Sara volvió al dormitorio, abrió el balcón de par en par y se abandonó al viento que barría las casas, que secaba las sábanas, que limpiaba el aire, que aireaba la sangre estancada en el mohoso abrigo de la humedad, esa tristeza pantanosa y sucia de los días más cortos. El
levante azotaba su cara, desflecaba su pelo, bailaba dentro de su cabeza e inundaba sus pulmones con el ritmo necesario, regular, de una marea aérea y torrencial que afilaba el sentido del verbo respirar. La pesadez del plomo, la mecánica del óxido, el aterciopelado veneno del musgo huían en tropel, con esa prisa torpe de los cobardes, ante el empuje de aquel viento formidable, tan poderoso y paternal como un dios clásico.
Sara corrió al piso de abajo, aseguró las puertas para que no golpearan, improvisó una colección de pisapapeles con ceniceros y cacerolas, y abrió las ventanas una por una. No se acordó entonces del otro levante, el demonio rencoroso que hace hervir el cielo, y a la gente con él, en la inmensa olla de paredes transparentes donde se cuecen los días más infernales de cada verano. Los papeles y los objetos que echaron a volar por su cuenta pese a todas sus precauciones le trajeron en cambio el recuerdo de la noche anterior, el desorden en el que habría amanecido la casa de sus vecinos y, como si el viento pudiera barrer también las ideas tontas, se asombró de haber llegado a consagrar tanta atención a desmenuzar las claves de una tragedia que no encerraba otro misterio que su propia, trágica naturaleza. Todas las obras del azar son enigmáticas, porque su misma esencia es un enigma, y ella debería saberlo mejor que nadie. Si Juan Olmedo tuviera algún día la oportunidad de escuchar su propia historia, empezaría a preguntarse de qué película habría podido sacar ella tantos disparates antes de llegar a la mitad.
Cuando el levante agotó su capacidad de regocijo, fue a la cocina y se preparó un café. No quiso tomar nada más porque era ya muy tarde, todo un acontecimiento que celebrar en el peor día de la semana. Mientras calculaba que apenas llegaría a cruzar unas pocas palabras con el quiosquero y tal vez con el camarero de algún bar si se animaba a ir de paseo al pueblo por la tarde, removió junto con el azúcar la verdad de todas las mañanas de domingo.
—Lo que pasa es que me aburro –musitó, aunque su vecino no pudiera oírla, ni absolverla en el acto de todas sus sospechas–, eso es lo único que pasa…
En octubre de 1963, cuando empezó a frecuentar aquella clase tan distinta de las aulas que conocía, Sara Gómez Morales recordaba bien los tormentos que le había infligido el álgebra en el último año de bachiller. Por eso se tomó la taquigrafía como un pasatiempo, una simple técnica que dominar a base de memoria y horas de práctica. Con la mecanografía le ocurrió algo parecido, aunque la máquina representaba un elemento ajeno para alguien acostumbrado a trabajar solamente con una pluma y un papel.
De todos modos, aquel verano había aprendido cosas mucho más raras, que le exigieron dosis de concentración muy superiores. A calcular la cantidad de lejía necesaria para lavar la ropa blanca sin que la tela se debilite ni se ponga amarilla, por ejemplo. A planchar una americana a través de un paño húmedo. A determinar el punto exacto del tomate frito, en el momento en que la pulpa ha soltado ya todo el líquido pero el aceite todavía no ha empezado a aflorar a la
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los aires dificiles»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los aires dificiles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los aires dificiles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.