– Lo siento. ¿Tan grave ha sido?
– Horrible. Algunos sectores de la ciudad estaban ardiendo. Toda aquella gente muerta en la última incursión aérea y ellos regocijándose de lo ocurrido. -Barbara se detuvo de golpe-. Dios mío, perdona, estoy un poco mareada.
Harry miró alrededor en busca de algún café, pero no había ninguno a la vista, sólo una de las grandes iglesias que salpicaban la ciudad. Sujetó a Barbara por el brazo.
– Ven, vamos a sentarnos un poco aquí dentro. -Subió con ella las gradas.
El interior del templo estaba frío y oscuro, sólo el ornamentado altar cubierto de pan de oro aparecía iluminado. En los bancos en penumbra unas figuras borrosas permanecían sentadas con los hombros encorvados, algunas de ellas murmurando oraciones. Harry acompañó a Barbara a un banco vacío. Había lágrimas en sus mejillas. Barbara se quitó las gafas y se sacó un pañuelo del bolsillo.
– Perdona-dijo en un susurro.
– Lo comprendo. Yo también estoy preocupado por mi primo Will.
– ¿El que está casado con una fiera?
– Sí. Aunque, poco antes de marcharme, descubrí su otra faceta. Nos vimos atrapados en una incursión aérea y tuve que acompañarla a un refugio. Estaba muerta de miedo por sus hijos. No pensaba que los quisiera tanto.
Barbara suspiró.
– Aquí vi algunas incursiones aéreas durante la Guerra Civil, claro, pero verlas en Inglaterra… -Se mordió el labio-. Las cosas ya jamás volverán a ser lo mismo después de todo esto, ¿verdad? ¿En ningún sitio?
Harry contempló la seriedad de su semblante intensamente pálido en medio de la penumbra.
– No. No creo que lo vuelvan a ser.
– Tendría que estar allí. En Inglaterra. Hubo un tiempo en que buscaba seguridad después de lo de Bernie… -hizo una pausa-… cuan do él se fue. Sandy me la ofreció o, por lo menos, yo lo creí. Pero no hay seguridad en ninguna parte, ya no. -Hizo otra pausa-. Y ni siquiera estoy segura de si la deseo.
Harry sonrió con tristeza.
– Me temo que yo sí. No soy un héroe. Si te soy sincero, lo que de veras quisiera es largarme corriendo a casa y disfrutar de una vida tranquila.
– Pero no lo harás, ¿verdad? -Barbara lo miró sonriendo-. Eso sería contrario a tu sentido del honor.
– Es curioso que esta palabra haya surgido en la conversación que acabo de mantener con Sandy. El honor de los colegios privados. Como es natural, eso jamás significó nada para él.
Ambos guardaron silencio un instante. Sus ojos se habían adaptado a la penumbra y Harry observó que casi todas las personas que rezaban eran pobres mujeres vestidas de negro. Algunas sólo tenían un trozo de trapo negro para cubrirse la cabeza. Barbara contempló en una capilla lateral la imagen de Jesús crucificado con la sangre pintada manando de sus heridas.
– Qué religión tan rara -dijo con amargura-. Sangre y tortura;
no es de extrañar que los españoles acabaran matándose los unos a los otros. La religión es una maldición, en eso Sandy tiene razón.
– Pensaba que servía para refrenar los excesos de la gente.
Barbara soltó una carcajada amarga.
– Pues aquí sirve para todo lo contrario, y creo que siempre ha servido para lo mismo. -Volvió a ponerse las gafas-. ¿Recuerdas aquella familia amiga de Bernie? ¿Los Mera?
– Sí, yo estaba con él cuando conoció a Pedro Mera. De hecho, fui a ver… fui a ver si podía localizar su apartamento. -Harry titubeó un poco, no quería decirle a Barbara lo que había descubierto en Carabanchel.
– ¿De veras?
– Sí. ¿Por qué… acaso los has visto? -Harry la miró con ansia.
Barbara se mordió el labio.
– ¿Sabes que trabajo como voluntaria en un orfelinato de la Iglesia? -dijo serenamente.
– Sí.
– Aquello es un infierno. Tratan a los niños como animales. Hace un par de días llevaron allí a Carmela, la hijita de Pedro e Inés. Vivía a la intemperie, como una salvaje. Creo que todos los demás han muerto.
– Dios mío. -Harry recordó a la chiquilla, que lo miraba solemnemente mientras él intentaba enseñarle unas cuantas palabras en inglés. A su hermano Antonio, testigo de cómo los comunistas habían echado a los fascistas con su ayuda y la de Bernie; a Pedro, el corpulento y campechano progenitor; a Inés, la incansable y abnegada madre-. ¿Todos?
– Creo que sí. -Barbara buscó en el interior de su bolso y sacó el maltrecho burro de lana, remendado con un costurón alrededor de la parte central-. La bruja que trabaja conmigo se lo quitó de las manos y lo rompió. Creo que era la última posesión que le quedaba a Carmela. Le prometí que se lo arreglaría, pero esta mañana cuando se lo iba a devolver me han dicho que había hecho varios intentos de fuga y que la han trasladado a un hogar especial para niños rebeldes. Ya te puedes imaginar lo que eso significa. La monja que se encarga de estos menesteres no me ha querido revelar su paradero; ha dicho que no era asunto mío. Sor Inmaculada. -El tono de su voz reflejaba una dolorosa amargura.
– ¿Y no te puedes enterar?
– ¿Cómo? ¿Cómo, si no me lo quieren decir? -Barbara levantó la voz, lanzó un suspiro y apretó los labios-. Ya sé, voy a dejar al burro Fernandito como ofrenda al Señor. Quizás Él cuide de Carmela. Quizá. -Se levantó y se acercó con el juguete a la barandilla de la capilla lateral. Lo arrojó con gesto airado sobre las flores que había ante el Crucificado, después regresó y volvió a sentarse junto a Harry-. No pienso regresar al convento. A Sandy no le gustará, pero tendrá que aguantarse.
– Tú y Sandy… -Harry vaciló-. ¿Va todo bien entre vosotros?
Barbara sonrió con tristeza.
– Eso vamos a dejarlo, Harry. Venga, salgamos de este panteón.
Harry la miró con la cara muy seria.
– Barbara, si alguna vez necesitas… bueno… algún tipo de ayuda, siempre podrás acudir a mí.
Ella le rozó la mano. Una anciana que pasaba por su lado chasqueó la lengua en gesto de reproche.
– Gracias, Harry, pero estoy bien, simplemente he tenido un mal día.
Harry observó que la anciana agarraba a un cura de la manga y los señalaba con el dedo.
– Vamos, Barbara -dijo-. Nos van a detener por inmoralidad en lugar sagrado.
Una vez fuera, Barbara se enojó consigo misma por su momentánea debilidad. Tenía que ser fuerte.
Al salir de la iglesia, dejó que Harry la acompañara a un bar. Le preguntó cuáles eran las últimas noticias de la embajada sobre la posible entrada en guerra de Franco. Harry le dijo que en la embajada se creía que la reunión de Franco con Hitler había sido un fracaso. Era un alivio.
Al llegar a casa, se preparó un té y se sentó sola en la cocina, pensando y fumando. Pilar tenía la tarde libre y no estaba. Barbara se alegró, pues jamás se sentía a gusto con la chica cerca. En la previsión meteorológica de la radio, el locutor anunció más frío en Madrid y nevadas en la sierra de Guadarrama. Contempló el jardín barrido por la lluvia y pensó: «Eso significa que en Cuenca también nevará.» Ahora no se podía hacer más que esperar a que el hermano de Luis se tomara su permiso. Volvió a pensar en Harry. Habría deseado contarle algo acerca de Bernie, no soportaba la idea de que siguiera pensando que su viejo amigo había muerto y habría querido decirle la verdad; pero Harry también era amigo de Sandy y lo que ella tenía intención de hacer era ilegal. Era peligroso decirle algo, era peligroso decírselo a cualquiera.
Al cabo de un rato, se fue al salón y le escribió una carta a sor Inmaculada, comunicándole en términos fríamente corteses que sus obligaciones domésticas le impedirían seguir trabajando por más tiempo en el orfelinato. Ya estaba terminando cuando entró Sandy. Parecía cansado. La miró sonriendo mientras posaba en el suelo el maletín, que emitió un tintineo como si contuviera algún objeto metálico. Se acercó y le apoyó una mano en el hombro.
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