Peter Høeg - La señorita Smila y su especial percepción de la nieve

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La señorita Smila y su especial percepción de la nieve: краткое содержание, описание и аннотация

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Un día, poco antes de Navidad, la señorita Smila de regreso a su casa encuentra muerto en la nieve a su vecino y amigo, el pequeño Isaías. La versión oficial es que debió de resbalar y caerse. Pero Smila, que le cuidaba a veces y sentía especial ternura por él, sospecha que no es así. Los dos pertenecen a la pequeña comunidad de esquimales groelandeses que viven en Copenhague. Y Smila es, además, experta en las propiedades físicas del hielo. La investigación que lleva a cabo en privado acerca de la muerte de Isaías la conduce a la misteriosa muerte del padre de éste en una expedición secreta a Groenlandia, misión encomendada por una poderosa empresa danesa involucrada en una extraña conspiración que se remonta a la segunda guerra mundial.

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Hay algo en mi explicación que la distrae. Estoy buscando algo que la tranquilice con el fin de apartarla de ello. Ella misma lo encuentra. Me mira primero a mí, luego al mecánico y, finalmente, vuelve a posar su mirada sobre mí.

– ¿Están casados?

Entonces sucede algo realmente sorprendente. El mecánico se sonroja. Su sabor empieza por el cuello y, lentamente, se va deslizando hacia arriba, como la alergia al marisco. Un rubor llameante, desvalido.

Noto una ola breve de calor que me recorre la entrepierna. Incluso llego a creer, por unos instantes, que alguien ha depositado algo caliente en mi regazo. Sin embargo, no hay nada.

– No -le contesto-. Es difícil entregarse en cuerpo y alma al Archivo del Ejército y, al mismo tiempo, tener tiempo para fundar una familia.

Asiente, comprensiva. Ella conoce, con todo detalle, la imposibilidad de unir la guerra y el amor.

– Dos hombres se encuentran -digo- quizás en Berlín. Loyen y Ving. Loyen sabe algunas cosas sobre algo que vale la pena ir a buscar a Groenlandia. Ving dispone de una organización bajo cuyo pretexto pueden ir a buscarlo, ya que es director de la Sociedad Criolita y la persona que realmente está al mando. También está Andreas Licht. De él, lo único que sabemos es que conoce Groenlandia.

No pienso contarle nada de mi visita al atracadero 126.

– Organizan una expedición, al amparo de la sociedad, en el 66. Algo se tuerce. Quizá se produjo un accidente con explosivos. Sea como fuere, la expedición fracasa. Así que esperan veinticinco años más. Entonces lo vuelven a intentar. Pero algo ha cambiado. El transporte lo sufragan con dinero de fuera. Es como si hubieran recibido ayuda. Como si se hubieran aliado con alguien. Pese a todo, las cosas vuelven a ir mal. Cuatro hombres mueren. Entre ellos, el padre de Isaías.

Estoy sentada en el sofá del mecánico. Debajo de una manta de lana. Él está de pie, intentando abrir una botella de champán. Hay algo en el vino caro, en medio de este salón, que me distrae. Ahora la deja, sin abrir, sobre la mesa.

– Hablé con Juliana esta tarde -me dice.

Ya había notado, en la confitería, y luego, de camino a casa, que había algo que no iba bien.

– Al Barón lo examinaban cada mes en el hospital. Ella re-recibía mil quinientas coronas cada vez. Siempre el pr-primer ma-martes de cada mes. Lo recogían. Ella nunca lo acompañó. Y el Barón nunca decía nada.

Se sienta y contempla la botella fría. Sé en qué está pensando. Está considerando devolverla a la nevera.

Ha sacado dos copas altas y frágiles para nosotros. Primero las ha lavado en agua caliente, sin jabón, y acto seguido, las ha secado con un trapo limpio, hasta conseguir que fueran del todo transparentes. En sus enormes manos, las copas parecen tan frágiles como el celofán.

La lista de espera para conseguir vivienda en Nuuk es de once años. Transcurrido ese tiempo, te ofrecen un cuchitril, un cobertizo, una casucha. Todo el dinero de Groenlandia está apegado a la cultura y a la lengua danesas. Aquellos que dominan el danés, consiguen puestos lucrativos. Los demás, pueden languidecer en las fábricas de conserva de pescado o en las filas del paro. En una cultura cuyo promedio de asesinatos equivale al de un país en estado de guerra.

El haberme criado en Groenlandia ha hecho añicos para siempre mi relación con el bienestar. Sé que existe. Pero, no obstante, nunca podré anhelarlo. Ni tan siquiera respetarlo verdaderamente. Tampoco llegaré a considerarlo una meta.

A menudo, me siento como un cubo de basura. En mi interior, la existencia ha dejado caer las sobras de una cultura tecnológica: ecuaciones diferenciales, un gorro de pieles. Y ahora: una botella de champán enfriado hasta los cero grados. Con el tiempo, se ha vuelto más difícil para mí disfrutar de ello plenamente y sin remordimientos. Si me lo retiraran todo dentro de un instante, estaría de acuerdo.

He dejado de hacer lo posible por mantener a Europa y a Dinamarca alejados de mí. Tampoco les pido que se queden. De alguna manera, son parte de mi destino. A través de mi vida, van y vienen. He desistido de intentar remediarlo.

Es de noche. Los últimos días han sido tan largos que he deseado reencontrarme con mi cama, y con un sueño tan envolvente como el de mi infancia. Pronto, cuando apenas haya tenido tiempo de mojar los labios con el vino, me levantaré y me iré.

Abre la botella sin apenas hacer ruido. Escancia el vino, lenta y cuidadosamente, hasta llenar nuestras copas un poco más de la mitad. Éstas se cubren, instantáneamente, con un velo mate. Desde invisibles rugosidades de los lados arqueados del interior de las copas, suben hacia la superficie estrechas hileras de burbujas, que parecen perlas diminutas.

El mecánico apoya los codos sobre las rodillas mientras contempla las burbujas. Su rostro está absorto, embebido por el espectáculo y, en este instante, tan inocente como el de un niño. Tal como observé en muchas ocasiones que Isaías solía contemplar el mundo.

No toco mi copa y me siento delante de él sobre la mesa baja. Nuestras caras están a la misma altura.

– Peter -le digo-, supongo que conoces aquella excusa de que, como estaba tan borracha, no sabía lo que hacía.

Asiente con la cabeza.

– Por eso hago esto ahora, cuando todavía no he bebido nada.

Entonces lo beso. No sé el tiempo que transcurre. Pero, mientras dura, todo mi cuerpo está en mi boca.

Me voy. Podía haberme quedado pero, sin embargo, me voy. No es por su culpa ni por la mía. Es por el respeto hacia aquello que se ha apoderado de mí. Que no he sentido en muchos años, que ya no creo reconocer más, que se me ha vuelto tan extraño.

Tardo mucho en dormirme. Pero se debe más a que no tengo el corazón suficiente para abandonar la noche y el silencio y la conciencia, despierta e hipersensitiva, de que él yace en algún lugar bajo mis pies.

Cuando, finalmente, llega el sueño, creo estar en Siorapaluk. Somos varios niños echados en el mismo catre. Hemos estado contándonos cuentos, los demás ya se han dormido. Sólo queda mi propia voz. Oigo, desde un lugar fuera de mí misma, que está intentando mantenerse erguida. Sin embargo, sucumbe, se tambalea, cae de rodillas, abre los brazos y se deja recoger por una red de sueños.

5

El Registro Mercantil Central está en la calle Kampmann, número 1, y da la impresión de estar bien conservado, recién pintado, ser efectivo, formal, servicial y exclusivo, sin llegar a ser ostentoso.

El hombre que me ayuda es un niño. No tiene más de veintitrés años, y lleva un traje de chaqueta cruzado hecho a medida, de tweed Harris fino, con una corbata blanca de seda, dientes blancos y una sonrisa amplia.

– ¿Dónde nos hemos visto antes? -me dice.

Los documentos están metidos en una carpeta, el montón es tan grande como una biblia ilustrada y está marcado como Cuentas anuales para el ejercicio 1991 de la sociedad anónima Sociedad Criolita Danmark .

– ¿Dónde puedo encontrar a la persona que controla la sociedad?

Al consultar los documentos, sus manos rozan las mías.

– No puede deducirse directamente de las inscripciones. Pero, según la ley de sociedades anónimas, hay que listar en la primera página todos aquellos accionistas que posean acciones que superen el cinco por ciento del total del capital social. ¿Acaso fue en una fiesta de la Escuela Superior de Comercio?

La lista es de catorce líneas, en las que se entremezclan los nombres de personas físicas y sociedades. Ving aparece en ella. Y el Banco Nacional. Y Geoinform.

– Geoinform. ¿Podrías enseñarme sus cuentas anuales?

Toma asiento delante del teclado. Mientras esperamos al ordenador, me sonríe.

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