La escotilla que da a la escalera se abre y Hansen sale a la cubierta. Me dirijo hacia el castillo de popa. Salgo al lugar de las escaleras. A la altura de mi cabeza, se acercan un par de zapatos azules por los escalones. Meto las manos por debajo de la barandilla y golpeo los pies hacia afuera. Se trata de una prolongación de su propio movimiento por lo que no requiere muchas fuerzas. En un arco corto, los pies vuelan en el aire y la cabeza de Verlaine golpea contra el peldaño que está a la altura de mi hombro. Entonces se precipita los últimos metros escaleras abajo, y cae sobre la cubierta sin haber tenido tiempo para amortiguar la caída.
Subo las escaleras corriendo. Cuando llego a la cubierta de botes, me dirijo al lado de babor y, desde allí, trepo por otra escalera. Maurice debe de haberme oído. Cuando me levanto, él está allí. A sus espaldas, se abre la escotilla del puente y aparece Kützow. Está en bata y descalzo. Él y Maurice se miran. Yo paso por su lado y me introduzco en el puente.
Me palpo los bolsillos buscando la linterna. El cono de luz atrapa el rostro de Sonne. María está al lado de la rueda del timón.
– Déjame entrar en la enfermería -le digo-. He sufrido un accidente.
Él va delante. Cuando llegamos al cuarto de derrota, se da la vuelta y se queda paralizado. Me echo un vistazo a mí misma. Los pantalones de mi ropa de trabajo no tienen rodillas. En su lugar hay dos agujeros sangrientos. Las palmas de mis manos tienen multitud de cortes.
– Me he caído -le digo.
Abre la puerta de la enfermería. Evita mirarme directamente.
Cuando me siento y la piel se tensa sobre las rodillas, estoy a punto de desmayarme. Un río de pequeños y dolorosos recuerdos. Las primeras escaleras en el internado, caídas sobre el hielo rugoso: El destello de luz, la parálisis, el calor, el dolor agudo, el frío y, finalmente, la pulsación pesada en la herida.
– ¿Puedes limpiarme esto?
Aparta los ojos.
– No soporto ver sangre.
Me lo limpio yo misma. Me tiemblan las manos, la herida supura y el líquido corre por encima de las heridas. Me pongo unas gasas esterilizadas. Me vendo las rodillas.
– Un mórfico, Ketogan.
– Va en contra del reglamento.
Alzo la mirada y lo observo. Encuentra el frasco y me lo da.
– Y Amfetaming.
Cualquier botiquín de barco y cualquier expedición están provistos de medicamentos que estimulan el sistema nervioso central y eliminan la sensación de cansancio.
Me las pasa. Machaco cinco pastillas en un vaso de plástico con agua. Tienen un sabor muy amargo.
Es difícil hacer algo con las manos. Sonne saca un par de guantes de algodón blanco que se ajustan a las manos, del tipo que utilizan los alérgicos.
Cuando salgo por la puerta, intenta sonreír con valentía.
– ¿Ya te encuentras mejor?
No hay nadie más danés que él. El miedo, la voluntad de hierro para reprimir y mantener alejado todo lo que ocurre a su alrededor. El indomable optimismo.
La lluvia no ha cesado. Cae como hileras de agua, perpendicularmente sobre los cristales del puente, que ahora brillan con un tono gris bajo la débil luz del día.
– ¿Dónde está Lukas?
– En su camarote.
Un hombre que no ha dormido en dos días es inútil.
– Se incorporará al servicio dentro de una hora -dice Sonne-. En el puesto de vigía. Quiere ver el primer hielo.
Una de las esferas del radar se mantiene fija en un radio de cincuenta millas. A un paso del límite se perfila un continente sombreado y verdoso. El comienzo del hielo mayor.
– Dile que subiré a verle.
La cubierta del Kronos está desierta. Ha dejado de parecerse a algo propio de un barco. La tenue luz del día crea profundas sombras, pero ya no son meras sombras. En cualquier rincón oscuro se incuba un infierno. Cuando era niña, este estado acompañaba cualquier muerte. En algún lugar en el espacio, las mujeres gritaban y entonces sabíamos que alguien había muerto. Esta conciencia modificaba el espacio. Aun estando en el mes de mayo en Siorapaluk, con una luz verde azulada que fluía penetrándolo todo y hacía enloquecer a la gente por la llegada de la primavera, incluso esta luz se modificaba convirtiéndose en la fría reverberación del reino de las penumbras, que se había trasladado a la tierra.
La escala asciende por el lado de proa del mástil. El puesto de vigía, el crow's nest , es una caja plana de aluminio provista de cristales orientados a proa y a babor y a estribor. Obligatorio para cualquier barco que navega en el hielo.
Hay veinte metros hasta el puesto. Sobre mi plano del Kronos no parece gran cosa. Escalar la distancia es terrible. El barco cabecea en el oleaje y se balancea, todos los movimientos en el centro de rotación del casco se incrementan a medida que voy ascendiendo, por lo que el lado del ángulo se alarga.
Los peldaños acaban en una plataforma sobre la cual las poleas diferenciales de los puntales de carga están fijados. Desde allí se sube a una plataforma menor y, una vez allí, se atraviesa la puerta del cobertizo metálico.
Apenas hay sitio para estar de pie. En la oscuridad vislumbro un antiguo telégrafo automático, un indicador de escora, un registrador de velocidad, una brújula grande, la rueda del timón y el aparato intercomunicador con el puente. Desde aquí, Lukas, cuando nos adentremos en el hielo mayor, pilotará el Kronos , únicamente desde aquí dispondrá de la visibilidad suficiente.
En la pared del fondo hay un asiento. Cuando entro, se hace a un lado dejándome sitio; lo veo como una condensación de la oscuridad. Quiero hablarle de Jakkelsen. En cualquier barco, el capitán dispone de algún tipo de arma. Y él sigue gozando de su autoridad. Tiene que ser posible mantener a Verlaine en jaque, virar el barco. Podríamos llegar a Sisimut en siete horas.
Me deslizo en el asiento, él coloca los pies sobre el telégrafo. No es Lukas, es Toerk.
– El hielo -dice-. Nos estamos acercando al hielo.
Apenas es visible, como una claridad grisácea en el horizonte. El cielo está cubierto y oscuro, como el humo del carbón, con algunas partes aisladas más claras.
La pequeña cabina que nos rodea se balancea de un lado a otro según las embestidas; ruedo hacia él y luego hacia la pared. Él no se mueve. Con sus botas sobre el telégrafo y su mano sobre el asiento, parece estar bien empotrado.
– Desembarcaste en la Greenland Star . Estuviste en la proa durante la primera alarma de incendio. Kützow te ha visto de noche en varias ocasiones. ¿Por qué?
– Estoy acostumbrada a moverme libremente por un barco.
No puedo ver su rostro, sólo vislumbrar su silueta.
– ¿Qué barco? Sólo has entregado un pasaporte al capitán. He enviado un telefax a la Dirección de la Marina Mercante. Nunca han expedido una libreta de navegación a tu nombre.
Durante algunos momentos, la tentación de claudicar es abrumadora.
– Estuve navegando en barcos menores. Fuera de la Marina Mercante, nadie te pide tus papeles.
– Entonces oíste hablar de este puesto y te pusiste en contacto con Lukas.
No es una pregunta y, por tanto, no respondo. Me examina. Probablemente él tampoco pueda ver gran cosa.
– Este viaje no ha sido mencionado en ningún sitio. Ha sido mantenido en secreto. No te pusiste en contacto con Lukas. Hiciste que Lander, el propietario de un casino, forzara una reunión entre vosotros.
Su voz es apagada, interesada.
– Les hiciste visitas a Andreas Fine y a Ving. Estás buscando algo.
Es como si el hielo se acercara lentamente, nosotros, vagando sobre el mar.
– ¿Para quién trabajas?
Es la idea de que, desde el comienzo, ha sabido quién era yo, lo que resulta insoportable. No recuerdo, desde que era niña, haberme sentido, hasta tal punto, en las garras de otra persona.
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