Arundhati Roy - El Dios De Las Pequeñas Cosas

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Ésta es la historia de tres generaciones de una familia de la región de Kerala, en el sur de la India, que se desperdiga por el mundo y se reencuentra en su tierra natal. Una historia que es muchas historias. La de la niña inglesa Sophie Moll que se ahogó en un río y cuya muerte accidental marcó para siempre las vidas de quienes se vieron implicados. La de dos gemelos Estha y Rahel que vivieron veintitrés años separados. La de Ammu, la madre de los gemelos, y sus furtivos amores adúlteros. La del hermano de Ammu, marxista educado en Oxford y divorciado de una mujer inglesa. La de los abuelos, que en su juventud cultivaron la entomología y las pasiones prohibidas. Ésta es la historia de una familia que vive en unos tiempos convulsos en los que todo puede cambiar en un día y en un país cuyas esencias parecen eternas. Esta apasionante saga familiar es un gozoso festín literario en el que se entremezclan el amor y la muerte, las pasiones que rompen tabúes y los deseos inalcanzables, la lucha por la justicia y el dolor causado por la pérdida de la inocencia, el peso del pasado y las aristas del presente.

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Ammu decía que aquel cuádruple cartel les daba un aire ridículo. Como si fueran un circo ambulante. Con alerones.

Mammachi había empezado a hacer conservas a escala comercial muy poco después de que Pappachi se jubilara de su empleo como funcionario del gobierno en Delhi y se fueran a vivir a Ayemenem. La Sociedad Bíblica de Kottayam organizó una feria, y le pidieron a Mammachi que contribuyera con sus famosas mermeladas de plátano y sus encurtidos de mango tierno. Se vendieron rápidamente, y Mammachi se encontró con que tenía más pedidos de lo que podía producir. Entusiasmada con su éxito, decidió seguir haciendo encurtidos y mermeladas, y pronto se encontró ocupada todo el año. Pappachi, por su parte, tenía dificultades para sobrellevar la ignominia de la jubilación. Era diecisiete años mayor que Mammachi y cayó en la cuenta, asustado, de que era un viejo, mientras que su mujer aún estaba en la flor de la vida.

Aunque Mammachi tenía una deformación en las córneas y ya estaba prácticamente ciega, Pappachi no la ayudaba en la elaboración de las conservas porque consideraba que esa tarea no era digna de un ex funcionario de alto rango del gobierno. Siempre había sido un hombre celoso, así que le molestaba mucho que de pronto su mujer fuese objeto de tanta atención. Deambulaba por el cobertizo con aquellos inmaculados trajes suyos, hechos a medida, zigzagueando en tristes círculos alrededor de montones de rojas guindillas y amarilla cúrcuma recién molida, mientras observaba cómo Mammachi supervisaba la compra, el pesado, el salado y el secado de limas y mangos tiernos. Todas las noches le pegaba con un florero de latón. Las palizas no eran nada nuevo. Lo que era nuevo era la frecuencia con que ocurrían. Una noche, Pappachi rompió el arco del violín de Mammachi y lo tiró al río.

Fue entonces cuando llegó Chacko de Oxford a pasar las vacaciones de verano. Se había convertido en un hombretón y en aquella época estaba muy fuerte de tanto remar en el equipo de Balliol. Una semana después de su regreso, advirtió que Pappachi le estaba pegando a Mammachi en el estudio. Irrumpió en la habitación, agarró la mano con que Pappachi sostenía el jarrón y le dobló el brazo por detrás de la espalda.

– ¡No quiero que esto vuelva a suceder! ¡Nunca más! -le dijo a su padre.

Pappachi pasó el resto de aquel día sentado en la galería con la mirada clavada en el jardín ornamental y sin hacer caso de los platos con comida que Kochu María le llevó. Por la noche, ya tarde, fue a su estudio y sacó su mecedora de caoba favorita. La puso en medio del sendero de entrada a la casa y la hizo añicos con una llave inglesa. La dejó allí, a la luz de la luna: un montón de madera astillada y trozos de mimbre barnizado. Nunca más volvió a tocar a Mammachi. Pero tampoco volvió a dirigirle la palabra mientras vivió. Cuando quería algo, usaba a Kochu María o a Bebé Kochamma como intermediarias.

Durante las tardes, cuando sabía que se esperaban visitas, se sentaba en la galería y fingía coserse los botones de las camisas, para dar la impresión de que Mammachi no se ocupaba de él. En cierta medida, logró aumentar un poco más la mala opinión que reinaba en Ayemenem sobre las esposas que trabajaban.

Compró el Plymouth azul cielo a un viejo inglés de Munnar. Sus paseos por la estrecha carretera de Ayemenem al volante de su coche, dándose importancia enfundado en uno de sus ternos de lana, pero sudando interiormente la gota gorda, se convirtieron en algo habitual. No permitía que Mammachi ni ningún otro miembro de la familia lo usara, y ni siquiera los invitó a subir en él. El Plymouth era la venganza de Pappachi.

Pappachi había sido Entomólogo Imperial en el Instituto Pusa. Tras la independencia, cuando los británicos se fueron, la designación de su puesto cambió de Entomólogo Imperial a director adjunto del Departamento de Entomología. El año de su jubilación había ascendido a un cargo equivalente al de director.

El mayor disgusto de su vida fue que no le pusieran su nombre a la mariposa nocturna que descubrió.

Aquella especie desconocida de mariposa cayó en su vaso una noche en la que estaba sentado en la galería de un refugio, después de haberse pasado todo el día haciendo trabajos de campo. Al sacarla del vaso se dio cuenta de que tenía un pelambre dorsal de una densidad inusual. La observó más atentamente. Con una emoción que iba en aumento, la fijó con alfileres, la midió y, a la mañana siguiente, la puso al sol durante unas horas para que se evaporase el alcohol. Después cogió el primer tren de regreso a Delhi. Iba camino de despertar la atención de los círculos especializados en taxonomía y de alcanzar la fama, según suponía. Después de seis meses de insoportable ansiedad, para desilusión de Pappachi, le comunicaron que su mariposa había sido finalmente identificada como una variedad bastante inusual de una especie bien conocida que pertenecía a la familia de los limántidos.

El verdadero mazazo llegó doce años más tarde, cuando, como consecuencia de una reorganización radical de la taxonomía, los expertos en lepidópteros decidieron que la mariposa de Pappachi era, en efecto, de una especie y un género diferentes y, por lo tanto, desconocidos para la ciencia. Pero, para entonces, Pappachi estaba jubilado y vivía en Ayemenem. Ya era demasiado tarde para reivindicar la autoría de su descubrimiento. A su mariposa le pusieron el nombre del Director en Funciones del Departamento de Entomología, un funcionario joven que a Pappachi siempre le había caído mal.

Aunque ya era un hombre malhumorado mucho antes de descubrir la mariposa, a partir de entonces, cada vez que se ponía de mal genio o le entraban repentinos ataques de furia se le echaba la culpa a la Mariposa de Pappachi. Su maléfico fantasma, gris, afelpado y con un pelambre dorsal de una densidad inusual, se coló en todas las casas en las que vivió y los atormentó a él, a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

Hasta el momento de su muerte, a pesar del calor sofocante de Ayemenem, no hubo ni un solo día en el que Pappachi no vistiera un terno bien planchado y llevara su reloj de oro de bolsillo. En su tocador, junto a la colonia y al cepillo de plata para el pelo, tenía una foto suya de joven, con el pelo repeinado, que le habían sacado en un estudio fotográfico de Viena, ciudad donde había hecho el curso de seis meses que lo calificó para opositar al puesto de Entomólogo Imperial. Fue durante aquellos meses que pasaron en Viena cuando Mammachi empezó a tomar clases de violín, las cuales fueron interrumpidas abruptamente porque Launsky-Tieffenthal, el profesor de Mammachi, cometió el error de decirle a Pappachi que su mujer poseía un talento excepcional y que, en su opinión, era una concertista en potencia.

Mammachi pegó en el álbum de fotos familiares el recorte del Iridian Express en el que se notificaba la muerte de Pappachi. Decía:

El célebre entomólogo Shri Benaan John Ipe, hijo del difunto rey E. John Ipe de Ayemenem (por todos conocido como Punnyan Kunju), falleció anoche en el Hospital General de Kottayam a consecuencia de un ataque al corazón. Tras sentir dolores en el pecho alrededor de la 1.05 de la madrugada, fue trasladado inmediatamente al hospital. Murió a las 2.45 de la madrugada. El estado de salud de Shri Ipe había sido bastante delicado durante los últimos seis meses. Lo acompañaban su esposa Soshamma y sus dos hijos.

En el entierro de Pappachi, Mammachi lloró tanto que se le corrieron las lentes de contacto. Ammu les explicó a los gemelos que Mammachi lloraba más por estar acostumbrada a él que porque lo amara. Estaba acostumbrada a verlo paseándose por la fábrica de conservas y a que le pegase de vez en cuando. Les dijo que los seres humanos eran animales de costumbres y que era increíble las cosas a las que podían llegar a acostumbrarse. Les bastaba con mirar a su alrededor, añadió Ammu, para darse cuenta de que las palizas con jarrones de latón eran lo que menos importancia tenía.

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