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C. Sansom: Invierno en Madrid

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C. Sansom Invierno en Madrid

Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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Harry miró a Jebb.

– ¿Fue tomada en España?

– Sí. -Entornó los duros ojos-. Y usted fue a ver si lo encontraba.

– A petición de su familia, porque yo hablaba español.

– Pero no tuvo suerte.

– Hubo diez mil muertos en el Jarama -dijo Harry fríamente-.

No todos fueron identificados. Probablemente Bernie se encuentra en una fosa común en algún lugar de las afueras de Madrid. Señor, ¿le puedo preguntar de dónde ha sacado toda esta información? Creo que tengo derecho a…

– La verdad es que no lo tiene; pero, puesto que lo pregunta, aquí conservamos las fichas de todos los miembros del Partido Comunista. Da lo mismo; ahora Stalin ha ayudado a Hitler a masacrar Polonia.

La señorita Maxse esbozó una sonrisa conciliadora.

– Nadie lo asocia a usted con ellos.

– Eso espero -dijo Harry.

– ¿Diría usted que tiene alguna tendencia política determinada?

No era la clase de pregunta que uno espera que le formulen en Inglaterra. Los conocimientos que tenían de su vida, de la historia de Bernie, le molestaban. Titubeó antes de contestar:

– Supongo que, en todo caso, soy una especie de tory liberal.

– ¿No tuvo la tentación de ir a combatir en defensa de la República española, como Piper? -preguntó Jebb-, ¿en la cruzada contra el fascismo?

– Que yo sepa, antes de la Guerra Civil España era un maldito caos y tanto la derecha como los comunistas se aprovecharon de ello. Tropecé con algunos rusos en el treinta y siete. Eran unos cerdos.

– Eso de ir a Madrid en plena Guerra Civil debió de ser toda una aventura -dijo con entusiasmo la señorita Maxse.

– Fui con la idea de intentar encontrar a mi amigo. Por su familia, tal como he dicho.

– En la escuela eran ustedes amigos íntimos, ¿verdad? -preguntó Jebb.

– ¿Ha estado usted haciendo preguntas en Rookwood? -La idea lo enfurecía.

– Sí -Jebb asintió con la cabeza sin disculparse.

De repente, Harry abrió los ojos como platos.

– ¿Todo eso es por Bernie? ¿Acaso está vivo?

– Nuestra ficha sobre Bernard Piper está cerrada -dijo Jebb en tono inesperadamente amable-. Que nosotros sepamos, murió en el Jarama.

La señorita Maxse se incorporó en su asiento.

– Tiene usted que comprender, Harry, que para tener claro si puede trabajar para nosotros tenemos que saberlo todo sobre su persona. Pero creo que estamos satisfechos. -Jebb asintió con la cabeza, y ella prosiguió-: Creo que ha llegado el momento de que vayamos al grano. Normalmente, no nos lanzaríamos en picado como lo estamos haciendo, pero es una cuestión de tiempo, ¿comprende? De urgencia. Necesitamos obtener información acerca de alguien. Y creemos que usted está en situación de ayudar. Podría ser muy importante.

Jebb se inclinó hacia delante.

– Todo lo que le digamos a partir de ahora es estrictamente confidencial, ¿está claro? Es más, debo advertirle de que, como haga cualquier comentario al respecto fuera de esta habitación, sufrirá graves consecuencias.

Harry lo miró a los ojos.

– De acuerdo.

– Esto no tiene nada que ver con Bernie Piper. Se trata de otro antiguo compañero suyo de escuela que también estableció ciertas conexiones políticas muy interesantes. -Jebb volvió a rebuscar en su cartera y depositó otra fotografía sobre la mesa.

Era un rostro que Harry no esperaba volver a ver en su vida. Sandy Forsyth debía de tener treinta y un años, unos cuantos meses más que él, pero aparentaba bastantes menos. Lucía un poblado bigote a lo Clark Gable y el cabello, perfectamente engominado, mostraba entradas en la frente. Su rostro era más mofletudo de lo que lo recordaba y le habían salido unas cuantas arrugas, pero los ojos penetrantes, la nariz aguileña y la boca ancha de labios delgados seguían siendo los mismos. Era una fotografía preparada; Sandy sonreía a la cámara con expresión de astro cinematográfico, medio enigmático y medio provocativo. No era un hombre apuesto, pero el fotógrafo había conseguido que lo pareciera. Harry volvió a levantar la vista.

– Yo no lo llamaría amigo íntimo -dijo en voz baja.

– Fueron ustedes amigos durante un tiempo, Harry -dijo la señorita Maxse-. Un año antes de que lo expulsaran. Después de aquel asunto relacionado con el señor Taylor. Hemos hablado con él, ¿sabe?

– El señor Taylor… -Harry titubeó momentáneamente-. ¿Cómo está?

– Muy bien, por ahora -contestó Jebb-. Pero no gracias a Forsyth. Bueno, pues cuando lo expulsaron, ¿se despidieron ustedes como amigos? -Señaló a Harry con el sujetapapeles-: Eso es muy importante.

– Sí. De hecho, yo era el único amigo que Forsyth tenía en Rookwood.

– Jamás hubiese imaginado que tendrían ustedes tantas cosas en común -dijo la señorita Maxse con una sonrisa.

– En muchos sentidos no teníamos demasiadas.

– Forsyth no era muy buena pieza, ¿verdad? No acababa de encajar. Pero usted siempre fue muy buen compañero con él.

Harry suspiró.

– Sandy también tenía su lado bueno. Aunque… -Hizo una pausa.

La señorita Maxse le dirigió una sonrisa alentadora.

– A veces me preguntaba por qué quería ser amigo mío. Porque casi todas las personas con las que se relacionaba eran… bueno, un poco malas piezas, para utilizar su expresión.

– ¿No le parece a usted que quizás hubiera algo de tipo sexual, Harry?

El tono de la señorita Maxse era tan ligero y despreocupado como cuando hablaba de las bombas. Por un instante, Harry la miró con asombro y después soltó una carcajada.

– Por supuesto que no -respondió.

– Lamento importunarlo, pero estas cosas ocurren en las escuelas privadas. Enamoramientos, ya sabe.

– No hubo nada de todo eso.

– Cuando Forsyth se fue -dijo Jebb-, ¿siguieron ustedes en contacto?

– Nos carteamos durante un par de años. Cada vez menos, a medida que pasaba el tiempo. Desde que Sandy se fue de Rookwood, no hemos tenido demasiado en común. -Harry suspiró de nuevo-. En realidad, no estoy muy seguro de por qué me siguió escribiendo durante tanto tiempo. Tal vez para impresionarme… me hablaba de clubes y de chicas y cosas por el estilo.

Jebb asintió con la cabeza, instándolo a seguir adelante.

– En su última carta -continuó Harry- me decía que estaba trabajando para un corredor de apuestas de Londres. Me hablaba de caballos dopados y de resultados amañados como si todo aquello tuviese mucha gracia.

Harry recordó de pronto la otra cara de Sandy: los paseos por los Downs en busca de fósiles, las largas conversaciones. Pero ¿qué quería aquella gente?

– Sigue usted creyendo en los valores tradicionales, ¿verdad? -preguntó la señorita Maxse con una sonrisa-. En lo que Rookwood representa.

– Supongo que sí. Aunque…

¿Sí?

– Me pregunto cómo ha llegado el país a esta situación. -Harry la miró a los ojos-. No estábamos preparados para lo que ocurrió en Francia. Me refiero a la derrota.

– Los franceses, esos cobardes, nos decepcionaron-masculló Jebb.

– A nosotros también nos obligaron a retirarnos, señor -dijo Harry-. Yo estuve allí.

– Tiene razón. No estábamos debidamente preparados -dijo la señorita Maxse con tono enfático-. Quizá fuimos demasiado honestos en Múnich. Después de la Gran Guerra no podíamos creer que alguien desee meterse en otra. Pero ahora sabemos que Hitler siempre lo quiso. No estará contento hasta que tenga toda Europa bajo su yugo. La Nueva Era del Oscurantismo, como la llama Winston.

Hubo un momento de silencio, tras el cual Jebb carraspeó.

– Bueno, Harry. Quiero hablar de España. Cuando Francia cayó el pasado mes de junio y Mussolini nos declaró la guerra, esperábamos que Franco fuera el siguiente. Hitler ha ganado la Guerra Civil para él y, como es natural, Franco quiere Gibraltar. Con ayuda de los alemanes, podría conquistarlo desde tierra, y entonces nosotros tendríamos vedado el acceso al Mediterráneo.

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