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C. Sansom: Invierno en Madrid

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C. Sansom Invierno en Madrid

Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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– Buenos días, señor -dijo con el relajado y relamido tono propio de alguien que lleva toda la vida sirviendo-. Confío en no haberle hecho esperar.

– Tengo una cita a las dos y media con una tal señorita Maxse. Teniente Brett.

Siguiendo las instrucciones de su interlocutor del Foreign Office, Harry pronunció el nombre de la mujer como «Macksie».

El hombre asintió con la cabeza.

– Acompáñeme, si es tan amable.

Pisando en silencio la mullida y polvorienta alfombra, guió a Harry hasta un salón lleno de sillones y mesitas de café. Estaba desierto, salvo por un hombre y una mujer que había sentados junto a un mirador.

– El teniente Brett, señora.

El recepcionista se inclinó y se retiró.

Ambos se levantaron. La mujer le tendió la mano. Tenía cincuenta y tantos años, era menuda y de complexión delicada y vestía un elegante traje sastre de color azul. Tenía el cabello gris fuertemente rizado y un anguloso e inteligente rostro. Sus penetrantes ojos grises se cruzaron con los de Harry.

– ¿Cómo está usted?, encantada de conocerlo. -Su autoritaria voz de contralto le hizo recordar a Harry a una directora de escuela de niñas-. Marjorie Maxse. Me han hablado mucho de usted.

– Nada malo, espero.

– Todo lo contrario. Permítame que le presente a Roger Jebb.

El hombre estrechó la mano de Harry con un fuerte apretón. Tenía aproximadamente la misma edad que la señorita Maxse, un alargado y bronceado rostro y un ralo cabello negro.

– ¿Le apetece un poco de té? -preguntó la señorita Maxse.

– Gracias.

En una mesa había una tetera de plata y unas tazas de porcelana. Junto con una bandeja de panecillos, varios tarros de mermelada y lo que parecía nata de verdad. La señorita Maxse empezó a servir el té.

– ¿Algún problema para venir? Tengo entendido que anoche cayeron una o dos bombas por aquí.

– Victoria Street está cerrada.

– Es un fastidio. Y eso va a seguir así durante algún tiempo. -Habla como si se estuviera refiriendo a unos días de lluvia. Sonrió-: Para la primera entrevista preferimos reunimos aquí con la gente nueva. El director es un viejo amigo nuestro y, por consiguiente, no nos van a molestar. ¿Azúcar? -Siguió hablando con el mismo tono familiar-. Tome un panecillo, son exquisitos.

– Gracias.

Harry lo untó con nata y mermelada. Levantó los ojos y observó que la señorita Maxse lo estaba estudiando atentamente; ésta le dirigió una sonrisa cordial sin avergonzarse lo más mínimo.

– ¿Qué tal se encuentra ahora? Le dieron de baja por invalidez, ¿no es cierto? ¿Después de Dunkerque?

– Sí. Una bomba cayó a seis metros de distancia. Levantó un montón de arena. Tuve suerte; eso me salvó de lo peor de la explosión.

Ahora vio que Jebb también lo escrutaba con unos ojos grises como el pedernal.

– Tengo entendido que sufrió una buena neurosis de guerra -dijo bruscamente Jebb.

– Fue muy poca cosa -dijo Harry-. Ahora ya estoy bien.

– Por un segundo, se le quedó el rostro blanco, allá fuera -dijo Jebb.

– Bueno, fue bastante más que un segundo -contestó Harry serenamente-. Y me temblaban constantemente las manos. Mejor que lo sepa.

– Y su oído también resultó afectado, ¿verdad?

La señorita Maxse formuló la pregunta en voz muy baja, pero Harry la oyó.

– Eso también se ha normalizado prácticamente. Sólo una leve sordera en el oído izquierdo.

– Es una suerte -comentó Jebb-. La pérdida de capacidad auditiva causada por una explosión suele ser permanente. -Se sacó un sujetapapeles del bolsillo y empezó a doblarlo con aire ausente, sin dejar de mirar a Harry.

– El médico dijo que tuve mucha suerte.

– La pérdida auditiva significa el término del servicio activo, naturalmente -terció la señorita Maxse-. Aunque sea leve. Eso tiene que ser duro. Se incorporó de inmediato el pasado mes de septiembre, ¿verdad?

Se inclinó hacia delante, sosteniendo la taza de té con ambas manos.

– Sí. Sí, en efecto. Disculpe, señorita Maxse, pero es que no sé nada…

Ella volvió a sonreír.

– Claro. ¿Qué le dijeron los del Foreign Office cuando lo llamaron?

– Simplemente que algunas personas de allí pensaban que quizás habría algún trabajo que yo pudiera hacer.

– Bien, ahora ya no dependemos del FO. -La señorita Maxse esbozó una alegre sonrisa-. Somos el Servicio de Inteligencia.

Soltó una sonrisa cantarina como abrumada por el extraño carácter de la situación.

– ¡Ah! -dijo Harry.

La voz de la señorita Maxse adquirió un tono más serio.

– Nuestra tarea es decisiva, extremadamente decisiva. Ahora que Francia ha caído, el continente o bien está aliado con los nazis o bien depende de ellos. Ya no hay relaciones diplomáticas normales.

– Ahora el frente somos nosotros -añadió Jebb-. ¿Fuma?

– No, gracias. No fumo.

– Su tío es el coronel James Brett, ¿verdad?

– Sí, señor, en efecto.

– Sirvió conmigo en la India. ¡Allá por el año 1910, tanto si lo cree como si no! -Jebb soltó una áspera carcajada-. ¿Cómo está?

– Ya retirado.

«Pero, a juzgar por este bronceado, usted sigue en la brecha -pensó Harry-. La policía india, tal vez.»

La señorita Maxse posó la taza sobre la mesa y juntó las manos.

– ¿Le gustaría trabajar para nosotros? -preguntó.

Harry volvió a experimentar el viejo cansancio de siempre; pero también otra cosa, una chispa de interés.

– Sigo estando dispuesto a participar en el esfuerzo bélico, por supuesto.

– ¿Se siente en condiciones de enfrentarse a una tarea agotadora? -preguntó Jebb-. Ahora en serio. Si le parece que no, tiene que decirlo. No hay de qué avergonzarse -añadió con aspereza.

La señorita Maxse esbozó una alentadora sonrisa.

– Creo que sí -contestó cautelosamente Harry-. Ya he vuelto prácticamente a la normalidad.

– Estamos reclutando a mucha gente, Harry -dijo la señorita Maxse-. Puedo llamarle Harry, ¿verdad? A algunas personas, porque creemos que son adecuadas para la clase de trabajo que hacemos, y a otras, porque nos pueden ofrecer algo especial. Bueno, pues usted era especialista en lenguas modernas antes de incorporarse a nuestro servicio. Se graduó en Cambridge y después una beca en el King's hasta que estalló la guerra.

– Sí, en efecto.

Sabían muchas cosas acerca de él.

– ¿Cómo es su español? ¿Fluido?

Aquella pregunta era sorprendente.

– Yo diría que sí.

– Su especialidad es la literatura francesa, ¿verdad?

Harry frunció el entrecejo.

– Sí, pero sigo practicando el español. Pertenezco a un Círculo Español en Cambridge.

Jebb asintió con la cabeza.

– Integrado principalmente por miembros del mundo académico, ¿no? Obras de teatro españolas y cosas por el estilo.

– Sí.

– ¿Algún exiliado de la Guerra Civil?

– Uno o dos. -Harry sostuvo la mirada de Jebb-. Pero el Círculo no es de carácter político. Tenemos el acuerdo tácito de evitar la política.

Jebb depositó el sujetapapeles sobre la mesa, torturado ahora hasta quedar convertido en unos fantásticos bucles, y abrió su cartera de documentos. Sacó una carpeta de cartón con una cruz roja diagonal en la parte anterior.

– Me gustaría que volvamos al año 1931 -dijo-. Su segundo curso en Cambridge. Fue a España aquel verano, ¿verdad? Con un amigo de su colegio, Rookwood.

Harry volvió a fruncir el entrecejo. ¿ Cómo podían saber todo aquello?

– Sí.

Jebb abrió la carpeta.

– Un tal Bernard Piper, más tarde miembro del Partido Comunista. Fue a combatir en la Guerra Civil española. Se dio por desaparecido y se cree que resultó muerto en la batalla del Jarama, 1937. -Sacó una fotografía y la depositó encima de la mesa. Una hilera de hombres con arrugados uniformes militares en la pelada ladera de una colina. Bernie ocupaba el centro, más alto que los demás, con el cabello rubio muy corto, sonriendo a la cámara como un chiquillo.

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