El archivero era un hombre de mediana edad, unos años mayor que Jeffrey y con un ligero sobrepeso, que resollaba un poco al hablar, como si trabajara constantemente bajo los efectos de un resfriado o del asma.
– El archivo está cerrado al público ahora mismo -dijo-, a menos que haya concertado una cita. El horario general está expuesto en la placa de la derecha. -Hizo un gesto con la mano como para despachar al visitante.
Jeffrey extrajo su pasaporte de identificación provisional.
– Se trata de un asunto oficial -aseguró en el tono más profesional del que fue capaz. Sospechaba que el archivero era el tipo de persona que adoptaba una actitud protectora de su territorio durante unos momentos pero que acababa por ceder e incluso por mostrarse servicial.
– ¿Oficial? -El hombre se quedó mirando el pasaporte-. ¿Oficial de qué tipo?
– Seguridad.
El archivero alzó la vista con curiosidad.
– Le conozco -dijo.
– No, no lo creo -repuso Jeffrey.
– Sí, estoy seguro -insistió el hombre-. Segurísimo. ¿Ha estado antes por aquí?
Jeffrey se encogió de hombros.
– No, nunca. Pero necesito ayuda para encontrar unos archivos.
El hombre volvió a mirar el pasaporte, luego al visitante y finalmente asintió con la cabeza. Le señaló al profesor un asiento desocupado frente a una pantalla de ordenador y arrimó una silla para sentarse junto a él. Jeffrey se percató de que el hombre parecía estar sudando, aunque el ambiente era fresco en la sala. Además, el archivero hablaba en voz baja pese a que no había nadie más por ahí, actitud que a Jeffrey le pareció de lo más normal en un bibliotecario.
– Muy bien -dijo el hombre-. ¿Qué necesita?
– Accidentes -contestó Jeffrey-. Accidentes en los que se hayan visto envueltos mujeres jóvenes o adolescentes. En los últimos cinco años, más o menos.
– ¿Accidentes? ¿De tráfico, quiere decir?
– De lo que sea. De tráfico, ataques de tiburones, impactos de meteoritos, lo que sea. Toda clase de accidentes sufridos por mujeres jóvenes. Sobre todo casos en los que la chica haya permanecido desaparecida durante algún tiempo antes de que la encontraran.
– ¿Desaparecida? ¿Así, zas, sin más?
– Exacto.
El archivero puso los ojos en blanco.
– Extraña petición -gruñó-. Palabras clave. Siempre se necesitan palabras clave. Así es como está archivado en la base de datos. Identificamos palabras o frases comunes y luego las registramos electrónicamente. Cosas como «ayuntamiento» o «Super Bowl». Probaré con «accidente» y «adolescente». Déme más palabras clave.
Clayton reflexionó por un instante.
– Pruebe con «fugitiva» -dijo-. También con «desaparecida» y «búsqueda». ¿Qué otras palabras emplean los periódicos para describir los accidentes?
El archivero movió afirmativamente la cabeza.
– «Suceso» es una de ellas. Además, se aplica automáticamente un adjetivo a casi todos los accidentes, como «trágico». Lo introduciré también. ¿Los últimos cinco años, dice? En realidad, sólo llevamos una década en circulación. Ya puestos, podemos hacer la búsqueda desde el principio.
El archivero pulsó varias teclas. Al cabo de unos segundos el ordenador había procesado la orden, y para cada palabra clave había una respuesta con el número de artículos en que aparecía. Al escribir «Detalles» en el teclado, el ordenador mostraba el titular, la fecha y la página del periódico en que cada uno de ellos se había publicado. El archivero le enseñó cómo abrir los artículos para leerlos y cómo dividir la pantalla para cotejar dos textos.
– Bueno, todo suyo. -El archivero se levantó-. Estaré por aquí, por si tiene alguna duda o necesita ayuda. Conque accidentes, ¿no? -Clavó una vez más los ojos en Jeffrey-. Sé que he visto su cara antes -comentó antes de alejarse arrastrando los pies.
Jeffrey hizo caso omiso de él y se concentró en la pantalla de ordenador. Estudió los artículos metódicamente sin encontrar nada que le pareciera útil hasta que se le ocurrió lo obvio e introdujo un par de palabras clave: «muerte» y «letal».
Esto dio como resultado una lista más manejable de setenta y siete artículos. Los examinó y descubrió que cubrían veintinueve incidentes distintos acaecidos a lo largo del período de diez años. Se puso a leerlos de principio a fin, uno por uno.
No tardó mucho en darse cuenta de lo que tenía delante. En el transcurso de una sola década, veintinueve mujeres -la mayor de ellas una joven de veintitrés años recién licenciada que iba a visitar a su familia, y la menor una niña de doce que se dirigía a su clase de tenis- habían fallecido como consecuencia de algún suceso en el estado número cincuenta y uno. Ninguno de esos «accidentes» había sido uno de esos actos corrientes de un Dios caprichoso que podría colocar a una adolescente en bicicleta ante un coche en marcha cualquier tarde. En cambio, Jeffrey leyó historias de mujeres jóvenes que habían desaparecido misteriosamente en viajes de acampada, o que habían decidido de pronto fugarse de casa mientras realizaban alguna actividad de lo más normal, o que nunca habían llegado a su destino, una clase o cita de rutina. Había algunos titulares estrambóticos que aseguraban que perros salvajes o lobos reintroducidos en las zonas forestales por ecologistas obsesionados por conservar el medio ambiente habían atacado a un par de aquellas jóvenes. Una serie de sucesos se había producido al aire libre: despeñamientos, ahogamientos en ríos e hipotermias desafortunadas que habían acabado con varias. Según los artículos, unas cuantas estaban deprimidas, y se insinuaba que habían huido de su familia para quitarse la vida, como si se tratara de una decisión absolutamente normal en una adolescente, a diferencia de los impulsos autodestructivos sistemáticos como por ejemplo la bulimia o la anorexia.
El Post informaba de todos los casos con el mismo estilo aburrido. Artículo uno: CHICA DESAPARECE INESPERADAMENTE (página tres). Artículo dos: LAS AUTORIDADES INICIAN LA BÚSQUEDA (página cinco, una sola columna, a la izquierda, sin foto). Artículo tres: RESTOS DE CHICA DESCUBIERTOS EN ZONA RURAL SIN URBANIZAR. LA FAMILIA LLORA A LA VÍCTIMA DEL ACCIDENTE.
Había unos pocos textos que se apartaban de este enfoque tan poco imaginativo, casos que en vez de terminar con la triste variante JOVEN ENCONTRADA finalizaban con un LAS AUTORIDADES DAN POR TERMINADA LA BÚSQUEDA INFRUCTUOSA. Ni uno solo de los sucesos había aparecido en primera plana junto con las noticias de empresas nuevas que se trasladaban al estado número cincuenta y uno. Ninguna crónica ahondaba en el tema más allá de las declaraciones de los portavoces del Servicio de Seguridad. Ningún reportero intrépido mencionaba semejanzas entre un incidente y alguno que se hubiera producido anteriormente. Ningún periodista había confeccionado tampoco una lista como la que estaba elaborando él.
Esto le sorprendió. Si él había reparado en el número de casos similares, a un periodista tampoco le habría costado mucho descubrirlo. La información se encontraba en su propio archivo digitalizado.
A menos, claro está, que lo hubieran descubierto pero hubiesen optado por no publicarlo.
Jeffrey se reclinó en su silla de oficina, con la vista fija en la pantalla de ordenador. Por un momento deseó que la sala de redacción por la que había pasado estuviera realmente repleta de empleados de una compañía de seguros, porque al menos ellos estarían al corriente de las tablas actuariales con los porcentajes de probabilidades que tenía una chica adolescente de morir a causa de alguna de estas presuntas calamidades.
«Ni de casualidad -se dijo-. Y por qué no también abducciones extraterrestres», se mofó, acordándose de que ésta era la misma comparación que el agente Martin había hecho.
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