El pastor llevaba unas gafas colgadas al cuello de una cadena y de vez en cuando las levantaba para colocárselas sobre el tabique de la nariz. Curiosamente, gesticulaba sólo con la mano derecha, mientras que mantenía la izquierda rígida, a su costado. Era un hombre de baja estatura con una cabellera rala y más bien larga que parecía alborotada por la brisa, pese a que el aire en el interior de la iglesia estaba en calma. Su voz, sin embargo, era más imponente que su aspecto, y atronaba sobre las cabezas de los fieles.
– ¿Cuál es el mensaje de Dios cuando dispone que se produzca un accidente que nos arrebata a un ser querido?
«Por favor, dígamelo», pensó Jeffrey cínicamente, pero escuchó con atención. Era por eso por lo que estaba en la iglesia.
Ese oficio en particular no estaba dedicado específicamente a la número cuatro. Se había celebrado un funeral íntimo y familiar en una iglesia católica a unos metros de allí, al otro lado del terreno aún polvoriento que, una vez regado y sembrado, se cubriría de verde a medida que avanzara la temporada de crecimiento. Le había insistido al agente Martin en la necesidad de grabar en vídeo a todos los que asistieran a los oficios celebrados por la chica asesinada, y de identificar todos los vehículos, incluidos los que pasaran junto a la iglesia aparentemente por otros motivos. Quería saber el nombre y los antecedentes de toda persona relacionada con el funeral de la joven, de todo aquel que mostrase interés en su muerte, por pequeño que fuera.
Esas listas se estaban preparando, y él planeaba cotejarlas con las de profesores, trabajadores, jardineros… cualquiera que pudiese haber tenido algún contacto con ella. Luego cotejaría de nuevo la lista, esta vez con la de todos los nombres recopilados durante la investigación del asesinato de la víctima número tres. Sabía que éste era un procedimiento bastante habitual para examinar los asesinatos en serie. Era un proceso frustrante que llevaba demasiado tiempo, pero ocasionalmente -al menos según la bibliografía sobre asesinos múltiples- la policía, en un golpe de suerte, identificaba un solo nombre que aparecía en todas las listas.
Depositaba pocas esperanzas en que esto sucediera.
«Las conoces, ¿verdad? -se preguntó de pronto en referencia a su imagen mental del asesino-. ¿Conoces todas las técnicas de rigor? ¿Conoces todas las vías tradicionales de investigación?»
La voz del pastor lo arrancó de sus reflexiones.
– ¿Acaso los accidentes no son la manera que tiene Dios de elegir entre nosotros, de imponer su voluntad sobre nuestra vida?
Jeffrey había apretado los puños con fuerza. «Necesito saber cuál es la conexión -pensó-. ¿Qué te atrae hacia esas jóvenes? ¿Qué es lo que intentas decir?»
No se le ocurrió respuesta alguna a esa pregunta.
Jeffrey irguió la cabeza y empezó a prestar más atención al oficio. No había acudido a la iglesia en busca de inspiración divina. Su curiosidad era de naturaleza distinta. El día anterior había reparado en el letrero que anunciaba el sermón del domingo, titulado «Cuando sobrevienen los accidentes de Dios». Le había parecido curioso que eligiesen esa palabra: accidente.
¿Qué tenía que ver con la depravación cuyos frutos finales había contemplado hacía unos días?
Eso es lo que estaba ansioso por averiguar.
¿Qué accidente?
Se había guardado esta pregunta, sin compartirla con el agente Martin, que ahora aguardaba impaciente frente a la iglesia.
Jeffrey continuó escuchando. El pastor continuaba perorando con voz de trueno, y el profesor esperaba oír una sola palabra: asesinato.
– Así que nos preguntamos: ¿cuál es el designio de Dios cuando se lleva de nuestro lado a alguien tan joven y prometedor? Pues podéis estar seguros de que hay un designio…
Jeffrey se frotó la nariz. «Un designio cojonudo», pensó.
– … Y a veces comprendemos que, al acoger a los mejores de nosotros en su seno, en realidad nos está pidiendo a los que nos quedamos que redoblemos nuestra fe, renovemos nuestro compromiso y consagremos nuestra vida a hacer el bien y a propagar el amor y la devoción. -El pastor hizo una pausa, dejando que sus palabras fluyeran sobre los rostros levantados hacia él-. Y si seguimos ese camino que Él nos señala con tanta claridad, podremos, pese a nuestras penas y aflicciones, acercarnos y acercar a todos los que permanecen en este mundo a Él. ¡Eso es lo que nos exige, y debemos estar a la altura de ese reto!
La mano izquierda que el pastor mantenía pegada al costado apuntó ahora al cielo con afán, como señalando al ser que estaba en lo alto, escuchando la conclusión a la que había llegado. El pastor vaciló por segunda vez, para dar a sus palabras un mayor peso, y luego finalizó:
– Oremos.
Jeffrey agachó la cabeza, pero no para rezar.
«A partir de lo que no he oído he descubierto algo importante», se dijo. Algo que le formaba en el estómago un pequeño nudo de angustia extrema que no tenía nada que ver con los asesinatos que estaba investigando y sí mucho que ver con el lugar donde los estaba investigando.
El agente Martin estaba sentado a su escritorio, jugando a la taba. La bola botaba con un golpe sordo, y de vez en cuando el corpulento inspector fallaba, soltaba una palabrota y volvía a empezar, haciendo sonar las piezas contra la superficie metálica de la mesa.
– Una… dos… tres -farfullaba para sí.
Jeffrey se volvió hacia él desde donde estaba escribiendo en la pizarra.
– Hay que decir «uno, dos, tres, al escondite inglés» -le informó-. Apréndase bien la terminología. Martin sonrió.
– Usted dedíquese a su juego -repuso-, que yo me dedicaré al mío. -Arrastró todas las piezas con un movimiento repentino del brazo para dejarlas caer sobre su mano derecha y dirigió su atención a lo que escribía Clayton.
Las dos categorías principales seguían en la parte superior de la pizarra. Jeffrey, no obstante, había añadido datos sueltos bajo el encabezamiento «Similitudes», detalles sobre la posición del cuerpo de cada víctima, el emplazamiento y los dedos índices cortados. La víctima número cuatro, por supuesto, presentaba varios problemas en este apartado. Jeffrey había notado cierto escepticismo por parte de Martin, cierta resistencia a considerar -como consideraba él- que las diferencias en la cuidadosa colocación del cadáver y el hecho de que le faltara el dedo índice izquierdo y no el derecho, como a las otras víctimas, apuntaban a un mismo asesino. El inspector había demostrado su faceta más tozuda al negar con la cabeza y decir: «Las semejanzas son semejanzas, y las diferencias son diferencias. Usted pretende que lo diferente sea semejante. La cosa no funciona así.»
El lado de la pizarra con la anotación «Si el asesino es alguien a quien no conocemos» tenía considerablemente menos información. Clayton no le había contado al inspector que la habían borrado y él la había vuelto a escribir; que alguien había violado la seguridad de la oficina.
Clayton no había tomado ninguna medida para ocultar los documentos sobre los asesinatos -informes de la escena del crimen, resultados de autopsias, declaraciones de testigos y cosas por el estilo- que atestaban los ficheros del despacho. La mayor parte de ellos existían también como archivos informáticos, y Jeffrey suponía que cualquiera con la capacidad para abrir la cerradura electrónica de la oficina también podría acceder a cualquier texto guardado en el ordenador.
En cambio, había pasado por una papelería local y había comprado una libreta pequeña encuadernada en cuero. En una era de blocs electrónicos inteligentes y comunicaciones a alta velocidad, la libreta casi parecía una antigüedad, pero tenía la cualidad excepcional de ser lo bastante modesta para caber en el bolsillo de su chaqueta, de modo que podía llevarla consigo en todo momento. Por lo tanto, era privada y no dependía de un circuito eléctrico o una clave informática para ser segura. Estaba llenándose rápidamente de las inquietudes y observaciones de Jeffrey, que parecían poner de relieve una duda que aún no había conseguido formular pero que empezaba a tomar cuerpo en su interior.
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