C. Sansom - Invierno en Madrid

Здесь есть возможность читать онлайн «C. Sansom - Invierno en Madrid» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Invierno en Madrid»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

Invierno en Madrid — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Invierno en Madrid», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

La cueva era estrecha y estaba tan llena de polvo que Vicente se puso a toser dolorosamente. Unos tres metros más allá, la cueva se abría a una amplia caverna circular. Ante ellos, bajo la luz de las linternas, vieron unas figuras en la pared, unos hombres delgados como palillos que perseguían a unos animales enormes, unos elefantes peludos de altas cabezas abombadas, rinocerontes y venados. Pintados en vivos colores rojo y negro, los animales parecían brincar y danzar a la luz de las linternas. Las pinturas llenaban toda una pared de la cueva.

– Vaya -dijo Bernie en voz baja.

– Es como en Francia -murmuró Vicente-. Vi las pinturas en una revista. Pero no tenía idea de que las imágenes pudieran parecer tan reales. Ha hecho usted un hallazgo importante, señor.

– ¿Quién las pintó? -preguntó muy nervioso el soldado-. ¿Por qué pintar figuras en la oscuridad?

– Eso nadie lo sabe, soldado. A lo mejor, era para sus ceremonias religiosas.

Muy impresionado, el zapador recorrió con la luz de su linterna las paredes de la cueva que lo rodeaban e iluminó las estalagmitas y la roca desnuda.

– Pero aquí no se podía entrar -dijo con inquietud.

Bernie señaló unas rocas amontonadas de cualquier manera en un rincón de la cueva.

– Esto puede que fuera una entrada que quedó bloqueada con el tiempo.

– Y todo esto lleva miles de años en la oscuridad -musitó Vicente-. Es más antiguo que la Iglesia católica, más antiguo que Jesucristo.

Bernie estudió las pinturas.

– Son preciosas -dijo-. Es como si las hubieran acabado de pintar ayer. Mira, un mamut peludo. Cazaban mamuts -añadió riéndose con asombro.

– Tengo que salir -dijo el zapador, regresando con sus ruidosas pisadas a la entrada.

Bernie arrojó un último haz de luz sobre un grupo de estilizados hombres que perseguían a un venado enorme, y dio media vuelta.

Al salir, el zapador y Vicente se fueron a hablar con Molina. Un guardia le indicó a Bernie con un movimiento del fusil que regresara junto a los demás prisioneros que formaban filas irregulares, muchos de ellos temblando en medio del frío y la humedad del aire.

– ¿Qué pasó? -le preguntó Pablo a Bernie.

– Unas pinturas rupestres -contestó Bernie-. Pintadas por hombres prehistóricos.

– ¿De verdad? ¿Y cómo son?

– Sorprendentes. Tienen miles de años de antigüedad.

– La época del comunismo primitivo -dijo Pablo-. Antes de que se crearan las clases sociales. Habría que estudiarlas.

Vicente cruzó el terreno irregular, emitiendo unos ásperos jadeos que sonaban a papel de lija.

– ¿Qué ha dicho Molina? -preguntó Bernie.

– Que presentará un informe al comandante. Nos van a desplazar al otro lado de la colina; quieren colocar cargas en otro sitio. -Volvió a sufrir un acceso de tos y la frente se le quedó empapada de sudor-. Ah, es como si estuviera ardiendo. Si al menos tuviera un poco de agua.

Un soldado trepó hasta la boca de la cueva. Se santiguó y permaneció de pie a la entrada, montando guardia.

Aquella noche, a la hora de cenar, el estado de Vicente se agravó. A la mortecina luz de las lámparas de petróleo, Bernie vio que temblaba y sudaba profusamente. Cada vez que se tragaba una cucharada de puré de guisantes pegaba un respingo.

– ¿Cómo te encuentras?

Vicente no contestó. Soltó la cuchara y se sostuvo la cabeza entre las manos.

Se abrió la puerta de la barraca del rancho y entró Aranda, seguido por Molina. El sargento parecía asustado. Detrás de ellos entró el padre Jaime, alto y serio en su sotana, con el cabello gris acero peinado hacia atrás desde la frente despejada. Los hombres sentados alrededor de las mesas de tresillo se revolvieron con inquietud mientras Aranda los miraba con semblante severo.

– Hoy en la cantera -empezó diciendo Aranda con su bien timbrada voz- la cuadrilla del sargento Molina ha hecho un descubrimiento. El padre Jaime desea dirigiros la palabra a este respecto.

El sacerdote inclinó la cabeza.

– Los garabatos de unos hombres de las cavernas en las paredes de roca son cosas paganas realizadas antes de que la luz de Cristo iluminara el mundo. Hay que evitarlos y huir de ellos. Mañana se colocarán otras cargas en la cueva y las pinturas serán destruidas. Cualquiera que tan siquiera las mencione será castigado. Eso es todo.

El cura saludó con la cabeza a Aranda, dirigió una mirada de desprecio a Molina y se retiró a toda prisa, seguido por los oficiales.

Pablo se inclinó hacia Bernie.

– Será cabrón. Eso forma parte del patrimonio de España.

– Son como los godos y los vándalos, ¿eh, Vicente?

Vicente emitió un gemido y resbaló hacia delante golpeándose la cabeza contra la mesa. Su plato de hojalata cayó ruidosamente al suelo, haciendo que un guardia se acercara a toda prisa.

Era Arias, un joven recluta despiadadamente brutal.

– ¿ Qué pasa aquí? -preguntó, sacudiendo a Vicente por el hombro.

El abogado emitió un gemido.

– Se ha desmayado -explicó Bernie-. Está enfermo, necesita que lo atiendan.

Arias soltó un gruñido.

– Llevadlo a su barraca. Vamos, cógelo. Ahora tendré que salir, con el frío que hace. -Se pasó el poncho por la cabeza, protestando.

Bernie levantó a Vicente. Era muy liviano, un puro saco de huesos. El abogado trató de mantenerse en pie, pero le temblaban demasiado las piernas. Bernie lo sujetó mientras abandonaban la barraca del rancho, seguidos por el guardia. Cruzaron el patio chapoteando entre los charcos donde el hielo que se estaba condensando brillaba bajo la luz de los reflectores de las atalayas. Una vez en la barraca, Bernie colocó a Vicente en su jergón. Empapado de sudor y en estado semiinconsciente, éste jadeaba sin apenas poder respirar. Arias estudió el rostro del abogado.

– Creo que ha llegado la hora de llamar al cura para éste.

– No, no es tan grave -dijo Bernie-. Ya ha estado así otras veces.

– Yo tengo que llamar al cura cuando un hombre parece que está a punto de morir.

– Sólo está indispuesto. Llame al padre Jaime si quiere, pero ya ha visto usted que está de muy mal humor.

Arenas vaciló.

– Bueno. Déjalo y volvamos a la barraca del rancho.

Cuando los hombres regresaron a la barraca después de cenar, Vicente se había despertado, pero su aspecto era peor que nunca.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó-. ¿Me he desmayado?

– Sí. Ahora tienes que descansar.

– Me arde la cabeza. Está llena de veneno.

Tumbado en la litera del otro lado, Eulalio los miraba con su rostro amarillento y sarnoso monstruosamente iluminado por la luz de una vela de sebo.

– ¡Ay, compañero! Tú has visto las pinturas de los hombres prehistóricos. ¿Cómo eran? Unos hombres estupendos, ¿eh? Los primeros comunistas.

– Sí, Eulalio, eran unos hombres estupendos. Cazaban unos elefantes peludos.

Eulalio lo miró inquisitivamente.

– ¿Cómo iban a ser peludos unos elefantes? No me vaciles, Piper.

El día siguiente era domingo, y la obligatoria ceremonia religiosa se celebró en la barraca que hacía las veces de iglesia, con un lienzo blanco extendido sobre la mesa de tresillo que servía de altar. Durante la celebración, los prisioneros permanecieron sentados como de costumbre, muchos de ellos medio dormidos. El padre Jaime habría pedido al guardia que los sacudiera para despertarlos, pero aquel día el celebrante era el padre Eduardo y éste los dejó dormir. Los sermones de Jaime solían estar llenos de venganzas y llamas infernales; mientras que Eduardo, en tono casi de súplica, hablaba más bien de la luz de Cristo y del gozo que el arrepentimiento llevaba aparejado. Bernie lo estudió cuidadosamente.

Después de la celebración, el sacerdote estaba a disposición de quienquiera que deseara hablar con él. Pocos solían hacerlo. Bernie esperó mientras los prisioneros iban saliendo y después le dijo algo en voz baja al guardia. El soldado lo miró extrañado y después lo acompañó a una pequeña estancia al fondo de la barraca.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Invierno en Madrid»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Invierno en Madrid» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Invierno en Madrid»

Обсуждение, отзывы о книге «Invierno en Madrid» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x