Tolhurst meneó la cabeza.
– No te lo puedo decir, todavía no. -Esbozó una sonrisa engreída que irritó a Harry-. Por cierto, el otro asunto, lo de los Caballeros de San Jorge, no se lo habrás dicho a nadie más, ¿verdad?
– Por supuesto que no.
– Es importante que no lo hagas.
– Lo sé.
A la mañana siguiente, Harry acompañó a uno de los secretarios de embajada a otra sesión de interpretación con Maestre, con el cual se tenían que revisar unos certificados. El joven intérprete de la Falange también estaba presente y volvieron a repetir la comedia de fingir que Maestre no hablaba inglés. La actitud del general español para con Harry era visiblemente fría y éste comprendió que Hillgarth tenía razón; el hecho de que no se hubiera vuelto a poner en contacto con Milagros se había interpretado como un desaire. Pero él no iba a fingir que quizás hubiera algo entre él y la chica simplemente para que los espías estuvieran contentos. Se alegraba de que fuera viernes, fin de semana. Cuando regresó a casa, encontró una respuesta de Sofía encima del felpudo, sólo un par de líneas accediendo a reunirse con él la tarde del día siguiente. Harry se sorprendió de la emoción que experimentó en su fuero interno.
El café era un local pequeño, alegre y moderno. De no ser por el retrato de Franco colgado en la pared detrás de la barra, habría podido estar en cualquier lugar de Europa. Llegó con cierto adelanto, pero Sofía ya estaba allí, sentada al fondo del local con una taza de café entre sus manos. Vestía el abrigo largo de color negro que llevaba la noche en que él había acompañado a Enrique a su apartamento, algo raído como él pudo ver bajo las luces del local. Su rostro de duendecillo sin asomo de maquillaje estaba muy pálido. Parecía mucho más joven y vulnerable. Levantó los ojos con una sonrisa al verlo acercarse.
– Espero no haberla hecho esperar demasiado -dijo Harry.
– Yo he llegado antes de lo previsto. Es usted muy puntual. -Había algo distinto en su sonrisa. Era sincera y amistosa, pero se advertía en ella cierta perspicacia.
– Voy a buscarle otro café. -Fue a pedir las consumiciones.
– Enrique está mucho mejor -dijo la chica, mientras él se sentaba-. La semana que viene empezará a buscar trabajo.
Harry sonrió con ironía.
– Un trabajo distinto.
– Sí, claro. Algún trabajo de tipo manual, si lo encuentra.
– ¿Le pagó el ministerio… mientras estuvo enfermo?
Por un instante, la sonrisa de Sofía adquirió un aire un tanto cínico.
– No.
– Tengo la factura. -Harry había visitado el consultorio y había pagado los gastos médicos tal como había prometido hacer.
– Gracias.
Sofía dobló cuidadosamente el papel y se lo guardó en el bolsillo.
– Si su hermano tiene algún otro problema, yo tendría mucho gusto en ayudarlo.
– Creo que ahora ya está todo arreglado.
– Muy bien.
– Le decía en mi carta que usted le salvó la vida. Siempre le estaremos agradecidos.
– Faltaría más. -Harry sonrió, pero, de repente, se quedó sin saber qué otra cosa decir.
– ¿Ha sido… -Sofía enarcó ligeramente las cejas- sustituido?
– No, gracias a Dios. Ahora me dejan en paz. Es que yo soy nada importante, ¿sabe? Un simple traductor.
Sofía encendió un pitillo y después se reclinó en su asiento para estudiarlo. Su expresión era inquisitiva, pero ni hostil ni recelosa. Lejos de su apartamento, se la veía mucho más relajada.
– ¿Regresará usted a Inglaterra? -preguntó-. Por Navidad, quiero decir.
– Navidad. -Harry se rió-. Ni siquiera lo había pensado.
– Faltan sólo seis semanas. Creo que, en Inglaterra, ustedes la celebran por todo lo alto.
– Sí, pero dudo que vaya a casa. En la embajada nos necesitan a todos. Ya sabe usted cómo son las cosas. En el mundo diplomático. -Harry se preguntó cómo era posible que conociera aquel detalle acerca de la Navidad inglesa. Quizás a través de aquel chico de Leeds que había conocido durante la Guerra Civil. Se preguntó una vez más si habría sido su amante. ¿Cuántos años tendría? ¿Veinticinco? ¿Veintiséis?
– O sea que no la podrá celebrar con sus padres.
– Mis padres han muerto.
– Qué pena.
– Mi padre murió en la Primera Guerra. Y mi madre murió en la epidemia de gripe que hubo poco después.
Sofía asintió con la cabeza.
– Sí, España no participó en la Primera Guerra, aunque después sufrimos la epidemia. Es una pena perder al padre y a la madre.
– Tengo tías, un tío y un primo. Él me mantiene informado de lo que ocurre en casa.
– ¿Las incursiones aéreas?
– Sí. Son graves, pero menos de lo que la propaganda de aquí quiere dar a entender. -Vio que ella miraba rápidamente alrededor al oír sus palabras y se maldijo a sí mismo por haber olvidado que se encontraban en un país lleno de espías donde uno tenía que vigilar lo que decía-. Perdón.
Sofía volvió a esbozar la sonrisa irónica de antes, extrañamente seductora.
– Nadie nos puede oír. He elegido a propósito una mesa del fondo.
– Comprendo.
– ¿Y no tiene a nadie más en su país? -preguntó ella-. ¿Una esposa quizá?
Aquella pregunta tan directa lo pilló desprevenido.
– No. A nadie. Nadie en absoluto.
– Perdone mi pregunta. Le debo de haber parecido una descarada. Estará pensando, no es la clase de preguntas que hacen las españolas.
– A mí no me importa la franqueza -dijo Harry, contemplando los grandes ojos castaños de Sofía-. Para variar del ambiente que se respira en la embajada. Hace un par de semanas estuve en una fiesta ofrecida por un ministro del Gobierno para celebrar los dieciocho años de su hija. Las normas de etiqueta resultaban asfixiantes. Pobre chica -añadió.
Sofía exhaló una nube de humo.
– Yo vengo de otra tradición distinta.
– Ah, ¿sí?
– De la tradición republicana. Mi padre y los familiares que lo precedieron eran republicanos. Los extranjeros ricos piensan que España es la de las iglesias antiguas, las corridas de toros y las mujeres con mantilla; pero aquí existe otra tradición completamente distinta. En mi familia pensábamos que las mujeres tenían que ser iguales. A mí me educaron en la creencia de que valía tanto como un hombre. Al menos, mi madre. Mi padre tenía unas ideas más anticuadas. Pero a veces tenía la amabilidad de avergonzarse de ellas.
– ¿A qué se dedicaba?
– Trabajaba en un almacén. Por muy poco dinero, como yo.
– Creo que la familia que tuve ocasión de conocer cuando estuve aquí en 1931 también formaba parte de esta tradición. Aunque yo no lo veía en estos términos. -Pensó en la historia que le había contado Barbara, la de Carmela y su burrito.
– Usted los apreciaba -dijo Sofía.
– Sí, eran buena gente -contestó Harry sonriendo-. ¿Su familia también era socialista?
Sofía negó con la cabeza.
– Teníamos amigos socialistas, anarquistas y republicanos de izquierdas. Pero no todos se afiliaron al partido. Los partidos hablaban de utopías comunistas y anarquistas, pero lo único que quiere la mayoría de la gente es paz, pan en la mesa y dignidad. ¿No cree?
– Sí.
Sofía se inclinó hacia delante y clavó sus penetrantes ojos en Harry.
– Usted no sabe lo que fue para nosotros el advenimiento de la República, lo que eso significó. De repente, teníamos importancia. Yo obtuve una plaza en la Facultad de Medicina. También tenía que trabajar mucho en un bar, pero todo el mundo estaba muy esperanzado; al final habría cambios, la posibilidad de vivir con dignidad. -Sofía sonrió de repente-. Perdone, señor Brett, pero me dejo arrastrar por la lengua. Casi nunca tengo oportunidad de hablar de aquellos tiempos.
Читать дальше