Array Array - Los aires dificiles
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Los aires dificiles» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los aires dificiles
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los aires dificiles: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los aires dificiles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los aires dificiles — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los aires dificiles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
podía leerse nada sobre su solapa, en loscontornos borrados y rotos de lo que
una vez debieron ser cuatro grandes mayúsculas rojas. El tirante de la derecha
estaba cosido con un hilo fuerte, negro, unos centímetros por debajo del hombro,
y tan deshilachado como el izquierdo. Era muy pequeña, tanto que su propietario
cargaba con un montón de libros en los brazos, y Tamara pensó que a Andrés le
iría mejor con su mochila vieja, que estaba un poco sucia pero era más grande y
mucho más nueva que aquélla, y estuvo a punto de ofrecérsela. Sin embargo,
cuando ya había abierto la boca, volvió a cerrarla, porque no estaba segura de si
su oferta sería bien recibida.
—Aquí es –dijo él, deteniéndose ante una puerta idéntica a todas las demás que
se abrían a ambos lados de un pasillo decorado con grandes cartulinas de colores,
dibujos y collages–. Vamos.
Entró en clase sin mirar a nadie en especial, aunque saludó a algunos niños con
un movimiento de cabeza y hasta respondió con un par de holas lacónicos a los
saludos más expresivos de algunos de sus compañeros. A cambio, Tamara
escuchó con claridad algunas risitas desde el fondo del aula, que su amigo intentó
identificar girando la cabeza, repeinada y húmeda de colonia, con una expresión
de violencia en la boca que ella nunca le había visto hasta entonces. Los risueños,
dos niños y una niña que cuchicheaban entre sí, no se dieron por aludidos. Andrés
escogió un pupitre lateral de una de las filas centrales y empezó a vaciar su
mochila sin decir nada. Tamara se sentó a su lado y le imitó.
—Me pongo aquí contigo –dijo sin mirarle–. ¿Vale?
—Bueno.
La profesora se llamaba doña María. Tamara calculó que tendría más o menos la
edad de Sara. Era bajita, menuda y parlanchina, e iba muy arreglada. Al entrar,
saludó por su nombre a casi todos los niños, incluido Andrés, y dedicó acada uno
un comentario agradable, qué guapo estás, cuánto has crecido, cómo se nota que
te has bañado mucho este verano, te sienta muy bien el pelo largo, y cosas por el
estilo. Al terminar, dijo que todos tenían que saludar con un cariño especial a dos
alumnos nuevos, y le pidió a Tamara y a otro niño rubio que se llamaba Iván que
se levantaran. Ella ya se temía algo así, pero se sintió igual de mal que si no lo
hubiera previsto, e intentó disimular el color de sus mejillas bajando la vista,
como si estuviera muy interesada en sus zapatos, mientras soportaba la
vergüenza de un aplauso general. Luego, cuando empezó el rollo de siempre
sobre el plan del curso, los programas de cada asignatura, el material que
tendrían que traer la semana siguiente, las fechas de las evaluaciones y los
mejores métodos para planificar los deberes, se sintió mejor, porque había
escuchado tantas veces rollos parecidos que ni siquiera le extrañó aquella nueva
versión sin eses.
A las once sonó un timbre.
Andrés reaccionó ante aquel sonido con una lentitud sorprendente hasta para
Tamara, que no esperaba encontrarse con nadie en el recreo y sin embargo
estaba ya cerca de la puerta cuando le vio sentado todavía, delante del pupitre.
—Para salir al patio tienes que coger por la izquierda, por donde hemos entrado –le dijo cuando por fin se decidió a recorrer la distancia que le separaba de ella con
pasos de viejo, cortos y cansados.
—¿Tú no vienes?
—No, yo… Tengo que hacer una cosa.
—¿Vas al baño?
Negó con la cabeza y echó a andar despacio, hacia la derecha.
No habría dado más de diez pasos cuando se volvió a mirarla, y la encontró
clavada en el pasillo, delante de la puerta de la clase.
Ella quiso interpretar aquella mirada como una invitación y seatrevió a preguntar.
—¿Adónde vas?
—A un sitio.
—¿A cuál? –él no le contestó, y Tamara empezó a caminar en su dirección–. Voy
contigo.
—No.
—Que sí, anda, déjame ir contigo. Si es que yo aquí no conozco a nadie y…
—Que no –él subrayaba su negativa moviendo enérgicamente la cabeza–. Que no
puedes venir, en serio.
—Pero ¿por qué? –ella dio un pisotón en el suelo para demostrar su impaciencia–.
¿Y por qué no quieres decirme adónde vas?
—Voy a ver a mi abuela –contestó Andrés por fin, casi con rabia–, que trabaja
aquí. ¿Estás contenta?
Tamara se puso colorada por segunda vez en aquella mañana y ni siquiera se
esforzó en encontrar una respuesta para aquella pregunta, como si el tardío
descubrimiento de que Andrés tenía una abuela que trabajaba en el colegio fuera
una razón suficiente para excluirla de cualquier plan. Cuando su amigo
desapareció por una puerta situada al final del pasillo, se fue al patio, se sentó en
un poyete y se dedicó a mirar cómo jugaban los demás. Un cuarto de hora
después volvió a ver a Andrés, que caminaba en su dirección con un gran
bocadillo de mortadela y cara de querer hacer las paces.
—¿Quieres un poco? –le dijo cuando se sentó a su lado–. Es muy grande…
—¿Te lo ha dado tu abuela?
–preguntó ella, que ya se había comido su donut, al aceptarlo.
—Sí. Es la cocinera.
—¿Y tienes que ir a verla todos los días?
—Todos. Pero sólo para recoger el bocadillo, que se enfada conmigo si me lo
traigo de casa.
Hoy era distinto, porque como mi madre no se habla con ella, hacía por lo menos
un mes que no la veía, y por eso he tenido que estar másrato… –Andrés comió un
poco más en silencio y volvió a ofrecerle a Tamara el último trozo–. ¿Lo quieres?
Yo ya no puedo más… De todas formas –añadió, mientras ella liquidaba el pan y
la mortadela–, no te habría caído bien. Es muy gruñona. Está todo el día
protestando y haciendo como que llora.
Tamara no quiso preguntar nada más, pero se dio cuenta de que Andrés estaba
no sólo más simpático, sino también más contento, como si la visita a la cocina le
hubiera quitado un peso de encima. Sin embargo, hasta él tendría que reconocer
que su abuela cocinaba muy bien, porque el arroz con tomate, el pollo asado y el
flan de la comida eran mejores que los que Tamara tomaba en su colegio de
Madrid. Después, mientras renunciaba a averiguar el origen de aquel olor mustio
a judías verdes que su nariz había dejado ya de percibir, salieron al patio y
estuvieron jugando con otros niños de su clase al pilla–pilla, que aquí se llamaba
de otra manera y tenía reglas ligeramente distintas. Ella no corría tanto como
Andrés, pero se lo pasó muy bien, y el siguiente timbre resonó ya en sus oídos
con el eco familiar de una condena vulgar y repetida. La primera clase de la tarde
se le hizo insoportablemente lenta, como siempre, y la segunda, a cambio, resultó
la más corta del día. Andrés se despidió de ella en la puerta de la clase, porque
tenía que ir a buscar a dos vecinos suyos que estaban en otro grupo del mismo
curso. Siempre venimos y volvemos juntos, le dijo, son esos dos con los que he
estado hablando en el patio, después de comer, ¿te acuerdas…? Ella no se
acordaba, pero le dijo que sí, y mientras salía a la calle pensó que había tenido
mucha suerte de que Andrés no la hubiera dejado sola para irse con sus amigos
hasta aquel momento, cuando su colegio nuevo había empezado ya a ser menos
nuevo y más colegio.Pensaba volver a casa andando, pero cuando aún caminaba
en paralelo a la valla, un BMW gris con matrícula de Madrid se detuvo a su lado
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los aires dificiles»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los aires dificiles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los aires dificiles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.