Array Array - Los aires dificiles

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Los aires dificiles» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los aires dificiles: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los aires dificiles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Los aires dificiles — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los aires dificiles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Arcadio Gómez Gómez pensaba que no le interesaba la política, pero la primera vez que oyó hablar de la conciencia de clase aprendió a ponerle un nombre a su rabia.

Aquel descubrimiento le cambió la vida. Su padre, que creía en Dios y en que siempre tendría que haber ricos y pobres, le advirtió que a él no le viniera con paparruchas.

Su novia, que compartía esa indolente conformidad con la miseria a la que él no había querido resignarse nunca, le pidió que no se metiera en líos, ahora que les faltaba tan poco para casarse. Pero Arcadio no se desanimó. Él quería a su padre, que había trabajado como una bestia de carga para asegurar el pequeño decoro con el que vivían, y estaba muy enamorado de Sebas, pero sentía que en su corazón había espacio de sobra para más gente, y cuanto más pensaba, mejor comprendía que también se debía a ellos, a todos los desconocidos de su otra familia, la infinita familia universal de los que no tienen nada. Por eso se afilió al sindicato, empezó a asistir a todas las reuniones y, al final, cuando comprendió cómo podría ser más útil, se apuntó al curso de alfabetización que organizaba don Mario, un joven maestro de escuela que, después de pasarse el día entero bregando con los dichosos críos, enseñaba a los obreros a leer y a escribir en su propia casa, sin cobrarles más que su propia fe. A Sebas se le saltaron las lágrimas la primera vez que su marido le leyó de corrido el rótulo de un escaparate. Sólo por eso, y por lo guapo que se ponía Arcadio cuando intentaba convencer a los demás de que tenía razón, empezó ella a mirar con simpatía aquella causa. En pocos años, aquel hombre que traba–jaba desde que cumplió siete y nunca había tenido tiempo para ir a la escuela, empezó a hablar mejor que un cura, usando unas palabras muy raras que su mujer, metida todo el día en casa, lavando pañales, no podía entender al escucharlas por primera vez. Arcadio se las explicaba despacito, igual que don Mario se las había explicado a él cuando iban juntos a tomar un vaso de vino después de clase, omitiendo sólo una, el solitario escollo con el que él mismo tropezaba una y otra vez desde que emprendió aquel viaje tan largo, el punto débil de la imprescindible teoría que Sebas asimilaba deprisa, moviendo la cabeza con progresiva vehemencia. Cuando Arcadio le preguntó qué significaba exactamente aquello del internacionalismo proletario, el maestro le miró con extrañeza. Él aclaró enseguida que lo del internacionalismo lo entendía, pero lo otro no. Don Mario sonrió antes de contestarle que la palabra proletario venía de prole, y aludía a la condición de los trabajadores, porque la única posesión de un obrero son sus hijos. Arcadio arrugó las cejas. Sebas y él, que llevaban casados poco más de tres años, tenían ya dos críos, y hasta la fecha vivían peor y no mejor que al principio. No le entiendo, don Mario, respondió después de un rato, los hijos son bocas de más, hay que comprarles ropa todo el tiempo, porque crecen sin parar, y medicinas, porque se ponen malos cada dos por tres. Que no, Arcadio, insistió don Mario, piénsalo bien, hombre… Los hijos son la única riqueza que tenemos los pobres. Si usted lo dice, concedió él, pero siguió pensando lo mismo para sus adentros, pues sí, menuda gilipollez…

Doña Sara iba pensando en un vestido blanco, corto, moderno, pero del mismo color que el traje de noche que ella estrenó en el baile de su puesta de largo. Siempre había sabido que su ahijada no llegaría a presidir nunca un bailecomo

aquél, pero la fiesta de cumpleaños que ella se empeñaba en llamar guateque era, al fin y al cabo, el primer acto social de cierta relevancia organizado en su honor. Si Sarita hubiera llegado a escuchar alguno de estos razonamientos, se habría partido de risa.

Por supuesto, ni a ella ni a ninguna de sus amigas se les había pasado jamás por la imaginación la posibilidad de celebrar cualquier clase de ceremonia de puesta de largo. En 1963 no se podía concebir nada más ridículo, nada tan cursi, ni tan hortera, como aquella paletada del debut social. Por eso, cuando la meliflua directora de aquella tienda inmensa, lujosa y laberíntica como un ministerio, empezó a proponerles modelos juveniles, Sarita escogió para sus adentros un chillón estampado italiano de todos los colores y diseño radicalmente pop. En el estratégico momento que la vendedora y sus ayudantes escogieron para dejarlas solas en una de las salitas donde recibían a sus mejores clientas, doña Sara abogó por el blanco, y Sarita defendió los colores pero, por una vez, su discrepancia no llegó a desembocar en una verdadera discusión, porque las dos se apresuraron a convenir enseguida en un vestido amarillo de seda salvaje que estaba tan lejos de la monótona elegancia nacional como de la indeseable extravagancia importada. Sarita estaba muy conmovida por la generosidad de su madrina, que había tenido que embarcarse en una complicada operación para mantener a su marido al margen de sus planes. Don César se había prestado de buen grado a la travesura, pero mover a don Antonio era muy complicado, por más que aquella finca de la provincia de Toledo donde iba a reunirse con sus amigotes quedara a menos de hora y media en coche. Doña Sara, a su vez, había decidido que haría cualquier cosa con tal de que la niña disfrutara de aquel cumpleaños tan especial. Se mantuvo firme en su decisiónincluso cuando la directora de la tienda dio por sentado que encargarían unos zapatos forrados con la misma tela del vestido. Ella sabía que Sarita le sacaría mucho más partido a un buen par de zapatos de vestir de piel negra, pero cuando se lo advirtió, y antes de que la decepción llegara a instalarse definitivamente en las comisuras de sus labios, se corrigió sin vacilar, sobre la marcha, pues si tú los quieres forrados, forramos los zapatos, hija… Y no se hable más.

El 19 de julio de 1939, Sebastiana Morales Pereira se detuvo un momento entre los dos leones de mármol que flanqueaban la escalera de aquel portal para sacar del bolso un pañuelo oscuro con el que se cubrió la cabeza, asegurándolo con un nudo justo debajo de la barbilla. Ella nunca llevaba pañuelo, pero pretendía que su aspecto se asemejara lo más posible al que tenía la señora de Ochoa cuando llamó a la puerta de su buhardilla de la Corredera, tres años y cuatro días antes, el 15 de julio de 1936. En aquellos días, los ricos no se atrevían a pasearse vestidos de ricos por los barrios populares de Madrid, y Sebas no fue capaz de reconocer a la primera a aquella mujer humilde, humildemente envuelta en un abrigo de paño gris con las coderas rozadas, el rostro semioculto tras el cerco de un pañuelo negro. Esta tarde nos vamos a San Sebastián, le dijo Sarita entonces, mientras aceptaba, su barbilla ya erguida, en su sitio, el café con leche que Sebas le ofreció, mis padres llevan allí un mes y medio, se fueron a primeros de junio,

como todos los años, pero Antonio se empeñó en quedarse aquí hasta que las cosas se aclararan, no quería dejarlo todo abandonado de repente, todo lo que tenemos está aquí, nuestra casa, nuestros bienes, todo, ya lo sabes, pero ahora, después de lo de Calvo Sotelo… No sé, yo tengo mucho miedo, te lo digo sinceramente, estono sólo no se aclara sino que está cada vez más negro, total, que nos vamos de Madrid, y yo quería que lo supieras, y quería pedirte un favor… El portero había cambiado. Sebas no conocía al energúmeno que se precipitó sobre ella para preguntarle a qué piso iba y ordenarle que subiera por la escalera de servicio. Ella obedeció sin rechistar. Al salvar los primeros peldaños se preguntó qué habría sido del portero anterior, aquel asturiano tan simpático que le daba conversación cuando iba de vez en cuando a echarle un vistazo al piso de sus señores para comprobar la eficacia del documento que ella misma había clavado en la puerta principal con cuatro clavos. Aquel papel le había costado una bronca tremenda con su marido. Todavía recordaba las palabras de Arcadio, nunca cambiarás, Sebastiana, tú no, tú sigues estando para lo que te manden porque no sabes vivir sin amo, y el desprecio con el que le tiró encima de la falda una hoja de papel escrita a máquina, «Este local ha sido incautado por el Sindicato Metalúrgico de Madrid de la Unión General de Trabajadores», dos líneas sin firma rematadas con un sello impreso en tinta roja, un sello bien grande y bien visible con tres poderosas mayúsculas debajo, UGT. Aquel papel, que alguien habría arrugado y tirado a la basura después de bruñir la placa de bronce con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que había debajo, se había convertido en el seguro de vida de Arcadio Gómez Gómez, condenado a muerte por un Tribunal Militar a primera hora de la mañana. En eso, al menos, confiaba su mujer mientras tocaba el timbre del cuarto piso, aunque esa esperanza no le impedía masticar una rabia desordenada y espesa, una angustia que sólo habría podido resolverse en el ansia brutal de destrozar aquella puerta a dentelladas. Sin embargo, cuando una doncella le preguntó qué deseaba, se limitó a decir en voz bajaque se llamaba Sebastiana Morales y que necesitaba ver a la señora. Sarita la recibió en la sala contigua a su dormitorio y la escuchó en silencio, hasta el final. Ayúdame, Sara, tú ahora puedes, y él es bueno, no ha hecho nada, nada, no merece morir, no se lo merece…

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los aires dificiles»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los aires dificiles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los aires dificiles»

Обсуждение, отзывы о книге «Los aires dificiles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x