Fue idea de Chacko lo de pintar un cartel e instalarlo en la baca del Plymouth.
Ahora, camino de Cochín, vibraba y hacía un ruido que parecía que se iba a caer.
Tuvieron que parar cerca de Vaikom para comprar una cuerda y atarlo con más firmeza a la baca. Eso hizo que se retrasaran otros veinte minutos. Rahel empezó a preocuparse porque iban a llegar tarde a Sonrisas y lágrimas.
Entonces, cuando ya estaban cerca del extrarradio de Cochín, el brazo blanco y rojo de la barrera del tren empezó a bajar. Rahel sabía que eso pasaba porque estaba deseando que no ocurriera.
Todavía no había aprendido a controlar sus deseos. Estha dijo que aquello era una mala señal.
Así que iban a perderse el comienzo de la película. Cuando Julie Andrews aparece como un puntito sobre la colina y va creciendo y creciendo hasta que irrumpe en la pantalla cantando con su voz que es como el agua fresca y su aliento que huele como la menta.
En la señal roja que había sobre el brazo blanco y rojo ponía stop en blanco. Rahel dijo pots.
En una valla publicitaria amarilla ponía sea indio, compre productos indios en rojo. Estha dijo soidni sotcudorp erpmoc, oidni aes.
Los gemelos habían aprendido a leer muy pronto. Hacía tiempo que ya habían superado libros como Tom, el perro viejo, Janet y John y los Cuadernos de ejercicios de Ronald Lee Envozalta. Por la noche Ammu les leía trozos de El libro de la selva de Kipling.
Suelta la noche Mang, el murciélago,
que trajo en sus alas Chil, el milano…
El vello de los bracitos se les ponía de punta, dorado a la luz de la lámpara de la mesilla de noche. Cuando leía, Ammu podía hacerlo con voz grave, como la de Shere Khan, o muy fina, como la de Tabaqui.
«¡Si se nos antoja! ¡Si se nos antoja! ¿Qué es eso de que se os antoje? ¡Por el toro que maté! ¿Hasta cuándo he de estar oliendo vuestra perruna guarida para obtener lo que en justicia se me debe? ¡Soy yo, Shere Khan, quien os habla!»
«Y soy yo, Raksha [el Demonio], quien te contesta», gritaban los gemelos con voces chillonas. No al unísono, pero casi.
«¡El cachorro humano es mío Lungri, mío y muy mío/ No se le matará. Vivirá para correr junto con nuestra manada y para cazar con ella; y, al final, tendrá que cuidarse usted, señor cazador de desnudos cachorrillos, devorador de ranas, matador de peces. ¡Tendrá que cuidarse o será él quien le cace a usted!»
Bebé Kochamma, a la que se le había asignado la educación formal de los gemelos, les había leído La tempestad en la versión abreviada de Charles y Mary Lamb.
«Donde liba la abeja, libo yo», repetían Estha y Rahel. «Y en el cáliz de una prímula me tumbo.»
Así que cuando la señorita Mitten, la misionera australiana amiga de Bebé Kochamma, les regaló a Estha y Rahel un libro para niños pequeños, Las aventuras de la ardilla Susie, al ir de visita a Ayemenem, se sintieron profundamente ofendidos. Primero lo leyeron al derecho. La señorita Mitten, que pertenecía a una secta de cristianos renacidos, dijo que la habían desilusionado un poco cuando le leyeron el libro en voz alta, pero al revés. «saL sarutneva ed al allidra eisuS. aL allidra eisuS es ótrepsed anu anañam ed arevamirp.»
Le enseñaron a la señorita Mitten que palabras como malayalam y madam se podían leer al derecho y al revés y seguían significando lo mismo. Aquello no pareció hacerle ninguna gracia, y al final resultó que ni siquiera sabía lo que era el malayalam. Le dijeron que era el idioma que hablaba todo el mundo en Kerala. Les contestó que siempre le había parecido que se llamaba keralés. Estha, que para entonces ya sentía una evidente antipatía hacia la señorita Mitten, le contestó que le parecía que era tontísima.
La señorita Mitten se quejó a Bebé Kochamma de la mala educación de Estha y de que los dos niños leyesen al revés. Le dijo a Bebé Kochamma que había visto a Satanás en sus ojos. sánataS ne sus sojo.
Les hicieron escribir No volveremos a leer al revés. No volveremos a leer al revés. Cien veces. Al derecho.
Unos meses más tarde la señorita Mitten murió atropellada por un camión de reparto de leche en Hobart, frente a un campo de criquet. A los gemelos les pareció que había un justo castigo en el hecho de que el camión que la atropelló fuera marcha atrás.
A ambos lados del paso a nivel había más autobuses y coches parados. Una ambulancia en la que ponía hospital del sagrado corazón estaba llena de gente que iba a una boda. La novia miraba hacia fuera por la ventanilla de atrás, con la cara parcialmente oculta por la enorme cruz roja medio despintada.
Todos los autobuses tenían nombres de chicas. Luckykutty, Mollykutty, Beena Mol. En malayalam, Mol quiere decir Niña Pequeña, y Mon, Niño Pequeño. Beena Mol estaba lleno de peregrinos a los que habían afeitado las cabezas en Tirupati. Rahel vio una fila de cabezas calvas en las ventanillas del autobús, por encima de churretes de vómitos situados a intervalos regulares. Aquello de vomitar despertaba una gran curiosidad en ella. Nunca lo había hecho. Ni una sola vez. Estha sí, y cuando vomitó la piel se le puso caliente y brillante, y los ojos desvalidos y hermosos, y Ammu lo quiso más que de costumbre. Chacko decía que Estha y Rahel tenían una buena salud indecente. Y Sophie Mol también. Decía que era porque no sufrían las consecuencias de la endogamia, como la mayoría de los cristianos sirios. Y los parsis [7].
Mammachi decía que sus nietos sufrían algo mucho peor que la Endogamia. Se refería a que sus padres estaban Divorciados. Como si ésas fuesen las dos únicas posibilidades que se ofrecían a la gente: Endogamia o Divorcio.
Rahel no estaba segura de qué sufría, pero a veces ponía caras tristes y suspiraba delante del espejo.
«Lo que hago hoy es infinitamente mejor que cuanto haya hecho antes», decía para sí en voz muy triste, imitando a Sydney Cartón cuando, después de hacerse pasar por Charles Darnay, espera en el cadalso para ser guillotinado, según la versión con viñetas de Historia de dos ciudades, de la colección Clásicos Ilustrados.
Se preguntaba por qué razón los peregrinos calvos habrían vomitado tan uniformemente y si lo habrían hecho al mismo tiempo, en una arcada única y bien orquestada (quizá al ritmo de la música, al ritmo de un bhajan de autobús), o por separado, uno tras otro.
Al principio, cuando la barrera acababa de bajar, los motores ociosos llenaron el aire de ruidos impacientes. Pero cuando el hombre encargado del paso a nivel salió de su garita, sobre sus piernas arqueadas hacia atrás y dio a entender, al dirigirse cojeando y agitando los brazos hacia el puesto donde servían té, que tenían una larga espera por delante, los conductores apagaron los motores y se bajaron a estirar las piernas.
El Dios del Paso a Nivel pareció convocar con una desganada inclinación de su cabeza aburrida y somnolienta a mendigos con vendajes y a vendedores de coco fresco, parippu vadas sobre hojas de plátano y refrescos fríos: Coca-Cola, Fanta, batidos.
Un leproso con las vendas sucias se acercó a pedir a la ventanilla del coche.
– ¡Parece mercromina! -exclamó Ammu, refiriéndose al inusitado brillo de su sangre.
– ¡Te felicito! -dijo Chacko-. Has hablado como una auténtica burguesa.
Ammu sonrió y se dieron la mano, como si hubiese obtenido realmente un Diploma al Mérito por ser una Burguesa Genuina, como Dios manda. Los gemelos atesoraban los momentos como aquél y los iban ensartando igual que cuentas preciosas en un collar (que habría de resultar, quizá, un poco corto).
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